Castejón del Puente Manuel Benito Moliner
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ETNOGRAFÍA
JUEGOS
Juegos de adultos
Los mayores tiraban la barra para las fiestas y cuando se terciaba, mediando siempre apuestas entre los lanzadores y los espectadores. En las fiestas mayores eran típicas las corridas de pollos que llegaban al centro del pueblo desde el cruce de la carretera de Monzón. El que llegaba primero se llevaba tres pollos, el segundo dos y uno el tercero.
Las carreras de cintas también eran propias de las grandes festividades, cada cinta llevaba el nombre de una chica. Los mozos provistos de bicicletas trataban de asirlas al pasar bajo ellas, cuando lo conseguían se la llevaban a la moza, lo cual siempre podía proporcionar un baile o quizá una relación más formal.
En las tabernas se echaban pulsos, mediando apuestas, y se jugaba a cartas, sobre todo al guiñote, tute, liga, subastau, arrastrau, julepe, siete y medio... Hubo una época en que el más rico del pueblo jugaba a póker, incitando a los demás al juego que causó más de una desgracia pues algunos se jugaban lo poco que poseían.
En las casas se jugaba también a cartas, a los juegos ya dichos y al orer o tonto, juego de descarte para iniciar a los más pequeños.
Juegos infantiles
Aún recuerdan alguno de iniciación sexual como era el de churro, media manga o manga entera, también llamado burro falso o juego del potro. Los niños que la paraban se colocaban en cascabillas (agachados) y sobre ellos saltaban los demás. Cuando todos estaban a caballo y no se esclachaban los burros, el que hacía de jefe marcaba con la mano en el brazo contrario una de estas tres posibilidades: el dedo (churro), el codo (media manga) o el hombro (manga entera), si lo adivinaban se cambiaba de burros y si no, otra vez a empezar.
En la cabecera de los burros había un niño que hacía de madre apoyado en una pared. Estaba de pie mirando a los que saltaban y sosteniendo al primer burro, haciendo de arbitro y testigo de si acertaban o no el tamaño insinuado.
A la una anda la mula consistía en que uno se agachaba, el que la paraba, y los demás saltaban por encima de él cantando y numerando cada salto con pareados: A la una anda la mula, a las dos el reloj, a las tres San Andrés, a las cuatro brinco, salto, y hago la cruz de mayo, a las cinco mayor brinco...
Otro juego ya perdido que forma parte de la infancia de las gentes de Castejón era el marro. Se hacían dos equipos con sus respectivas bases o chufas en una pared o un árbol, frente a frente; salían al medio a encorrerse y cuando se cogía a uno se lo llevaba a la pared y allí quedaba prisionero, apoyando una mano y con la otra esperando que un compañero le tocara, liberándolo, o que se la cogiera otro prisionero que aguardaría lo mismo. Ganaba el equipo que lograba apresar a todos los contrarios.
La taba era un juego de iniciación a los avatares sociales y políticos. Una rótula de oveja marcaba en su caída los cargos que debían ocupar los componentes del grupo. La parte saliente era la tripa y no servía, la contraria el hoyico y hacer tres consecutivos valía para bajar o subir los cargos que eran dos: rey y verdugo. Estos se obtenían con sendas posiciones de la taba bien prefijadas, el rey la cara que tenía forma de "z" y el verdugo la que tenía dos hoyuelos donde se insertaban sendos tendones. Las otras dos caras, muy difíciles de quedar en pie eran el medio mundo y mundo entero, y si salían garantizaban el reinado de quien las obtuviera.
El rey ordenaba los castigos que debían sufrir los súbditos y el verdugo los ejecutaba. Estos eran muy variados e iban desde la chulla: correazo con el cinturón en la palma de la mano, a pinchazos con la uña de punta sobre el dorso, también variaba el número de veces. En general el rey solía ser benévolo con los que le aseguraban el mando, subiéndoselo cada vez que la taba les era propicia, y más duro con los que se le oponían. Igual ocurría con el verdugo a la hora de impartir los castigos. Los jugadores tenían que aliarse con uno de los dos, de lo contrario las vejaciones eran continuas. No obstante, de común consenso se establecían unas pautas previas, que impedían la sangre o la humillación excesiva que llevaba indefectiblemente a la ruptura del juego y a un enfado pasajero.
De iniciación sanitaria era el juego de la peste que enseñaba a los participantes a no entrar en contacto con enfermos contagiosos. El que llevaba la peste se libraba pasándosela a otro con sólo tocarlo, entonces este era el apestado que perseguía a los demás niños.
Se jugaba en las casas a las carpetas que se hacían recortando cartas de la baraja que ya no servían. Estas carpetas se tiraban hacia la pared o se metían en un círculo y el que más cerca quedaba se las llevaba todas, otras veces ganaba el que montaba otra. También se hacía con cajas de cerillas, sobre todo de toreros, y con cascos de alberges.
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