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Castejón del Puente                                                                                                         Manuel Benito Moliner

 

ETNOGRAFÍA

 

El ciclo festivo

 

Dejaremos la fiesta mayor para el final, pues supone el colofón de la actividad festiva y agrícola en la que se sumía la sociedad de Castejón. Las tareas del campo marcaron las pautas festivas. Así, una vez recogida la cosecha, la cofradía de difuntos valoraba si las circunstancias del año habían sido favorables para plantar el sitio y organizar el banquete a base de cabritos criados y engordados para el segundo lunes después del 8 de septiembre.

 

San Miguel marcaba el final y el comienzo del año laboral, era el momento de hacer sanmigalada: despedirse de una casa y afirmarse o contratarse en otra, o simplemente buscar donde servir por primera vez.

 

La Virgen del Rosario iniciaba las fiestas religiosas marianas que en Castejón duraban todo el año en La Bella y en la propia parroquia. Ese día, primer domingo de octubre, acudían gentes de la comarca hasta el santuario a escuchar la misa. Luego, a la salida, se repartía la caridad, consistente en un trozo de torta. Tras esta festividad se rezaba una novena. El texto de las novenas se halla recogido en el Ayuntamiento.

 

El Día de Difuntos era muy importante. Los niños acudían a misa llevando una oblada o torta con una vela. Durante la misa se encendía la vela que se consideraba la representación del alma. El ritual es muy antiguo y tiene por objeto satisfacer tanto el hambre del muerto como la necesidad de luz para hacer el tránsito al más allá. En este día las almas debían de ser guiadas hacia sus tumbas, compartir el mismo espacio que las semillas, pues ambas habrían de resucitar. Tras la ofrenda de pan y luz a los difuntos, se rezaba y luego se comía la torta.

 

Durante esta jornada sigue siendo costumbre visitar a los muertos, llevándoles flores. Los días anteriores sus deudos, sobre todo mujeres, se encargan de tener limpia la lápida y el Ayuntamiento de adecentar el entorno, limpiando hierbas y basuras.

 

En este día, era creencia generalizada que reinaba la muerte y que no podía crearse vida, lo mismo que ocurría en Viernes Santo, cuando Dios permanecía muerto. Por ello se aprovechaba para escodar las ovejas, primero a retortijón y luego con tijeras y violeta de genciana para desinfectar. Las heridas en esa fecha no se agusanarían, no se cagaría la mosca que se decía, porque los gusanos no podrían medrar.

 

Por la noche las puertas y ventanas se cerraban a cal y canto, pues las ánimas vagaban por las calles e intentaban quedarse por las casas para no tener que volver al cementerio. Era el momento de contar las historietas de Marieta, la que le robó el figado a un muerto que luego le subía por las escaleras hasta la cama reclamándoselo; de contar las últimas hazañas del fantasma del molino o de los pucheros temblones de doña Francisqueta.

 

Al día siguiente, llamado de Ánimas, salía la cofradía con sus capas y sombreros, presididos por la bandera de paño negro, con la cruz blanca en el centro. Llevaban cirios encendidos en la mano y otros de repuesto en una cesta. Durante la misa por los cofrades difuntos los dejaban en un soporte que tenía el banco.

 

Muchas eran las mozas que se dedicaban a coser en casa y para fuera, con el fin de ir confeccionando la plega que, con una cantidad de dinero según la disponibilidad de cada familia y un arca, formaría la dote aportada al matrimonio. El día de Santa Lucía dejaban de coser, así la santa siciliana les protegería la vista el resto del año. En realidad estaba prohibido coser, hilar y mondonguear cuando el embarazo estaba avanzado, pues creían que influía en los movimientos del hilo de la vida: el cordón umbilical, que podría enredarse en el cuello del feto ahogándolo y naciendo muerto. Como el Gran Parto de la cristiandad estaba cerca: 24 de diciembre, se paraba simbólicamente toda la actividad relacionada con el hilado, para garantizar el buen Nacimiento de Dios.

 

Para Nochebuena, hubo vigilia y comían una colación hasta la misa de gallo, luego estallaba la alegría entre ruidos de vejigas explotadas y villancicos. En estos días entrañables se hacían las primeras matacías, Según las posibilidades de la casa se mataba un cerdo o dos cada vez puesto que la matacía se podía volver a repetir, haciéndose una en diciembre –después de cosechar las olivas, otra para Año Nuevo y una última en marzo que dejaba la casa bien pertrechada. Lo más valorado del presente solía ser la torteta pues cada casa tenía su toque a la hora de confecionarlas.  llevando presente a los amigos y repartiendo los peores bocados entre las familias más pobres que al menos no pasarían hambre en esas fechas. Las casas bullían de actividad con preparativos, limpiezas, aprovisionamiento de terrizos, especias, carnes para el embutido, sal, piedras y cajón para salar los espaldares, calderos, aliagas para somarrar la piel del cerdo y leña, mucha leña.

 

Del cerdo dicen los andaluces, que son casi tan exagerados como nosotros, que se aprovecha todo, hasta los andares. Y en Castejón se aprovechaban hasta las vejigas o buchigas que, una vez limpias, se inflaban llevándolas los mozos a la Misa de Gallo. Cuando el cura alzaba cáliz, las explotaban señalando el momento en que Dios había nacido. Con ello asustaban a los malos espíritus y a las brujas que habrían vagado justo antes en forma de gato, intentando matar alguna mula, ya lo decían los viejos: de doce a una anda la mala fortuna, de una a dos anda la Madre de Dios.

 

En la calle se hacían hogueras donde se asaban patatas y carne de la matacía, pues a partir de las doce había terminado la vigilia. Bebían el poncho elaborado por los hombres durante la tarde, con vino hervido y orejones, higos pansos, manzana, canela... -cada uno tenía su fórmula- y luego se quemaba para rebajarle el alcohol con el fin de que mantuviera el dulzor y perdiera grado, pudiéndolo ingerir también los niños. Las mujeres sacaban los turrones de mazapán o de guirlache, almendras garrapiñadas, caramelos para los críos...

 

Antaño Nochebuena fue la fiesta más participativa, mientras que la Nochevieja era más casera, al revés que hoy. Juan José de Mur De Mur, J.J. Cancionero popular de la provincia de Huesca. Barcelona. 1986. ha recogido estos villancicos navideños, aportando también la música:

 

 

Toquen las panderetas,

ruido y más ruido,

porque el Niño Jesús

hoy ha nacido.

Es tan rubio como el oro,

como nieve su blancura

y su cuello plata pura,

su boquita celestial.

 

 

Todos le llevan al Niño,

yo no tengo que llevarle,

las penas del corazón

que le sirvan de pañales.

Queridito Niño

diviértete un poco,

que el amor es puro

y el tiempo muy corto

y con tus sonrisas

y con tus amores

llenaras de gracia

nuestros corazones.

 

El día de los Inocentes se intentaba engañar a los menos espabilados del pueblo, mandándolos de aquí para allá cargados de sacos con piedras que se suponían moldes de hacer turrón o algo por el estilo.

 

Cabo d'año o Año Nuevo los niños salían a la calle provistos de una cestita, donde recogerían los obsequios que les guardaban las madrinas, por lo general alguna uva pasa, peladilla, caramelo o almendra garrapiñada. Después se cambió esto por alguna propina en metálico hasta desaparecer la costumbre.

 

San Antón fue día importante. Los animales de carga descansaban para evitar el castigo divino en forma de pata enrejada. Todos recibían un poco más de comida y a algunos se les daba cebada bendecida para protegerlos. Eran tiempos en que una mula era como un tractor y había que conservarla hasta que muriera de vieja, lo contrario podría llevar a una casa pequeña a la ruina. Por eso ovejas, mulas, cabras y corderos emprendían el camino de la Plaza de Abajo, donde las esperaba el cura con el hisopo para bendecirlas.

 

Se perdió la fiesta de San Sebastián, protector de la peste, como se perdió la de Santiago, copatrón de Castejón, hasta que a comienzos del XVII se reestructuró el calendario festivo, apoyándose sobre todo en el culto mariano centrado en La Bella, tal como preconizaba la Iglesia surgida de la Contrarreforma.

 

Para la Candelera iban a comprar aperos de labranza a la feria que había en Barbastro, al día siguiente se hacía la misa de San Blas donde se bendecían tortas o caramelos que luego servirían para curar el mal de garganta.

 

Santa Águeda era otro día grande. Las mujeres subían al campanario a hacer un bandeo general y luego iban a misa. Por la tarde se mascaraban bien la cara y con el hollín sobrante intentaban hacer lo mismo con los hombres a los que tomaban el pelo cuanto podían, intentando contarles las viejas. Expresión que en Aragón significa desnudar a un hombre para valorarle el tamaño de los genitales. Esta actividad femenina era única de este día. Estos se defendían con borretas. Todo acaba en meriendas que más recientemente se convirtieron en chocolatadas para todos.

 

El 25 de marzo era la fiesta pequeña de Castejón que duraba dos días, celebrada en La Bella por lo que ya se ha tratado en ese capítulo.

 

Por estas fechas más o menos, ya que eran fiestas móviles, se conmemoraban consecutivamente el Carnaval, la Cuaresma y la Semana Santa. Carnaval era un día muy esperado porque todo el mundo relajaba las pautas de comportamiento y se disfrazaba asistiendo a los bailes de máscaras. Duraban tres días y tenía un personaje muy peculiar que hacía disfrutar a los niños con sus carreras: el tijererer, iba todo cubierto de negro y encapuchado, salía de casa El Sastre con unas enormes tijeras de esquilar, con las que amenazaba a todo el que se encontraba intentando, medio en serio medio en broma, cortarles el pelo.

 

Luego venía la Cuaresma, llena de rezos y vigilias. Todos los domingos se iba a misa a las cinco de la tarde. De la iglesia se partía en procesión haciendo el vía crucis por el camino de La Bella.

 

Semana Santa también conllevaba una amplia participación vecinal con la preparación de los monumentos y los turnos de vela ante ellos. El día que más se recuerda es el Jueves Santo. Por la tarde se hacía el oficio de tinieblas al que asistían los mozos bien provistos de mazas y carraclas. En ese oficio se iba apagando una vela del tenebrario a cada salmo que el cura cantaba, cuando se apagaba la última los mozos comenzaban un gran estropicio. Golpeaban suelo y bancos con las mazas dándoles vueltas a las carraclas. Era lo que se llamaba matar judíos y tenía por objeto espantar los malos espíritus pues mientras Dios estuviera muerto podían vagar por el pueblo. Cuando ya era noche cerrada salía una procesión de encapuchados y penitentes que recorría las calles de la localidad.

 

Otra procesión salía en Domingo de Ramos, tras bendecir los ramos de olivo que luego se ponían, y se ponen, en las ventanas de las casas y en los campos con fines protectores.

 

Pascua de Resurrección también se celebraba en La Bella, después de que el cura hubiera sacado la cuaresma por las casas, acompañado de un monaguillo que recogía los huevos con una cesta.

 

La existencia de una cruz, llamada de San Pedro, nos da pie a pensar que en ese día –29 de abril- se haría bien la bendición de términos o algún acto en pro de las cosechas. Lo único que sabemos es que la cruz desapareció y que la bendición acabó haciéndose en La Bella para la Santa Cruz de mayo -el día 3. Todo este mes se dedicaba a la Virgen y se hacían cánticos, se llevaban flores, etc. Si la sequía apretaba sacaban la imagen y la llevaban por los campos cantando el Kyrie eleison. Repitiendo estas rogativas hasta que llovía.

 

El día del Corpus se hacía otra procesión donde salían los comulgantes del año. La comitiva paraba en los altares que previamente se habían instalado en las engalanadas calles donde se veía un gran despliegue de colchas y banderas.

 

El 25 de julio es Santiago, copatrono de Castejón a tenor del viejo escudo que aún campea en el Ayuntamiento. Desapareció todo rastro de su culto, como se ha dicho, a partir del Concilio de Trento en el que la iglesia recomendó acrecentar los cultos locales y marianos, en definitiva hacer parroquia.

 

Para San Lorenzo, considerada como fecha fundacional de la colegiata, tenía lugar la otra misa anual de la cofradía de difuntos. Después se reunían en capítulo, pasaban cuentas y votaban los cargos eligiendo a los que todavía no se habían estrenado.

 

A finales de agosto comenzaba la novena que precedía las fiestas mayores. Estas tienen mucha raigambre en Castejón y su celebración es muy antigua. Duraban cuatro días, los tres primeros corrían a cargo de los mozos que las pagaban a escote y el cuarto era para los casados.

 

Las fiestas comenzaban a organizarse en agosto, el día quince salía la ronda con bandurria y guitarra a casa del alcalde al que se pedía el permiso correspondiente. Este lo daba recomendando diversión y buen comportamiento a los mozos. El Ayuntamiento aportaba entonces muy poco dinero. Los mozos se escotaban y pasaban la servilla por las casas: una bandeja y un manto de la Virgen llevados por el mayoral para recaudar fondos. Previamente se habían organizado nombrando mayorales y mairalesas. Los mayorales, aparte de organizar la fiesta y recaudar fondos, debían cuidar los pequeños detalles como el de ir a buscar a las mozas que no tenían pareja, pues no podían acudir solas al baile.

 

El día grande, el ocho, salía una procesión con el estandarte azul, el cuadro de la Virgen y la cruz parroquial. Sacaban también a la Virgen del Rosario y al Santo Cristo, mientras que la imagen de La Bella se quedaba en la ermita. Una gran bandera precedía la comitiva y al llegar a la explanada del santuario comenzaba a hacer las cortesías o alardes. A continuación la misa y adoración de la imagen por el deambulatorio, luego se cantaban jotas al cura y al alcalde mientras se bebía y se comían pasteles que allí mismo vendían.

 

El segundo día salían los mozos con una mula engalanada y rondaban a las mozas. Llevaban un capazo con caramelos y peladillas que arrojaban a las casas como obsequio. En los cuévanos o cobanos recogían tortas. El tercer día era la corrida de pollos y hacían el llamado baile-vermú. Al cuarto día los casados con la rondalla pasaban a rondar a sus mujeres, después organizaban baile en La Bella y por la noche guisaban un cordero para cenar todo el pueblo junto.

Últimamente, como recuerdo de las fiestas antiguas, se nombran tres mairalesas y otros tantos mayorales. Hay chupinazo, lectura del pregón y misa en la capilla.

 

En las fiestas más señaladas salían los rosarieros a cantar las coplillas alusivas a la celebración festiva y al Rosario de la Aurora que tenía lugar seguidamente. Lo hacían provistos de una campanilla con la que iban dando toques de atención en cada esquina donde era costumbre pararse, así iniciaban el canto de las coplillas o auroras que llamaban al rosario:

 

Al balcón de los cielos se asoma

la Virgen María, Reina celestial,

y se alegran los ángeles todos

de ver que el Rosario se va a comenzar.

 

Cristianos venid, devotos llegad,

a rezar el Rosario a María

si el reino del cielo queréis alcanzar (bis).

 

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