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Castejón del Puente                                                                                                         Manuel Benito Moliner

 

ETNOGRAFÍA

Medicina popular

 

La globalización social ha afectado de tal forma las costumbres y a la mentalidad popular que, cualquier investigación etnográfica, plantea serios problemas a la hora de buscar datos en esta cultura tan transformada. De todas formas afrontamos un pequeño estudio siquiera para dejar constancia de una vieja cultura autárquica, capaz de solventar problemas que hoy nos parecen tan insondables como el de las enfermedades.

 

Una de las necesidades más importantes del cuerpo es su depuración, una buena diuresis –una buena meada- limpia la sangre de sustancias tóxicas y la rebaja, con lo cual disminuye la tensión arterial. Desde ese punto de vista y con esa finalidad se utilizaron en Castejón las siguientes plantas: Espino Albar (Manzanetas de San Juan o Cerecetas de pastor) en cocimiento; infusión de hojas de olivera; el marruego o marrubio; el arnallo o gatuña, que se cogía en Las Chesas tomando la infusión de las raíces; las ubetas o fumarias, se empleaban también como depurativos, siendo además colagogos: estimulantes del conducto por donde sale la bilis, evitando con sus tomas frecuentes los tan temidos cólicos biliares; por último la cebolla, bebiendo el agua resultante de su cocción o bien comida cruda en ensalada.

 

El número cabalístico para cualquier tratamiento interno es el nueve. Número perfecto al ser tres veces tres. Tres son las personas de la Trinidad, y tres elementos son indispensables para que algo se sostenga. Nueve tomas en nueve días permiten actuar a las sustancias de forma continuada, al tiempo que evita cualquier toxicidad y posibles efectos secundarios. La suspensión del tratamiento también evita la tolerancia del producto medicinal, pues de lo contrario el cuerpo se habitúa, necesitando cada vez más cantidad para mantener el efecto terapéutico.

 

Es importante el número impar en todo rito, pues se cree que lo que uno te da el otro te lo quita. Así beber un número impar de tazas del cocimiento de tomillo, curaba cualquier mal y era un buen profiláctico para la salud.

 

Como resolutivos para los granos ciegos se utilizaban remedios extendidos por otros lugares: el emplasto de cebolla, jabón casero y aceite de oliva, bien caliente al calibo y aplicado rápidamente sobre los granos que una vez infectados, y a consecuencia del grosor o la dureza de la piel, se han quedado sin salida para poder evacuar el pus.

 

Para ablandar los callos se hacían cataplasmas con carnigüelo o diente de león, planta que también sirvió en las épocas de escasez para paliar el hambre, al comerse en ensalada.

 

También la cataplasma de marruego resolvía los granos, aliviaba los golpes, bajaba las inflamaciones y ayudaba a cicatrizar las heridas. El bufagatos o zaragatona se hacía en cocimiento y el líquido resultante se empleaba como antiséptico, atribuyéndole propiedades queratolíticas. Es decir que aplicado sobre heridas, quemaduras, uñeros, en los oídos, ojos y dientes, desinfectaba los procesos aliviándolos. Además rompía la piel hipertrofiada en enfermedades cutáneas como el eczema, las verrugas o determinadas alergias, ayudando a su curación. También a la corredera o correhuela se le atribuyen propiedades hemostáticas y antinflamatorias. Las hojas de sena (guillomo) se aplicaban en las heridas para facilitar su cicatrización.

 

El látex de diversas plantas también se ha usado como queratolítico (para romper la piel hipertrofiada), aplicándolo directamente sobre las verrugas. En Castejón empleaban con este fin el de la letrera o lechetrezna, las babas del caracol y la saliva. Un remedio mágico para las verrugas consistía en atar dos ramas, mediante un nudo, de ginestra o retama por cada verruga. Cuando las ramas se secaban las verrugas desaparecían.

 

Otro método mágico, este para curar los orzuelos una vez que había fallado el típico remedio de la llave, consistía en tirar tres piedras y echar a correr en dirección contraria. Más dramáticos eran los tratamientos para curar las temibles picaduras de alacrán o de tarántula. En ambos casos se cogía al animal causante triturándolo, y friéndolo si se podía, el resultado se untaba sobre el picotazo. Para la tarántula se aplicaba después y durante toda la noche hojas de higuera, mientras se tocaba un sonsonete con la guitarra que trataba de ahuyentar el mal.

 

Las chordigas u ortigas, que hay que saber coger siempre por el envés para evitar la consiguiente urticaria, se usaban en cocimiento para paliar la sintomatología del sarampión.

 

El litonero, aparte de suministrar excelentes proyectiles para las cerbatanas infantiles, daba una buena madera para herramientas de mediano tamaño: mangos de azadas y jadicos, horcas para palear el estiércol o la paja, o yugos para enlazar los animales de tiro. En medicina popular se usaban sus frutos cocidos, el caldo se tomaba como astringente para paliar las diarreas.

 

La manzanilla tiene todavía utilidad, empleándose ante cualquier dispepsia o digestión pesada, dolor abdominal, para limpiar los ojos en las conjuntivitis que cursan con legañas e incluso como simple infusión después de las comidas para que estas sienten bien. La tila es un tranquilizante con propiedades sedativas e incluso inductoras del sueño. El té de roca que se puede ver por las peñas junto a la del Pollero, también tenía múltiples aplicaciones digestivas.

 

La malva era una especie de curalotodo. Sus hojas machacadas y puestas en cataplasmas aliviaban granos, golpes, inflamaciones, excoriaciones, reumas, heridas... Su cocimiento aliviaba los problemas del tracto digestivo, también los catarros y enfermedades respiratorias, calmando la tos y aliviando los procesos febriles. Por todo ello, llegó a tener un rincón en las feraces huertas castejoneras para su cultivo.

 

Para los resfriados se hacía un cocimiento de higos con vino, o bien el remedio de la flor de saúco, cuyos vapores se inhalaban. Las anginas se trataban cubriendo el cuello con medias rellenas de salvado, previamente calentado en la sartén. También con gárgaras de tremoncillo o tomillo o la toma de cocimiento de puntas de barza o zarza.

 

Para la reuma o dolores reumáticos se empleaban los cocimientos de romero que también valían para aclarar la cabeza después de lavarla, evitando la caspa y la caída del cabello.

 

Remedio curioso y muy extendido por nuestra geografía resulta este de los lulos o frutos del beleño o hierba loca. Se usó hasta hace unos años para curar las odontalgias o dolores dentales. La abuela cogía al enfermo y lo colocaba junto al hogar, allí separaba unas brasas y sobre ellas echaba los lulos Estos frutos semejan una pieza dentaria arrancada por eso creían, siguiendo el principio de Paracelso de que la Naturaleza crea el mal y crea el remedio y además los hace semejantes para que el hombre pueda reconocerlos, que allí estaba la solución para el dolor de muelas. que despedían un humo alucinógeno. El paciente abría la boca para ahumar la muela dolorida aunque, en realidad, lo único que hacía era fumárselo. Cuando había aspirado bastante, el dolor cedía y ya podía ver los gusanos que cucaban la muela y que huían despavoridos por el plato que la abuela colocaba bajo la barbilla. La tradición de que al final del ritual siempre se veían los cucos, la inducción de la abuela y el poder alucinógeno del humo, conseguían esa visión.

 

Recuerdan vagamente el uso de la serpiente como sustancia medicinal. Sí saben que el sebo se extraía y se guardaba en un canuto, aplicándolo sobre las pinchas o cuerpos extraños que no se podían sacar. Aquí también se puede observar un fenómeno de magia mimética, pues creían que el sebo era la sustancia que atraía la piel de la serpiente. Ese poder de atracción lo ejercería sobre las pinchas que acabaría sacando. Aún hay productos farmacéuticos que utilizan el sebo de serpiente con esa finalidad (p. ej. el Ungüento Cañizares)

 

Por último, y como siempre que llegamos al punto de los remedios utilizados para abortar, se insinúa un uso lejano del perejil. En otros lugares hemos encontrado como método abortivo la introducción de tallos de esta planta en el cuello de la matriz. Allí se hinchaban hasta dilatar el útero lo suficiente como para provocar el malparto.

 

En veterinaria popular se utilizaron infinidad de productos como las cenizas de algunos árboles que bajaban la bilis de gallinas y ovejas, pero la memoria ya flojea y apenas se recuerdan usos como el del marrubio que, colocado en ramas detrás de la puerta o por los rincones de los gallineros, espantaba el tan temido piojillo que dejaba a las gallinas en un estado lamentable.

 

A los animales se les curaba los labios, ulceraciones o herpes, con sulfato de piedra.

 

Las ramas tiernas de olivera o almendrera, cogidas en otoño cuando se supone que no tienen savia, se les daba a las ovejas para que no les diera el mal de la piedra que se les ponía en la vejiga.

 

Nuestros informantes recuerdan la asistencia en casos graves a los curanderos de la zona, fundamentalmente el de La Almunia y otro en Fonz. El de La Almunia curó un proceso crónico abdominal aplicando sesos de perro en el vientre. También iban al famoso algebrista y curandero Castro de Laluenga, que había tomado su gracia tras la aparición en su casa de San Antonio de Padua. Más información de este curandero en Andolz, R. De pilmadores, curanderos y sanadores en el Altoaragón. Mira Editores. Zaragoza. 1987.

 

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