Se recuerdan guisos típicos como la sartenada de cerdo con solomillo, las costilletas y el hígado. El ajoarriero que se elaboraba para la Navidad con los turrones y pastillos. Aunque la comida cotidiana era el recau, las judías y garbanzos con chorizo y trozos de tocino, sopas de sebo o de pan, sardinas de cubo. Las farinetas como plato de posguerra o los arroces, conejo y pollo para los domingos y festividades. En estas últimas fechas los postres solían estar bien elaborados como los suspiros o pedos de monja.

Una de las cosas recordadas con nostalgia y poco valoradas en los estudios sobre nuestra cultura, es la vinada. Se obtenía echando agua a las brisas que estaban fermentando en el proceso de elaboración del vino. La vinada era una especie de vino gasificado que animaba las veladas invernales pasadas junto al hogar. Allí se hilaba la lana, se hacía media o se remendaba la ropa de trabajo mientras se repasaban los acontecimientos sociales del pueblo o se evocaban viejas historias y leyendas.