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Castejón del Puente                                                                                                         Manuel Benito Moliner

 

ETNOGRAFÍA

 

La cofradía  Para este estudio hemos contado con el libro de Capítulos hechos y ordenados por los cofrades de la cofradía mayor del lugar de Castejón del Puente con la invocación de los gloriosos mártires San Justo y San Pastor. Trasladado del libro viejo en este nuevo en el año 1844. Allí se recogen cuentas y acuerdos desde 1704 a 1951. El libro nos fue prestado por José María Morera.

 

Castejón tuvo hasta no hace muchos años una cofradía de difuntos que funcionaba de forma similar al resto de Aragón. Como peculiaridad se entrevé la ausencia de influencia dominica, frailes promotores de este tipo de hermandades y de los montepíos que dieron lugar a las cajas de ahorro. Las fechas de sus celebraciones y los patrocinios no tienen nada que ver con los eventos dominicos como la Virgen del Rosario.

 

Los fines de toda cofradía de difuntos eran ayudar a los integrantes, residentes en el pueblo, a hacer el difícil tránsito entre la enfermedad y la muerte y, una vez producida esta, llevar a cabo los rituales de rigor que condujeran el alma al cielo, evitando en lo posible la estancia en el Purgatorio.

 

En Castejón, y desde tiempo inmemorial, existió un hospital –como se vio en el capítulo correspondiente- bajo la advocación de los santos complutenses Justo y Pastor. La cofradía que gobernaba este hospital, relacionada también con la enfermedad y la muerte, se puso bajo el patrocinio de los santos gemelos. En un principio sirvió para proveer a los enfermos y enterrar a los que morían ajusticiados o sin familia que se hiciera cargo.

 

Luego su finalidad fue el velar por los hermanos enfermos, estableciendo los turnos de acompañamiento. También se velaba el cadáver y se le llevaba desde el campo, si la muerte era súbita o accidental, o desde la casa a la iglesia para las honras fúnebres. Después al cementerio donde la cofradía se había encargado de abrir una fosa.

 

Los cofrades en sus actividades portaban una bandera de paño negro con una cruz blanca y una franja. Vestían con capas de colores severos –negro o pardo- y sombreros redondos. Durante los entierros asían cirios encendidos para iluminar en todo momento el tránsito del fallecido hacia el más allá. Estos cirios se depositaban durante la misa en unas falcas fabricadas al efecto en los bancos de la iglesia. También se encargaban de adquirir y mantener todos los complementos de la cofradía: bandera, capas, velas y cesta para llevarlas, escaño para el transporte de cadáveres, caseta o piedra para el depósito forense, puertas...

 

El sistema de comunicar una muerte eran las campanas del pueblo. Las misas o banquetes se pregonaban. Las cuentas presentan pagos a los campaneros y pregoneros. En el momento en que un cofrade se enteraba de la muerte de un hermano, debía rezar 10 padrenuestros y 10 avemarías. Repitiendo este rezo el día de cofradía o sitio Por lo que hemos podido ver en otros documentos y testimonios, se llamaba sitiada en Aragón a una fundación que controlaba y velaba por el funcionamiento de una institución benéfica: hospital, hospicio... Sitio sería la reunión de todos los componentes de una fundación benéfica, en este caso la cofradía.  por la mañana.

 

Sus estatutos lo regulan todo, los turnos, las sanciones, la forma de ingreso, las cuotas según las circunstancias, las misas de aniversario o de la cofradía, las comidas... Podían ingresar los vecinos del pueblo que eran cabezas de familia, es decir, los casados. Si estos fallecían las viudas heredaban el derecho. Si entraban durante el primer año de casado, sanos, la cuota era la normal: 10 reales en 1844 o 5 pesetas en 1910. Si se dejaba pasar el año la cifra se triplicaba teniendo que aportar además un cirio, y si el ingreso era ya enfermo o fallecido se doblaba. En el caso de que alguien quisiera abandonar la hermandad debía pagar 5 reales, mientras no lo hiciere la cofradía le seguía considerando hermano y por tanto sujeto al capítulo de sanciones para cualquier ausencia en las actividades. Si finalmente la abandonaban y, más tarde querían reingresar, el precio era de 50 reales, vivo o muerto. Estos precios son del XIX y se dan de forma orientativa pues guardan proporción a lo largo de los casi 250 años que quedaron reflejados en el libro.

 

Aparte de las actuaciones ya descritas, la cofradía estaba obligada a hacer la misa de sitio o fundación en el día en que se acordó la edificación de la iglesia, en cuyo interior se constituyó el cementerio hasta el siglo XIX. Ese día era el 10 de agosto, San Lorenzo. La otra misa, también ineludible, era la del día de Ánimas, 2 de noviembre. En ambas la misa era cantada y en la de Ánimas, además, se hacían cuatro responsos por las almas de los cofrades difuntos y se daba caridad a los pobres. En 1844 era en metálico: 4 sueldos y 8 dineros.

 

La cofradía tenía un sistema de financiación, para pagar las misas Se consideraba faltar a la misa no llegar antes del rezo del evangelio.  y asumir los pequeños gastos de cera, telas y reparaciones, que se nutría de las cuotas de ingreso y sobre todo de las multas impuestas a los hermanos que se ausentaban de sus obligaciones. En el XIX estas sanciones eran de 2 sueldos y en el XX de 50 céntimos. Estas eran las penas más frecuentes: no asistir a las misas, a los entierros, a los capítulos, no entregar las cuentas a tiempo –los priores y mayorales-, no ir a los velatorios. También se contemplaba sanción para los mayorales que no repartieran el sobrante de la comida del sitio y para los cofrades que insultaran a aquellos o al prior. Durante los 15 días siguientes a la imposición de la pena, el cofrade sancionado podía recurrir. En los casos de ausencia de misas, velatorios y demás, se consideraba excusa válida alguna de las siguientes, siempre juzgadas por el prior y mayorales: asistencia a bodas, establecer paces en conflictos previos, entierros de familiares o amigos, visita de enfermos, asistencia a misas u honras por diferentes motivos, cumplimiento de otras asignaciones para el pueblo o la propia cofradía...

 

Durante muchos años se reembolsaba la cera que se dejaba para los difuntos no pertenecientes a la cofradía, y además se les cobraba una tasa por este y otros servicios como el de prestar la mesa, el túmulo, el paño negro o el escaño, mobiliario imprescindible para un entierro normal.

 

El día de San Lorenzo se reunían en la puerta de la iglesia o en los cubiertos de la plaza para tomar decisiones, admitiendo también en la reunión al prior del capítulo de la iglesia colegial y a dos representantes del Ayuntamiento. Entre todos acordaban nuevas disposiciones o capítulos, En 1880, por ejemplo, se acuerda eximir de las obligaciones a los cofrades mayores de sesenta años. En 1830 se aumenta el pago de los que hubieran perdido el primer año de casado, penalizando con 10 reales cada año perdido, aparte de los 30 reales fijos que ya habían sido estipulados. la siembra Las cofradías solían contar con pequeños campos fruto de antiguas donaciones que se cultivaban a escote, es decir con la participación en semillas y labores de los cofrades. En 1736 se sembraron 12 fanegas de trigo. El fruto incrementaba los fondos de la hermandad. o no ese año de un campo de trigo, el cambio de cargos, la aprobación de las cuentas, o si plantaban el sitio.

 

Plantar el sitio consistía en establecer un banquete campestre, suponemos que en las inmediaciones de la ermita de San Juste. En la decisión de hacerlo o no, no podían votar los priores o mayorales, por considerarlos parte interesada ya que sobre sus espaldas recaían todos los trabajos. Si hacían el sitio se les duplicaba el pequeño sueldo que obligatoriamente habían de percibir estos representantes. Se debían ocupar de preparar la mesa, bancos, comprar la carne, buscar quien la guisara, vender los despojos. También de repartir las sobras, tanto de guiso como de pan, entre los pobres y vigilar que nadie se levantara de la mesa so pena de 6 dineros hasta que dichas sean las gracias; estas comidas eran pantagruélicas y maratonianas.

 

El día de plantar el sitio quedó establecido, los años que se decidía hacerlo, La mayoría de cofradías tenían establecido el banquete anualmente, hacia la Virgen del Rosario –primer domingo de octubre- o para San Martín –11 de noviembre. El dispendio que se hacía en estas comidas resultaba patético en épocas de escasez: sequías, pestes, guerras... Hubo curas que renegaron de esos banquetes, viendo el hambre que asolaba a las gentes, y casas que se arruinaron organizando banquetes fúnebres. Por ello algunos capítulos ofrecían la posibilidad con comedimiento y juicio previo, de hacer o no el banquete, como fue el caso de Castejón.  para el segundo lunes después de la Virgen de Septiembre –día 8- fiesta mayor de Castejón. Al domingo siguiente del sitio hacían el pasacuentas o entrega del dinero y débitos de la cofradía. Las cuentas eran sagradas y de cuando en cuando se llevaban al obispado o se aprovechaba la visita episcopal al pueblo –por confirmaciones o inauguraciones eclesiásticas- para que se sancionaran. Los últimos años las aprobaba el párroco.

 

La finalidad de los banquetes fúnebres era calmar el hambre de los muertos. Los muertos, en la cultura clásica y en la tradicional, tenían dos necesidades básicas: comida y luz, que había que cubrir mediante los rituales. De allí que los cofrades llevaran cirios encendidos durante los oficios, que ardieran lámparas sobre los sepulcros de los enterrados en capillas, previa donación de campos o propiedades para esa iglesia o capellanía, y que se establecieran sobrias y abundantes comidas en los entierros y en las comidas de cofradía.

 

Estas comidas consistían fundamentalmente en judías o garbanzos, carne a la olla o cabrito asado y almendras tostadas. Hay muchas variaciones según el nivel adquisitivo de la casa del finado o de la cofradía, pues las había también de caballeros. Aplacar el hambre del muerto era fundamental, como lo era ejercer la caridad en su nombre, para ello se les daba la parte sobrante de las comidas de entierro o banquetes fúnebres a los pobres, así como limosnas en metálico.

 

Las cuotas para dar asistencia a los allegados del cofrade eran muy benévolas: 2 sueldos –1844- por acompañar a la sepultura y 5 por entrar en la cofradía después de muertos. En 1910 se hace capítulo, pues los cofrades están hartos de que a la postre tengan los mismos derechos que los que no lo son, pero sufran más obligaciones. Por ello establecen pagos para los no afiliados que en 1931 eran de 1 peseta por cada cirio, 10 por uso de la bandera y 5 de la mesa.

 

A lo largo de la historia de la cofradía se ven los momentos de relajación religiosa, a través del aumento de las sanciones. Así entre 1933 y 1934 se pagaron 80 penas a 50 céntimos. El estallido de la Guerra Civil supone la supresión de las actividades católicas en Castejón. La cofradía desaparece hasta 1939, año en que reaparece, Jerónimo Elpón, prior de la refundada cofradía viaja a Barcelona unos días después de finalizada la contienda, y compra paño de lana negra para la bandera, tela blanca para la cruz y una franja. Se compran también las capas, las velas con su cesta, la mesa de difuntos, la tela negra para el túmulo que también lleva una cruz blanca en el centro. Pagando además al carpintero por trabajos no especificados. refundándose mediante el pago de 5 pesetas por cofrade. Se expresa en el libro los que la forman: 77 hombres y 9 viudas exentas de pago. Sólamente hay 12 hombres que no son miembros y lo curioso es que por primera vez se anotan sus nombres en el libro. Quizá eran personas en vías de depuración por la Dictadura.

 

Los cometidos siguen siendo las dos misas, a ser posible cantadas, a celebrar en San Lorenzo y día de Ánimas, durante las cuales los cofrades están obligados a llevar el cirio en la mano. Los hijos de los cofrades serán admitidos a los 30 años o cuando contraigan matrimonio. Siguen las multas por ausencia de los actos que van entre las 10 y las 25 pesetas, recaudándose en dos años por este concepto 221,50 pesetas. La última fecha que hay en el libro es de 1951 aunque, renqueando, llegó a los años 60. La cofradía siguió más por espíritu de solidaridad entre los vecinos que por obligación. Al final, la llegada de los hospitales, las funerarias y los seguros, acabaron con una institución de ayuda mutua secular, que guardaba todo el saber y el ritual de un mundo ancestral que se va perdiendo día a día.

 

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