Las campanas de Aragón: un medio de comunicación Dr. Francesc LLOP i BAYO |
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Campanas tradicionales contra sonerías (otra estética)
La campana tiene, por su forma,
materiales y construcción, una serie de características sonoras, como son la nota
fundamental, la nominal, la octava baja o hum, la tercia menor, la quinta y otros varios
armónicos. Tales características no son debidas al azar sino a una voluntad estética,
más o menos manifiesta y voluntariamente buscada por parte del fundidor. Aunque carecemos
de cualquier estudio sistemático de nuestras campanas, es fácil intuir que las de
ciertas regiones o las fabricadas por ciertos fundidores tienen características comunes,
que han variado a lo largo de los siglos. Pero la campana únicamente
comienza ahí: la forma en que está colocada determina las posibilidades sonoras, los
ritmos que se pueden producir. He dicho bien determina, porque el contrapeso, de una u
otra madera, más o menos pesado con relación a la campana, con ejes más o menos
elevados con respecto al giro del badajo, permite solamente unas pocas posibilidades
rítmicas, ciertamente buscadas, y de acuerdo con los cánones estéticos del lugar. A esto hay que añadir las
condiciones de colocación en la torre: la campana, más o menos elevada con respecto al
suelo, podrá ser tañida solamente con ciertas técnicas tradicionales, que se adaptarán
a las características que determina el contrapeso. No se trata de elucubraciones o de
hipótesis nuestras: he podido comprobar como campaneros con un sistema de toques muy
elaborado y que tuvieron la desgracia de tener alguna campana rota, exigían a los
fundidores que instalasen las campanas precisamente de cierta manera para conseguir los
efectos sonoros tradicionales del lugar. También he podido comprobar como campaneros con
sistemas de toques deteriorados no influían en la colocación de campanas nuevas y se
lamentaban de tener que acomodarse a la nueva instalación, que no estaba acorde con el
modo que ellos tenían de tocar. En este sentido pueden ser
interesantes un par de citas que demuestran que las campanas, su sistema de contrapeso y
su colocación en la torre forman un conjunto, un pequeño sistema local directamente
relacionado con los toques. Así FERNANDO MILLAN, hijo y ayudante del último campanero de
la Basílica y Catedral del Pilar de Zaragoza decía: Sí, se toca distinto, pero es porque la disposición
que tienen las campanas, porque en cada iglesia la disposición de las campanas es
distinta y además el sonido y además el campanero. [Disposición, que quiere decir
colocación en cierto lugar de la torre] porque la combinación de los sonidos en todas
partes no se puede hacer igual, y al no poderse hacer, ya no hay una buena composición. Algo parecido dijo JOAQUIN
PINTANEL, sacristán y campanero de Cariñena, al dirigirse a grabar sus toques: Sí, sí, sí, y están en
la misma posición. Estando en la misma posición no hay; peor sería si las hubieran
cambiao, entonces ya el toque sería de otra forma, ya no podría calibrarla en la forma
de tocar, porque aquí hay varios toques. Creo necesario insistir en lo de
pequeños sistemas locales: los toques de campanas, en cuanto a contenido, suponían uno
de los medios de comunicación más eficaces para comunidades de tamaño pequeño o medio:
no era preciso tener conectado ningún receptor, para alcanzar sus mensajes. El contenido
de estos mensajes está relacionado, o parece estarlo, con el tamaño de la comunidad y
las complicaciones de la vida social; varía desde los cuatro o cinco toques de un pueblo,
hasta los cerca de doscientos de una gran catedral, y en este sentido es bastante fácil
comparar los sistemas de toques de dos comunidades similares. Ahora bien, si hay una cierta
estabilidad en cuanto a los contenidos, con pequeñas variaciones que reflejan algunas
peculiaridades locales, hay una variación total en cuanto a los repiques y toques
producidos. Quiero decir que solamente se encuentran ciertas características comarcales,
pero que los toques entre localidades cercanas suelen funcionar por oposición, quizás en
búsqueda de una identidad local. Se trata, o mejor aún, se trataba de sistemas
coherentes, en los que la colocación estaba relacionada con la sonoridad y la altura de
las campanas, con el número de toques y con las técnicas producidas. esto quiere decir que incluso para
los que hemos trabajado en más de cien lugares distintos y alejados, al llegar a una
torre no sabemos que técnicas emplearán, dentro de ciertos límites, y al escuchar un
toque es muy difícil interpretarlo para gente ajena a la comunidad. Tenemos grabados
toques de fiesta que suenan lentos como para un entierro, toques de muerto rápidos y
rítmicos, volteos lentos para las fiestas en un pueblo, volteos rápidos para otro pueblo
cercano y repique en su lugar en un tercero. La campana es sólo el principio;
su colocación tradicional estaba íntimamente relacionada con las técnicas posibles para
hacerla sonar, y estas posibilidades quedaban restringidas a unas pocas técnicas reales,
relacionadas con las normas estéticas del lugar, no siempre evidentes. Sugería el fundidor de las dos
últimas campanas [ZAPATER (1972a)] que la sonería campanil del Pilar expandirá
armónicamente sus notas; el lenguaje universal de las campanas volará de la mano del
también lenguaje de la música. Definía, curiosamente, el lenguaje de las campanas como
universal, mientras que el lenguaje de la música quedaba menos definido. Efectivamente la
música como lenguaje no es universal: hay muchas maneras de ordenar la música, muchos
modos locales, distintos según las culturas, de estructurar la música, de construir un
lenguaje musical. Tampoco el lenguaje de las campanas, a pesar de tales afirmaciones, es
universal; hay muchas maneras de diseñar los toques, hay modos distintos de organizar
mensajes y formas campaniles. Y ninguno puede considerarse mejor ni peor, excepto para sus
propios autores. Esos instaladores pensaban que ahora la sonería estaba completa: El campanario constituye
un conjunto musical perfecto; en adelante sonará mucho mejor. Los viejos campaneros, que sabían
sacar el sonido a las campanas, creían que la antigua disposición de las campanas del
Pilar era la perfecta; para esos campaneros las campanas eléctricas Podemos decir que están
deshumanizadas las campanas, ¡deshumanizadas totalmente! ¡Una máquina! ¡Una máquina
de hacer ruidos! La música que ellos creían
producir se ha convertido en ruido: ¡Ruido, ruido, que hicieron ruido las campanas! y, lo ratifico, para que la gente se diera cuenta de que había una fiesta o una cosa determinada pero el toque de la campana, el arte de la campana desapareció totalmente! Música, ruido: dos palabras
opuestas para definir un mismo fenómeno, según nos hable uno u otro interlocutor. Los
campaneros hablan de pérdida: el arte de la campana se perdió totalmente y se impusieron
costumbres ajenas, modos extraños de hacerlas sonar las campanas: Ya no es, ya no es el sonido de la campana, porque lo oyes en un pueblo mismo, bin/pon [imitando el sonido del volteo], y es el sonido de una campana; porque si la tocamos al estilo de Quasimodo, de París con el pli-plon-plon-plon ese [imitando el sonido del semivolteo actual] no tiene sonido; o sea, que lo toquen allí, pero aquí no. El campanero tradicional trata de
expresar con sus palabras que un volteo produce un sonido distinto a cada uno de los dos
golpes, mientras que el semivolteo actual, con su plon repetido es monótono, y propio de
otros lugares. Incluso un toque de pueblos, que no es el antiguo toque ciudadano, es mejor
que lo que hacen ahora. El mismo informante critica la primera electrificación: ¡Ya
tocaban desde abajo, a base de eléctrico, y, ya, nada, tampoco sonaban! Porque, ya,
¿cómo va a sonar? Un toque seguido, bum/bum/bum/bum/bum/, sin más... Pero no, no
entienden el sonido que tiene que tener. Es realmente difícil encontrar
dos mundos más opuestos, dos versiones de la realidad más extremas, en una misma época,
y con respecto a unos mismos instrumentos. Las campanas, poco a poco, empezaron a tocar
movidas por motores. La versión oficial justificaba la motorización porque cada vez era
más costoso y difícil encontrar campaneros: resultaba aparentemente más barato comprar
unos motores que pagar sueldos a gentes que cada vez querían cobrar más. La explicación
de los campaneros era justamente la opuesta: tuvieron que dejar de tocar las campanas,
porque no les pagaban bastante y porque tampoco era un trabajo con prestigio social: Bueno, eh... como porvenir, como porvenir no era ninguna clase de porvenir... ¡entonces, ni ahora! En aquella edad [1945] pues no podía uno pensar en dedicarse a tocar las campanas porque no daba de sí para nada... ¡hablando económicamente y de todo! Y naturalmente, pues... ¡hubo que buscar otros caminos más rentables y más con vistas a un futuro! Los toques eléctricos tienen
menos matices y necesitan por tanto más campanas. Las
reglas musicales que rigen ahora el nuevo conjunto, la sonería, son otras. Los mensajes
son menos importantes: lo que importa es tocar campanas y ya no la información
transmitida. El medio (y hemos de acabar siempre citando a MAC LUHAN) es el mensaje: el
hecho que las campanas suenen, el mismo toque, ahora más cómodo, es el mensaje, ¡Yo pienso que no! Pienso
que no tuvieron ningún... en cuenta nada más que aquello funcionaba apretando un botón
y que sonaba y lo que buscaban era que... que hicieron ruido las campanas, para que la
gente se enterara de que había campanas y que había fiesta. La mecanización y la
sustitución de los antiguos toques
Hay dos procesos que conviene
separar - aunque en realidad son dos aspectos del mismo fenómeno -. Por un lado está la
mecanización y por otro la interpretación de antiguos o de nuevos toques con las
campanas mecanizadas. Ya hemos visto que la mecanización se podría explicar por el
presunto encarecimiento de la mano de obra. Pero también hemos visto que los motores no
intentan reproducir (aunque bien podrían hacerlo) los toques tradicionales. Vamos a tratar de comprender este
extraño proceso en el que los motores no sólo suplantan al campanero sino que sustituyen
los viejos toques por otros. Para esto hay que encuadrar los toques de campanas en un
contexto, en un modo de vida. Hay un hecho cierto, fácilmente
detectable, y cuya importancia va en aumento: cada vez se toca menos, pues los viejos
mensajes se refieren a categorías y a actividades que son menos importantes para el
conjunto ciudadano. Asimismo los mensajes pierden casi del todo su importancia en la
coordinación de las actividades de toda una ciudad. No olvidemos tampoco el
desprestigio secular del campanero, un obrero que tira de la cuerda, alguien alejado a lo
que, dentro de unas normas cultas, se entiende por música. Un campanero es ajeno a la
música culta porque se mueve dentro de los valores y la estética de otra manera muy
local de hacer música: es un creador y re-creador de lo que ahora llaman la otra música. Se acumulan pues las connotaciones
negativas hacia los toques tradicionales, desde unos planteamientos estéticos, musicales. - su forma no corresponde a los
cánones de la llamada música culta. - sus mensajes son cada vez menos
necesarios para el grupo que los emite y sobre todo para la ciudad que los recibe. - el campanero es un obrero
manual, sin cultura, y de posición social muy desvalorizada. En este contexto tiene sentido
buscar una alternativa a los viejos toques cada vez más vacíos de contenido,
incompletos, para una mentalidad moderna. Podríamos definir los toques tradicionales como
un medio de comunicación y de expresión: comunicación de mensajes destinados a toda la
comunidad, considerada como un solo receptor y expresión del campanero, de su
sensibilidad, de su arte, a través de los toques. Las normas estéticas que rigen esos
toques son relativamente sencillas y de carácter local. Esas normas suponen la
adaptación a unos instrumentos que están ahí, y que pueden y deben tocarse de cierta
manera. Pero con esas normas sencillas y locales pueden construirse mensajes complejos,
específicos del grupo y adecuados a sus necesidades y a su organización. Tocar campanas supone finalmente
una participación en la producción del sonido, una participación consciente y esforzada
en la producción de otras músicas, repletas de información. Los nuevos toques, sin
embargo tienen como finalidad principal producir música: la comunicación de la mayoría
de los antiguos mensajes es innecesaria. Para producir música, entendiendo como tal la
música oficial, la música universal, es decir la dominante en la cultura oficial
occidental, son necesarias normas estéticas universales. El empobrecimiento de los matices
conseguidos con las campanas (ahora se intenta que suenen siempre igual) se suple con el
enriquecimiento del número de campanas. Así pues consideran que una sonería está
completa con tres o cuatro campanas más que antes. Pero aún hay más: si las viejas
campanas no son adecuadas, se cambian para conseguir el conjunto ideal según las nuevas
normas. Se busca que las campanas toquen ahora con regularidad, mientras que el cambio de
intensidad o de sonoridad del tono eran antes necesarios y significativos: la diferencia
entre el toque de coro de semidoble y de segunda, interpretado con dos campanas, se basaba
en una distinta sonoridad, al repicar y voltear la una o la otra, respectivamente. Dichos
matices, que no eran fruto de la ignorancia o del azar sino que eran voluntariamente
buscados y reconocidos son ahora substituidos por un ritmo de campana acompasado, con una
sonoridad perfecta. Las electrificaciones realizadas
en nuestras campanas tradicionales se caracterizan por una serie de rasgos: - sustitución de los yugos de
madera por otros metálicos, que tienen otra resonancia, otra velocidad de giro. Los
antiguos yugos de madera, algunos de gran antigüedad, son sistemáticamente despreciados,
y no se toman a menudo ni siquiera la molestia de destruirlos, con lo que están
pudriéndose en el suelo de la torre. - cambio de lugar de las campanas,
para acoplarlas a las necesidades del instalador, sin plantearse nunca la posibilidad de
un toque manual. - fundición de campanas antiguas
o reafinación, modificando la curva interior del instrumento en tornos adecuados, para
que suenen de acuerdo con las normas estéticas de los instaladores. - instalación de motores u otros
mecanismos eléctricos sin tener nunca en cuenta los toques tradicionales, sino de acuerdo
con las normas del instalador: en ninguno de los casos estudiados, y superan los cuarenta,
intentaron reproducir los toques antiguos; es más, en ninguno de los casos se les
ocurrió preguntar cuales eran los toques locales, sus ritmos, la combinación de campanas
empleada. Escribían los Hermanos ALBAREDA
(1979): Posiblemente
se puedan lograr ahora mayores virtuosismos campanísticos, pero aún añoramos al viejo
campanero. Esto no es cierto. En cualquier
diccionario encontramos que virtuosismo es el afán de hacer alarde de técnica en un
arte, y ésta es la característica del buen campanero profesional, saber sacar los
matices, comprender la campana. Las nuevas campanas buscan justamente lo contrario: ser
eficaces, constantes, regulares. Los nuevos toques se instalarían
pues como alternativa contra las irregularidades del campanero, y también por la
necesidad de transmitir menos mensajes (que se señalaban precisamente con esas
irregularidades, con ese virtuosismo) Ahora, en una ciudad más grande, más alta, más
cosmopolita, es preciso buscar una alternativa coherente con los nuevos valores imperantes
en el grupo. El número de mensajes disminuye,
y cada vez son más simples, más armónicos. Una consecuencia final, aunque no menos
importante: las campanas eléctricas dejan de ser un modo de participar, de producir
voluntariamente unos u otros ritmos: son instrumentos movidos por motores que interpretan,
que deben interpretar, ellos solos, ciclos predeterminados y controlados: hay pues un
proceso de alienación, entendiendo como tal el proceso por el que el otro, y en este caso
lo otro ocupa, de manera regular y constante, el quehacer variable y expresivo de unos
hombres, movidos por otras reglas estéticas y culturales. Podríamos esquematizar estas
oposiciones que sintetizan dos maneras distintas de tocar las mismas campanas zaragozanas:
Son dos versiones opuestas, pero
complementarias de la misma realidad: el toque de las campanas es cada vez menos
importante, por eso cualquier cantidad pagada siempre parece excesiva, aunque el salario
recibido por el oficio, cada vez menos prestigioso, no dé para vivir. Los mismos
campaneros observan, atónitos, que quienes les deniegan un aumento de sueldo de unos
cientos de pesetas al mes, se gastan luego cientos de miles en motores y cables
eléctricos, que nunca podrán amortizar. Y entonces piensan los campaneros,
los sacristanes, y muchos otros afectados por la electrificación, entre los que no hay
que olvidar a los zaragozanos, destinatarios del mensaje, que las electrificaciones han
tenido lugar por comodidad de Cabildos, en Catedrales
y de párrocos en parroquias: dicen que se han electrificado las campanas para no
molestase'n; pa no incomodase'n. En parte tienen razón: resulta
más cómodo, como decía la "Hoja Parroquial de Santa Engracia" no depender de
alguien, que a lo mejor está ocupado en otros menesteres y no puede acudir a tocar; los
motores, excepto casos cada vez más contados de falta de corriente eléctrica son unos
servidores fieles e instantáneos. Parece que se motorizan las campanas por encarecimiento
de mano de obra. Aunque tampoco debemos olvidar que
esta mecanización se realiza justamente en una época en que la industrialización, la
mecanización, la racionalización, son valores de moda: precisamente estas
electrificaciones se realizan, mayoritariamente, en la crítica década de los años
sesenta. Es preciso retener estos valores
(racionalización, homogeneización, mecanización, simplificación, secularización,
incluso cierta idea de ahorro económico sin olvidar al progreso) a la hora de entender el
aspecto más trascendente de la electrificación de las campanas que permite explicar la
causa por la cual los motores no reproducen los antiguos repiques y otras partituras
musicales tradicionales. El resultado conseguido, cierto proceso de homogeneización a
nivel no solamente local sino de grandes áreas, incluso suprarregionales, no parece ser
fruto de una decisión madura sino el reflejo de los intereses y la expansión comercial
de algunos industriales agresivos: al escuchar unos toques de campanas ya no es posible,
como antes, saber la comarca, incluso el área cultural de donde proceden los ritmos o los
bronces, sino que se puede reconocer cual de los cuatro o cinco industriales ha sido el
que las ha electrificado. Por eso, en Zaragoza, las campanas han perdido aquella cierta
unidad que les caracterizaba: ahora solamente reproducen la idea de cada electrificador. Un informante anónimo, sacristán
del Portillo de Zaragoza, entrevistado por MIGUEL ANGEL MOLINA SANCHEZ, lo contaba así: Antes los toques iguales,
de diferentes iglesias, se parecían mucho, pero ahora, además de ser un toque más
imperfecto, no se parecen casi. El futuro de las campanas
Las campanas, cuya función de
comunicación y coordinación ha desaparecido por completo en las ciudades y en gran parte
en villas y pueblos de Aragón, pueden volver a sonar, en otro contexto, y para otras
necesidades comunitarias. Propondremos, a continuación, algunas alternativas de presente
y futuro para las campanas, de acuerdo con las experiencias europeas e incluso las
llevadas a cabo en nuestras tierras. El cambio de mentalidad
hacia los bienes culturales
El concepto de bien que integra el
Patrimonio Histórico es muy amplio, puesto que no solamente se refiere al edificio o al
objeto, sino que incluye su contexto, es decir todas aquellas características que
completan y condicionan el uso y el significado históricos de ese bien en la comunidad en
la que se encuentra. La Ley de Patrimonio Entiende por expoliación toda acción u omisión que ponga en peligro de pérdida o destrucción todos o alguno de los valores de los bienes que integran el Patrimonio Histórico Español o perturbe el cumplimiento de su función social. (Artº. cuarto) Un paso más en la consideración
y en la protección de los bienes muebles o inmuebles que integran el Patrimonio
Histórico es tratarlos como Bienes de Interés Cultural: Los bienes muebles integrantes del Patrimonio Histórico Español podrán ser declarados de interés cultural. Tendrán tal consideración, en todo caso, los bienes muebles contenidos en un inmueble que haya sido objeto de dicha declaración y que ésta los reconozca como parte esencial de su historia. (Art. veintisiete) El bien cultural se convierte,
según la Ley, en un objeto o un edificio que no puede ser desgajado del conjunto sin ser
gravemente mutilado. Del mismo modo algunos bienes muebles no pueden ser separados del
edificio para el que fueron concebidos, ni de su función original sin quedar
empobrecidos. De acuerdo con estas proposiciones cobra nuevo sentido el viejo concepto de
restauración: se trata ahora de rehabilitar y proteger los bienes de tal manera que
recobren su uso y su contexto. Tales restauraciones han de ser
reversibles, es decir que no causen males irreparables a los objetos o edificios
restaurados. No quiero extenderme en estos conceptos, pero creo haber definido la
existencia de bienes culturales, que han de ser protegidos, conservados y transmitidos en
su contexto, en integridad. Veamos de qué manera pueden aplicarse estos conceptos a los
bronces tradicionales. Las campanas forman parte de un
conjunto mucho más amplio que incluye desde su sonoridad original hasta los
condicionantes de su colocación. Tales campanas, de acuerdo con las propuestas que he
enunciado antes, no pueden ser desgajadas de su contexto (colocación con yugos de
maderas, toques y técnicas tradicionales) sin ser gravemente mutiladas. En resumen, si lo que se pretende
es una mecanización y electrificación de campanas, la desaparición total de los toques
tradicionales, el cambio absoluto de sonoridad de las campanas, los procesos de
electrificación deben ser apoyados y aplaudidos. Pero entonces se tratará de una
absoluta y total expoliación, tal y como la entiende la Ley, en la cita transcrita al
principio, una acción que destruye casi irremisiblemente la mayor parte de los valores de
unos bienes que integran el Patrimonio Histórico. Propuestas para una
motorización alternativa
¿Es posible alguna alternativa
frente a este proceso, aparentemente irreversible, de sustitución de los toques de
campanas tradicionales, con normas locales por toques estándar, adecuados a los intereses
económicos y comerciales de los instaladores? La primera alternativa viene
condicionada por la nueva actitud ante los Bienes Culturales, que no solamente abarcan
bienes inmuebles, sino objetos e incluso el uso colectivo de esos enseres. También
colabora la amplia gama de recursos tecnológicos actuales, económicos, versátiles y
eficaces, de los que disponemos: con el empleo de microprocesadores que gobiernen motores
y otros ingenios electromecánicos es posible hacer que las campanas interpreten toques de
acuerdo con una estética y sonoridad tradicionales. Es posible programar los
ordenadores de tal modo que estén sujetos a cambios de humor: el toque, dependiendo de
ciertas circunstancias aleatorias y buscadas puede durar más o menos o tener más o menos
volumen sonoro de acuerdo con las ganas que ese día tenga la máquina. Si a esto unimos una actitud de
restauración, es posible mantener la campana en su conjunto tradicional, tañida mediante
un automatismo instalada de tal modo que los aparatos puedan ser desconectados y que no
impidan, en ningún sentido, el toque manual, con las técnicas, cadencias y esfuerzos
tradicionales. Los microprocesadores permiten
también experimentar nuevas sonoridades, quizás difíciles de ejecutar con técnicas
tradicionales, y mucho más creativas que las producidas por motores: combinaciones
sonoras imposibles para un mundo nuevo. Cabría, incluso, recuperar, bajo el mando de un
ordenador central, los toques variados y coordinados de todas las campanas de una ciudad,
por no extendernos por territorios más amplios, para un día de fiesta o de dolor
general. Los carillones, una música lejana
y ajena a nuestra concepción de las campanas y de la música, podrían ser también
introducidos, en nuevos contextos, en parques o en campus universitarios, para aportar,
con la práctica cotidiana o los conciertos, un enriquecimiento del paisaje sonoro. Estas alternativas suponen un
fuerte esfuerzo, de imaginación y de investigación, para los actuales fundidores y
motorizadores, por cuanto tendrían que cambiar en dos sentidos: hacia una tecnología en
punta, muy compleja, y hacia la investigación y la puesta en práctica de la Tradición.
Ya vimos que ellos propusieron una fácil vía de ruptura con la estética tradicional y
de acuerdo con las posibilidades simplistas y regulares de los motores. Hacia una motorización de
las campanas dentro de la Ley del Patrimonio
Sería necesario reconsiderar las
campanas como objeto de patrimonio, que no puede ser sacado de su contexto (colocación,
instalación) sin ser gravemente manipulado. Por otro lado sería preciso controlar a los
fundidores y a los instaladores de campanas eléctricas; tal control debería quedar
limitado a las campanas tradicionales, puesto que en lugares sin tradición, como los
barrios nuevos de las ciudades, puede ser interesante buscar nuevos modos de expresión
comunitaria a través de campanas, como carillones. Puede servir de referencia el caso
holandés o el francés: toda campana anterior al siglo XX está catalogada, y no puede
ser modificada sin un informe previo de Bellas Artes, especialmente si se trata de una
electrificación. Una campana histórica no puede
ser refundida, aunque esté quebrada. Parece que hay posibilidades de soldar campanas,
aunque la tecnología centroeuropea es más cara que la refundición. De cualquier modo,
si se funde otra campana en sustitución de la antigua ha de tener las mismas
características, es decir la misma composición de metal, las mismas curvas, similares
inscripciones e iconografía. Algunos fundidores holandeses son
capaces de este trabajo, que exige un gran desarrollo de la industria, empleando incluso
ordenadores para el diseño de la campana que ha de ser idéntica, en todos los sentidos,
a aquella que sustituye. Afirmaba uno de los fundidores españoles más dinámicos (en el
sentido de extender sus redes comerciales por todo el Estado y trabajar con los más bajos
presupuestos) que con tres millones de parados no podemos guardar campanas viejas, que
sólo son chatarra. Cualquier campana antigua, si
está quebrada, no debe ser refundida automáticamente, sino que debe ser conservada, bien
en un museo local, bien en un inexistente museo nacional. Los franceses, los holandeses,
tienen sendos museos de campanas, cercanos a grandes fundiciones, y tengo la evidencia que
los fundidores pueden pagar sus impuestos en campanas arcaicas. Habría que encontrar unas
fórmulas para controlar toda campana antigua que pasa por manos de fundidores (en estos
momentos es directamente troceada y refundida, sin ningún tipo de estudio, sin ningún
documento que dé fe de su existencia). Habría que encontrar maneras de
reunir las campanas históricas, y el pago de impuestos con ellas pudiera ser una de
ellas. También es necesario estudiar las características físicas (análisis de metal,
curvas, posibles resonancias) así como las culturales (epigrafía, iconografía) de esas
antiguas campanas, lamentablemente mudas y expuestas a la rapacidad de cualquiera de los
agresivos fundidores. Es preciso un informe previo a
toda electrificación para que ésta - reproduzca los toques
tradicionales de la manera más aproximada posible (lo que hoy en día es factible gracias
a los microordenadores, y conozco algún ejemplo) - permita el toque manual, sin
interferir y sin producir cambios que modifiquen el sistema - no altere la sonoridad del
conjunto, en ninguna de sus partes, desde el yugo de la campana, el atado del badajo o la
colocación en uno u otro lugar de la torre. Será necesario elaborar planes de
conservación integral, será necesario plantear y promover estudios acústicos,
mecánicos, epigráficos, iconográficos, antes que las campanas, sometidas a un mercado
salvaje de compra y venta, desaparezcan como lo están haciendo sin el menor control. Es
preciso controlar a los fundidores, impulsándoles a la conservación, a la investigación
sonora, y prohibiéndoles su trabajo fácil y vandálico de destrucción de chatarra y de
madera vieja. Ellos presuponen que la electrificación es la alternativa definitiva,
total, a los toques tradicionales y omiten cualquier referencia a la posibilidad de tales
toques con las técnicas necesarias para producirlos. A continuación describiré una
serie de propuestas para una restauración de unos Bienes de Interés Cultural. Será
preciso distinguir dos aspectos distintos: la restauración de las campanas y la
mecanización de los toques. Creo casi innecesario repetir que
la restauración de un juego de campanas exige la refundición de las campanas rotas o
añadidas de tal manera que tengan las mismas características (sonoridad, forma, tipos de
asas, inscripciones y grabados, composición de metales) que las campanas antiguas. En
este sentido, antes de aprobar un presupuesto de refundición es preciso recibir la
garantía total de que las nuevas campanas serán similares a las antiguas. Hay fundidores
que saben hacer, y que recurren a las más modernas tecnologías (empleo de ordenadores
para construir modelos de curvas) para llegar a tales resultados. Se requiere asimismo la
garantía de los fundidores para la reafinación o refundición de las campanas nuevas (y
en buen uso) para ponerlas de acuerdo con las otras. En el primer caso (reafinación en
un torno vertical o con otras técnicas) la campana reafinada deberá tener al menos las
cinco notas principales, el llamado Hum (octava baja), la nota fundamental, la tercia
menor, la quinta y la llamada nominal u octava alta, en relación similar a las otras del
juego. Las campanas refundidas deben
tener las mismas características que las rotas, es decir: similar composición de metal
(para lo que se requiere los correspondientes análisis metalográficos), similares
curvas, iguales inscripciones, admitiéndose únicamente la mención de la refundición y
la fecha, iguales grabados (cruces, relieves de santos,...) y por supuesto las mismas
características sonoras que la anterior, al menos en los cinco armónicos antes citados. La restauración completa de la
campana exige su colocación del mismo modo que tenía originalmente: en nuestro caso se
trata de la construcción de yugos de madera, de badajos aislados acústicamente y de
colocación a la altura y lugares tradicionales de la torre. Sin tales requisitos tampoco
es posible hablar de restauración, sino de una expoliación parcial. La mecanización supone otra serie
de problemas: en este sentido, aunque llegásemos a conservar la campana con todos sus
accesorios, pero con unos ingenios electro-mecánicos que la hiciesen sonar según el buen
gusto del instalador, seguiríamos sufriendo de una expoliación parcial. La mecanización
debiera evitarse, aunque quizás sea conveniente realizar algunos toques o incluso todos
desde la misma iglesia. Si es así, dicha mecanización ha
de seguir las siguientes condiciones para seguir tratándose de una restauración: los
ingenios eléctricos han de ser gobernados por ordenador, con unos programas adecuados que
no solamente repitan los toques tradicionales, sino que los hagan de manera creativa. Esto
no es excesivamente caro y es totalmente realizable: el microprocesador bien programado es
capaz de hacer los repiques más variados sin repetirse jamás. El campanero hará
pequeñas variaciones que repitan la creatividad de los campaneros humanos. La mecanización ha de estar hecha
de tal manera que no impida de ningún modo el toque manual, con las técnicas
tradicionales; es decir, para una víspera de fiesta, para cierta ocasión o simplemente
por el placer de hacerlo, el grupo de campaneros puede subir, instalar sus cuerdas y
ponerse a tocar sin que los mecanismos adosados impidan lo más mínimo dichos toques
consuetudinarios. En este sentido sería mucho más
creativo fomentar grupos de campaneros, como ya existen en varias ciudades aragonesas y
valencianas y en cientos de localidades europeas, que suben a tocar para las fiestas, que
instalar unos mecanismos para los toques, pero de cualquier manera dichos mecanismos han
de permitir tales técnicas y sobre todo han de imitarlas: volteos a velocidad y sentido
variado, repiques con ritmos muy rápidos y volumen del golpe variable. No se trata de una alternativa
utópica: hace veinte años, cuando las grandes electrificaciones, era impensable
reconstruir con relés y otros mecanismos eléctricos los toques tradicionales, pero los
microordenadores, en la actualidad, son capaces, también, de tocar creativamente
campanas. No debe aceptarse ningún proyecto que no contemple la restauración de los
juegos tradicionales, incluyendo ahí las campanas en su sonoridad original, su
colocación con yugos de madera y los toques al estilo antiguo. En cualquier caso, la
mecanización debe reproducir los toques tradicionales de forma absolutamente idéntica y
creativa, para lo que seria necesaria una investigación exhaustiva antes de la
programación. Si llegara a hacerse, deben introducirse en los programas todos los toques
tradicionales posibles, muchos de ellos perdidos, como los repiques de los sábados como
vísperas de fiestas, o los toques de oración al amanecer, al mediodía y al caer el sol.
Una restauración de los toques no debe limitarse a reproducir los que simplemente llaman
sino igualmente los que acompañan y los que marcan las partes de tiempo diario, semanal y
festivo... Consideraciones sobre las
nuevas campanas
Estas opiniones no afectan a la
construcción y electrificación de nuevas campanas en nuevos entornos, por cualquiera de
los prestigiosos fundidores aún existentes. La instalación de nuevas campanas y de
nuevas formas de expresión a través de ellas ha de ser fomentada, pero en los casos de
restauración de campanas y conjuntos históricos, que forman parte del patrimonio común,
el control ha de ser muy estricto para impedir la actual destrucción masiva por intereses
exclusivamente económicos o comerciales de las empresas de fundición. Tal control debería quedar
limitado a las campanas tradicionales, puesto que en lugares sin tradición, como los
barrios nuevos de las ciudades, puede ser interesante buscar nuevos modos de expresión
comunitaria a través de campanas, como carillones. Otra manera de tocar
campanas: los conciertos
Los conciertos de campanas
constituyen algo muy próximo a los carillones, a pesar de movernos en contextos bien
diferentes: se trata de llevar a una torre tradicional a campaneros procedentes de otros
lugares, que intentarán adaptarse a unas campanas que no suenan como las suyas ni están
en la misma posición, para hacer con ellas sus toques. Hemos organizado cuatro conciertos
de campanas para el programa oficial de las Fiestas del Pilar, que organiza, promueve y
abona el Ayuntamiento de Zaragoza. El primero tuvo lugar en la torre de la Seo, el 15 de
octubre de 1982 y las dificultades ocasionadas hasta el último minuto, por parte del
Cabildo Catedralicio impidieron no solamente la recogida satisfactoria de los toques sino
el desarrollo normal del recital. Tocó JUAN MILLAN, y ge imposible colocar las cuerdas al
estilo tradicional, por fijación de las campanas para la electrificación. Hubo que
colocar las cuerdas provisionalmente y el intérprete se adaptó, como pudo para tocar. Al año siguiente tocamos nosotros
en la torre de San Nicolás, con dos familiares, y el hecho carece de interés. Son más
importantes el tercero y el cuarto, en los que participaron campaneros tradicionales. En 1984 fueron HERMINIO DELGADO,
de Ibdes, que tocó las dos campanas mayores, mientras que JOAQUIN PINTANEL, de Cariñena,
empleó las cuatro de la torre. En 1985 tocaron JOSÉ MARIA MURILLO, de Binéfar, con tres
campanas, y PORFIRIO CASTILLO, de Uncastillo, que repicó con las cuatro. La experiencia de adaptación a
las campanas ge muy interesante, aunque su análisis prolongaría excesivamente esta
última parte de nuestro trabajo. Llama la atención todo el
contexto, propio de concierto, que suponía, que sepamos, una novedad en Aragón: la zona
cercana a la torre era cerrada al tráfico, y se desplegaban unas cuatrocientas sillas. La
torre, iluminada, tenía los micrófonos de un sistema de megafonía instalado en la
plaza, con el cual se explicaban los toques, a veces por el mismo campanero. Unos
trípticos, con el programa elaborado de acuerdo con el intérprete, eran distribuidos
entre el público. En los tres años que realizamos
estos conciertos en San Nicolás, con la inestimable e ilimitada colaboración de las
Canonesas del Santo Sepulcro, las religiosas de clausura que viven y rezan en ese conjunto
monumental, la plaza se llenó y la gente actuó como cabría esperar: en respetuoso
silencio, aplaudiendo al final de cada toque y pidiendo "¡Otra!" cuando
finalizaba la actuación de cada campanero. No faltaron detractores en la
prensa como PELEGRIN (1982) que se quejaba de que llamásemos concierto a lo que no era
más que un toque de campanas: Aparte del notorio equívoco de muchas de las personas
allí congregadas que ante el anuncio de "concierto" suponían que las campanas
iban a depararnos la "Patética" de Beethoven o "Las cuatro
estaciones" de Vivaldi, no se debió anticipar esto concierto resurgido de una
antigua costumbre, si los "instrumentos" no estaban "afinados". [...]
Confiamos en que en un futuro no muy lejano este acontecimiento se restaure con toda
dignidad y que, además, el acto se anuncie como "toque de campanas" y no como
"concierto", porque con las existentes nunca se llegará a completar una
melodía. Sin embargo creo que la expresión
concierto es acertada porque se trata de sacar de contexto una serie de formas musicales,
que tienen su belleza rítmica, más allá de los mensajes que pudieran transmitir. De alguna manera todo arte estriba
en disecar las cosas de su ambiente habitual, presentándolas, ofreciéndolas para su
contemplación. Hubiera sido, desde luego, más
efectivo, gozar de un conjunto de campanas adecuado, como hicieron los suizos, según
escribe VERNET (1965:193/196). No solamente disponían de un pequeño carillón de 26
piezas, instalado en la exposición nacional suiza de 1964, sino que instalaron los
timbres de tal modo que hicieron venir y actuar a campaneros tradicionales que tocaban con
unas campanas que tenían las mismas notas que las suyas, y cuyas cuerdas estaban
colocadas del mismo modo que las de su torre. La posición de los intérpretes facilitaba,
además, su visión por parte del público, y los toques fueron grabados por la radio y la
televisión nacional suiza: Or il était indispensable
qu'en arrivant à Vidy et en s'installant au banc d'oeuvre, chaque carillonneur, d'où
qu'il vint, retrouve les cordes exactement dans la même position, la même direction, le
même niveau d'obéissance qu'à son poste habituel. [...] Une plate-forme soutenue par
une poutraison rigide a été suspendue au milieu du beffroi. Elle était équipée d'un
banc, de trois larges pédales et de quatorze poulies diversement orientées. Les cloches
dont l'utilisation devait permettre de jouer les sonneries valaisannes dans leurs
tonalités originales, étaient au nombre de treize, et des anneaux prolongeaient leurs
battants. Algo similar podría ser una
alternativa mejor y más nuestra a los carillones, y un conjunto similar de campanas
podría, sin desmerecimiento, adornar y rellenar el paisaje sonoro de algunos de los
parques urbanos recién inaugurados. El concierto se convierte en algo
único, irrepetible: si el artesano campanero está en condiciones de volver a tocar, por
su edad, solamente es posible la actuación con una gran ritualización y con un grupo que
lo apoye. Por otro lado si el concierto
tiene lugar en su propia torre será, generalmente, un hecho irrepetible, que muchos
gustarán escuchar, una sola vez, y que no pocos grabarán para que no se pierda: el
recital permite recoger y fijar una tradición pero difícilmente puede ser semilla de
futuro si no hay fuerza, juventud dispuesta a empuñar las cuerdas y a seguir tocando. Los grupos de campaneros
Los grupos organizados aparecen
como la alternativa coherente y de futuro a los viejos campaneros, que no tienen sucesión
porque el contexto es otro, así como a los motores más o menos programados. Permiten al
campanero la expresión de sus vivencias, sólo delimitada por las posibilidades
técnicas, por las reglas del código y por sus capacidades físicas. No sólo señalan tristeza o
alegría: también transmiten el ánimo o desaliento, la plenitud o la soledad del
campanero. Su esfuerzo no es inútil, ni solitario, ni minoritario: todos pueden recibir
el mensaje y también gozar y compartir la tensión emocional que agita el corazón del
artista, y que es expresada, con el esfuerzo de sus manos, a través de las campanas.
Durante las fiestas los toques de campanas son una participación activa, esforzada,
lúdica, del campanero en el espacio sonoro comunitario. La alternativa de los grupos de
campaneros tiene un importante precedente en los ingleses, que comenzaron a finales del
XIX, cuando la industrialización amenazaba allí con acabar con los toques tradicionales.
Están asociados, en numerosos grupos locales, por condados y por obispados, todos ellos
en Inglaterra, y superan los veinte mil en la actualidad. Su más importante medio de
expresión es The Ringing World - The weekly journal
for bell ringers, un periódico semanal que tira cuatro o cinco mil ejemplares, en el
que se habla no sólo de tradiciones históricas o de técnicas de trabajo. También se
incluyen fotos de grupos de campaneros, en los que abunda la gente joven, y se anuncian
toques, indicando lugar, hora, participantes y piezas, que van a interpretar, así como la
causa de tales toques. Cada semana se anuncian unos setenta distintos, y hay asimismo una
crítica de los anteriormente realizados, indicando sus éxitos, errores, interrupciones,
participación. Los holandeses han restaurado
recientemente las campanas de la catedral de Utrecht, cuyas siete campanas menores fueron
vendidas, a mitad del XVII a los famosos hermanos HEMONY para pagar parte del carillón,
que sigue instalado en la torre. Tras largos estudios, los técnicos de la fundición
EIJBOUTS, de Asten, encabezados por el Doctor ANDRÉ LEHR, fueron capaces de reconstruir
esas siete campanas, de forma y afinación gótica, para completar el juego, como escribe
VERBEECK (1982). Las campanas no sólo fueron
fundidas al estilo de VAN WOU, que hizo las anteriores en 1505, sino que fueron colocadas
para seguir tocando a mano, por un numeroso grupo de campaneros, unos treinta y cinco, que
forman parte de la Utrechtse Klokkenluiders Gilde, es decir la Cofradía de Campaneros de
Utrecht, distinta pero relacionada con la Utrechtse Klokkenspel Vereniging, que une a los
carilloneros de Utrecht, y les asocia a la Nederlandse Klokkenspel Vereniging, la
agrupación nacional holandesa. Por cierto, que alguna de las
nuevas campanas ha sido financiada por entidades bancarias y de ahorro, como consta en su
inscripción. En el Estado Español hay
concursos en Navarra y en Extremadura, donde participan campaneros y son premiados con
copas y económicamente los mejores. Algo similar ocurre en las tierras de Salamanca, pero
esos concursos me parecen una brillante solución de presente sin futuro: la idea de
competencia puede ser negativa en un momento en que los campaneros profesionales en todo
Aragón se pueden contar con los dedos de una mano, y cuando se trata de potenciar el
toque, como alternativa lúdica a los motores y otras posturas pasivas. Los grupos de campaneros son otra
cosa bien distinta. Los conocemos en el País Valencià, en Catalunya y en Aragón. Comenzaremos por el último: el actual
campanero de Barbastro, sin ninguna ayuda, ha vuelto a tocar lo que aprendió de niño,
hace cuarenta o cincuenta años, y consiguió que un grupo de jóvenes le acompañara y
comenzara a tocar, cada domingo, al igual que hacen los ingleses. Parece que la juventud,
sin estímulos, sin ayudas, sin apoyo de un grupo de Amigos de las Campanas ni
institucional, se cansó pronto y JOSÉ MARIA FIERRO sigue, sólo, tocando semanalmente. También tocan cada semana las
gentes de Mataró, en Catalunya, pero su grupo, formado
por más de treinta personas, casi todas jóvenes, tiene mucho futuro. Editan un programa
anual de repiques, indicando horarios y tipo de toques, y sobrevivieron, no sólo
metafóricamente, a la caída de una campana sobre dos mujeres que la estaban volteando.
La rotura de uno de los ejes, roído por la salinidad de la cercana mar nuestra, motivó
el desprendimiento de cinco o seiscientos kilos sobre las tocadoras, causándoles
afortunadamente, otros dirían providencialmente, tan solo un leve desgarro en una oreja
que no precisó ni siquiera de puntos de sutura. La sonora caída motivó la inmediata
restauración de las campanas y el grupo sigue tocando, cada semana, aunque el fundidor al
que ge encomendada la tarea no comprendía que no quisieran instalar motores. Otro grupo catalán toca las nobles y vetustas campanas de Cervera.
Han editado una casete, explicativa, y el futuro del grupo parece asegurado por la
numerosa juventud que lo constituye, así como por la asociación que los apoya. Ya en el País Valencià hay una
interesante historia similar. En Segorbe, sede episcopal, las campanas no solamente
estaban mal electrificadas, sino que una de las mayores había sido refundida tras la
destrucción de la guerra civil con tal mala previsión que tiene el mismo sonido que otra
de la torre. Según MARTIN (1986) en 1985 se constituyó el grupo Los amigos de las
campanas, que rodea y apoya al grupo de campaneros. Han logrado cambiar los yugos
metálicos de algunas campanas, están en proceso de refundir la campana del mismo sonido
y van a fundir las otras dos que faltan para completar el juego tradicional. Lo más
interesante es que se trata de un grupo reciente, pero de gente madura, en torno a los
cuarenta/cincuenta años, que se han unido y se esfuerzan para recuperar y transmitir los
toques antiguos, liberando las campanas de los antiguos motores. No han llegado a tanto los de
LLíria, que solamente suben a tocar tres o cuatro veces al año. Tienen que adaptarse a
las campanas, mecanizadas y cambiadas de lugar, por capricho injustificado del instalador.
También ge refundida la campana mayor con tal mala fortuna que tiene un sonido más agudo
que la antigua mediana. Estos cambios de lugar y de tono producen cierta confusión a los
antiguos campaneros, pero hay un numeroso grupo de gente que les ayuda. Al menos, para las
fiestas grandes, los repiques tradicionales vuelven a sonar, con todas las molestias que
supone adaptarse a unas campanas arbitrariamente modificadas, para la comodidad de un
instalador que no supuso que se volviera a tocar al estilo antiguo. El resultado supone
una participación real, a través de las campanas, en las fiestas. Otro grupo de campaneros jóvenes,
coordinado por el autor de estas líneas, cuyas edades oscilan entre los 20 y 35 años,
tocamos, al modo tradicional, las campanas no modificadas y recientemente restauradas de
la torre del Patriarca, en la ciudad de València, que permanecen silenciosas el resto del
año. Aquí también se trata de tocar en un contexto festivo, para preceder y acompañar
la procesión de la Octava del Corpus. Las campanas sólo son una pieza más del conjunto,
del sistema total de ritual barroco en torno al Santísimo Sacramento, y en el que forman
parte los sonidos (coros, órganos, campanas, banda de música), los colores, los olores
(pétalos de rosa, incienso, hierbas olorosas). Las técnicas y toques
tradicionales empleados por el grupo, que prácticamente se reúne solamente de año en
año, interrumpidamente desde 1971, no impiden el acceso a moderna tecnología
(radioteléfonos para la intercomunicación y coordinación con los actos que hay que
acompañar, video para el análisis de aciertos y errores en los toques). Las campanas y la Iglesia:
una asociación que es preciso matizar
Al inicio de este trabajo
observábamos que es usual asociar las campanas tanto a la llamada como a la Iglesia. De
algún modo se reúnen ambos conceptos y no pocos piensan que las campanas solamente
sirven para llamar a los fieles a misa. Creemos haber mostrado, a lo largo del discurso,
que las campanas tradicionales, instauradas en otra concepción global del mundo, no
solamente tocaban para llamar a la Iglesia, sino para transmitir noticias, sentimientos y
miedos, en una comunidad total, en una, parafraseando a MAC LUHAN, aldea global. Este puede ser el futuro de las
campanas. Sin dejar de estar en la torre eclesial, sin olvidar de anunciar los cada vez
más breves oficios religiosos, las campanas y sus toques han de volver a pertenecer a
todos, han de servir para comunicar, al menos en los actos comunitarios, las alegrías y
las penas del grupo. Las campanas y sus toques, puestos de nuevo al servicio de todos, han
de volver a llenar, de manera voluntaria, consciente y participativa, el paisaje sonoro de
pueblos, villas y ciudades, de poblaciones antiguas y modernas. Tal y como ocurre en
Europa, a la que decimos pertenecer. Consideraciones finalesLos toques de campanas
tradicionales en Aragón, que hemos estudiado a lo largo de este trabajo, nos han
descubierto un mundo de sonoridades diferentes, adecuadas a otros modos, quizás muy
antiguos, de marcar y medir el tiempo, de representar y organizar el grupo y el espacio,
de informar a la comunidad. El problema, en cuanto a la
explicación y significado de los toques tradicionales, en nuestros contextos culturales,
queda en parte resuelto y esos análisis, probablemente superficiales aún, pueden ser
útiles para comprender otros medios de comunicación. El tema permanece abierto en
cuanto al análisis de las formas y estéticas locales, así como de las técnicas
asociadas: si toques muy diferentes parecen quedar explicados por tener significados
similares, la gran variedad de los procedimientos de trabajo y de los ritmos producidos,
han de impulsar a otros, y quizás aún a nosotros durante algún tiempo más, a descubrir
esa belleza antigua, esa estética anterior, esos ritmos entrecortados, que, aún, los
más viejos, nos pueden comunicar. Escucharles, aprender de ellos,
quizás, puede permitir que, por mediación nuestra, los nietos de nuestros nietos gocen
del mismo paisaje sonoro, de las mismas vibraciones generosas, compartidas, pletóricas de
sentimientos y comunitarias, que compartieron, comprendieron y vivieron los abuelos de
nuestros abuelos, y que un progreso mal entendido ha intentado extirpar de nuestros
pueblos, villas y ciudades. |