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Las campanas de Aragón: un medio de comunicación                                                          Dr. Francesc LLOP i BAYO

Toques para clérigos, toques para seglares

Los toques de campanas tradicionales reproducían de manera sesgada la estructura social del grupo, y de modo especial a través de algunos de los toques de difuntos. En efecto, a pesar de lo que escriben algunos autores, como SENDER (1975), en una novela en cierto modo autobiográfica, no hemos hallado, ni siquiera en las tierras por donde el escritor encuadra la acción, toques para señalar el nacimiento de niños, indicando su sexo. ALBERT BARREDA y JOAN TINTO, en comunicaciones personales, afirman que tales toques existen en tierras de Catalunya; nosotros no los hemos encontrado ni siquiera en la franja catalanoparlante de Aragón. Tampoco hemos hallado recuerdos de toques para ayudar al parto, como LISON (1979) cita en Galicia, en una aldea en nuestros días; como MARTINEZ (1983) en Requena, una pequeña ciudad en el siglo pasado, u ORELLANA (1923) en la ciudad de València, a mitad del siglo XVIII. Parece como si tales toques hubiesen desaparecido de manera inversamente proporcional al tamaño de la población.

Los toques de primera comunión no existen como tales, a no ser en caso de primeras comuniones colectivas, en las que se repica en algún lugar a fiesta; el llamado misa de comunión, recogido en Huesca, se refiere a la misa primera de los días festivos, ya que en la misa mayor sólo comulgaba el celebrante; este fenómeno litúrgico tradicional no tiene que ver con el rito de inicialización a la pubertad.

No recogimos toques tradicionales de bodas, en tierras de Aragón. Los repiques grabados en tierras de Salamanca, en Castilla y León, parecen recientes y se alejan del área estudiada.

Quedan las visitas de autoridades y los muertos. Para NABUCO (1964) el toque de las campanas ha de quedar reservado a las autoridades eclesiásticas y no es posible tocar a la llegada de los niños que van a ser bautizados, porque aún son paganos, ni de los novios, porque no son jerarquías, y por tanto no les corresponde ser acompañados de campanas al acercarse a la iglesia. Todas sus argumentaciones giran en torno a que los diversos toques honran y diferencian la llegada de autoridades eclesiásticas, por lo que no puede consentirse que coincida con la llegada de seglares a la iglesia, aunque sea para celebrar su bautizo o sus desposorios.

También queda marcada una preciosa matización: las campanas, os sinos, solamente han de ser empleadas para avisos de causa pública, representativa para la comunidad, pero no para motivos personales o para comunicaciones entre individuos. Aunque sus propuestas no están documentadas, no hay duda que la personalidad del autor, una dignidad eclesiástica, confiere cierta validez a sus afirmaciones:

[f.49]O toque dos sinos é também usado para honrar as autoridades eclesiásticas, que na terra representam a autoridade de Deus. Assim se tocará para anunciar a primeira chegada do Pastor à sua diocese ou sua primeira visita às diversas cidades da sua jurisdiçao. Os sinos tocarao também quando o ordinário, ou um prelado que lhe fôr superior, chegar a uma igreja com solenidade para oficiar o presidir a oficios. Também se tocará para anunciar a nomenaçao de um nôvo pastor para a diocese bem como a eleiçao e coroaçao do Santo Padre.

[f.50]Os sinos sao também usados (de acôrdo com as determinaçoes do ordinário) para anunciar qualquer notícia importante, que deva ser recebida com alegria pelo povo cristao, como a vitória das armas duma naçao amiga em guerra, nascimento do herdeiros do trono, coroaçao do rei ou imperador, nas monarquias.

[...]Os sinos sao usados para anunciar a morte dos nossos superiores hierárquicos, do Santo Padre, do Bispo da dioceso ou do Pároco: nas igrejas de Ordens religiosas também tocam para anunciar a morte dos seus Superiores maiores em exercício. O Ritual Romano (Tit VI, cap. VIII, n. 4) supoe que se toque o sino para avisar os paroquianos da agonia e da morte de um dos fregueses da paróquia. Tal uso, porém, se refere às pequenas paróquias de campo, onde a morte dum paroquiano é acontecimiento local, regra insustentável nas grandes paróquias urbanas.

[f.51/52]E' de notar que todos os casos que falamos para permitir o toque dos sinos se referem a funçoes, pessoas ou coisas de naturaleza pública ou geral, porquanto êles nao sao feitos para dar avisos particulares. Pergunta-se, por isso, se é permitido tocar sinos para realçar funçoes de naturaleza mais pessoal, como batizados e cassamentos, ou missas festivas em açao de graças.

Certamente nao se deve introduzir tal costume onde êle nao existe, porquanto o Ritual nao manda tocar sino nem para batizados nem para casamentos. Nem vejo mesmo em que parte da funçao se possam tocar os bronzes. Certamente nao na chegada da criança à igreja, pois ela ainda é paga. O máximo que se poderia permitir, havendo costume e aprovaçao do ordinàrio, seria de dar alguns toques logo depois de batizado, durante un minuto no máximo. Nos casamentos nao se pode permitir o toque na entrada dos nubentes, porque o toque à chegada é privilégio do ordinário. O máximo também que se poderia permitir seria de dar alguns toques (com licença do ordinário) logo depois do casamento e da prática do paróco (que os sinos nao devem interromper), e onde houver costume.

Para missas de açao de graças nao vejo que se possa dizer coisa em contrário, conquanto que o toque seja antes do inicio da missa, nao coincidindo com a chegada das partes, de modo que seja em referéncia à missa e nao aos interessados, aniversariantes e outros. [...] Em cada diocese deverá ser ouvido o respectivo ordinário. E o mesmo se diga para missas fúnebres solenes.

Los toques de muertos

Los toques de difuntos son una de las partes más apasionantes de la investigación por su variedad de formas y de contenidos, que ponen de nuevo en duda la presunta unidad ritual y litúrgica de la Iglesia Tradicional: la multiplicidad de ritmos y de combinaciones sonoras sólo podrá ser entendida como proceso de comunicación y de interpretación, como veremos luego, con las siguientes etapas:

Preaviso: agonía

Aviso de defunción: el señal

Tiempo de muerto: tocar tras la oración

El entierro

Recuerdo temporal: el cabo de año

En estas cinco fases, que no siempre se encuentran en todos los lugares, se suelen indicar diversas calidades: dignidad (eclesiástico/seglar), sexo (hombre/mujer), categoría social (clase), edad (adulto/niño). Algunas de estas clasificaciones son lógicamente excluyentes, como eclesiástico/niño, y no todas se expresan en los cinco puntos teóricos del discurso de la muerte individual, pero si se diferencia la primera cualidad de la segunda, siempre es con más campanas o con toques más complejos. No hay en todos los lugares una distinción entre hombre y mujer, pongamos por caso, aunque en el caso de haberla siempre se toca más al varón que a la hembra, al rico que al pobre, al adulto que al niño o al clérigo que al seglar.

Toques de parvulillos o niños muertos

El toque por los niños muertos, aquel que sonaba tantas veces durante el tradicionalmente mortífero mes de agosto, recibe distintos nombres según los lugares, y se encuentra prácticamente en todos ellos, con alguna notable excepción. En casi todos ellos se realiza, o mejor aún se realizaba, puesto que, afortunadamente, la mortalidad infantil ha desaparecido casi del todo, en parte por la baja natalidad y sobre todo por la mejora de condiciones de vida, con repiques más o menos festivos, como ya apuntaban las normas litúrgicas.

En algunos lugares, precisamente aquellos que tienen más de dos tipos de entierros de adultos, el toque tenía dos clases distintas, según se realizara o no la llamada misa de Angelis. En Agüero, el único toque era llamado moende; en Aguilón, de párvulos;   en Albarracín para infantiles a Gloria con los tintines; en Alcorisa de Gloria o entierrico de Gloria para los chicos, con dos variantes, repicando las tres campanas grandes o bien repicando solamente el cimbalillo. En Ateca se llamaba mortijico; en Caspe tocaban solamente el cimbalín, sin que llegase a bandear.

También en Cariñena había dos clases diferentes, el de parvulillos, con el repique de las dos campanas pequeñas, o el de medio Capítulo o de misa de Angelis, con el repique alternado de las cuatro. En Cimballa el sacristán había olvidado el toque, aunque presuponía que sería con un solo clamor. En las parroquias de Huesca se tocaba a mortijuelo o mortichuelo. También en Jabaloyas se tocaba para chico un solo tran y un traqueteo o repique con la campana pequeña.

En Jaca tocaban las campanas de coro, llamadas también de parvulillos, un toque especial. En Mora de Rubielos repicaban, así como en Perdiguera para los entierretes, o en Torrelacárcel, que hacía un repicoteo. En Uncastillo había dos clases de toque para niños, mientras que en Villanueva de Jiloca para parvulillo, repicar y en Villar del Cobo para niño pequeño, a Gloria.

Los campaneros últimos de Zaragoza desconocían la existencia de toques para niños, aunque en la Consueta de 1672 indican que se repicaba para los niños con dos campanas menores.

Sexo de los difuntos adultos

Tras la edad, el sexo parece ser la diferenciación más común y suele expresarse solamente en el señal, o aviso de la muerte de algún convecino. Parece que la simplificación y el intento de unificación actuales, tienden a hacer desaparecer la pequeña variedad, aunque ésto no explica que lugares como Zaragoza, documentados desde el siglo XVI, que conozcamos, carezcan desde siempre, de esa heterogeneidad aunque señalen otras clasificaciones. Concretemos algo más tales diferencias.

En primer lugar es preciso repetir que, en el caso de indicar el sexo del que acaba de fallecer, se hace siempre con más golpes para los hombres que para las mujeres, aunque el número y la forma de indicarlo varía enormemente. Pero antes de referirnos al señal, hablemos de las agonías, que no carecen de interés, y que se realizaban siempre con golpes lentos de alguna campana sola. A menudo dicho toque no solamente informaba sobre el estado final de algún vecino, sino que anunciaba la salida de una pequeña procesión para llevarle la Extremaunción, procesión que podía ser acompañada con el repique de algún toque específico, como el Señor en Ateca.

El toque de agonizando, en Agüero, se indicaba con 33 campanadas lentas para los hombres y 32 para las mujeres. En Cariñena se tocaban 12 para un sacerdote, 9 para un hombre y 6 para una mujer. En Cimballa el sacristán, de poca memoria, afirmaba que se repicaba un poco y se tocaban 8 o 10 campanadas, indicando quizás el sexo del moribundo. Las agonías de Jaca merecen un párrafo aparte, por su complejidad.

En primer lugar, el número de campanadas indicaba el sexo del que estaba en el trance fatal, mientras que el número de veces que se tocaban estas campanadas señalaba la categoría social. Así, para mujer se tocaban 10 veces con la campana de l'Agonía, un intervalo de un padrenuestro, y otras 10 campanadas más. Es decir, 10 + 10. Si era hombre eran once, 11 + 11. Si era sacerdote eran 11 + 11 + 11, mientras que si era monja se tocaban 10 + 10 + 10, siempre con el intervalo entre tanda y tanda de un padrenuestro. Para canónigo, según alguna versión se tocaban cuatro veces, mientras que según otra las cuatro ocasiones eran para beneficiado y seis para canónigo, dejando de lado al obispo, que hace siglo y medio que no ha fallecido en esta diócesis, por ser de entrada, para los que se inician como pastores.

Ni en Latre, ni en Mora, ni en Perdiguera ni en Torrelacárcel supieron darnos razón de las agonías, pero en Uncastillo el total de campanadas era siempre 33, de las cuales las 5 primeras eran lentas, si se trataba de una mujer y las otras rápidas, mientras que en el caso de un hombre eran 7 las lentas.

En Zaragoza solamente tocaban las agonías del Arzobispo y quizás de los canónigos, mientras que una iglesia concreta, la de Santa Isabel, estaba especializada en este tipo de toques, para toda la ciudad.

El señal, el aviso inmediato tras la defunción

El aviso inmediato de la muerte, llamado a menudo el señal, suele indicar a veces el sexo del difunto. Recordemos que este toque, realizado inmediatamente tras el óbito, siempre que sea de día, constituye a menudo el aviso fatal, sobre todo en las pequeñas comunidades, que verán modificada, y casi detenida la vida social, hasta el entierro. La indicación de sexo no carece de lógica, puesto que ese primer aviso ha de despertar torrentes de acción en el pueblo, y por eso muchos pueblos que lo señalan, luego lo obvian al tocar el entierro.

En Ateca se tocan 12 para hombre y 8 para mujer.

Pero no todo es tan sencillo: en Agüero pa señal se tocan las cuatro, sin indicar el sexo. También el toque es distinto en Aguilón del entierro, pero carece de indicación sexual, así como en Caspe, en Perdiguera, en Rubielos de la Cérida.

En una amalgama difícil de descifrar, algunos lugares no distinguen el señal de la defunción del toque para el entierro, señalando en ambos el sexo del fallecido. En Albarracín, si es hombre, se tocan 3 tranes y si es mujer 2, igual que en Jabaloyas y en Villar del Cobo. Lo mismo ocurre en Alcorisa, aunque le llaman los señales, tres para hombre y dos para mujer. En Cimballa hay 3 clamores para hombres y dos para mujeres. También en Cariñena, en Mora de Rubielos, en Torrelacárcel o en Villanueva de Jiloca se toca el mismo número de veces. En Huesca, sin embargo, tocan 4 para los hombres y 3 para las mujeres.

Finalmente algunos lugares no indican el sexo para el entierro, como Agüero, Aguilón, Ateca, Caspe, Jaca, Latre, Perdiguera, Uncastillo, Rubielos de la Cérida o Zaragoza.

Categoría o clase de los difuntos

La simplificación de las clases, tras el Concilio Vaticano II, supuso la desaparición directa de esta diferenciación a la hora de los entierros funerales, al menos desde un punto de vista teórico, lo que no impide que los campaneros recuerden la existencia de varias clases de toques. Una primera diferenciación, ya apuntada, suponía toques distintos para clérigos y para seglares, empleando para los primeros prácticamente todas las campanas de la torre y para los otros algunas menos.

Estos toques solamente se encontraban en las grandes torres, es decir Colegiatas, parroquias urbanas, Catedrales, como Albarracín donde si es canónigo es Capítulo. También era distinto el de Cura en Ateca, el de Cariñena, o el de Huesca. En Jaca había dos tipos, de canónigos y de normal, llamados también de cabildo y de civil, que eran llamados en la Seo de Zaragoza de cabildo y ordinarios.

Otra diferenciación, más propia de los campanarios intermedios, es decir Colegiatas y Parroquias, pero que no hallamos en la actualidad en las catedrales, era la llamada clase: en Agüero había entierro de casa grande o de tres misas y entierro de casa normal. En Alcorisa había tres clases, y en Ateca decían que todos los entierros eran iguales, pero luego recordaron que para los de primera clase se tocaba 24 campanadas, en vez de 12, para la señal. En Cariñena también había tres clases de entierros y cuatro/cinco en las parroquias de Huesca, ya que había el de primera especial o de Trinidad, el de primera, el de segunda, el de tercera y el de cuarta o de cascadera o cascador. En Uncastillo tocaban cuatro clases también.

Los pueblos menores, como Perdiguera, Torrelacárcel, Rubielos de la Cérida o Villanueva de Jiloca, recuerdan la existencia de un toque de primera clase, de rico, que se realizaba tocando la campana mayor o todas ellas, a medio bando, con la grande a vuelo. En Zaragoza, en el Pilar, había toques de simple, de segunda y de primera.

Los toques de muerto entre la defunción y el entierro

Aunque ya los hemos citado al hablar del tiempo y de las prohibiciones que conciernen a los toques de difuntos, no es malo recordar que, en las comunidades medianas y pequeñas, en el intervalo entre la muerte de uno de los habitantes y su entierro la vida del grupo se detiene; parece que, incluso, el nivel sonoro de las conversaciones es menor. Tal es así que en algunos pequeños lugares en los que hacíamos una previa visita de contacto nos decían que la grabación tendría lugar el día fijado si no moría nadie en esas fechas.

Después del señal, que suele indicar el sexo, y hasta el toque de entierro, a menudo diferente, tras cada toque de oración matinal, meridiano o vespertino se suele tocar a muerto, o, mejor, se solía hacer en varios de los lugares estudiados. Así siguen haciéndolo en Alcorisa, en Jabaloyas, en Perdiguera y probablemente en Rubielos de la Cérida. Lo interpretaban en  Cariñena, en Jaca, en Uncastillo. No lo citaron explícitamente en Agüero, en Albarracín, en Ateca, en Caspe, en Huesca, en Latre, en Mora de Rubielos, en Torrelacárcel, en Villanueva de Jiloca, en Villar del Cobo ni en Zaragoza, mientras que solamente se tocaba o se toca el señal y el entierro en Aguilón y en Cimballa.

Posiblemente, aunque aquí hemos de inferir algo que no siempre preguntamos explícitamente, el tamaño de villa/ciudad pequeña (léase hasta las dimensiones de Jaca) marca los límites de los toques: en ciudades mayores como Huesca o Zaragoza, incluso a nivel de pequeños espacios como son las parroquias, no debió realizarse este toque que definía ciertas limitaciones comunitarias, más que para personajes importantes y/o eclesiásticos, como apunta NABUCO.

Toques de aniversario o de cabo de año

Los toques de aniversario anunciaban y acompañaban funerales que se realizaban al año de fallecer los interesados, toques diferenciados que encontramos en algunas comunidades, aunque debieron ser los mismos de funerales en las otras. En Alcorisa era otro toque distinto, y en Latre si el toque de muerto se tocaba una sola vez, era de cabo de año, mientras que si se tañía dos veces seguidas ya indicaba una defunción o un entierro. En Huesca había varias clases de aniversarios, como corresponde a una ciudad con vida compleja, y así había, entre otros, aniversario de fundación, de cofradía, de obispo...

Toques de visitas de autoridades

El otro tipo de toques relacionados con la estructura social pudiera ser el que avisa de la llamada de personalidades, con dos variantes. En las Catedrales, cuando oficiaba el Obispo de Pontifical, podía haber un repique especial, como el citado de Barbastro, o el recogido en Jaca. En Zaragoza tocaban el de primera, bandeando la campana grande, y también lo hacían cuando venía el Caudillo, que nos mandaban bandear.

En alguna población, como Agüero, el informante recordaba los toques a la llegada de personalidades, con banda de música, niños con banderitas y recibimiento oficial a la entrada del pueblo...

Los toques tradicionales parecen reproducir, especialmente cuando se trata de difuntos, las diferencias sociales que estaban instuidas en el grupo. El numero de toques es variable, sobre todo para expresar el sexo del difunto, y no parece haber una regla que explique todos los casos, aunque siempre se tañerá más, y con mayores campanas, para las personas más consideradas en la estructura social; el número de veces que se toca así como la asignación de ritmos rápidos o lentos para los toques de difuntos parece depender de normas locales.

La primera simplificación tras el Concilio, ocurrida en momentos de crisis de los toques tradicionales, pudo haber acelerado un proceso de mínima diferenciación a través de las diversas combinaciones sonoras, llegando a menudo a la igualdad por el silencio de las campanas.La defensa de la comunidad

Los toques de campanas han sido considerados como una fuerza centrípeta que alejaba, hace muchos siglos, los demonios y otros males de la comunidad, como escribe SCHAFFER (xxx:84): Il lui est également arrivé dans le passé, lorsqu'elle servait à chasser les démons, d'être investie d'un pouvoir centrifugue.

También han servido para alejar los malos espíritus que pudieran molestar a los difuntos en ese momento difícil de la muerte y del entierro, como propone FRAZER (1981:558/586). Reflexionaré sobre ambos aspectos de defensa del grupo, y de modo especial del primero, del cual hemos encontrado muchas informaciones prácticamente actuales a lo largo del trabajo de campo en Aragón y otras partes del Estado Español.

Los rituales contra tormentas

Los toques de campanas y otros rituales colectivos servían para alejar las tormentas en la sociedad tradicional; algunas de esas prácticas han pervivido hasta nuestros días. El interés del tema radica sobre todo en el intento de manipulación de la metereología a través de rituales colectivos, realizados por uno o varios miembros del grupo, en nombre de todos y para defender la comunidad, rituales que giraban en torno a los toques de las campanas y el uso de las torres, dejando de lado aquellas otras actividades encaminadas a conseguir la protección del individuo, de sus animales o de su casa, frente a las tormentas y otros fenómenos metereológicos violentos y frecuentes en nuestro entorno geográfico.

Para un primer acercamiento sobre estos rituales individuales puede leerse el trabajo de FRAILE GIL y de LORENZO VÉLEZ (1983), aunque las publicaciones sobre el tema son bastante numerosas.

Entendemos por manipulación, siguiendo a LÉVI-STRAUSS (1977:181):

La condición común - de la manipulación - es que se efectúe por medio de símbolos, es decir de equivalentes significativos del significado, correspondientes a un orden de realidad distinto del de este último.

El empleo de cosas sagradas para manipular sobre la climatología adversa fué un hecho bastante común para la Iglesia: la simple exposición del objeto, acompañada del ritual correspondiente, conseguía el final de la tormenta. SANZ DE LARREA, prior del Monasterio de Nuestra Señora de Piedra en el Reino de Aragón, en un manuscrito copiado por GOMEZ (1864:7), relata algunos milagros que ha obrado el Smo. Misterio Dubio, Misterio relacionado con una milagrosa conversión del pan y del vino eucarísticos en carne y sangre, por un sacerdote con dudas en Cimballa, a finales del siglo XIV y cuyos restos, pegados al paño litúrgico, se conservaron durante siglos en el Monasterio de Piedra: Dia 5 de Julio de 1593 bino sobre el Monasterio y sus terminos una tempestad tan grande de qué cayeron en brebe espacio muchas y gruesas piedras. Viendose los Monges en tanto trabajo, determinaron sacar del sagrario al Smo. Misterio y tomandolo el Pe. D. Benito Casado, lo lleváron con procesión al sobre claustro acompañandolo todos los Monjes con abitos de coro y luces, y descubriendo en dcho sitio al Smo Misterio cayendo antes muchas y grandes piedras, cesaron al momento de caer, se abrió la nube al instante y salió por entre la nube el sol, pegando en el mismo viril, notando todos los monges al tiempo que se manifesto tan Soberano Misterio que aún las disformes piedras (pues las menores eran del grandor de huebos de gallina) que se beía en el aire no llegaban enteras ala tierra sinoque descendían y como blandos copos de niebe al suelo llegaban. Y con aber caido al principio y como medio cuarto de hora de espacio, tantas y tan gruesas piedras, no causaron daño ni perjuicio alguno en los frutos de los terminos de este Rl. Monasterio, habiendo echo grabes daños en los pueblos vecinos. Se halla autentificado este milagro, pues se hizo sumaria informacion con testigos [...] esta signado el instrumento y acto publico por Martin Pedro Hernando de Moros, not° del numero de la Ciudad de Calatayud y principal de la escribania.

Hay tres aspectos notables en esta descripción: el relato del milagro, con el que se consigue el cese inmediato de la tormenta; los efectos del portento que no se limitan a detener la causa del mal, sino que se extienden a través del espacio y tiempo comunitarios, ya que la piedra caida con anterioridad en el Monasterio y terrenos de su influencia carece de efectos; el recurso a notarios y otras autoridades para dar fe de lo ocurrido.

El objeto sagrado, convenientemente manipulado, actúa sobre los elementos, para conseguir la protección más allá del momento y del lugar. Su poder no queda solamente limitado a las cosas santas, ya que también participan los objetos cercanos a lo sagrado.

La campanera de Jaca nos contaba en 1982 el uso aún actual de una bandereta blanca que ondea todos los años en lo alto de la torre catedralicia, y que sirve de protección a la ciudad: ahuyenta las malas nubes y todo lo malo que pueda ocurrir: aquí no ha habido nunca una mala tormenta. La bandereta está realizada con un paño blanco, de tela fuerte, que se coloca en el altar donde se expone el Santísimo entre el Jueves y Viernes Santos. En setiembre de 1987, hace apenas cinco días, la campanera nos acaba de manifestar que, mientras viva, y con la ayuda de un hombre de buena voluntad se seguirá poniendo cada año.

Los toques contra tormentas

Esta manipulación de la metereología a través de elementos cercanos a lo sagrado nos lleva a los toques de campanas empleados con el mismo fin: deshacer y alejar las tormentas. FRAZER (1981:570) cita al jesuíta MARTIN DEL RIO, que escribe en el siglo XVI que esta virtud de las campanas no puede deberse ni a su forma ni a su composición sino al hecho de estar consagradas. Las explicaciones recogidas se basan en uno u otro de los supuestos: la eficacia de la campana o la del toque. CASES escribe dossiglos más tarde (1729:13) proponiendo tres explicaciones:

Varios son los usos á que sirven. Cinco observó Lorichio, segun la costumbre y el ritus de la Iglesia [...] El quinto, para desterrar las aereas tempestades y los infernales enemigos que con ellas solicitan nuestra ruina: yá porque es natural dissiparse á un vehemente sonido de las nubes: yá porque como por su bendicion son destinadas al culto divino, azoran sus vozes á las tartareas huestes, como clamor de Trompetas de el Rey de las luzes. A esto se añade, que como al tocar las campanas acuden los fieles a los ruegos y oraciones, no pudiendo sufrir su bateria aquellas feas escuadras, desaloxan á su pesar las nubes, pertrechos de que suelen valerse su rabia para hazernos guerra.

Las tres interpretaciones se complementan: el sonido natural de las campanas deshace las tormentas; la bendición hace que el toque aleje las tempestades; la llamada avisa a los vecinos, incitándoles a la oración.

Entre los materiales recogidos, hay de todo: de los veinte campaneros propuestos diez los desconocían, afirmando el de Uncastillo que ¡aquí no somos supersticiosos! En otros lugares hay cierta noción de la existencia antigua de un toque, como en Alcorisa, donde se hacía un repiqueo, pero que desapareció porque aquí no hay quien aguante. También lo había en Huesca. Ninguno de los campaneros propuso el sonido de la campana como causa de alejamiento o destrucción de las tormentas, aunque si lo hizo, curiosamente, un sacerdote, como veremos más adelante.

Esconjurar las tronadas

En varios lugares el toque servía para llamar a los vecinos, para que acudieran a cierta ceremonia especial que tenía lugar dentro de la iglesia, y si no era efectiva desde una de las puertas: se trataba de esconjurar, con ciertas oraciones, y manipulando algún objeto sagrado, como ya vimos en el Monasterio de Santa María de Piedra. El mismo Misterio, devuelto a Cimballa tras la exclaustración, era sacado a la puerta del templo, en caso de incendios o de tormentas importantes, tras un repique apresurado y alarmante de la campana mayor.

En Ateca, tras tocar el Tente nublo, rezaban ante la Virgen y si era preciso la sacaban de la iglesia.

Lo mismo ocurría en Caspe, donde el toque de descubrir, uno de los pocos conservados, preludiaba las ceremonias con la Vera Cruz que allí veneran, y que era sacada al pórtico para detener los elementos.

En Jaca sacaban, de día o de noche, como en los demás lugares, las reliquias de Santa Orosia, una arqueta con los huesos de la mártir que guardan bajo el altar mayor. Tras el toque de la campana Orosia, precisamente, se congregaba un grupo de vecinos, el sereno y algún devoto de la Cofradía, junto al sacerdote de guardia, para hacer los rituales necesarios.

El caso más interesante recogido fué el de Ateca, donde se entabló una pequeña discusión entre los campaneros y un sacerdote, que habían sido compañeros monaguillos: los campaneros defendían la eficacia milagrosa del toque, que interpretaban como una oración, y que alejaba efectivamente las tronadas, gracias a cierta formulilla, recogida en muchos otros lugares, aunque no en Aragón. El cura proponía el efecto sonoro como causa de la destrucción y alejamiento del mal.

Los toques recopilados parecían gozar de cierto poder, con la excepción de Caspe, en todo caso un ejemplo de sacristán tardío, ya que a menudo eran interpretados sin una posterior ceremonia, que parecía reservada a los casos más extremos y violentos de tormentas o aires terribles.

Toques de prevención, toques de protección

Así, en algunos lugares el toque era sencillamente preventivo, y se tocaba todos los días, a mediodía, tras el de oración, durante el verano, es decir de Cruz a Cruz, del 3 de mayo al 14 de setiembre.

Esto ocurría en Ateca o en Cariñena, así como en otros lugares de Aragón, no incluidos en la muestra propuesta, como Carenas, Ibdes, Sin, Ricla, Estopinyà y en muchísimos de Castilla.

Pero el toque se convertía en protector, y no solamente en el preludio de los exorcismos, en Ateca o en Jaca, siendo tañido de día o de noche, a pesar de aquella prohibición nocturna, para alejar concretamente el mal tiempo.

Una protección similar pudo haber produido el toque que acompañaba la Bendición de la Ribera, que tocaban en el Pilar, durante la ceremonia realizada precisamente el día de la Cruz de mayo.

También parece que subían a bendecir los términos desde la torre de la Seo, aunque sin acompañamiento de campanas; el antiguo toque, indicado en la Consueta, que acompañaba el conjuro desde el cimborrio no fué conocido por los últimos campaneros.

Hemos visto dos aspectos distintos y en cierto modo complementarios del uso de las campanas contra las tormentas: la defensa concreta, puesto que se trata de vasos sagrados y por tanto con poder contra lo malo, en este caso contra el desorden metereológico, así como la llamada a los fieles para que unan sus oraciones a los exorcismos del sacerdote que saca de la iglesia la imagen o la reliquia sagradas para conseguir un efecto rápido y eficaz.

Los toques desacralizados: del ruido al simple aviso

Los toques desaparecieron poco a poco, hasta del recuerdo de los campaneros, por una posible pérdida de fe en su eficacia, creciendo la idea del ruido, a menudo producido por efectos pirotécnicos, para deshacer la mala nube.

Así, en algunos lugares, los campaneros, que aún seguían creyendo, eran cada vez menos pagados por su trabajo preventivo, y dejaron de hacerlo. En otros lugares comenzaron a cambiar el significado, secularizándolo. El repique de mediodía, tras el toque de oración, se convirtió en una llamada a los labradores que estaban en el campo para avisarles que ya era hora de comer, como si el estómago y otras referencias temporales no sirvieran para lo mismo.

El repique inmediato a las tormentas fué interpretado como un aviso a los agricultores para que se dieran prisa, porque se acercaba una tronada, ya que, presumiblemente, en el campo, los labriegos no se percataban de lo que les venía encima. ZORRAQUINO (1984), en Bañón, escribía:

Se contrata a una persona responsable, lo más experta posible, para que, si llega otra tormenta como la anterior o parecida, vaya a la Iglesia con la mayor prontitud posible y desde la torre toque con las campanas a "Nublo", para que se resguarden el mayor número de personas posible. Tiempo después se creen en la necesidad no sólo de avisar sino de prevenir las tormentas, atacando las nubes; por este motivo compran petardos de grandes dimensiones para que al lanzarlos desde diferentes lugares puedan alcanzar las nubes y deshacerlas. No les debió dar grandes resultados, como es de suponer, ya que años más tarde decayó y desapareció.

Es la última fase de los toques contra tormentas; ya se habla del aspecto físico, natural: el sonido violento desencadenaría la disolución del granizo en las nubes, que caería en forma de agua. No hemos encontrado tal creencia entre los campaneros, que tampoco es compartida por todos los que han escrito sobre el tema. ALCUBILLA (xxxx) escribe: Es muy perjudicial la costumbre de voltear las campanas en momentos de un nublado. La creencia general es que las tempestades se ahuyentan de este modo pero es la verdad que a la natural y enérgica acción que sobre las nubes ejerce la altura de las torres, la configuraciOn aguda de su extremidad y el metal de las campanas, se añade otra probabilidad más de atracción de las descargas eléctricas con la corriente atmosférica que establece el movimiento y vibración de las campanas.

VELASCO ZAZO (1933) afirma: También fué creencia muy arraigada que sus tañidos apartaban las tormentas, cuando científicamente se ha demostrado lo contrario.

En este contexto la palabra científicamente quiere marcar otro orden de cosas, una idea de superioridad ante creencias tan vulgares y supersticiosas. Más adelante veremos como los trabajos científicos, al menos en las publicaciones consultadas, no ven relación entre el pequeño toque de las campanas, y su minúsculo movimiento físico, con relación al majestuoso y siempre atemorizador desplazamiento de unas nubes de tormenta. Me imagino que el propósito de los autores citados era menospreciar un sistema de creencias que no es el suyo: arrinconándolo al mundo de la superstición, quedaba en una posición desprestigiada, carente de toda credibilidad.

Dentro de la Iglesia, en los últimos siglos, ocurrió algo similar, en un intento de racionalizar toda la fe, lo que puede dar una importante pista para comprender la desaparición de los toques contra tormentas y otros rituales similares, abandonados por la Jerarquía de la Iglesia, tras haberles dado una explicación razonada, cuestión que ya se planteaba en el siglo XVIII.

El último tramo de la batalla fué el Tribunal Supremo, adonde fueron llevados algunos sacerdotes por mantener los toques contra tormentas, aunque esta acción legal encubría un intento de dominio del medio, como veremos en un apartado posterior.

FERRERES (1910:158/173) dedica el último capítulo de su obra al toque durante las tempestades. No habla para nada del efecto misterioso de deshacer las tormentas, por el hecho de estar bendecidas las campanas, argumento en el que basará toda su defensa de la propiedad y acceso a las mismas. Los toques solamente servirían para atraer a los fieles a la iglesia y congregarlos para orar a Dios (1910:158): El fin es que el pueblo se reúna en el templo y con las preces que ordena la Iglesia ruegue á Dios que aleje todo peligro.

Tal disposición es considerada por algunos, sigue FERRERES, como poco prudente, ya que el toque de las campanas no solamente aleja la tempestad y los rayos sino que los atrae, con grave peligro de los pueblos y en especial de la torre y de la campana y campanero. Otros, sin embargo, afirman que el toque de las campanas puede, por su propio efecto físico, alejar y deshacer las tormentas. El erudito sigue proponiendo que el propósito del toque es llamar a los fieles para congregarlos en oración (1910:160): Nótese que la Iglesia no pretende que se aleje la tempestad por el efecto físico del sonido de la campana, sino por el efecto moral de las oraciones de la misma Iglesia, á las que se juntan las de los fieles llamados por la campanas.

Ahora bien; que las oraciones de la Iglesia y de las de los fieles puedan alcanzar de Dios el que aleje ó mitigue los efectos de la tempestad es cosa fuera de duda para los que tiene fe.

Sigue citando las oraciones pronunciadas al bendecir la campana, en las cuales se pide para la campana que aleje las tormentas. Pero, a pesar de las citas que transcribe, no atribuye ningún efecto a las campanas, a pesar de su bendición, aunque asegura que si no están benditas difícilmente pueden ser eficaces, en una contradictoria afirmación que difícilmente comprendo (1910):162/163):

Lo mismo había indicado antes Benedicto XIV en su instrucción 40, donde escribe: «Pero como el que no se desvanezcan las tempestades no debe atribuirse al movimiento que el toque de las campanas excita en el aire (porque, según este sistema, sería más del caso por la mayor impresión que haría en el aire el disparo de la artillería y cañones; ni en tales casos se necesita del toque de campanas para excitar á los fieles á que corran á implorar la piedad divina; pues el que quiera rezar oye entonces otras más estrepitosas campanas), sino que todo debe atribuirse á las oraciones que se hacen en nombre de la Iglesia cuando se bendicen las campanas; de aquí se infiere que si la campana no tiene esta bendición, no se puede esperar el efecto que de tal bendición se deriva.»

Este es pues el fin de la Iglesia: obtener del Señor que nos libre de la tempestad ó mitigar sus efectos; y su intención es alcanzar este fin por medio de las oraciones propias y de las oraciones de los fieles.

FERRERES analiza el posible efecto físico del sonido de las campanas, y cita experiencias realizadas en Italia con cañones antigranífugos: de algunas se deduce que el ruido deshace el granizo, mientras que de otras parece demostrarse que no tiene la menor influencia. En consecuencia tendría poco efecto el sonido campanil sobre la gran masa de la tormenta, pero las campanas, por su posición elevada, podrían atraer los relámpagos. Antes de continuar he de hacer notar que en esta sección del libro tantas veces citado, se distinguen mal dos aspectos diferentes de las tormentas: el granizo y el rayo.

Se pasa de uno a otro sin transición, y casi llega a parecer que sea la misma cosa.

Volviendo pues a la generalmente alta posición de los bronces, ésa, y solamente ésa sería la causa de atracción de los rayos; la masa pequeña del vaso metálico, fija o en movimiento, apenas variaría, y la presunta peligrosidad no estaría unida a su toque, sino a su altura y su composición metálica (1910:165/166):

Tampoco el efecto físico del toque de las campanas tiene influencia para atraer el rayo ó las tempestades, porque nada puede señalarse que sea capaz de atraer la nube ó el rayo cuando se toca más la campana que cuando no se toca. El único peligro es para el que toca la campana; no porque la toca, sino porque por medio de la cuerda se pone en comunicación con la campana y con el suelo, y, por consiguiente si un rayo cae sobre la campana, la descarga le alcanzará á él, con grave peligro para su vida. Pero nótese que el rayo caería sobre la campana del mismo modo si se toca que si no se toca, si el hombre está cogido á la cuerda que si no está; mas dado caso que caiga sobre la campana estando el hombre cogido, le hará sentir á éste sus efectos, cosa que no haría si el hombre estuviera en otra parte. Cita a continuación tres estudios físicos que demuestran la nula relación entre la campana, fija o en movimiento, y las tempestades, por un Rector del Seminario de Tarragona, el jefe de la Sección de Metereología del Observatorio Imperial de Paris y el sabio metereólogo profesor GOCKEL, de la universidad de Friburg. Según éste último: el tocar de las campanas de suyo no ejerce ningún influjo sobre las tempestades. La cuestión se reduce, pues, únicamente á si la persona que tañe las campanas está expuesta á algún peligro particular. A esto debo responder, sin dudar, afirmativamente. Los sucesos desgraciados que en esto han acaecido, han dado ocasión en muchas localidades á que se prohibiese el tocar las campanas. Se conseguiría tal vez que el peligro fuese menor poniendo la armazón (la cabeza) de la campana en comunicación metálica con el pararrayos. Esta medida serviría también de defensa á la misma armazón, muchas veces perjudicada por el rayo; mas esta precaución no defiende por completo á la persona que tañe durante la tempestad.

FERRERES (1910:172/173) termina su librito con una cita que sugiere que la presunta peligrosidad de los toques contra tormentas, pudiera obedecer a otros fines que ahora llamaríamos políticos, ideológicos, y que analizaré al hablar del acceso y propiedad de las campanas: Nótese que los rayos no caen ahora sobre los campanarios y campaneros con más frecuencia que hace ocho ó diez siglos, y, sin embargo, hasta que los enciclopedistas, por su odio á la Iglesia, comenzaron á declamar contra el toque de las campanas durante las tempestades, exagerando el peligro, nadie se había dado cuenta de que el tal peligro fuera cosa notable.

Por motivos que desconocemos, esos toques se emplearon hasta época reciente en ciertos lugares, precisamente agrupados en el SO y N de Aragón. Su abandono, en los últimos veinte años, por parte de los campaneros, no ha sido nunca justificado por prohibiciones eclesiales o civiles, ni tampoco por falta de fe en sus resultados, al menos entre los aragoneses, sino por la disminución de la remuneración.

En cualquier caso los toques como fenómeno físico, con efectos naturales sobre las tormentas, aparecen como una explicación ajena a los campaneros, aunque presente entre los sacerdotes actuales, incluso los de cierta edad: el caso de Ateca es significativo por su contexto pero no es el único encontrado.

Otra cosa es la atracción ejercida por los campanarios, como lugares elevados, hacia los relámpagos, de lo cual hay buenos ejemplos de la peligrosidad del oficio del campanero durante las tormentas eléctricas.

Los rayos caídos sobre torres y campanas

CANELLAS (1975:45) refiere la caida de un rayo en la torre de la Seo de Zaragoza, matando al campanero y quemando el chapitel, de estructura de madera, en 1850: La Torre de La Seo fue víctima de una descarga eléctrica recibida a las siete y media de la mañana del día 7 de abril de 1850, domingo de "Quasimodo" [...] Un cuadrito conservado en La Seo representa sucesivas fases del accidente: en la parte central aparece la torre de La Seo íntegra, en el momento de ser sacudida por un rayo que cae sobre la veleta; en torno a este cuadrito figuran nueve círculos con sucesivas vistas del chapitel a medida que se propaga el incendio motivado por la chispa eléctrica. La más cumplida crónica del suceso queda reflejada en un escrito contemporáneo del cabildo donde se lee: «El día siete del pasado abril, antes de las ocho de la mañana, se oscureció el horizonte de esta ciudad, y a poco rato el estallido de un trueno agudísimo anunció  la caída de alguna terrible exhalación. Súpose al momento que ésta había descargado en la torre del santo templo metropolitano del Salvador, hiriendo mortalmente al campanero y maltratando además a uno de sus hijos. Por de pronto sólo se advirtió el estrago en el cuadrante que señala las horas, mas no tardó mucho a observarse el humo que salía por la parte superior del chapitel...»

RAMON Y CAJAL (1986:11) refiere la caída de un rayo, que él experimentó en su niñez, así como la muerte del párroco, que estaba tocando contra la tormenta en la torre: Estábamos los niños reunidos una tarde en la escuela [...] Sonó formidable y horrísono estampido, que sacudió de raíz el edificio, heló la sangre de nuestras venas y cortó brutalmente la comenzada oración. [...] La viva emoción que sentíamos no nos permitió darnos cuenta de lo ocurrido: creíamos que había estallado una mina, que se había hundido la casa, que la iglesia se había desplomado sobre la escuela..., todo se nos ocurrió menos la caída de un rayo. [...] Una voz salida de entre el gentío nos llamó la atención acerca de cierta figura extraña negruzca, colgante en el pretil del campanario. En efecto, allí, bajo la campana, envuelto en denso humo, la cabeza suspendida por fuera del muro, yacía exánime el pobre sacerdote, que creyó poder conjurar la formidable borrasca con el imprudente doblar de la campana. Algunos hombres subieron a socorrerle y halláronle las ropas ardiendo y una terrible herida en el cuello, del que murió pocos días después. El rayo había pasado por él, mutilándole horriblemente. En la escuela, la maestra yacía sin sentido sobre el pupitre, fulminada también, aunque sin heridas importantes.

Poco a poco nos dimos cuenta de lo ocurrido: un rayo o centella había caído en la torre, fundiendo parcialmente la campana, y electrocutando al párroco; continuando después sus giros caprichosos, penetró en la escuela por una ventana, horadó el techo del piso bajo, donde los chicos estábamos, derrumbando buena parte de la techumbre; pasó por detrás de la maestra, a quien privó de sentido, y, después de destrozar un cuadro del Salvador, colgante del muro, desapareció en el suelo por un boquete, especie de madriguera ratonil, labrada junto a la pared.

Ocioso fuera encarecer el estupor que me causara el trágico suceso.

Procesiones, entierros y otras actividades acompañadas con campanas

Antes hemos hablado de los toques de procesión y de entierro que marcaban el espacio por el que deambulaba la comitiva: en algunos lugares, sin aparente relación entre sí, se tocaba solamente cuando el núcleo de la manifestación se hallaba próximo  al templo, tanto a la salida como a la llegada.

Estos toques que señalan cierta ocupación espacial, sobre todo a los que participan a distancia de la ceremonia, pudieran tener asimismo cierto efecto de protección contra diablos y otros males, tanto en las procesiones como en los entierros, como escribe FRAZER (1981:559;562): Un gran canonista del siglo XIII, Durando [...] nos dice que «en las procesiones se tocan campanillas para asustar a los demonios y hacerlos huir. Pues cuando esos espíritus escuchan las trompetas de la Iglesia militante, es decir, las campanillas de la procesión, sienten miedo, de la misma manera que un tirano cualquiera se atemoriza si oye sonar en su territorio las trompetas de un rey poderoso enemigo suyo. [...] La forma aparentemente primitiva en que la antigua costumbre ha venido siendo transmitida aquí y allá hasta nuestros días, sugiere con fuerza que el propósito verdadero del toque de difuntos era ahuyentar a los espíritus malignos que se cernían invisibles en el aire sobre el moribundo, antes que notificar a las personas lejanas el próximo fallecimiento y pedirles una oración por el alma a punto de abandonar su envoltura mortal.

¿Tocar para proteger o tocar para complacer?

Cabe otra explicación, mucho menos romántica, y aplicada sobre todo a los toques limitados a la entrada y salida al templo: se toca entonces porque el cliente, sea el que paga la fiesta o el que entierra a su familiar, oye entonces las campanas (ya que, al estar más alejado, el ambiente sonoro mismo del cortejo le impide percibir, por encima de casas y tejados, el rumor campanil).

La etnografía no permite comprobar ninguna de las dos propuestas: si bien nadie supuso que los toques, sobre todo al acercarse al templo, pudieran alejar los malos espíritus que suelen rondar por allí sin atreverse a entrar, tampoco nadie  propuso explícitamente que sólo tocaba cuando el cliente podía escuchar.

La clave parece estar hoy en la vista y no en el oído: cuando se ve al Santo o al difunto hay  que tocar, y a los campaneros les entra gran desasosiego por hacerlo, justo entonces, pero nadie relaciona su visión desde la torre con la escucha del otro desde la calle; de cualquier modo se toca, sin que nadie parezca tener justificación alguna.

El problema está ahí y no puedo resolverlo, aunque no podemos olvidar que los que tañen en las procesiones no suelen (ni solían) ser pagados.

Torres y campanas como signo de identidad

Las campanas han tenido, casi siempre, un sentido de integración comunitario; aunque se trataba del medio de comunicación oficial y dominante del grupo, la colectividad llegaba a identificarse con él. Este fenómeno aparece claramente entre pueblos vecinos y en las parroquias contiguas de una ciudad ya que cuando tocan las campanas de mi parroquia, yo las comprendo, sé lo que quieren decirme, puesto que comunican un mensaje importante para mi comunidad: la muerte de un amigo, el día de la fiesta, el barrio donde hay un fuego. Como contrapartida, cuando toca la otra torre, es para ellos, con mensajes suyos, con unos sones y ritmos quizás parecidos pero siempre distintos.

Las campanas y sus toques eran uno de los signos de identidad más commpartidos del pueblo. Incluso hoy, cuando los motores han reemplazado las manos amorosas de los campaneros, y se han olvidado las viejas normas que ordenaban repiques y bandeos, las campanas siguen funcionando como signo de identidad comunitario.

Ahora ya no nos distinguimos del otro por los diferentes toques, puesto que es muy probable que nuestras campanas y las de ellos estén impulsadas por los mismos mecanismos, pero hay algo que, aún, nos identifica con nuestros bronces, con nuestra torre, con nuestro pueblo. La campana, ya desprovista casi por completo del sentido comunicativo inicial, sigue siendo signo de referencia, posiblemente por obscuras motivaciones y asociaciones sentimentales.

La torre

La torre suele ser identificada con el pueblo donde se encuentra. Como decían allí, la torre de Ateca ha llevau mucha fama, su construcción, su situación y sus campanas. ¡Ha llevau mucha fama!

Pero no se trata solamente de las grandes torres, en las que, probablemente, los que encargaron su construcción quisieron dar una muestra urbi et orbe de su magnificencia y poderío. Todas las torres, cualquiera de ellas, se convierte, no sé bien por cual motivo, y sobre todo para los que tuvieron que emigrar, en un símbolo de aquella comunidad que abandonaron un día. LLEO (XXXX) decía así: Grande, muy grande es en verdad el contento, la alegría, el gozo que inunda a todo su ser, quien de regreso de un lejano país, en el que ha permanecido por algún tiempo, distingue a lo lejos la silueta del campanario del pueblo que le vió nacer. Añorado y querido monumento que le indica, que cuenta allí con sus más caros afectos.

A todo pueblo le representa su campanario. Viva imagen de su esencialidad en el aspecto ideológico y sentimental, es cual un amigo generoso que le presta su tutela. [...] La sombra de un campanario es acogedora; ejerce en todos los órdenes una influencia saludable. Acaso mucho más beneficiosa que el apoyo que generalmente encuentra uno, en el radio de acción más o menos extenso de sus amistades...

El campanero de Cariñena, al llegar a la vista de su población, supo expresarlo de manera muy elocuente: Yo cuando llego por aquí, parece que se te alegra el corazón, al ver la torre; es una cosa...

Las torres, al mismo tiempo, se convierten en el mejor mirador para contemplar la localidad; no solamente porque sean el lugar más elevado, sino porque se trata de un punto representativo. Como apuntaba ZAPATER (1972b): ... contemplan ya Zaragoza desde la altura de la torre del Pilar. No hay mejor atalaya. Claro que no faltan quienes, como ZAPATERIA (1974) asocian torres con atraso y con falta de recursos: Torres estirando el cuello para soñar sobre el proyecto de una vega que multiplique su vientre en cien mil hijos de verdes ilusiones. [...] Calatayud es un paisaje de torres repletas de campanas, que nunca aprendieron a caminar, tan sólo a dar vueltas como el bufón de la corte. Mientras estas torres no sean chimeneas de otras tantas industrias, absorbiendo la riqueza de su tierra [...] Las torres sacan sus lenguas y se ríen de sí mismas.

 

Las campanas y sus toques

Las campanas han sido siempre identificadas, por todos nuestros informantes, como especiales, únicas, y por éso mismo, cuando se refundieron por roturas accidentales o por destrucciones bélicas, no eran reconocidas porque nunca sonaban igual.

Como nos dijeron en Uncastillo, aunque le quisieron dar, no se lo dieron, el mismo sonido. Los toques se consideran diferentes, singulares, pero de una manera un tanto peculiar, puesto que casi todos los informantes aseguran que no saben como se toca en los demás lugares; es como si cerrasen sus canales de información al salir de su localidad.

El de Caspe decía que no he parao así mucha atención, y lo segundo que cuando he salido de aquí ha sido en plan de fiesta.

En Ateca eran más conscientes de la distinción no sólo del sonido sino de la forma de tocar, por motivos de historia personal: Sí, porque yo he oído tocar en otros pueblos, por ejemplo yo estoy casao con una de Moros, y en Moros tocan otros toques... a muertos tocan otro muerto.

El campanero de Huesca decía que en toda la provincia todos tocan distinto, aunque los toques de Huesca se parecen a los de Valencia. En Jaca creían, esta vez con razón, que su manera de tocar las grandes campanas catedralicias era única en Aragón.

El de Perdiguera practicaba un sano relativismo cultural, afirmando que lo que a ellos les pudiera parecer bien, quizás chocaba a los forasteros, lo mismo que les puede pasar a los del pueblo cuando van allí. El de Uncastillo recordaba que antiguamente no tenían contactos por los malos medios de comunicación, aunque las campanas ahora motorizadas no tenían apenas variación.

Ésta es precisamente una de las grandes acusaciones actuales: las campanas eléctricas no tocan bien, no tocan como hay que tocar, porque los toques que tañen no tienen apenas relación con los antiguos, manuales. Ya volveremos sobre el tema de la mecanización salvaje.

Eléctricas o manuales, las campanas de la propia comunidad, más allá de las creencias, que no estamos aquí planteando, son consideradas como un aspecto sonoro muy identificativo del grupo. Una grabación de calidad, pasada ante un grupo, y sobre todo si están fuera de su tierra, despierta ríos, mares de sugerencias impulsivas, emotivas, irracionales, como hemos podido comprobar muchas veces. No se trata de algo objetivo, puesto que se refiere a timbres, armonías, ritmos y resonancias, que despiertan contextos de recuerdos y múltiples sugerencias inefables... Las campanas, vistas como las torres a lo lejos, al regresar a casa, despiertan intensas, inolvidables olas de emociones intensas.

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