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Las campanas de Aragón: un medio de comunicación                                                          Dr. Francesc LLOP i BAYO

El silencio de las campanas en Semana Santa

El silencio anual de las campanas, durante el Trío Sacro, desde el Gloria de la misa del Jueves Santo, ahora por la tarde, pero antes por la mañana, hasta el Gloria de la misa de Resurrección, ahora a media noche entre el Sábado Santo y el Domingo de Pascua, aunque antes era a media mañana de ese Sábado, está mal explicado desde la Liturgia.

FERRERES (1910:96/97) remite a DURANDO para decir que así como los discípulos callaron y huyeron cuando el Maestro fué detenido, interrogado y vilmente ejecutado, así las campanas que son como los Apóstoles la voz del Señor, callan, esperando su Vuelta Gloriosa.

La explicación no es convincente y seguramente debe buscarse en antiguos ritos para la renovación de la Naturaleza, teniendo además en cuenta que las iglesias orientales siguen empleando las semantrón, que son tablas de madera, para llamar a los fieles. Al menos hay unas normas generales, que no es momento de estudiar, que proponían, sobre todo el orden de comienzo y final del toque de Gloria, para el cual la iglesia matriz, Catedral, Colegiata o Parroquia de mayor dignidad era la última que tocaba el Jueves y la primera que tocaba el Sábado.

Así, en Huesca las parroquias podían tocar el Gloria del Jueves Santo exclusivamente antes o con  la Catedral, y luego solamente empleaban las matracas. Quitaban los ganchos de las campanas y las cuerdas quedaban colgadas en la pared. Hoy en día, aunque existen las matracas ya no se tocan, y el campanero, ocupado en dos lugares distintos es el que marca la hora de comienzo de la misa en cada lugar, para poder llegar a ambas, sin tener en cuenta las campanas de la Catedral, que están electrificadas.

El silencio de las campanas iba acompañado de la disminución fónica, con numerosas normas municipales que regulaban incluso el tráfico de vehículos por las vías urbanas. En Aguilón, por ejemplo, bandeaban el jueves y las campanas permanecían en silencio hasta el sábado por la mañana. En Perdiguera dejaban las campanas normales, sin tocarlas, mientras que los zagales en la iglesia hacían ruido, para matar judíos. En Ateca también, pero la carracla o las carraclas estaban, por lo menos durante algunos años, en la torre del reloj, cuyas campanas horarias seguían sonando; caso de verificarse tal presencia de matracas en la torre del reloj, para lo que tenemos testimonios contradictorios, supondría una notable armonización de dos modos bien opuestos de medir el tiempo.

En Caspe nos dieron algunas pistas, poco ortodoxas pero muy expresivas: la misa del Jueves quedaba paralizada y las campanas también, mientras eran sustituidas por la gran matraca. Cuando la misa de Resurrección continuaba, las campanas volvían a tocar.

En Uncastillo dicen, en presente, que nadie sube y nadie las toca. En Zaragoza mataban las campanas: no solamente quitaban las cuerdas de los badajos, sino que las dejaban horizontales, atándolas puesto que ellas por su peso tienden a estar verticales, como es sabido. En La Seo solamente mataban las que se veían desde la plaza, mientras que en el Pilar dejaban horizontales todas las que podían estarlo, incluyendo la Pilar, la grande central.

La muerte de las campanas no solamente era percibida por los oidos sino que se podía ver: era una muerte aparente, en un sentido amplio de la palabra. Las campanas eran sustituidas por matracas, que aún pudimos ver en la Seo totalmente destrozadas, inservibles, en la planta superior. También decían a matar las campanas en Villanueva de Huerva, donde las dejaban sin tocar, sustituyéndolas, como aún hoy hacen en Cimballa por una matraca manual, golpeada mientras daban vueltas al pueblo para anunciar cada acto litúrgico.

Asociación entre campanas y algunas fechas del ciclo anual

En ningún lugar se asocia las campanas con la Pascua, y con su viaje anual a Roma. Es chocante como una creencia que orienta y cataliza la percepción que tienen los franceses de las campanas, aquí es absolutamente desconocida: la asociación inmediata en nuestras tierras es de campanas para comunicar una muerte o para comenzar las fiestas, pero nunca piensan en Pascua, y menos aún en viajes a Roma.

Tampoco se piensa en las campanas al hablar de Navidad, al contrario de lo que ocurre en las culturas anglosajonas. Así COLEMAN (1938:18/19) comienza prácticamente su libro, desde una perspectiva norteamericana, afirmando que en los países cristianos no hay otra fecha tan asociada a las campanas como la Nochebuena y el día de Navidad, durante las cuales tañen casi sin cesar.

No es nuestro caso: ninguno de los campaneros entrevistados recordó tal fecha. Al relacionar las campanas con el ciclo anual surgen inmediatamente las fiestas del pueblo o de la ciudad. Inmediatamente después, pero ya en pasado, se habla del toque de la noche de los Santos. Solamente si se les pregunta, hablan del silencio durante la Semana Santa. Pero nunca   nombraron la Navidad como fecha en la que hubiese que tocar especialmente; de hecho no se tocaba apenas.

El ciclo anual: el año continuamente repetido

He hablado de clases, y aquí ya es preciso referirse al ciclo anual, a la idea de año en la sociedad tradicional y especialmente en la Iglesia. Seguiremos hablando del presente etnográfico, esto es de hace unos cuarenta/cincuenta años, en torno/antes de la guerra civil. Si la noción general cristiana de tiempo, lo que está por ver, es lineal, la idea concreta, a corto plazo, es cíclica, con esa doble regulación del calendario, de acuerdo con el ciclo lunar, que marca la fecha exacta de la Pascua, aún hoy, y con el solar, que marca la fecha exacta de la Navidad y otras fiestas en torno a la Madre de Dios.

Incluso, si se me permite la intuición, el ciclo lunar está basado en la muerte y resurección del Cristo, y en torno al renacer no por menos esperado menos milagroso de la vegetación en primavera, mientras que el ciclo solar se relaciona con la encarnación, maternidad de María y Nacimiento de Jesús, lo que permitiría asociar la Navidad con la historia, puesto que, aún no sé porqué, el ciclo del sol siempre parece ir asociado con el tiempo lineal, mientras que la Pascua, repetida y recreada cada año, va precisamente unida al ciclo de la luna y de las estaciones.

Hace un par de días, hoy es sábado santo, acabo de oir a un celebrante decir que Cristo murió y va a volver a morir por nosotros, en un ciclo inacabable, de recreación anual de la vida, del agua y del fuego. Los días, para la Iglesia tradicional, y por tanto para nuestros sacristanes y campaneros, no tenían una especificación lineal, única, histOrica. Aquel día no fué un tres de octubre de mil novecientos cincuenta y uno, por decir la primera fecha que se me ocurre, ni hoy es el dieciocho de abril de mil novecientos ochenta y siete: hoy es Sábado Santo, con respecto al ciclo anual, que está motivado por la Pascua, que es mañana y por el Viernes Santo, que fué ayer.

Las clases de días en los pueblos

Ninguno de los campaneros entrevistados transmitía, ni podía hacerlo, la fecha del día, puesto que su sistema de comunicación no estaba previsto para ello, como el morse, el interface del ordenador o el tam-tam que solamente traducen lenguaje escrito a signos sonoros que después de ser descodificados darán nuevamente un mensaje escrito. Los toques tradicionales funcionaban por categorías, más o menos abiertas o definidas, pero sin la rigidez binaria de otros códigos sonoros, indicando la categoría del segmento temporal con respecto al ciclo diario, semanal y anual.

La clasificación diaria era siempre con respeto al ciclo semanal (solar) y anual (lunar), y quedaría resumida en tres clases: diario, domingo y festivo, con una matización entre festivo menos importante (bandeo de una sola campana) o festivo solemne, con el toque de la campana mayor o de todas, según la costumbre del lugar. Al menos en los pueblos la mayor parte de los toques no anunciaban nada, en el sentido inmediato, lineal si se quiere, sino que indicaban la categoría del día siguiente que, presumiblemente, empezaba entonces, aunque ningún testimonio garantice ni contradiga tal afirmación. Por lo general había tres/cuatro clases de días, con matizaciones. Así, los pequeños pueblos, con dos campanas, como Cimballa, Latre, Torrelacárcel, Rubielos de la Cérida o Villanueva de Jiloca, tenían el toque diario, con una pequeña campana, a veces la menor, a veces el campano o cimbal o sea una tercera campana mucho más pequeña, que no entraba en los repiques. Había un toque semanal, interpretado a menudo el sábado por la tarde y para el primer toque de misa del domingo, que era un repique de las dos campanas, precedido el sábado del toque de oración y seguido el domingo del primer toque de misa, con muchas variantes. Finalmente, para los días de fiesta, el repique precedía el bandeo de una o dos campanas, volviendo a ser interpretado después.

El volteo de una sola campana podía estar motivado por avería de la otra o según la asistencia de ayudantes, aunque también pudiera estar justificado por una fiesta de menor entidad pero con más trascendencia que un simple domingo.

Las clases en villas y ciudades

En las poblaciones mayores, como Agüero, Albarracín, probablemente Cariñena y Jaca, había cuatro clases, con un toque diario, otro de segunda, un repique, un toque de primera menor, que a veces podía incluir el bandeo de una sola campana y otro de primera solemne con el toque de dos o de todas las campanas de la torre.

En Zaragoza la Seo tenía cuatro clases: el ordinario, el de segunda y el de primera, con repiques distintos mientras que el de primera solemne incluía el mismo repique acompasado al bandeo de la Valera, la campana mayor y central de la primera catedral zaragozana. En el Pilar, la otra catedral, tenían cinco clases, lo que nos acerca a las siete recogidas en València, con pequeños matices solamente distinguibles por los muy expertos: estaba el simple, el semidoble, el de segunda, el de primera y el de primera solemne, que incluía el bandeo de la Pilar, la campana mayor de la torre, acompañada por el repique acompasado de las otras cinco.

En las pequeñas y medianas torres los toques preludiaban la festividad del día siguiente así como la categoría de la fiesta que se iba a celebrar, e incluso el lugar y la persona: buena prueba de ello es el caso de Uncastillo, con dos parroquias pero un solo párroco: el toque diario era distinto según la iglesia donde oficiase el párroco, y lo mismo ocurría con la misa cantada del domingo, que era de diario de párroco donde celebraba el coadjutor.

Los toques de coro eran interpretados en las parroquias urbanas y en las catedrales, con el notable caso, que puede ser esclarecedor para explicar los repiques de la víspera o anteriores a la misa mayor, de Villanueva de Jiloca, donde el repique vespertino precedía, así como el de las mañanas dominicales, el rezo en el coro de tercia o de completas.

El cambio anual de horarios

Dentro del ciclo anual, que está gobernado o por lo menos ordenado por la Luna, hay que referirse al cambio de horarios, que era prácticamente común en todas las grandes iglesias, que tenían coro por la mañana y por la tarde.

Este cambio, este horario de verano, no se relacionaba, sin embargo, con el ciclo de la Pascua, sino con el calendario solar, con toda lógica, puesto que se trataba de acompasar el ritmo laboral diario, si se permite la expresión, con el ciclo de las estaciones, con el año civil, en realidad con el Juliano primero y con el actual Gregoriano después.

La fecha del cambio, de Cruz a Cruz, que carece, creemos, de reconocimiento litúrgico oficial, iba acompañada de un toque de protección contra tormentas en muchos lugares, especialmente castellanos, y subsistió hasta los años sesenta. En las poblaciones tratadas para este trabajo solamente Cariñena tenía toque explícito para mediodía, tras el toque de oración, aunque el sacristán no consideraba que su oración del verano tuviese efectos de defensa de la comunidad.

¿Toques cíclicos o lineales?

Cabe interpretar aquí los toques descritos como cíclicos, en su conjunto: abrían y cerraban la jornada, marcaban el principio de las festividades, renacían tras la espera pascual. Sin embargo tal interpretación puede resultar poco consistente: en efecto, en los pueblos, para la misa dominical solamente un toque, interpretado "antes", como media hora o tres cuartos, sin gran exactitud, avisaba la categoría de la fiesta, con respecto al ciclo anual, y solamente uno o dos toques más, a menudo sin precisión de "segundo" o "tercero", indicaban la preparación y el comienzo exacto de la misa: las campanadas subsisten aún en el léxico popular para hablar del tercer toque actual, el que marca el inicio exacto de la acción.

¿Pero tal primer toque repicado, exigiendo por tanto en los pueblos la presencia del sacristán, el gran especialista, en la torre, no pudiera estar justificado precisamente por esa variedad de funciones que impide, como asegura el dicho estar en misa y repicar? Porque el sacristán, en las pequeñas comunidades, no solamente tocaba las campanas o preparaba los ornamentos sagrados para la celebración: también participaba activamente cantando en latín, más o menos aproximado pero casi siempre afinado, contestando y complementando al sacerdote en los rituales. La interpretación de un solo toque quedaba pues justificada por la necesidad de tener que estar abajo en la iglesia, participando en la acción litúrgica, sin necesitar una referencia a un tiempo aproximado, cíclico.

En las ciudades e incluso en las parroquias importantes, con cierto número de clérigos, como Cariñena o Uncastillo, el campanero era a principios de siglo un profesional distinto del sacristán, como aún ocurre hoy en Huesca. Tenían que tocar a horas fijas, para coordinar las actividades litúrgicas de los Cabildos, y posiblemente para servir de referencia temporal a las poblaciones civiles.

Aquí podía estar la respuesta a la interpretación del tiempo: puesto que tocaban a horas fijas ya no se basaban en el calendario lunar, irregular, sino que estaban midiendo el día de acuerdo con un tiempo regular, igual, solar. Seguían tocando a coro, según la clase del día, con lo que no resolvemos nada.

El tiempo de los relojes

Los toques, más o menos cíclicos, han convivido desde el XIV con los relojes, en nuestra Corona de Aragón, que es la que mejor conozco. No se trataba, sin embargo, de una competencia, de un intento continuado por manipular el tiempo, puesto que los relojes, por ejemplo, no eran construidos en otras torres, y utilizaban a menudo las mismas campanas religiosas para tocar las horas, aunque, éso sí, su fabricación y mantenimiento estaba, como lo sigue estando hoy, a cargo del poder civil: si hay alguna avería o se precisa una renovación los gastos irán, en el mejor de los casos, repartidos entre la Iglesia y el Ayuntamiento, aunque por lo general este último es el único que paga, con gran conciencia de mantener así sus derechos sobre las campanas y el reloj que regulan, dicen, el tiempo civil.

Muchos campaneros son los que dan cuerda a los relojes de la torre, que en muchos casos, como Aguilón o Mora de Rubielos carecen incluso de esfera, pero es la Municipalidad y no el Cura quien paga mensual o anualmente al encargado de dar diaria o semanalmente cuerda al reloj.

En los pueblos pequeños las mismas campanas se emplean para dar las horas, dándose el caso en algunos pueblos del sudoeste aragonés, como Jabaloyas, que emplean la campana menor tanto para las horas como para los toques más usuales desde el pie de la torre. Sin embargo, en los pueblos mayores, en villas y en ciudades, son "otras" las encargadas de tocar los cuartos y las horas, campanas colocadas en la parte más alta de la torre, donde puedan ser bien oídas, aunque probablemente su colocación superior esconda otros propósitos.

Las campanas del reloj no son consideradas como tales por los campaneros, que no las emplean para sus repiques, de la misma manera que omiten en sus descripciones al cimbalillo empleado para tocar a misa, aunque esté instalado en la misma torre, junto a las demás campanas. Muchas torres como Teruel y Barbastro tienen campanas góticas, de la Ciudad, que tocan las horas por encima de las otras pero que no son mencionadas por los campaneros. En otro lugar he analizado la salvaje electrificación de las campanas del Pilar. Uno de los errores cometidos, desde el punto de vista de la tradición, fué la motorización de las campanas del reloj, que estaban incluso en otro aposento de la torre; para el instalador eran dos campanas más, aprovechables para el conjunto; para la familia MILLAN, los últimos campaneros, ni siquiera fueron nombradas durante las entrevistas.

La separación funcional iba a menudo acompañada de separación espacial. Las campanas horarias, cuando no eran las mismas de la iglesia, estaban colocadas en otro lugar, a menudo una estancia más alta o incluso en otra torre paralela, como ocurrió en el Pilar: al construir la segunda torre se colocó allí el reloj y la gran campana que procedía de la Torre Nueva, destruida precisamente por la Ciudad porque molestaba los intereses de algunos patricios. Todavía hoy, el antiguo Hogar Pignatelli, en cuya restauración estamos colaborando, tiene dos torres paralelas: en una de ellas están las dos campanas de un extinto reloj que pronto será puesto nuevamente en marcha, y en la otra torre se encuentran tres campanas, una de ellas del XVII, que eran empleadas para los toques digamos eclesiales.

La Torre Nueva de Zaragoza: el Reloj ciudadano por excelencia

La Torre Nueva pudo ser el casi único ejemplo aragonés de beffroi, de torre cívica para marcar las horas urbanas, pero no evolucionó, que sepamos, hacia un carillón, o conjunto de campanas que construyesen con sus ritmos una serie de mensajes diferentes y paralelos a los de las torres eclesiales.

Fué construida para situar un reloj, visible, y una gran campana que pudiera oírse desde toda la ciudad, marcando las horas para el buen gobierno de sus habitantes. Con ello se pretendía, además, reflejar el poderío y la magnificencia de la capital del Reino, como escribe BLASCO IJAZO (1987) en una pequeña monografía:

¡Y pensar que por un reloj y para un reloj se hizo la grandiosa Torre Nueva!... No para un reloj más que graduase la vida a paso complicado como ahora. No. Entonces se vivía pausadamente. La Ciudad necesitaba un reloj para el buen gobierno de los Tribunales, asistencia a los enfermos y reglamentación de la vida en el vecindario todo. Los relojes existentes a la sazón en la vieja Ciudad no corrían con el concierto y seguridad apetecido. El que se quería, colocado en una torre tan alta y magnífica, tenía que distinguir a Zaragoza como cabeza y metrópoli de la corona de las demás villas y ciudades del reino.

Pues sí, para fijar el ansiado reloj en sitio estratégico y visible se construyó una torre suntuosa, con una campana muy grande que se oyese de toda la ciudad. Y esa fué la Torre Nueva.

El Consejo de la Ciudad aprobó su construcción el 22 de agosto de 1504, reinando en Aragón Fernando II. La construcción de la Torre Nueva tiene todas las características de una torre civil, de un beffroi, buscando explícitamente su centralidad y autonomía:

Aprobado un diseño fué acordado en 31 de agosto de 1504 fabricar la torre separada de todo inmueble, en la Plaza de San Felipe, frete a la iglesia, a unas cien varas de donde se encontraba el centro de la ciudad.

La Iglesia y el Estado no se opusieron y colaboraron en su construcción; aunque se trataba de una torre de la Ciudad, es decir del gobierno municipal, como muestran los escudos de armas que las ornaban, así como aquel otro que se colocó para cerrar el hueco por donde se introdujo la gran campana tras una de sus roturas:

Estaba construida de ladrillo [...] con ocho escudos de armas de la ciudad: servían de repisa en su lugar ocho piedras labradas [...] Fué preciso abrir una gran brecha para introducir la campana hasta el centro. Con este motivo se cerró la puerta que estaba al Septentrión y se dejó dispuesta y adornada otra que daba al mediodía. Remediado tan grave estruendo, se puso sobre ella el escudo de Armas de la Ciudad (que se conserva en el Museo Provincial).

En el remate había una cruz veleta, una bola dorada y una campana para los cuartos. Contaba de altua la torre desde el suelo de la Plaza de San Felipe, 105 varas de Aragón.

La torre solamente tenía dos campanas: una para los cuartos, colocada en su veleta, y otra mucho mayor, para las horas, construida inicialmente en 1508, siendo refundida en 1710 y nuevamente en 1712, que existe hoy en la torre baja del Pilar:

También se renovó el reloj por estar el antiguo poco puntual. Su incesante ejercicio y la continua lima del tiempo lo tenían debilidtado y sin la constancia precisa en sus violentas articulaciones y movimientos. Este reloj señalaba las horas con los sonoros y abultados ecos de la campana grande y los cuartos de hora con la otra más pequeña que servía de último chapitel. Una y otra campana daban orden y concierto a toda la ciudad.

Marcaban los cuartos y las horas de la Ciudad, aunque también coordinaban los toques festivos de todas las demás torres en las grandes ocasiones, así como otras actividades urbanas. Según ARAMBURU (1766:368/371), que relata los adornos y las fiestas extraordinarias de Zaragoza para celebrar la inauguración de la nueva Capilla: En esta gustosa ocupacion passaron muchos toda la mañana, hasta las doce del medio dia, en que hizo señal de la Festividad de la Vispera, segun ha yà algunos años, se acostumbra, la Campana del Relox mayor, que es de la Ciudad, y pesa 260. quintales, como yà tengo escrito, que son solo 76. quintales menos que la gran Campana de Moscou, corte antigua de la Rusia, que es celebrada en la Europa, y pesa trescientos treinta y seis.

Al toque de esta crecida Campana sonaron todas las de las dos Iglesias Metropolitanas, de las Parrochias, y de todos los Conventos, lo que produxo una ruìdosa harmonìa, que alegraba al animo, y excitaba a la devocion. [...]

LLegò la noche, y haviendose cantado en el Santo Templo con la mayor solemnidad los Maytines, y Salve, à la señal de la Campana del Relox Mayor, se transformò en un brillante Vesubio toda la Ciudad, sin que atemorizasse su incendio, porque ardìa para lucir, y no lucìa para arder.

Tenemos noticia de la elaboración de unos toques regulares desde esa Torre Nueva, durante la Guerra del Francés: era una buena atalaya para observar los movimientos del enemigo y que se tocaba la zona hacia donde parecía que iba a caer la bomba lanzada extra muros: En otra finalidad, ¡qué buenos servicios prestó a los zaragozanos la Torre Nueva durante los asedios de 1808 y 1809!... A cada granada o bomba que disparaba el enemigo, la campana mayor señalaba con precisión precautoria el peligro, por medio de uno, dos, tres o cuatro toques, según el sector afectado de los cuatro en que se dividió Zaragoza a tal fin previsor. Y lo mismo durante la guerra civil en 1838. Apostada una guardia de bomberos de la milicia nacional en los balcones de la torre, soberbia atalaya para descubrir una circunferencia de unas 16 leguas a la redonda, observaba los movimientos que el ejército carlista pudiera efectuar sobre la población.

La Torre Nueva fué precisamente destruida por la Ciudad, entre 1891 y 1893, con la excusa visible de su desviación, que seguramente existió desde los orígenes de la torre, a causa de la precipitada construcción, se auguró su caída, precipitándose sobre la ciudad y destruyéndola en medio de una gran tragedia; aunque pudo haber otros intereses económicos e incluso de seguridad ciudadana, parece evidente que la Torre Nueva ya no significaba un símbolo de autonomía y libertad ciudadanas, si es que llegó a serlo en algún momento. Los materiales de construcción fueron reutilizados y las campanas y veletas llevadas a  dos iglesias cercanas: Al día siguiente se ofrecían los materiales al Ayuntamiento a pesar de ventajosas proposiciones de París y Londres. Se intentó un sorteo en la Ciudad para que los zaragozanos pudieran guardarlos. Todo fué un vano empeño. Se vendieron y con parte de ellos fueron construídas las actuales casas números 5, 7 y 9 (modernos) de la calle de Casa Jímenez. La campana mayor se llevó a la torre baja del pilar y la cruz del remate a la torre de San Felipe. En 29 de julio de 1893 sólo había escombros.

Con todas las peculiaridades que la hacen digna de mejor estudio, la Torre Nueva no parece ser un buen ejemplo de evolución de la concepción del tiempo, de desligamiento de los moldes temporales y eclesiales, desde lejanos siglos.

Tampoco tenemos constancia de la evolución de la torre del reloj de Ateca como un símbolo de identidad municipal y como la búsqueda de un medio de comunicación independiente frente a la Iglesia; los únicos toques de sus campanas son aquellos regulares de las horas y de los cuartos: aparecen ambas torres como intentos de separar el tiempo cíclico del tiempo objetivo, lineal, pero desconocemos, si es que los hubo, otros toques paralelos, diferentes de los eclesiales, que construyesen mensajes exclusivamente de la Ciudad.

En otro caso, que conocemos bien, y que presenta muchas concordancias con Zaragoza, como es la ciudad de València, también existían los relojes urbanos desde antiguo, aunque no por ello cabe suponer que su instalación intentara oponer un tiempo regular, laico, a otro cíclico, eclesial. Para SOLER i GODES (1958) ya en 1378 el obispo y el cabildo catedralicio contrataron un reloj de gran tamaño, con esfera que marcaba las veinticuatro horas y sus cuartos, con una campana que los anunciaba. Renovado en 1413 se colocó en la nueva torre de la catedral, que por aquellos tiempos se estaba construyendo. Como cita LLOP (1675:135/138) mientras se construía el Micalet, reconociéndose como cosa justa que en una ciudad tan grande y populosa como aquella hubiese un reloj que se escuchara tocar las horas de cualquier parte de la ciudad e incluso de muchos lugares fuera de ella, más alejados que los arrabales, firmaron una Concòrdia el Obispo y el Cabildo por una parte y por otra los cargos de la ciudad, tanto políticos como los de obras públicas para construir un reloj que tocara las horas del día y de la noche, encargándose, mientras se construyese la maquinaria, dos hombres de tañer, relevándose cada doce horas. La campana destinada a tal uso solamente serviría, sin excepción, a sonar las horas. El responsable del reloj había de ser pagado por la Ciutat.

A pesar de tan antigua existencia de relojes, dedicados exclusivamente a tañer las horas regulares, y cuya conservación estaba a cargo de la Ciudad, eran las campanas eclesiales, situadas precisa y simbólicamente, por debajo de las que tocaban los cuartos y las horas, las que regulaban actividades ciudadanas tan laicas como la abertura y cierre de murallas o el cierre de establecimientos públicos. ALMELA i VIVES (?) cita un Auto de Buen Gobierno de JOSÉ DE AVILÉS, Brigadier de los Reales Ejércitos, Intendente General del Reino de València y Corregidor de la Ciudad, de 1758, que regulaba las actividades de mesones y posadas:

Los mesoneros que tuvieran en sus posadas banderas de reclutas advertirían a los cabos que, después de tocarse el Avemaría de la noche, habían de tener retirada a toda la gente, la cual no podría salir hasta el toque de Alba. En el alojamiento se había de guardar quietud y no se permitiría ninguna especie de mujeres. [...] Los repetidos posaderos cerrarían las puertas de la calle luego de tocarse la Oración de las Almas, y si fuera preciso abrirlas después o a deshora, lo harían los propios posaderos o sus mozos, no sin avisar antes a los pasajeros aposentados para que cada cual cuidara de sus efectos, con lo que se evitaban contingencias.

No hace falta ir tan lejos: a pesar de la documentada existencia de un tiempo regular, marcado por las campanas de la Ciudad, colocadas en lo más alto de la urbe, todavía en este siglo eran los toques de oración, cuando ya habían desaparecido las murallas, absorbidas por el progreso, los que indicaban el momento de cumplir ciertas normas de circulación. Unas Ordenanzas municipales de la ciudad de València de 1880, publicadas en 1900, dicen en su artículo 172 (1900:32/33) que desde el toque de las primeras oraciones hasta el amanecer deberán llevar luz todos los carruajes que discurran por la Ciudad.

Esas citas sobre otra ciudad, culturalmente relacionada, parecen fuera de lugar en este trabajo. Pero tales normas, u otras similares, que muestran la coexistencia reciente de maneras diferentes de medir el tiempo, a niveles incluso oficiales, deben aparecer entre las promulgadas por los poderes públicos zaragozanos y de otras villas y ciudades en Aragón.

El tiempo en los toques actuales

Los toques actuales apenas siguen aquellos esquemas temporales cíclicos; hemos asistido, en pocos años, a un cambio radical en la concepción del tiempo.

Siguen codificados como hace medio siglo, pero en ningún lugar tocan tres veces al día a oración, ni siquiera en los sitios donde hay campanero estable: ni en Aguilón, donde todas estas cosas ahora no se hacen, ni en Alcorisa, donde éso se ha perdido, ni en Huesca, donde solamente toca los domingos, ni en Jabaloyas porque no cobro nada y ir todos los días, ¿para qué?, ni en Perdiguera, donde ahora no se toca. Los toques de oración diarios o semanales emergen, como un resto arcaico, de las manos de los más antiguos campaneros, en ocasiones fuera de lo normal. El de Aguilón afirma, en presente, que se toca a muertos tras la oración. También el de Alcorisa dice que yo cuando toco a fiestas o a muertos antes toco la oración siempre. ¡Y después a tocar a muerto o a lo que sea! El de Jabaloyas, al hablar de fiestas dice que se toca la oración y a continuación se da un bandeo, mientras que para muertos se toca primero la oración y luego el medio bando. La triple oración cotidiana no se realiza probablemente por falta de presión institucional, los curas ni lo saben, pero los toques de oración están ahí, latentes, y emergen cuando hay que subir a tocar, a muerto o a fiesta, aunque muchos de los informantes lo tañeron instintivamente, como el de Agüero, que inició su repique festivo con las campanadas de la grande.

Si hay misa diaria, lo que no ocurre en todos los lados, suele ser el mismo cura el que realice los tres toques, repartidos con exactos intervalos de quince minutos, media hora, un cuarto de hora y al momento de comenzar el ritual.

No hay toques de coro, porque tampoco se canta, salvo en las Catedrales, y sólo por la mañana, esta ceremonia litúrgica.

En cuanto al fin de semana, en ningún lugar no sólo de los aquí citados sino de los estudiados en Aragón, en Castilla o el País Valenciano, que superan el centenar, tocan el sábado al atardecer, como acostumbraban. Solamente en Aguilón o en Jabaloyas repica el sacristán el primer toque de la única misa dominical, comenzando en Jabaloyas cuando aparece el coche del cura, esperado desde la torre, por la carretera. También repica el sacristán en Villar del Cobo, bandeando en los tres casos una campana. En Cimballa, donde tocan los chicos, el primer toque, repicado, con más o menos habilidad, es interpretado a hora fija, así como el segundo, realizado un cuarto de hora más tarde con golpes lentos de la pequeña. El tercero, sin embargo, es tocado tras la llegada del cura, una vez que se ha revestido y está dispuesto para iniciar la celebración. Algo similar ocurre en Agüero y quizás en Ateca.

En Huesca toca el campanero sendos repiques previos a la misa solemne en cada una de las dos parroquias donde actúa, y en Uncastillo creemos que el sacristán repica también antes de la misa dominical. En los demás sitios, como Alcorisa, Caspe o Perdiguera, de forma manual, o en Albarracín, Cariñena, Mora de Rubielos y Zaragoza, de forma eléctrica, sin relación con los repiques ni ritmos tradicionales, son los mismos curas quienes tocan antes de la misa, sin apenas distinciones excepto para las fiestas importantes.

El toque exclusivo para los actos concretos pudiera estar relacionado con una idea lineal del tiempo: solamente se avisa para cosas concretas que van a ocurrir, con cierta idea de exclusión; antes los toques, que implicaban a toda la comunidad y eran supuestamente entendidos por todos, transmitían no sólo la categoría de la misa, sino alguna de sus partes centrales, como la Consagración, permitiendo así, como decían en Agüero para quien no podía ir a misa y estaba escuchando. La idea de tiempo lineal, único, parece ir unida hoy a la de llamada, de atracción a los fieles, aunque de esa fuerza centrípeta hablaremos en otro lugar.

En ninguno de los campanarios actuales se toca al Alzar a Dios, explicando que como la misa ya no es en latín, sino en castellano, si tocan las campanas no se entiende lo que se dice: parece que el propósito más o menos oculto sea atraer solamente a los nuestros, dejando fuera a los otros.

El silencio nocturno de las campanas sigue siendo respetado, a menudo porque pasan días e incluso semanas sin que tengan nada que decir, aunque en los pueblos pequeños llaman a quema cuando es preciso. No cambian campanas por matracas en el Triduo Santo. Ninguno de estos instrumentos funciona pero suelen ser obra de artesanos locales y cualquiera, con un poco de maña, podría restaurarlas en un par de mañanas. Están rotas no porque no se usen, sino porque ha desaparecido la necesidad de emplearlas. En Cimballa, que sepamos, y posiblemente en algún otro pueblo, aunque ésto depende de la inspiración del momento, los monaguillos recorren las calles, en sentido opuesto a la procesión, agitando sus matracas y otros objetos sonoros de madera, mientras que gritan el toque y el acto al que convocan.

Desaparecieron los toques de la noche de los difuntos, que en muchos lugares cesaron antes de la guerra, pero es que apenas nadie cree en su presencia real y cíclica de vuelta a casa.

La presunta desaparición de la influencia de los toques eclesiales en el siglo XIII no tiene sentido en nuestras tierras, donde los toques de la iglesia, única torre del pueblo o de la ciudad, han convivido, y no siempre en armonía, con los toques horarios y con los intentos civiles de acceder a las campanas.

Dicha consonancia contradictoria se rompió hacia los años sesenta, por numerosas causas, que describiremos e intentaremos analizar luego.Las campanas y el espacio

Influencia tópica espacial de las campanas

Es usual asociar el alcance sonoro de las campanas al espacio simbólico que depende de ellas.

CASES (1730:26) solicita que una de las campanas recién inauguradas defienda del fuego, por los nombres de los santos que ostenta, hasta donde llegue su son: à la armonia de essa Campana, que tiene infusos tan sagrados nombres, ni el fuego, en toda la jurisdicción que alcance su consonancia, llegue a ser ruina. TORDERA (1983:26), ampliando las fronteras del teatre invisible, escribe:

Tot s'esdevé - li proposava jo - com si més enllà de les intencions comunicatives dels tocs de campanes, aquests creassen un espai sonor en la ciutat, una xàrcia no visible d'accions i reaccions acústiques que dictassen la conducta ciutadana, un llapis sonor que marcava de manera diferent a les muralles els llímits del poble o ciutat: aquesta arriba fins on arriba el so de les seues campanes.

SCHAFFER (?:56;64;84;294) asocia a menudo el alcance de las campanas con el espacio de influencia eclesial, con el territorio parroquial. La última cita (f.137) es mucho más sugerente pues relaciona el espacio con la campana, como referencia comunitaria, frente a la radio y otros medios tecnológicos que aparecen y desaparecen a gran distancia:

La définition de l'espace par moyens sonores est beaucoup plus ancienne que l'utilisation des clôtures et palissades. [...] On retrouve dans le cri du loup ce rituel vocal que délimite un térritoire par l'espace accoustique - de la même façon que le cor de chasse reivindique la fôret, ou que la cloche d'église s'appropie de la paroisse. [...] Le son le plus caractéristique de la communauté chrétienne est la cloche de l'église. Celle-ci définit la communauté de façon très concrète, car elle circonscrit, par sa portée, l'espace accoustique qu'est la paroisse. [...] La paroisse, elle aussi, a été accoustique, qui finissait là où ses cloches ne tintaient plus. [...] La radio a étendu la portée du son et introduit dans l'espace accoustique des interruptions. Jamias auparavant le son n'avait ainsi disparu dans l'espace, pour réaparaître plus loin. La communauté, jusque-là définie par sa cloche ou le gong de son temple, se régroupait autour de son émetteur local.

HONORIO VELASCO recordaba en una comunicación personal la tradición de cierto pueblo castellano que había puesto una red en los límites con otro lugar vecino y por tanto enemigo para evitar el paso de los toques así como su influencia negativa: las otras campanas eran consideradas como una invasión sonora que había que evitar así como se impedía o al menos dificultaba el paso de las reses o los habitantes del otro lado.

Relaciones espaciales y toques de campanas

Los materiales recogidos, tanto en el trabajo de campo como en las publicaciones consultadas, sugieren una lectura mucho menos romántica pero no carente de connotaciones: las campanas suenan por lo general más allá de los límites de la comunidad, pero son consideradas como ruido extra muros y como mensajes en el grupo para el que suenan. El alcance de su sonido no suele ir asociado con el territorio que de ellas depende, y los toques de las otras campanas no acostumbran a ser asociados como agresión. El interés en superar las fronteras locales va unido con el propósito de manifestar hacia afuera la magnificencia de la comunidad como apuntaba LLOP (1675:135) al hablar de la campana de las horas de la catedral de València:

Reconeixentse per just, que en vna Ciutat tan gran, y populosa com esta, hi haguès vn rellonge, que es sentis tocar les hores de qualsevol part de la Ciutat, y encara de moltes parts fora de aquella, distants molt mes, que dels arravals...

Parece como si importara más superar los límites del grupo que llegar a todos sus individuos. CEA GUTIÉRREZ (1978:225) relaciona de manera mucho más concreta el espacio que depende de una iglesia, y por analogía, de su campana:

La socampana

Es habitual en los documentos relativos a venta o adquisición de tierras, deslindes, arreglo y renovación de mojoneras o simple descripción de una posesión, añadir la apostilla siguiente: "... la viña que está en la socampana de...", dando a entender con ello el sometimiento de ese lugar a una determinada iglesia y jurisdicción.

Espacio: jerarquías y toques de campanas

Los toques de campanas, como hemos visto al referirnos a las normas litúrgicas, reproducen, o mejor dicho reproducían, unas relaciones espaciales estructuradas en torno a la importancia de ciertas iglesias. Las parroquias no podían tocar antes de la Catedral el Sábado de Gloria ni tampoco después de la iglesia matriz el Jueves Santo. Los conventos, aún conservando su autonomía, estaban obligados en estas y otras ocasiones, como el inicio de un Sínodo, a tañer sus campanas junto con las demás torres, siguiendo las indicaciones de la iglesia más digna.

Probablemente las torres estaban escalonadas en su altura de acuerdo con la importancia del templo. CANELLAS (1975:17/21) transcribe dos cartas del Cabildo de la Seo, redactadas hacia l681, y relacionadas con la construcción de la actual torre catedralicia:

Adoptada la idea de edificar una sola torre, se imponía la redacción de un nuevo proyecto arquitectónico para el cual se acordó recurrir a los "maestros que hay en esta ciudad", los cuales habrían de tener en cuenta la extensión del terreno, la seguridad de cimientos y la altura del templo, a fin de que la nueva torre sobresalga "porque las campanas dominen". [...] Los titulares deseaban "una torre para sus campanas, firme en la planta, noble en la traza y de aquella belleza, ornato y hermosura que sirva con novedad a la eterna duración del edificio, correspondiendo todas estas circunstancias a la grandeza y majestad del templo". [...] Una torre que subiese sobre la iglesia en modo y forma competentes, que las campanas - si quiere su colocación - estuviese o subiese sobre los tejados de la iglesia para oirse mejor el sonido".

Las procesiones

La procesión reune el uso espacial y temporal por parte de un grupo organizado. La manifestación pública ocupa de manera transitoria ciertos espacios colectivos llenándolos de significado, no sólo por llegar hasta ellos, sino por hacerlo con cierta organización que denota el orden ideal de la comunidad. Las campanas no son ajenas a este proceso de apropiación momentánea del espacio (y del tiempo) y parecen recalcar ciertos momentos y lugares simbólicamente fuertes.

En los lugares estudiados para este trabajo, tengan una o varias torres, aparecen sobre todo dos maneras de remarcar las procesiones: durante todo el proceso o  bien en los instantes culminantes, como son la entrada y salida. Un primer análisis no encuentra relación entre el tamaño de la población y el número de torres con el toque continuo o entrecortado ya que en ambos casos se encuentran catedrales o parroquias urbanas, así como iglesias de pueblos y villas.

El toque a la salida y entrada de la procesión fué recogido en menos lugares, todos ellos de cierto tamaño, como Albarracín, Alcorisa, Caspe, Jaca y Zaragoza, o sea tres catedrales urbanas y dos parroquias de villas importantes.

En otra catedral, Huesca; en varias villas como Agüero, Ateca, Cariñena, Uncastillo, así como todos los pueblos como Aguilón, Cimballa, Jabaloyas, Latre, Perdiguera y Villar del Cobo, se bandeaba durante todo el recorrido o como decían en el último lugar citado, mientras da la vuelta al pueblo, todo el rato dándole. En Agüero decían, igualmente, que bandeaban mientras va la procesión por todo el pueblo. La única excepción encontrada fué Villanueva de Jiloca donde el sacristán repicaba solamente antes de la procesión ya que no podía estar en ambos lados a la vez.

Donde no se tocaba todo el rato, se repetía y recalcaba la organización espacial jerarquizada: en Zaragoza era la Seo o el Pilar, ambas Catedrales tras la Concordia de la Unión, con un mismo Cabildo compartido, quien tomaba la iniciativa, según la festividad. La otra torre, así como las de las demás iglesias, interpretaban los toques, al ritmo marcado por la primera. El posterior toque de cada parroquia o convento, mientras el Corpus o la Imagen estaba en su territorio, transmitía un doble mensaje espacial y temporal a la vez: la entrada y el paso por un espacio de dependencia de la comitiva. Dicho de otro modo, la torre parroquial o conventual indicaba con el toque el uso de su territorio a la par que señalaba en qué lugar de la ciudad se encontraba la comitiva.

En la Seo y en el Pilar acentuaban aún más la idea espacial: cuando veían la procesión, desde la torre, comenzaban el repique, y solamente iniciaban el bandeo de la campana mayor cuando veían que salía y llegaba la custodia o la imagen de la Virgen.

Los entierros

Además de otras connotaciones sociales (representación de la estructura social del grupo) así como protectoras (defensa del difunto y del grupo) sobre las que hablaré más tarde, los entierros han tenido siempre una indicación espacial muy concreta a través de los toques de campanas.

No todos los campaneros entrevistados se refirieron a esta dimensión territorial, aunque es posible que fuésemos culpables al no preguntárselo explícitamente, pero las informaciones recogidas en la mitad de los lugares permiten reflexionar sobre este aspecto. En casi todos los casos se toca desde que salen los curas de la iglesia a buscar al difunto hasta que regresan al templo, bien para rezar los responsos, como se hacía antiguamente, o bien para oficiar el funeral como se practica desde hace unos años.

En algunos lugares grandes como en Caspe se tañía a la salida de la comitiva y al llegar el féretro a la iglesia, o mejor dicho, en cuanto se podía ver la comitiva: Se daba el tercero [...]  y toda la concurrencia que de acompañamiento al difunto dice: "Pues bueno, ya es el tercero, ya sale el cura de la iglesia." [...] Y a la que veías amanecer ya el difunto por algún sitio, entonces tocabas ya otro toque igual hasta que la caja entraba dentro de la iglesia; en cuanto el difunto estaba ya dentro de la iglesia, ya se terminaba de tocar.

En Huesca, para los difuntos importantes, tocaban el entierro de Trinidad las tres parroquias, desde que salía el difunto de la casa hasta que llegaba a los límites urbanos, y lo recogían allí y lo bajaban hasta las cuatro esquinas.

En Torrelacárcel también tocaban hasta perder de vista al fallecido, al llegar al cementerio: Hasta que duraba el entierro que le cantaban ahí en el perche, y luego cuando salía del perche de la iglesia el difunto, hasta que lo veían ahí, que lo veían encima el pueblo, que veían que salía del pueblo, paraban y solucionao ya.

En la Catedral de Jaca tocaban desde que salía el clero hasta que regresaba, tras el entierro, el de muerto, cuando lo llevan a la iglesia y al salir. Desde que salen de la Catedral hasta que vuelven a la iglesia. Desde que sale.

En Mora de Rubielos no queda explícito, aunque se señala que el padre del informante se encargó de las campanas porque había un entierro y nadie tocaba: Todo y sin campanas, ¡enterrar a un señor sin campanas!, lo que puede significar que se tañía durante el sepelio.

También tocan en Perdiguera desde que salen los curas, y probablemente durante todo el entierro.

En Rubielos de la Cérida queda mucho más claro: y luego cuando se va a por el difunto y éso pues se sigue tocando a muertos hasta que viene aquí a la puerta de la iglesia.

En Uncastillo también tocaban desde que salían a buscarlo hasta que suponían que llegaba al cementerio: Al día siguiente, cuando ibas a buscarlo. Y después que salía de la iglesia; bueno, salía de la iglesia o anteriormente que no entraba en la iglesia pues se hacían los responsos en la puerta de la iglesia, hasta que se quitaba de la vista. Ahora bien, si era de primera clase, era con acompañamiento [...] Entonces pues se estaba tocando mientras la misa que se rezaba un primer responso, se tocaba ya y hasta que llegaba al cementerio. Hasta la idea que te llegabas, que decías que te llegaba, porque era con acompañamiento.

Finalmente, en Villar del Cobo, tocaban antes mientras el difunto estaba en la calle: antes se tocaba, se subía arriba, se daban los tranes, se daban los toques y mientras se traía el difunto de la casa a la iglesia se tocaba y ahora ya no.

Los toques de incendios

Uno de los toques más impresionantes, que rompían el silencio de la noche o inquietaban durante el día, estaban llenos de connotaciones espaciales, a menudo muy explícitas.

En Uncastillo sube, aún hoy, alguien a tocar, mientras que otro se queda en la plaza, para informar donde ocurre el siniestro, y donde se precisa la ayuda.

En Ateca era el mismo toque el que indicaba el lugar: tras la señal de fuego el número de golpes, uno, dos o tres, anunciaba el barrio, y esa cadencia se repetía varias veces para confirmar la llamada y el sitio:

Estaba escrito en un papel ahí ntes de subir a la torre, en una puerta estaba por si alguien, en un caso de algo que no fuera el campanero, supiera tocar si había quema los toques que a ese barrio correspondían. Por ejemplo, San Martín, tres toques.

La sirena que hay en el Ayuntamiento de Caspe cumple con el mismo papel de indicador espacial de siniestros:

El mismo se toca para un incendio, si es en el pueblo. Por ejemplo, simplemente para cerrar el comercio nada más es el toque; si es un incendio dentro del pueblo, hace dos toques, y si es un incendio fuera del pueblo, digamos ya en el extrarradio del pueblo, en una casa de campo o algo así, son tres toques de sirena.

El intento de indicar el lugar del incendio no es nuevo, aunque en Caspe sea novedad el instrumento.

En Zaragoza, en 1772, CERVERA (1984), Corregidor de la Ciudad, escribía una Ordenanza sobre incendios, por la que mandaba que las parroquias indicasen un incendio en su jurisdicción, y que las demás torres repitiesen el mensaje. Lo más interesante es el sistema de relevos, la diferenciación para marcar el lugar del accidente, y, probablemente, la doble categorización del territorio urbano, ya que la Ciudad estaría dividida en Cuarteles, de acuerdo con la nueva organización municipal impuesta por los Borbones:

Que la Parroquia en que sea el Incendio, toque à vuelo sus Campanas; que la de la Torre nueva, al oìrse estas, se toque inmediatamente y luego que esta empiece, sigan las demàs Parroquias, aunque no à vuelo, para diferenciarse de la primera.

Las campanas y el espacio

Las campanas y sus toques parecen estar ideados para superar las barreras espaciales comunitarias, para hablar a los otros del poderío de la propia sociedad.

Ciertas antiguas prioridades, confirmadas por Roma, reconstruyen y refuerzan la estructura piramidal de la población, acrecentando la elevación física hasta convertirla en simbólica de las diferentes dignidades de los edificios religiosos.

Muchos toques son indicadores del espacio y de su ocupación por ciertas personas o manifestaciones que deben ser señaladas al grupo; recuerdo ahora, sin haberlo incluido en el conjunto de lugares estudiados en este trabajo, el corrido del señor Obispo, recogido en Barbastro en 1971, que indicaba el paso de la máxima autoridad eclesiástica local por la plaza, camino de ciertas ceremonias pontificales: tiempo, espacio y dignidad quedaban señalados, recordados y reforzados con un mismo repique.La estructura social

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