Las campanas de Aragón: un medio de comunicación Dr. Francesc LLOP i BAYO |
El silencio de las campanas en Semana Santa
El silencio anual de las campanas,
durante el Trío Sacro, desde el Gloria de la misa del Jueves Santo, ahora por la tarde,
pero antes por la mañana, hasta el Gloria de la misa de Resurrección, ahora a media
noche entre el Sábado Santo y el Domingo de Pascua, aunque antes era a media mañana de
ese Sábado, está mal explicado desde la Liturgia. FERRERES (1910:96/97) remite a
DURANDO para decir que así como los discípulos callaron y huyeron cuando el Maestro fué
detenido, interrogado y vilmente ejecutado, así las campanas que son como los Apóstoles
la voz del Señor, callan, esperando su Vuelta Gloriosa. La explicación no es convincente
y seguramente debe buscarse en antiguos ritos para la renovación de la Naturaleza,
teniendo además en cuenta que las iglesias orientales siguen empleando las semantrón,
que son tablas de madera, para llamar a los fieles. Al menos hay unas normas generales,
que no es momento de estudiar, que proponían, sobre todo el orden de comienzo y final del
toque de Gloria, para el cual la iglesia matriz, Catedral, Colegiata o Parroquia de mayor
dignidad era la última que tocaba el Jueves y la primera que tocaba el Sábado. Así, en Huesca las parroquias
podían tocar el Gloria del Jueves Santo exclusivamente antes o con la Catedral, y luego solamente empleaban las
matracas. Quitaban los ganchos de las campanas y las cuerdas quedaban colgadas en la
pared. Hoy en día, aunque existen las matracas ya no se tocan, y el campanero, ocupado en
dos lugares distintos es el que marca la hora de comienzo de la misa en cada lugar, para
poder llegar a ambas, sin tener en cuenta las campanas de la Catedral, que están
electrificadas. El silencio de las campanas iba
acompañado de la disminución fónica, con numerosas normas municipales que regulaban
incluso el tráfico de vehículos por las vías urbanas. En Aguilón, por ejemplo,
bandeaban el jueves y las campanas permanecían en silencio hasta el sábado por la
mañana. En Perdiguera dejaban las campanas normales, sin tocarlas, mientras que los
zagales en la iglesia hacían ruido, para matar judíos. En Ateca también, pero la
carracla o las carraclas estaban, por lo menos durante algunos años, en la torre del
reloj, cuyas campanas horarias seguían sonando; caso de verificarse tal presencia de
matracas en la torre del reloj, para lo que tenemos testimonios contradictorios,
supondría una notable armonización de dos modos bien opuestos de medir el tiempo. En Caspe nos dieron algunas
pistas, poco ortodoxas pero muy expresivas: la misa del Jueves quedaba paralizada y las
campanas también, mientras eran sustituidas por la gran matraca. Cuando la misa de
Resurrección continuaba, las campanas volvían a tocar. En Uncastillo dicen, en presente,
que nadie sube y nadie las toca. En Zaragoza mataban las campanas: no solamente quitaban
las cuerdas de los badajos, sino que las dejaban horizontales, atándolas puesto que ellas
por su peso tienden a estar verticales, como es sabido. En La Seo solamente mataban las
que se veían desde la plaza, mientras que en el Pilar dejaban horizontales todas las que
podían estarlo, incluyendo la Pilar, la grande central. La muerte de las campanas no
solamente era percibida por los oidos sino que se podía ver: era una muerte aparente, en
un sentido amplio de la palabra. Las campanas eran sustituidas por matracas, que aún
pudimos ver en la Seo totalmente destrozadas, inservibles, en la planta superior. También
decían a matar las campanas en Villanueva de Huerva, donde las dejaban sin tocar,
sustituyéndolas, como aún hoy hacen en Cimballa por una matraca manual, golpeada
mientras daban vueltas al pueblo para anunciar cada acto litúrgico. Asociación entre campanas y
algunas fechas del ciclo anual
En ningún lugar se asocia las
campanas con la Pascua, y con su viaje anual a Roma. Es chocante como una creencia que
orienta y cataliza la percepción que tienen los franceses de las campanas, aquí es
absolutamente desconocida: la asociación inmediata en nuestras tierras es de campanas
para comunicar una muerte o para comenzar las fiestas, pero nunca piensan en Pascua, y
menos aún en viajes a Roma. Tampoco se piensa en las campanas
al hablar de Navidad, al contrario de lo que ocurre en las culturas anglosajonas. Así
COLEMAN (1938:18/19) comienza prácticamente su libro, desde una perspectiva
norteamericana, afirmando que en los países cristianos no hay otra fecha tan asociada a
las campanas como la Nochebuena y el día de Navidad, durante las cuales tañen casi sin
cesar. No es nuestro caso: ninguno de los
campaneros entrevistados recordó tal fecha. Al relacionar las campanas con el ciclo anual
surgen inmediatamente las fiestas del pueblo o de la ciudad. Inmediatamente después, pero
ya en pasado, se habla del toque de la noche de los Santos. Solamente si se les pregunta,
hablan del silencio durante la Semana Santa. Pero nunca
nombraron la Navidad como fecha en la que hubiese que tocar especialmente;
de hecho no se tocaba apenas. El ciclo anual: el año
continuamente repetido
He hablado de clases, y aquí ya
es preciso referirse al ciclo anual, a la idea de año en la sociedad tradicional y
especialmente en la Iglesia. Seguiremos hablando del presente etnográfico, esto es de
hace unos cuarenta/cincuenta años, en torno/antes de la guerra civil. Si la noción
general cristiana de tiempo, lo que está por ver, es lineal, la idea concreta, a corto
plazo, es cíclica, con esa doble regulación del calendario, de acuerdo con el ciclo
lunar, que marca la fecha exacta de la Pascua, aún hoy, y con el solar, que marca la
fecha exacta de la Navidad y otras fiestas en torno a la Madre de Dios. Incluso, si se me permite la
intuición, el ciclo lunar está basado en la muerte y resurección del Cristo, y en torno
al renacer no por menos esperado menos milagroso de la vegetación en primavera, mientras
que el ciclo solar se relaciona con la encarnación, maternidad de María y Nacimiento de
Jesús, lo que permitiría asociar la Navidad con la historia, puesto que, aún no sé
porqué, el ciclo del sol siempre parece ir asociado con el tiempo lineal, mientras que la
Pascua, repetida y recreada cada año, va precisamente unida al ciclo de la luna y de las
estaciones. Hace un par de días, hoy es
sábado santo, acabo de oir a un celebrante decir que Cristo murió y va a volver a morir
por nosotros, en un ciclo inacabable, de recreación anual de la vida, del agua y del
fuego. Los días, para la Iglesia tradicional, y por tanto para nuestros sacristanes y
campaneros, no tenían una especificación lineal, única, histOrica. Aquel día no fué
un tres de octubre de mil novecientos cincuenta y uno, por decir la primera fecha que se
me ocurre, ni hoy es el dieciocho de abril de mil novecientos ochenta y siete: hoy es
Sábado Santo, con respecto al ciclo anual, que está motivado por la Pascua, que es
mañana y por el Viernes Santo, que fué ayer. Las clases de días en los
pueblos
Ninguno de los campaneros
entrevistados transmitía, ni podía hacerlo, la fecha del día, puesto que su sistema de
comunicación no estaba previsto para ello, como el morse, el interface del ordenador o el
tam-tam que solamente traducen lenguaje escrito a signos sonoros que después de ser
descodificados darán nuevamente un mensaje escrito. Los toques tradicionales funcionaban
por categorías, más o menos abiertas o definidas, pero sin la rigidez binaria de otros
códigos sonoros, indicando la categoría del segmento temporal con respecto al ciclo
diario, semanal y anual. La clasificación diaria era
siempre con respeto al ciclo semanal (solar) y anual (lunar), y quedaría resumida en tres
clases: diario, domingo y festivo, con una matización entre festivo menos importante
(bandeo de una sola campana) o festivo solemne, con el toque de la campana mayor o de
todas, según la costumbre del lugar. Al menos en los pueblos la mayor parte de los toques
no anunciaban nada, en el sentido inmediato, lineal si se quiere, sino que indicaban la
categoría del día siguiente que, presumiblemente, empezaba entonces, aunque ningún
testimonio garantice ni contradiga tal afirmación. Por lo general había tres/cuatro
clases de días, con matizaciones. Así, los pequeños pueblos, con dos campanas, como
Cimballa, Latre, Torrelacárcel, Rubielos de la Cérida o Villanueva de Jiloca, tenían el
toque diario, con una pequeña campana, a veces la menor, a veces el campano o cimbal o
sea una tercera campana mucho más pequeña, que no entraba en los repiques. Había un
toque semanal, interpretado a menudo el sábado por la tarde y para el primer toque de
misa del domingo, que era un repique de las dos campanas, precedido el sábado del toque
de oración y seguido el domingo del primer toque de misa, con muchas variantes.
Finalmente, para los días de fiesta, el repique precedía el bandeo de una o dos
campanas, volviendo a ser interpretado después. El volteo de una sola campana
podía estar motivado por avería de la otra o según la asistencia de ayudantes, aunque
también pudiera estar justificado por una fiesta de menor entidad pero con más
trascendencia que un simple domingo. Las clases en villas y
ciudades
En las poblaciones mayores, como
Agüero, Albarracín, probablemente Cariñena y Jaca, había cuatro clases, con un toque
diario, otro de segunda, un repique, un toque de primera menor, que a veces podía incluir
el bandeo de una sola campana y otro de primera solemne con el toque de dos o de todas las
campanas de la torre. En Zaragoza la Seo tenía cuatro
clases: el ordinario, el de segunda y el de primera, con repiques distintos mientras que
el de primera solemne incluía el mismo repique acompasado al bandeo de la Valera, la
campana mayor y central de la primera catedral zaragozana. En el Pilar, la otra catedral,
tenían cinco clases, lo que nos acerca a las siete recogidas en València, con pequeños
matices solamente distinguibles por los muy expertos: estaba el simple, el semidoble, el
de segunda, el de primera y el de primera solemne, que incluía el bandeo de la Pilar, la
campana mayor de la torre, acompañada por el repique acompasado de las otras cinco. En las pequeñas y medianas torres
los toques preludiaban la festividad del día siguiente así como la categoría de la
fiesta que se iba a celebrar, e incluso el lugar y la persona: buena prueba de ello es el
caso de Uncastillo, con dos parroquias pero un solo párroco: el toque diario era distinto
según la iglesia donde oficiase el párroco, y lo mismo ocurría con la misa cantada del
domingo, que era de diario de párroco donde celebraba el coadjutor. Los toques de coro eran
interpretados en las parroquias urbanas y en las catedrales, con el notable caso, que
puede ser esclarecedor para explicar los repiques de la víspera o anteriores a la misa
mayor, de Villanueva de Jiloca, donde el repique vespertino precedía, así como el de las
mañanas dominicales, el rezo en el coro de tercia o de completas. El cambio anual de horarios
Dentro del ciclo anual, que está
gobernado o por lo menos ordenado por la Luna, hay que referirse al cambio de horarios,
que era prácticamente común en todas las grandes iglesias, que tenían coro por la
mañana y por la tarde. Este cambio, este horario de
verano, no se relacionaba, sin embargo, con el ciclo de la Pascua, sino con el calendario
solar, con toda lógica, puesto que se trataba de acompasar el ritmo laboral diario, si se
permite la expresión, con el ciclo de las estaciones, con el año civil, en realidad con
el Juliano primero y con el actual Gregoriano después. La fecha del cambio, de Cruz a
Cruz, que carece, creemos, de reconocimiento litúrgico oficial, iba acompañada de un
toque de protección contra tormentas en muchos lugares, especialmente castellanos, y
subsistió hasta los años sesenta. En las poblaciones tratadas para este trabajo
solamente Cariñena tenía toque explícito para mediodía, tras el toque de oración,
aunque el sacristán no consideraba que su oración del verano tuviese efectos de defensa
de la comunidad. ¿Toques cíclicos o
lineales?
Cabe interpretar aquí los toques
descritos como cíclicos, en su conjunto: abrían y cerraban la jornada, marcaban el
principio de las festividades, renacían tras la espera pascual. Sin embargo tal
interpretación puede resultar poco consistente: en efecto, en los pueblos, para la misa
dominical solamente un toque, interpretado "antes", como media hora o tres
cuartos, sin gran exactitud, avisaba la categoría de la fiesta, con respecto al ciclo
anual, y solamente uno o dos toques más, a menudo sin precisión de "segundo" o
"tercero", indicaban la preparación y el comienzo exacto de la misa: las
campanadas subsisten aún en el léxico popular para hablar del tercer toque actual, el
que marca el inicio exacto de la acción. ¿Pero tal primer toque repicado,
exigiendo por tanto en los pueblos la presencia del sacristán, el gran especialista, en
la torre, no pudiera estar justificado precisamente por esa variedad de funciones que
impide, como asegura el dicho estar en misa y repicar? Porque el sacristán, en las
pequeñas comunidades, no solamente tocaba las campanas o preparaba los ornamentos
sagrados para la celebración: también participaba activamente cantando en latín, más o
menos aproximado pero casi siempre afinado, contestando y complementando al sacerdote en
los rituales. La interpretación de un solo toque quedaba pues justificada por la
necesidad de tener que estar abajo en la iglesia, participando en la acción litúrgica,
sin necesitar una referencia a un tiempo aproximado, cíclico. En las ciudades e incluso en las
parroquias importantes, con cierto número de clérigos, como Cariñena o Uncastillo, el
campanero era a principios de siglo un profesional distinto del sacristán, como aún
ocurre hoy en Huesca. Tenían que tocar a horas fijas, para coordinar las actividades
litúrgicas de los Cabildos, y posiblemente para servir de referencia temporal a las
poblaciones civiles. Aquí podía estar la respuesta a
la interpretación del tiempo: puesto que tocaban a horas fijas ya no se basaban en el
calendario lunar, irregular, sino que estaban midiendo el día de acuerdo con un tiempo
regular, igual, solar. Seguían tocando a coro, según la clase del día, con lo que no
resolvemos nada. El tiempo de los relojes
Los toques, más o menos
cíclicos, han convivido desde el XIV con los relojes, en nuestra Corona de Aragón, que
es la que mejor conozco. No se trataba, sin embargo, de una competencia, de un intento
continuado por manipular el tiempo, puesto que los relojes, por ejemplo, no eran
construidos en otras torres, y utilizaban a menudo las mismas campanas religiosas para
tocar las horas, aunque, éso sí, su fabricación y mantenimiento estaba, como lo sigue
estando hoy, a cargo del poder civil: si hay alguna avería o se precisa una renovación
los gastos irán, en el mejor de los casos, repartidos entre la Iglesia y el Ayuntamiento,
aunque por lo general este último es el único que paga, con gran conciencia de mantener
así sus derechos sobre las campanas y el reloj que regulan, dicen, el tiempo civil. Muchos campaneros son los que dan
cuerda a los relojes de la torre, que en muchos casos, como Aguilón o Mora de Rubielos
carecen incluso de esfera, pero es la Municipalidad y no el Cura quien paga mensual o
anualmente al encargado de dar diaria o semanalmente cuerda al reloj. En los pueblos pequeños las
mismas campanas se emplean para dar las horas, dándose el caso en algunos pueblos del
sudoeste aragonés, como Jabaloyas, que emplean la campana menor tanto para las horas como
para los toques más usuales desde el pie de la torre. Sin embargo, en los pueblos
mayores, en villas y en ciudades, son "otras" las encargadas de tocar los
cuartos y las horas, campanas colocadas en la parte más alta de la torre, donde puedan
ser bien oídas, aunque probablemente su colocación superior esconda otros propósitos. Las campanas del reloj no son
consideradas como tales por los campaneros, que no las emplean para sus repiques, de la
misma manera que omiten en sus descripciones al cimbalillo empleado para tocar a misa,
aunque esté instalado en la misma torre, junto a las demás campanas. Muchas torres como
Teruel y Barbastro tienen campanas góticas, de la Ciudad, que tocan las horas por encima
de las otras pero que no son mencionadas por los campaneros. En otro lugar he analizado la
salvaje electrificación de las campanas del Pilar. Uno de los errores cometidos, desde el
punto de vista de la tradición, fué la motorización de las campanas del reloj, que
estaban incluso en otro aposento de la torre; para el instalador eran dos campanas más,
aprovechables para el conjunto; para la familia MILLAN, los últimos campaneros, ni
siquiera fueron nombradas durante las entrevistas. La separación funcional iba a
menudo acompañada de separación espacial. Las campanas horarias, cuando no eran las
mismas de la iglesia, estaban colocadas en otro lugar, a menudo una estancia más alta o
incluso en otra torre paralela, como ocurrió en el Pilar: al construir la segunda torre
se colocó allí el reloj y la gran campana que procedía de la Torre Nueva, destruida
precisamente por la Ciudad porque molestaba los intereses de algunos patricios. Todavía
hoy, el antiguo Hogar Pignatelli, en cuya restauración estamos colaborando, tiene dos
torres paralelas: en una de ellas están las dos campanas de un extinto reloj que pronto
será puesto nuevamente en marcha, y en la otra torre se encuentran tres campanas, una de
ellas del XVII, que eran empleadas para los toques digamos eclesiales. La Torre Nueva de Zaragoza:
el Reloj ciudadano por excelencia
La Torre Nueva pudo ser el casi
único ejemplo aragonés de beffroi, de torre cívica para marcar las horas urbanas, pero
no evolucionó, que sepamos, hacia un carillón, o conjunto de campanas que construyesen
con sus ritmos una serie de mensajes diferentes y paralelos a los de las torres
eclesiales. Fué construida para situar un
reloj, visible, y una gran campana que pudiera oírse desde toda la ciudad, marcando las
horas para el buen gobierno de sus habitantes. Con ello se pretendía, además, reflejar
el poderío y la magnificencia de la capital del Reino, como escribe BLASCO IJAZO (1987)
en una pequeña monografía: ¡Y pensar que por un reloj y para
un reloj se hizo la grandiosa Torre Nueva!... No para un reloj más que graduase la vida a
paso complicado como ahora. No. Entonces se vivía pausadamente. La Ciudad necesitaba un
reloj para el buen gobierno de los Tribunales, asistencia a los enfermos y reglamentación
de la vida en el vecindario todo. Los relojes existentes a la sazón en la vieja Ciudad no
corrían con el concierto y seguridad apetecido. El que se quería, colocado en una torre
tan alta y magnífica, tenía que distinguir a Zaragoza como cabeza y metrópoli de la
corona de las demás villas y ciudades del reino. Pues sí, para fijar el ansiado
reloj en sitio estratégico y visible se construyó una torre suntuosa, con una campana
muy grande que se oyese de toda la ciudad. Y esa fué la Torre Nueva. El Consejo de la Ciudad aprobó su
construcción el 22 de agosto de 1504, reinando en Aragón Fernando II. La construcción
de la Torre Nueva tiene todas las características de una torre civil, de un beffroi,
buscando explícitamente su centralidad y autonomía: Aprobado un diseño fué acordado
en 31 de agosto de 1504 fabricar la torre separada de todo inmueble, en la Plaza de San
Felipe, frete a la iglesia, a unas cien varas de donde se encontraba el centro de la
ciudad. La Iglesia y el Estado no se
opusieron y colaboraron en su construcción; aunque se trataba de una torre de la Ciudad,
es decir del gobierno municipal, como muestran los escudos de armas que las ornaban, así
como aquel otro que se colocó para cerrar el hueco por donde se introdujo la gran campana
tras una de sus roturas: Estaba construida de ladrillo
[...] con ocho escudos de armas de la ciudad: servían de repisa en su lugar ocho piedras
labradas [...] Fué preciso abrir una gran brecha para introducir la campana hasta el
centro. Con este motivo se cerró la puerta que estaba al Septentrión y se dejó
dispuesta y adornada otra que daba al mediodía. Remediado tan grave estruendo, se puso
sobre ella el escudo de Armas de la Ciudad (que se conserva en el Museo Provincial). En el remate había una cruz
veleta, una bola dorada y una campana para los cuartos. Contaba de altua la torre desde el
suelo de la Plaza de San Felipe, 105 varas de Aragón. La torre solamente tenía dos
campanas: una para los cuartos, colocada en su veleta, y otra mucho mayor, para las horas,
construida inicialmente en 1508, siendo refundida en 1710 y nuevamente en 1712, que existe
hoy en la torre baja del Pilar: También se renovó el reloj por
estar el antiguo poco puntual. Su incesante ejercicio y la continua lima del tiempo lo
tenían debilidtado y sin la constancia precisa en sus violentas articulaciones y
movimientos. Este reloj señalaba las horas con los sonoros y abultados ecos de la campana
grande y los cuartos de hora con la otra más pequeña que servía de último chapitel.
Una y otra campana daban orden y concierto a toda la ciudad. Marcaban los cuartos y las horas de la Ciudad, aunque también coordinaban los toques festivos de todas las demás torres en las grandes ocasiones, así como otras actividades urbanas. Según ARAMBURU (1766:368/371), que relata los adornos y las fiestas extraordinarias de Zaragoza para celebrar la inauguración de la nueva Capilla: En esta gustosa ocupacion passaron muchos toda la mañana, hasta las doce del medio dia, en que hizo señal de la Festividad de la Vispera, segun ha yà algunos años, se acostumbra, la Campana del Relox mayor, que es de la Ciudad, y pesa 260. quintales, como yà tengo escrito, que son solo 76. quintales menos que la gran Campana de Moscou, corte antigua de la Rusia, que es celebrada en la Europa, y pesa trescientos treinta y seis. Al toque de esta crecida Campana sonaron todas las de las dos Iglesias Metropolitanas, de las Parrochias, y de todos los Conventos, lo que produxo una ruìdosa harmonìa, que alegraba al animo, y excitaba a la devocion. [...] LLegò la noche, y haviendose cantado en el Santo Templo con la mayor solemnidad los Maytines, y Salve, à la señal de la Campana del Relox Mayor, se transformò en un brillante Vesubio toda la Ciudad, sin que atemorizasse su incendio, porque ardìa para lucir, y no lucìa para arder. Tenemos noticia de la elaboración de unos toques regulares desde esa Torre Nueva, durante la Guerra del Francés: era una buena atalaya para observar los movimientos del enemigo y que se tocaba la zona hacia donde parecía que iba a caer la bomba lanzada extra muros: En otra finalidad, ¡qué buenos servicios prestó a los zaragozanos la Torre Nueva durante los asedios de 1808 y 1809!... A cada granada o bomba que disparaba el enemigo, la campana mayor señalaba con precisión precautoria el peligro, por medio de uno, dos, tres o cuatro toques, según el sector afectado de los cuatro en que se dividió Zaragoza a tal fin previsor. Y lo mismo durante la guerra civil en 1838. Apostada una guardia de bomberos de la milicia nacional en los balcones de la torre, soberbia atalaya para descubrir una circunferencia de unas 16 leguas a la redonda, observaba los movimientos que el ejército carlista pudiera efectuar sobre la población. La Torre Nueva fué precisamente
destruida por la Ciudad, entre 1891 y 1893, con la excusa visible de su desviación, que
seguramente existió desde los orígenes de la torre, a causa de la precipitada
construcción, se auguró su caída, precipitándose sobre la ciudad y destruyéndola en
medio de una gran tragedia; aunque pudo haber otros intereses económicos e incluso de
seguridad ciudadana, parece evidente que la Torre Nueva ya no significaba un símbolo de
autonomía y libertad ciudadanas, si es que llegó a serlo en algún momento. Los
materiales de construcción fueron reutilizados y las campanas y veletas llevadas a dos iglesias cercanas: Al día siguiente se
ofrecían los materiales al Ayuntamiento a pesar de ventajosas proposiciones de París y
Londres. Se intentó un sorteo en la Ciudad para que los zaragozanos pudieran guardarlos.
Todo fué un vano empeño. Se vendieron y con parte de ellos fueron construídas las
actuales casas números 5, 7 y 9 (modernos) de la calle de Casa Jímenez. La campana mayor
se llevó a la torre baja del pilar y la cruz del remate a la torre de San Felipe. En 29
de julio de 1893 sólo había escombros. Con todas las peculiaridades que
la hacen digna de mejor estudio, la Torre Nueva no parece ser un buen ejemplo de
evolución de la concepción del tiempo, de desligamiento de los moldes temporales y
eclesiales, desde lejanos siglos. Tampoco tenemos constancia de la
evolución de la torre del reloj de Ateca como un símbolo de identidad municipal y como
la búsqueda de un medio de comunicación independiente frente a la Iglesia; los únicos
toques de sus campanas son aquellos regulares de las horas y de los cuartos: aparecen
ambas torres como intentos de separar el tiempo cíclico del tiempo objetivo, lineal, pero
desconocemos, si es que los hubo, otros toques paralelos, diferentes de los eclesiales,
que construyesen mensajes exclusivamente de la Ciudad. En otro caso, que conocemos bien,
y que presenta muchas concordancias con Zaragoza, como es la ciudad de València, también
existían los relojes urbanos desde antiguo, aunque no por ello cabe suponer que su
instalación intentara oponer un tiempo regular, laico, a otro cíclico, eclesial. Para
SOLER i GODES (1958) ya en 1378 el obispo y el cabildo catedralicio contrataron un reloj
de gran tamaño, con esfera que marcaba las veinticuatro horas y sus cuartos, con una
campana que los anunciaba. Renovado en 1413 se colocó en la nueva torre de la catedral,
que por aquellos tiempos se estaba construyendo. Como cita LLOP (1675:135/138) mientras se
construía el Micalet, reconociéndose como cosa justa que en una ciudad tan grande y
populosa como aquella hubiese un reloj que se escuchara tocar las horas de cualquier parte
de la ciudad e incluso de muchos lugares fuera de ella, más alejados que los arrabales,
firmaron una Concòrdia el Obispo y el Cabildo por una parte y por otra los cargos de la
ciudad, tanto políticos como los de obras públicas para construir un reloj que tocara
las horas del día y de la noche, encargándose, mientras se construyese la maquinaria,
dos hombres de tañer, relevándose cada doce horas. La campana destinada a tal uso
solamente serviría, sin excepción, a sonar las horas. El responsable del reloj había de
ser pagado por la Ciutat. A pesar de tan antigua existencia
de relojes, dedicados exclusivamente a tañer las horas regulares, y cuya conservación
estaba a cargo de la Ciudad, eran las campanas eclesiales, situadas precisa y
simbólicamente, por debajo de las que tocaban los cuartos y las horas, las que regulaban
actividades ciudadanas tan laicas como la abertura y cierre de murallas o el cierre de
establecimientos públicos. ALMELA i VIVES (?) cita un Auto de Buen Gobierno de JOSÉ DE
AVILÉS, Brigadier de los Reales Ejércitos, Intendente General del Reino de València y
Corregidor de la Ciudad, de 1758, que regulaba las actividades de mesones y posadas: Los mesoneros que tuvieran en sus
posadas banderas de reclutas advertirían a los cabos que, después de tocarse el
Avemaría de la noche, habían de tener retirada a toda la gente, la cual no podría salir
hasta el toque de Alba. En el alojamiento se había de guardar quietud y no se permitiría
ninguna especie de mujeres. [...] Los repetidos posaderos cerrarían las puertas de la
calle luego de tocarse la Oración de las Almas, y si fuera preciso abrirlas después o a
deshora, lo harían los propios posaderos o sus mozos, no sin avisar antes a los pasajeros
aposentados para que cada cual cuidara de sus efectos, con lo que se evitaban
contingencias. No hace falta ir tan lejos: a
pesar de la documentada existencia de un tiempo regular, marcado por las campanas de la
Ciudad, colocadas en lo más alto de la urbe, todavía en este siglo eran los toques de
oración, cuando ya habían desaparecido las murallas, absorbidas por el progreso, los que
indicaban el momento de cumplir ciertas normas de circulación. Unas Ordenanzas
municipales de la ciudad de València de 1880, publicadas en 1900, dicen en su artículo
172 (1900:32/33) que desde el toque de las primeras oraciones hasta el amanecer deberán
llevar luz todos los carruajes que discurran por la Ciudad. Esas citas sobre otra ciudad,
culturalmente relacionada, parecen fuera de lugar en este trabajo. Pero tales normas, u
otras similares, que muestran la coexistencia reciente de maneras diferentes de medir el
tiempo, a niveles incluso oficiales, deben aparecer entre las promulgadas por los poderes
públicos zaragozanos y de otras villas y ciudades en Aragón. El tiempo en los toques
actuales
Los toques actuales apenas siguen
aquellos esquemas temporales cíclicos; hemos asistido, en pocos años, a un cambio
radical en la concepción del tiempo. Siguen codificados como hace medio
siglo, pero en ningún lugar tocan tres veces al día a oración, ni siquiera en los
sitios donde hay campanero estable: ni en Aguilón, donde todas estas cosas ahora no se
hacen, ni en Alcorisa, donde éso se ha perdido, ni en Huesca, donde solamente toca los
domingos, ni en Jabaloyas porque no cobro nada y ir todos los días, ¿para qué?, ni en
Perdiguera, donde ahora no se toca. Los toques de oración diarios o semanales emergen,
como un resto arcaico, de las manos de los más antiguos campaneros, en ocasiones fuera de
lo normal. El de Aguilón afirma, en presente, que se toca a muertos tras la oración.
También el de Alcorisa dice que yo cuando toco a fiestas o a muertos antes toco la
oración siempre. ¡Y después a tocar a muerto o a lo que sea! El de Jabaloyas, al hablar
de fiestas dice que se toca la oración y a continuación se da un bandeo, mientras que
para muertos se toca primero la oración y luego el medio bando. La triple oración
cotidiana no se realiza probablemente por falta de presión institucional, los curas ni lo
saben, pero los toques de oración están ahí, latentes, y emergen cuando hay que subir a
tocar, a muerto o a fiesta, aunque muchos de los informantes lo tañeron instintivamente,
como el de Agüero, que inició su repique festivo con las campanadas de la grande. Si hay misa diaria, lo que no
ocurre en todos los lados, suele ser el mismo cura el que realice los tres toques,
repartidos con exactos intervalos de quince minutos, media hora, un cuarto de hora y al
momento de comenzar el ritual. No hay toques de coro, porque
tampoco se canta, salvo en las Catedrales, y sólo por la mañana, esta ceremonia
litúrgica. En cuanto al fin de semana, en
ningún lugar no sólo de los aquí citados sino de los estudiados en Aragón, en Castilla
o el País Valenciano, que superan el centenar, tocan el sábado al atardecer, como
acostumbraban. Solamente en Aguilón o en Jabaloyas repica el sacristán el primer toque
de la única misa dominical, comenzando en Jabaloyas cuando aparece el coche del cura,
esperado desde la torre, por la carretera. También repica el sacristán en Villar del
Cobo, bandeando en los tres casos una campana. En Cimballa, donde tocan los chicos, el
primer toque, repicado, con más o menos habilidad, es interpretado a hora fija, así como
el segundo, realizado un cuarto de hora más tarde con golpes lentos de la pequeña. El
tercero, sin embargo, es tocado tras la llegada del cura, una vez que se ha revestido y
está dispuesto para iniciar la celebración. Algo similar ocurre en Agüero y quizás en
Ateca. En Huesca toca el campanero sendos
repiques previos a la misa solemne en cada una de las dos parroquias donde actúa, y en
Uncastillo creemos que el sacristán repica también antes de la misa dominical. En los
demás sitios, como Alcorisa, Caspe o Perdiguera, de forma manual, o en Albarracín,
Cariñena, Mora de Rubielos y Zaragoza, de forma eléctrica, sin relación con los
repiques ni ritmos tradicionales, son los mismos curas quienes tocan antes de la misa, sin
apenas distinciones excepto para las fiestas importantes. El toque exclusivo para los actos
concretos pudiera estar relacionado con una idea lineal del tiempo: solamente se avisa
para cosas concretas que van a ocurrir, con cierta idea de exclusión; antes los toques,
que implicaban a toda la comunidad y eran supuestamente entendidos por todos, transmitían
no sólo la categoría de la misa, sino alguna de sus partes centrales, como la
Consagración, permitiendo así, como decían en Agüero para quien no podía ir a misa y
estaba escuchando. La idea de tiempo lineal, único, parece ir unida hoy a la de llamada,
de atracción a los fieles, aunque de esa fuerza centrípeta hablaremos en otro lugar. En ninguno de los campanarios
actuales se toca al Alzar a Dios, explicando que como la misa ya no es en latín, sino en
castellano, si tocan las campanas no se entiende lo que se dice: parece que el propósito
más o menos oculto sea atraer solamente a los nuestros, dejando fuera a los otros. El silencio nocturno de las
campanas sigue siendo respetado, a menudo porque pasan días e incluso semanas sin que
tengan nada que decir, aunque en los pueblos pequeños llaman a quema cuando es preciso.
No cambian campanas por matracas en el Triduo Santo. Ninguno de estos instrumentos
funciona pero suelen ser obra de artesanos locales y cualquiera, con un poco de maña,
podría restaurarlas en un par de mañanas. Están rotas no porque no se usen, sino porque
ha desaparecido la necesidad de emplearlas. En Cimballa, que sepamos, y posiblemente en
algún otro pueblo, aunque ésto depende de la inspiración del momento, los monaguillos
recorren las calles, en sentido opuesto a la procesión, agitando sus matracas y otros
objetos sonoros de madera, mientras que gritan el toque y el acto al que convocan. Desaparecieron los toques de la
noche de los difuntos, que en muchos lugares cesaron antes de la guerra, pero es que
apenas nadie cree en su presencia real y cíclica de vuelta a casa. La presunta desaparición de la
influencia de los toques eclesiales en el siglo XIII no tiene sentido en nuestras tierras,
donde los toques de la iglesia, única torre del pueblo o de la ciudad, han convivido, y
no siempre en armonía, con los toques horarios y con los intentos civiles de acceder a
las campanas. Dicha consonancia contradictoria
se rompió hacia los años sesenta, por numerosas causas, que describiremos e intentaremos
analizar luego.Las campanas y el espacio Influencia tópica espacial
de las campanas
Es usual asociar el alcance sonoro
de las campanas al espacio simbólico que depende de ellas. CASES (1730:26) solicita que una
de las campanas recién inauguradas defienda del fuego, por los nombres de los santos que
ostenta, hasta donde llegue su son: à la armonia de essa Campana, que tiene infusos tan
sagrados nombres, ni el fuego, en toda la jurisdicción que alcance su consonancia, llegue
a ser ruina. TORDERA (1983:26), ampliando las fronteras del teatre invisible, escribe: Tot s'esdevé - li proposava jo -
com si més enllà de les intencions comunicatives dels tocs de campanes, aquests creassen
un espai sonor en la ciutat, una xàrcia no visible d'accions i reaccions acústiques que
dictassen la conducta ciutadana, un llapis sonor que marcava de manera diferent a les
muralles els llímits del poble o ciutat: aquesta arriba fins on arriba el so de les seues
campanes. SCHAFFER (?:56;64;84;294) asocia a
menudo el alcance de las campanas con el espacio de influencia eclesial, con el territorio
parroquial. La última cita (f.137) es mucho más sugerente pues relaciona el espacio con
la campana, como referencia comunitaria, frente a la radio y otros medios tecnológicos
que aparecen y desaparecen a gran distancia: La définition de l'espace par
moyens sonores est beaucoup plus ancienne que l'utilisation des clôtures et palissades.
[...] On retrouve dans le cri du loup ce rituel vocal que délimite un térritoire par
l'espace accoustique - de la même façon que le cor de chasse reivindique la fôret, ou
que la cloche d'église s'appropie de la paroisse. [...] Le son le plus caractéristique
de la communauté chrétienne est la cloche de l'église. Celle-ci définit la communauté
de façon très concrète, car elle circonscrit, par sa portée, l'espace accoustique
qu'est la paroisse. [...] La paroisse, elle aussi, a été accoustique, qui finissait là
où ses cloches ne tintaient plus. [...] La radio a étendu la portée du son et introduit
dans l'espace accoustique des interruptions. Jamias auparavant le son n'avait ainsi
disparu dans l'espace, pour réaparaître plus loin. La communauté, jusque-là définie
par sa cloche ou le gong de son temple, se régroupait autour de son émetteur local. HONORIO VELASCO recordaba en una
comunicación personal la tradición de cierto pueblo castellano que había puesto una red
en los límites con otro lugar vecino y por tanto enemigo para evitar el paso de los
toques así como su influencia negativa: las otras campanas eran consideradas como una
invasión sonora que había que evitar así como se impedía o al menos dificultaba el
paso de las reses o los habitantes del otro lado. Relaciones espaciales y
toques de campanas
Los materiales recogidos, tanto en
el trabajo de campo como en las publicaciones consultadas, sugieren una lectura mucho
menos romántica pero no carente de connotaciones: las campanas suenan por lo general más
allá de los límites de la comunidad, pero son consideradas como ruido extra muros y como
mensajes en el grupo para el que suenan. El alcance de su sonido no suele ir asociado con
el territorio que de ellas depende, y los toques de las otras campanas no acostumbran a
ser asociados como agresión. El interés en superar las fronteras locales va unido con el
propósito de manifestar hacia afuera la magnificencia de la comunidad como apuntaba LLOP
(1675:135) al hablar de la campana de las horas de la catedral de València: Reconeixentse per just, que en vna
Ciutat tan gran, y populosa com esta, hi haguès vn rellonge, que es sentis tocar les
hores de qualsevol part de la Ciutat, y encara de moltes parts fora de aquella, distants
molt mes, que dels arravals... Parece como si importara más
superar los límites del grupo que llegar a todos sus individuos. CEA GUTIÉRREZ
(1978:225) relaciona de manera mucho más concreta el espacio que depende de una iglesia,
y por analogía, de su campana: La socampana
Es habitual en los documentos
relativos a venta o adquisición de tierras, deslindes, arreglo y renovación de mojoneras
o simple descripción de una posesión, añadir la apostilla siguiente: "... la viña
que está en la socampana de...", dando a entender con ello el sometimiento de ese
lugar a una determinada iglesia y jurisdicción. Espacio: jerarquías y
toques de campanas
Los toques de campanas, como hemos
visto al referirnos a las normas litúrgicas, reproducen, o mejor dicho reproducían, unas
relaciones espaciales estructuradas en torno a la importancia de ciertas iglesias. Las
parroquias no podían tocar antes de la Catedral el Sábado de Gloria ni tampoco después
de la iglesia matriz el Jueves Santo. Los conventos, aún conservando su autonomía,
estaban obligados en estas y otras ocasiones, como el inicio de un Sínodo, a tañer sus
campanas junto con las demás torres, siguiendo las indicaciones de la iglesia más digna. Probablemente las torres estaban
escalonadas en su altura de acuerdo con la importancia del templo. CANELLAS (1975:17/21)
transcribe dos cartas del Cabildo de la Seo, redactadas hacia l681, y relacionadas con la
construcción de la actual torre catedralicia: Adoptada la idea de edificar una
sola torre, se imponía la redacción de un nuevo proyecto arquitectónico para el cual se
acordó recurrir a los "maestros que hay en esta ciudad", los cuales habrían de
tener en cuenta la extensión del terreno, la seguridad de cimientos y la altura del
templo, a fin de que la nueva torre sobresalga "porque las campanas dominen".
[...] Los titulares deseaban "una torre para sus campanas, firme en la planta, noble
en la traza y de aquella belleza, ornato y hermosura que sirva con novedad a la eterna
duración del edificio, correspondiendo todas estas circunstancias a la grandeza y
majestad del templo". [...] Una torre que subiese sobre la iglesia en modo y forma
competentes, que las campanas - si quiere su colocación - estuviese o subiese sobre los
tejados de la iglesia para oirse mejor el sonido". Las procesiones
La procesión reune el uso
espacial y temporal por parte de un grupo organizado. La manifestación pública ocupa de
manera transitoria ciertos espacios colectivos llenándolos de significado, no sólo por
llegar hasta ellos, sino por hacerlo con cierta organización que denota el orden ideal de
la comunidad. Las campanas no son ajenas a este proceso de apropiación momentánea del
espacio (y del tiempo) y parecen recalcar ciertos momentos y lugares simbólicamente
fuertes. En los lugares estudiados para
este trabajo, tengan una o varias torres, aparecen sobre todo dos maneras de remarcar las
procesiones: durante todo el proceso o bien
en los instantes culminantes, como son la entrada y salida. Un primer análisis no
encuentra relación entre el tamaño de la población y el número de torres con el toque
continuo o entrecortado ya que en ambos casos se encuentran catedrales o parroquias
urbanas, así como iglesias de pueblos y villas. El toque a la salida y entrada de
la procesión fué recogido en menos lugares, todos ellos de cierto tamaño, como
Albarracín, Alcorisa, Caspe, Jaca y Zaragoza, o sea tres catedrales urbanas y dos
parroquias de villas importantes. En otra catedral, Huesca; en
varias villas como Agüero, Ateca, Cariñena, Uncastillo, así como todos los pueblos como
Aguilón, Cimballa, Jabaloyas, Latre, Perdiguera y Villar del Cobo, se bandeaba durante
todo el recorrido o como decían en el último lugar citado, mientras da la vuelta al
pueblo, todo el rato dándole. En Agüero decían, igualmente, que bandeaban mientras va
la procesión por todo el pueblo. La única excepción encontrada fué Villanueva de
Jiloca donde el sacristán repicaba solamente antes de la procesión ya que no podía
estar en ambos lados a la vez. Donde no se tocaba todo el rato,
se repetía y recalcaba la organización espacial jerarquizada: en Zaragoza era la Seo o
el Pilar, ambas Catedrales tras la Concordia de la Unión, con un mismo Cabildo
compartido, quien tomaba la iniciativa, según la festividad. La otra torre, así como las
de las demás iglesias, interpretaban los toques, al ritmo marcado por la primera. El
posterior toque de cada parroquia o convento, mientras el Corpus o la Imagen estaba en su
territorio, transmitía un doble mensaje espacial y temporal a la vez: la entrada y el
paso por un espacio de dependencia de la comitiva. Dicho de otro modo, la torre parroquial
o conventual indicaba con el toque el uso de su territorio a la par que señalaba en qué
lugar de la ciudad se encontraba la comitiva. En la Seo y en el Pilar acentuaban
aún más la idea espacial: cuando veían la procesión, desde la torre, comenzaban el
repique, y solamente iniciaban el bandeo de la campana mayor cuando veían que salía y
llegaba la custodia o la imagen de la Virgen. Los entierros
Además de otras connotaciones
sociales (representación de la estructura social del grupo) así como protectoras
(defensa del difunto y del grupo) sobre las que hablaré más tarde, los entierros han
tenido siempre una indicación espacial muy concreta a través de los toques de campanas. No todos los campaneros
entrevistados se refirieron a esta dimensión territorial, aunque es posible que fuésemos
culpables al no preguntárselo explícitamente, pero las informaciones recogidas en la
mitad de los lugares permiten reflexionar sobre este aspecto. En casi todos los casos se
toca desde que salen los curas de la iglesia a buscar al difunto hasta que regresan al
templo, bien para rezar los responsos, como se hacía antiguamente, o bien para oficiar el
funeral como se practica desde hace unos años. En algunos lugares grandes como en
Caspe se tañía a la salida de la comitiva y al llegar el féretro a la iglesia, o mejor
dicho, en cuanto se podía ver la comitiva: Se daba el tercero [...] y toda la concurrencia que de acompañamiento al
difunto dice: "Pues bueno, ya es el tercero, ya sale el cura de la iglesia."
[...] Y a la que veías amanecer ya el difunto por algún sitio, entonces tocabas ya otro
toque igual hasta que la caja entraba dentro de la iglesia; en cuanto el difunto estaba ya
dentro de la iglesia, ya se terminaba de tocar. En Huesca, para los difuntos
importantes, tocaban el entierro de Trinidad las tres parroquias, desde que salía el
difunto de la casa hasta que llegaba a los límites urbanos, y lo recogían allí y lo
bajaban hasta las cuatro esquinas. En Torrelacárcel también tocaban
hasta perder de vista al fallecido, al llegar al cementerio: Hasta que duraba el entierro
que le cantaban ahí en el perche, y luego cuando salía del perche de la iglesia el
difunto, hasta que lo veían ahí, que lo veían encima el pueblo, que veían que salía
del pueblo, paraban y solucionao ya. En la Catedral de Jaca tocaban
desde que salía el clero hasta que regresaba, tras el entierro, el de muerto, cuando lo
llevan a la iglesia y al salir. Desde que salen de la Catedral hasta que vuelven a la
iglesia. Desde que sale. En Mora de Rubielos no queda
explícito, aunque se señala que el padre del informante se encargó de las campanas
porque había un entierro y nadie tocaba: Todo y sin campanas, ¡enterrar a un señor sin
campanas!, lo que puede significar que se tañía durante el sepelio. También tocan en Perdiguera desde
que salen los curas, y probablemente durante todo el entierro. En Rubielos de la Cérida queda
mucho más claro: y luego cuando se va a por el difunto y éso pues se
sigue tocando a muertos hasta que viene aquí a la puerta de la iglesia. En Uncastillo también tocaban
desde que salían a buscarlo hasta que suponían que llegaba al cementerio: Al día
siguiente, cuando ibas a buscarlo. Y después que salía de la iglesia; bueno, salía de
la iglesia o anteriormente que no entraba en la iglesia pues se hacían los responsos en
la puerta de la iglesia, hasta que se quitaba de la vista. Ahora bien, si era de primera
clase, era con acompañamiento [...] Entonces pues se estaba tocando mientras la misa que
se rezaba un primer responso, se tocaba ya y hasta que llegaba al cementerio. Hasta la
idea que te llegabas, que decías que te llegaba, porque era con acompañamiento. Finalmente, en Villar del Cobo,
tocaban antes mientras el difunto estaba en la calle: antes se tocaba, se subía arriba,
se daban los tranes, se daban los toques y mientras se traía el difunto de la casa a la
iglesia se tocaba y ahora ya no. Los toques de incendios
Uno de los toques más
impresionantes, que rompían el silencio de la noche o inquietaban durante el día,
estaban llenos de connotaciones espaciales, a menudo muy explícitas. En Uncastillo sube, aún hoy,
alguien a tocar, mientras que otro se queda en la plaza, para informar donde ocurre el
siniestro, y donde se precisa la ayuda. En Ateca era el mismo toque el que
indicaba el lugar: tras la señal de fuego el número de golpes, uno, dos o tres,
anunciaba el barrio, y esa cadencia se repetía varias veces para confirmar la llamada y
el sitio: Estaba escrito en un papel ahí
ntes de subir a la torre, en una puerta estaba por si alguien, en un caso de algo que no
fuera el campanero, supiera tocar si había quema los toques que a ese barrio
correspondían. Por ejemplo, San Martín, tres toques. La sirena que hay en el
Ayuntamiento de Caspe cumple con el mismo papel de indicador espacial de siniestros: El mismo se toca para un incendio,
si es en el pueblo. Por ejemplo, simplemente para cerrar el comercio nada más es el
toque; si es un incendio dentro del pueblo, hace dos toques, y si es un incendio fuera del
pueblo, digamos ya en el extrarradio del pueblo, en una casa de campo o algo así, son
tres toques de sirena. El intento de indicar el lugar del
incendio no es nuevo, aunque en Caspe sea novedad el instrumento. En Zaragoza, en 1772, CERVERA
(1984), Corregidor de la Ciudad, escribía una Ordenanza sobre incendios, por la que
mandaba que las parroquias indicasen un incendio en su jurisdicción, y que las demás
torres repitiesen el mensaje. Lo más interesante es el sistema de relevos, la
diferenciación para marcar el lugar del accidente, y, probablemente, la doble
categorización del territorio urbano, ya que la Ciudad estaría dividida en Cuarteles, de
acuerdo con la nueva organización municipal impuesta por los Borbones: Que la Parroquia en que sea el
Incendio, toque à vuelo sus Campanas; que la de la Torre nueva, al oìrse estas, se toque
inmediatamente y luego que esta empiece, sigan las demàs Parroquias, aunque no à vuelo,
para diferenciarse de la primera. Las campanas y el espacio
Las campanas y sus toques parecen
estar ideados para superar las barreras espaciales comunitarias, para hablar a los otros
del poderío de la propia sociedad. Ciertas antiguas prioridades,
confirmadas por Roma, reconstruyen y refuerzan la estructura piramidal de la población,
acrecentando la elevación física hasta convertirla en simbólica de las diferentes
dignidades de los edificios religiosos. Muchos toques son indicadores del
espacio y de su ocupación por ciertas personas o manifestaciones que deben ser señaladas
al grupo; recuerdo ahora, sin haberlo incluido en el conjunto de lugares estudiados en
este trabajo, el corrido del señor Obispo, recogido en Barbastro en 1971, que indicaba el
paso de la máxima autoridad eclesiástica local por la plaza, camino de ciertas
ceremonias pontificales: tiempo, espacio y dignidad quedaban señalados, recordados y
reforzados con un mismo repique.La estructura social |