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Las campanas de Aragón: un medio de comunicación                                                          Dr. Francesc LLOP i BAYO

El medio es el mensaje

Antes de proseguir en el análisis de medios alternativos de comunicación comunitaria, me parece interesante detenerme en los pregones que tuvimos que encargar necesariamente en la mayor parte de pueblos y villas, puesto que en las ciudades (con todos los límites que supone este término en Aragón) el aviso de los toques de campanas solía ser transmitido por la emisora local de radio. Así pues, y ahora mismo recuerdo Alcorisa, donde están los altavoces instalados en la misma torre, el pregonero decía, tras la consabida jota, que iban a tocar las campanas de la torre todos los toques, que nadie se alarmara, que era para una grabación de la Diputación. He resumido las frases escuchadas en todos los lugares, en tres puntos: van a tocar, no hay que alarmarse, es para algo lejano.

El aviso es contradictorio y redundante: se trata de avisar que van a tocar las campanas, para indicar que no se tenga en cuenta su mensaje, justificando los motivos alejados y ajenos de tal emisión sonora. Tal insistencia quedó justificada en algunos lugares en los cuales, por voluntad de los responsables, no se quiso avisar a la comunidad.

Recordemos el caso de Mora de Rubielos: el señor cura, que colaboró desde el primer momento en una idea que le pareció excelente, no creyó necesario anunciar los toques manuales de unas campanas actualmente electrificadas. Así pues nos dirigimos, en una calurosa tarde de domingo del mes de julio de 1984 a la torre. Podían ser las tres y media o las cuatro, la hora justa de la siesta o, al menos, del sopor tras la comida dominical. Comenzaron a sonar viejos repiques, y la plaza se llenó de mujeres, que habían sido enviadas o que lo hacían por sus propios impulsos, a indagar qué pasaba.

Lo mismo ocurrió en varios lugares, no incluidos en el presente estudio, como Pena roja, Salas Bajas o Carenas, por citar pueblos pequeños. En otros lugares se resolvió la imposibilidad de avisar a la gente introduciendo mensajes contradictorios: comenzando, por ejemplo, el toque de muerto y tañendo, inmediatamente, a fiestas, o al revés, como vimos al describir el orden de los toques grabados.

Todo ésto viene a demostrar que el medio todavía funciona, superando en parte las normas tradicionales: si toca la campana, y lo hace fuera de contexto, es decir en un momento inesperado, ése es el mensaje: si suena, vagamente, a muerto, alguien acaba de fallecer, sin saber, porque la gente ya no repara en ello, si es hombre o mujer, si rico o pobre, si niño o adulto. Y si el toque, aunque sea levemente festivo, suena a destiempo, se interpreta, de inmediato, como una llamada de urgencia a la que es preciso acudir. De ahí la necesidad de anular previamente el mensaje con el pregón, a menudo desde la misma torre.

De todos modos siempre había gente que, tras oír un leve murmullo desde los altavoces, confirmado por repiques de las campanas, se alarmaba y acudía, solidaria, a la plaza, para ver en que podía ayudar, enterándose al mismo tiempo de lo que pasaba.

Nuevos procesos de información comunitarios

Las campanas han sido sustituídas, por medios de comunicación más eficaces para la transmisión de mensajes instantáneos en pequeñas y medianas comunidades de Aragón. Recordemos las ventajas de las campanas: su tamaño solía ser construido de acuerdo con el de la comunidad, y por tanto llegaban, en el mismo momento, con pocas diferencias de décimas de segundo que no hacen al caso, a toda la población. Podían ser manipuladas, según los toques, con poco esfuerzo, pero con un alto rendimiento, llegando hasta los límites del grupo, y más allá. Finalmente, y excepto en caso de sordera grave, no era preciso poseer ningún aparato (radio, teléfono, televisión) que estuviese no solamente conectado sino en condiciones de recibir ese mensaje, esto es en sintonía.

Por éso descartaremos de este análisis los medios de comunicación que emplean las ondas o los cables así como los escritos, tanto impresos como manuscritos, e incluso los icónicos, que requieren mayor atención, así como iluminación. No pueden ser inmediatos, pues es preciso redactar, transcribir, imprimir, distribuir, comprar o aceptar... y leer, para lo que es preciso conocer el código. Esta última desventaja es la que ha caracterizado a las campanas, el más eficaz medio de comunicación durante siglos: como se referían a categorías, y no transcribIan literalmente mensajes orales, como el morse o el tam-tam, era preciso compartir el código para comprender el mensaje, cosa necesaria cuando, como en Huesca, había, solamente en las parroquias, sesenta y cuatro toques diferentes.

Dejaré naturalmente  de lado las campanas, porque se trata de analizar como han sido sustituidas, pero también obviaré la prensa escrita y los medios radiotelevisivos, por las razones descritas.

Los altavoces han suplantado, ventajosamente, a las campanas, a menudo en las mismas torres, y dependiendo, como ya hemos dicho, de los ayuntamientos. La palabra no es sustituída por el código, sino que es aumentada por los altavoces, y difundida, desde el punto más alto, a toda la comunidad. El proceso seguido suele ser:

disco de música popular, a menudo una jota.

sin dejar que termine, mensaje que se quiere comunicar

otra ráfaga interrupta de música

repetición final del mensaje.

Hay dos variantes que parecen destacables: en algunos pueblos el alguacil, que es el agente emisor al servicio de la otra institución del lugar, se desplaza a los lugares tradicionales de pregón (lugares altamente simbólicos, como es conocido, aunque no nos detengamos en ello) con un altavoz portátil, un megáfono, que es precedido del sonido de una trompetilla, en lugar de la jota de los altavoces. En Leciñena tuvo lugar un proceso interesante, que no me resisto a transcribir:

trompetilla

mensaje: van a grabar las campanas

trompetilla

mensaje publicitario: hay un camión que vende en la plaza

En otros lugares hay instalada una red de altavoces, con micrófono en el ayuntamiento, colocados en los mismos lugares de tradición donde se pregonaba: el empleado y agente al servicio de la comunicación no tiene que desplazarse ya al lugar de los dichos, ni repetir múltiples veces el mensaje, sino que puede hacerlo, cómodamente, desde su lugar de trabajo, de una vez por todas.

Pudiera ser interesante estudiar el proceso de modernización que han seguido muchos pueblos en Aragón para seguir comunicando mensajes municipales. Unos siguen empleando el alguacil a viva voz, cuyo mensaje se anuncia mediante trompetilla o tambor, como en varias localidades de las Cinco Villas. Otros han instalado altavoces en la torre, aunque no faltan los que los colocaron en los mismos lugares estratégicos donde se pregonaba antes. Otras localidades emplean una emisora de F.M., más o menos legal, para transmitir mensajes y programas municipales, a la espera de las emisoras locales de televisión que ya han aparecido en algunas localidades catalanas.

Parece haber relación entre tamaño de la población y acceso a tecnología más complicada y por tanto más cara, aunque no faltan las preguntas: ¿por qué algunos pueblos pequeños optaron por los altavoces y otros mayores siguen con el alguacil? ¿Es el tamaño de una población el que marca el paso desde los pregones orales, hasta los emitidos a través de altavoces? ¿Es este tamaño o son otros factores los que deciden la creación de una emisora municipal?

El caso es que hoy en día hay localidades de miles de habitantes que aún reciben información del ayuntamiento a través de la voz de uno de sus empleados menos considerados, al igual que sigue ocurriendo en los pequeños pueblos de pocos cientos de habitantes.

El uso de altavoces como sustitutos de las campanas goza de una mala prensa. Poetas, periodistas o simples informantes desprecian la información transmitida a través de la megafonía, aunque no saben justificar su rechazo. Pero tales altavoces constituyen la evolución lógica de los toques de campanas, mejorando la transmisión de mensajes en comodidad, rapidez y eficacia. Ya no es preciso conocer unos códigos y a partir de ellos reinterpretar, recrear el posible sentido del toque, como proponía NATTIEZ.

Los altavoces no sólo gozan de todas las posibilidades de comunicación de las campanas (envío inmediato de mensajes, recepción sin aparatos, técnica relativamente sencilla de utilizar) sino que las superan, al no depender de códigos, siempre basados en categorías, y que no siempre valen para comunicar los matices deseados. Se puede incluso enviar a su través música, como hicieron muchos curas postconciliares que intentaban así presentar una alternativa más moderna a las campanas, aunque sin llegar en Aragón, que nosotros sepamos, a los extremos padecidos en algún pueblo extremeño donde el párroco, de manera claramente simbólica, vendió las campanas para comprar altavoces.

Los altavoces, aunque eficaces,  no llegan a ser reconocidos, identificados como propios, por causas emotivas, personales, simbólicas, quizás subsconcientes, aunque no supongan una agresión tan clara como las desagradables sirenas.

Las sirenas como sustitución de las campanas

Las sirenas, por el contrario, son una de la más malignas alternativas a las campanas, y su uso creciente es digno de interés.

En Caspe parecen haber sustituído alguno de los papeles tradicionales asignados a las campanas, como marcar el mediodía o indicar los incendios, claro que desde otros supuestos: si el Angelus, a mediodía, pedía la oración, al mismo tiempo que marcaba el final de la mañana y el momento de comer, el toque de la sirena avisa el momento de cerrar las tiendas y otros establecimientos públicos.

En Barbastro, la sirena está, precisamente, junto a las campanas horarias, en lo alto de la torre de la Catedral, aunque el mecanismo de control depende del reloj-patrón del Ayuntamiento. Otros pueblos pequeños, en esa zona del E/NE de Aragón, han instalado sirenas recientemente, no solamente para llamar en caso de fuego sino para marcar las partes del día, especialmente entradas y salidas de fábricas o escuelas: Binéfar, Salas Bajas o Binaced, por citar tres casos conocidos, aunque no estudiados en este trabajo.

Los toques de campanas, un medio de comunicación tradicional comunitario

Los toques de campanas tradicionales no pueden ser considerados música, porque su propósito, tangencialmente musical, es el envío de mensajes comunitarios para el grupo: la expresión no es redundante porque no se trata de un medio para transmitir mensajes privados, exclusivos, sino que sus toques están al servicio de todo el grupo.

Esta propuesta tenía sentido pleno en la sociedad tradicional, en la cual la comunidad era considerada como un todo coherente, en la cual no cabía la posibilidad de no creer, del mismo modo que era impensable considerar a todos los miembros del grupo iguales.

Los toques de campanas reproducían, al mismo tiempo, esa unidad y esa diferenciación desigual. Los toques se basaban, y ésto los distingue tanto de los códigos que reproducen el lenguaje oral como de los carillones que interpretan música clásica, en categorías, excluyentes, que expresaban la pertenencia de personas, espacios y momentos, a cierta clase, dentro de un abanico más o menos amplio según la importancia, tamaño y complejidad de la vida ritual de la iglesia y poblaciOn a cuyo servicio estaban.

Afectaban al tiempo, al espacio y a todo el grupo, y eran producidos, curiosamente, por personajes poco considerados, para evitar quizás que quisieran abusar de su poder de convocatoria y de manipulación social.

Los toques tradicionales no servían tanto para llamar, a lo que han quedado reducidos en la actualidad, cuanto para comunicar, acompañando a menudo ciertas actividades colectivas para permitir que los miembros enfermos u ocupados pudieran seguir los procesos desde el lugar donde se encontrasen.

La consideración de las campanas como medio de comunicación puede servir para comprender de que modo otros medios actuales, tan modernos, por emplear la tecnología más adelantada como lo fueron las campanas durante siglos, conforman el tiempo, el espacio o reproducen las características sociales, recreando y reforzando no solamente estos aspectos sino la identidad y la defensa de la comunidad.

La redundancia que les caracteriza, y que es necesaria para la transmisión de mensajes por medio de categorías, es también adoptada por otros medios actuales, para marcar tiempos o espacios diferentes, fuertes para el grupo: si la comunicación quedase limitada a la transmisión de información nueva, algunos hechos como la publicidad, repetida hasta la saciedad, tendrían que ser considerados como fenómenos no comunicativos.

El campanero, estimado como agente emisor, permite explicar la persistencia de sus toques a pesar de la desaparición, más o menos total, de la institución que los hacía necesarios: el aprendizaje de las normas, durante la infancia, y su estricta y vigilada práctica en aquellos tiempos ha llegado a crear una nueva y efímera institución, siempre local y a menudo existente tan solo en la mente del intérprete, que hace que supervivan viejos ritmos, cuyos mensajes dejaron de tener sentido hace décadas y que desaparecerán con la vida del anciano que sigue repicando porque es su santa obligación.

La recogida de los conocimientos técnicos y culturales del campanero es la única herramienta posible para conocer y reconstruir un medio de comunicación de masas dominante durante siglos y bruscamente abandonado ante la existencia de otros medios mucho más eficaces.

La entrevista a sacerdotes suele ser poco útil porque solamente los más ancianos, y con muchas reservas, conocen los matices que son capaces de expresar campaneros a veces más jóvenes que ellos.

La encuesta sobre receptores, que nosotros hemos dejado algo abandonada, no es sin embargo tan urgente, ya que los toques despiertan torrentes de sensaciones y recuerdos que muchos, incluso de cuarenta años, comparten.

Tales añoranzas no sirven para reconstruir las reglas, las normas estéticas y los toques que ya solamente conocía el viejo campanero. En Benavarri, en la Ribagorça, acababa de fallecer MEDARDO GRACIA. Subimos a la torre con su viuda, con alguno de sus ayudantes, con un vecino, con el alcalde. Entre todos fueron incapaces de reconstruir, con la mejor voluntad, el ciclo diario de toques que había escuchado toda su vida, hasta unos pocos meses antes. Tampoco supieron dar los motivos de cada uno de los repiques. Sin embargo una vieja grabación, realizada por un vecino, gustoso colaborador, JOSÉ LLENA, les despertó muchos recuerdos y la rabia de no poder volver a tocar.

Por ello nos pareció, a lo largo de nuestro trabajo, mucho más urgente y prioritario, entrevistar, exhaustivamente a esos viejos campaneros, últimos depositarios de una manera de tañer y de comunicar; los que los escucharon probablemente les sobrevivan unos treinta o cuarenta años y a través de las grabaciones de los campaneros, los receptores podrán reconstruir los significados de los toques. Sin embargo, a través de los recuerdos y las interpretaciones de los que escucharon, durante decenas de años, es generalmente imposible la reconstrucción en el mismo nivel formal (repiques, bandeos...)Las campanas y el tiempo

El tiempo y la organización social

Intentaré describir y analizar las diversas concepciones del tiempo, su medida y su utilización, que emergen, se contradicen y conviven en la sociedad tradicional, y que se reflejan, ordenándolos, en los toques de campanas: no se trata de un estudio sobre el tiempo en general y el de nuestras sociedades en particular, cuya extensión superaría en demasía los límites de nuestra tarea, sino de un intento de enmarcar las percepciones temporales de nuestros campaneros.

El tiempo, a pesar de ser algo real y material, solamente viene dado por la experiencia concreta [GUREVITCH (1979:264)]. Las sociedades lo configuran, construyéndolo de acuerdo con una serie de valores más o menos generales que caracterizan a ese grupo [GUREVITCH (1979:260)]. No hablaremos aquí de las concepciones individuales; ECO, en un reciente artículo escribía en "El País" sobre la velocidad relativa del tiempo, inversamente relacionada con las vivencias personales: aquellos períodos exasperadamente largos, inacabables, aburridísimos pueden resumirse en pocas palabras, mientras que otros momentos intensos, objetivamente cortos, se llenan de tantas vivencias que es preciso emplear un largo discurso para describirlos.

La percepción varía con la edad, y aumentaría su velocidad con los años. Mayor interés tiene el tiempo social, como dice GUREVITCH (f.274), que no solamente es percibido y vivido de manera diferente por culturas y sociedades, sino que es ordenado de manera peculiar en cada uno de los grupos de una misma comunidad: el tiempo no sería único y monolítico, pues habría una amplia gama de ritmos y de tiempos sociales condicionados por las leyes de los distintos procesos y por la naturaleza de los diversos grupos humanos. Así queda confirmado por HALBWACHS, citado por LE GOFF (1983:57/58): habría tantos tiempos colectivos como grupos separados; el común, unificador, no sería más que el lugar de encuentro, en la conciencia de los tiempos colectivos; tales ritmos propios y compartidos debieran ser investigados para conocer la historia y la existencia de los hombres.

La necesaria coordinación de los diversos ritmos temporales permite que la sociedad sea viable: sería el resultado de la imposición de los tiempos propios de los grupos dominantes, de acuerdo con GUREVITCH (1978:275). El tiempo social común aparecería como el resultado del control social de la clase dominante; a la inversa, el cambio de la estructura del tiempo mostraría que la clase dirigente perdiese el control de la vida social. Su cambio supondría la pérdida de poder de una clase social así como un indicio de cambios profundos en la estructura comunitaria total.

Para ATTALI (1982:34) el propósito principal de la organización del tiempo sería el establecimiento de unas pautas relacionadas con el modo de estructurar el grupo, pautas temporales que coordinarían las actividades del grupo y servirían para canalizar la violencia que todo grupo social genera; tal canalización cíclica me parece discutible y no creo que afecte al propósito de nuestro análisis, es decir la organización, representación y medida del tiempo. El mismo ATTALI define tal medida como la separación del tiempo en bloques, poniendo límites a los actos, sincronizando comportamientos, remplazando el vacío de lo irreversible con una seguridad de lo repetido, que permitiría marcar cortes en los cuales la violencia puede y debe actuar para poner en marcha nuevamente el ciclo.

COUDERC (1948:7) supone que el calendario es un sistema para contar los días, o sea que sirve para medir los tiempos largos, sin entrar en su significación. SOLANS-CASANUEVA (1915:361) consideran al calendario como la coordinación y recta disposición del tiempo en períodos (adaptados a las necesidades de la vida civil y religiosa) de meses, semanas y días. Todo ésto, aunque nos enmarque en el ámbito temporal, no sirve aún para conocer maneras generales de ordenar, medir y quizás controlar ese tiempo que parece fluir, incontrolable, incesantemente sobre nuestras cabezas.

Tiempo cíclico, tiempo lineal

El tiempo ha sido medido, de manera general, por el Sol, con las alternancias de día y noche, y por la Luna, con un ciclo regular y bastante fácil de determinar. La ambigüedad comienza al definir las partes temporales ya que en casi todas las lenguas románicas la palabra "día" significa tanto el período de luz solar, como las veinticuatro horas, el tiempo medio en el que la Tierra gira completamente alrededor de su eje; la Tierra es por tanto el reloj fundamental de la Humanidad.

Según COUDERC (1948:40) el principio de la jornada ha variado a lo largo de los tiempos, ya que los italianos hasta el siglo pasado hacían comenzar el día a la puesta del sol. Más adelante (f.71) recuerda que los antiguos pueblos de Italia comenzaban el día civil a la puesta del sol y que los romanos siguieron con esta costumbre, manteniendo durante la jornada tres divisiones mal definidas como el principio, la mitad y el final, ésto es la mañana, el mediodía y la tarde.

El ciclo de las fases lunares constituye el fenómeno más regular y el más evidente después de la alternancia de día y noche. Pero la lunación, tan cómoda para su medida, apenas juega papeles importantes en la vida terrestre. El año, el giro completo de la Tierra alrededor del Sol, más difícil de medir, por carecer de fases y ser bastante largo, influye o mejor dicho se expresa de manera importante en el inacabable ciclo de las estaciones, con consecuencias en la vegetación y en los factores climáticos. Estos dos ciclos, el lunar y el solar, de diferente duración, más largos que el día, plantean dos soluciones de calendario incompatibles entre sí, al menos en el plazo de un año.

Se enfrentarían dos maneras muy generales de concebir el tiempo: tiempo cíclico o tiempo lineal, que no se excluirían; una o la otra manera predominaría, sería dominante, empleando la terminología de GUREVITCH (1979:264/265) en el hombre antiguo o en el moderno. El ciclo lunar, repetido como lo muestra la experiencia, estaría asociado a las concepciones cíclicas del tiempo, mientras que el ciclo solar iría unido, más bien, a las organizaciones lineales. El hombre antiguo concebiría el presente y el pasado como una extensión en torno a él. La distinción entre el pasado, presente y futuro solamente sería posible con una percepción lineal del tiempo, unida a la idea de su irreversibilidad, concepción unida a una visión científica del mundo.

El tiempo del hombre primitivo dependería de fuerzas poderosas y ajenas a su voluntad, tomando pleno sentido y explicándose por el pasado y el futuro, como escribe GUREVITCH (1979:261/263); la concepción cíclica del tiempo estaría presente en los grupos íntimamente relacionados con la Naturaleza, donde los actos de los hombres reconstruirían, volverían a crear el antiguo tiempo de los dioses y regenerarían el ciclo. La vida social estaría ritmada por la sucesión de estaciones y por los ciclos de producción que ellas marcan.

De manera general se supone que los Antiguos tenían una idea circular del tiempo, mientras que el cristianismo introdujo la linealidad. Del mismo modo tenían otras nociones de las horas y de los comienzos del día. El hombre moderno dependería menos de la naturaleza, ya que su medida del tiempo estaría basada en instrumentos más o menos autónomos. Este tiempo sería concebido como fugaz, como irreversible, vectorial y dividido en segmentos de igual tamaño y de valor equivalente, entendido como una forma de existencia de la materia, como duración pura.

El tiempo de la Iglesia

GUREVITCH (1979:269) apunta la nueva percepción aportada por el cristianismo, que no renuncia totalmente a la concepción cíclica, aunque interpreta el tiempo de forma vectorial, irreversible.

Como desarrolla PATTARO (1979:195/196) el tiempo de la Iglesia es interpretado como lineal, en el cual los acontecimientos ofrecen significación y orientación. El nacimiento y más aún la muerte y resurrección de Jesús devienen el eje, el núcleo, el sentido, el término, la intención de la Historia. Como el tiempo hace posible esta doble afirmación, ni el tiempo ni la historia pueden ser considerados por separado. Esta lectura lineal, dice más adelante (1979:201) supone que lo que debe producirse se producirá en ese momento, no antes ni después. Por ello señala (1979:208) que no se trata de una reintepretación del tiempo sino de su división; de una concepción distinta de la historia que refuerza la interdependencia entre tiempo, acontecimientos e interpretación.

Para ATTALI (1982:66/85), la Iglesia, en los finales del primer milenio, tomó el poder y construyó el calendario cristiano, la última concepción sagrada del control de la violencia. El control del tiempo partía desde los monasterios; así la regla de San Benito excluía la sorpresa, la duda, el capricho: a la inseguridad del mundo oponía la disciplina, la previsibilidad. Contra el ruido de la historia, propuso el silencio y el canto. La regla no pretendió extraerse totalmente del tiempo de la Naturaleza; como en todas las sociedades basadas en lo sagrado, el tiempo de los hombres imitaba el tiempo de los Dioses; el día se dividía en veinticuatro horas y el año en cuatro períodos. El respeto de los horarios no servía solamente para el desarrollo de la vida colectiva en orden, sino que afirmaba también la sumisión a la orden y reconocía de manera concreta que el tiempo no pertenecía a los hombres sino a Dios.

El anuncio del tiempo apareció como un instrumento y un atributo del poder: SAN BENITO (1983:137), en el capítulo XLVII de su regla  dice que el mismo abad o alguien directamente encomendado por él se encargará de tocar las campanas para llamar a la oración: Dar la señal para la hora de la obra de Dios, tanto de día como de noche, será incumbencia del abad: sea dándola él mismo, sea encargando esta misión a un hermano diligente, de manera que todo se haga a las horas correspondientes. Atender la señal era someterse a la autoridad, o sea al abad, es decir a Dios. Las campanas de los monasterios sonaban la obra de Dios, las horas litúrgicas. La influencia de los monasterios, y más tarde de los clérigos urbanos, se extendió cada vez más a la población cercana, sobre todo en las ciudades crecientes. La vida cotidiana se ritmaba naturalmente por las horas litúrgicas y por el calendario de la Iglesia.

Las campanas, nuevo instrumento de comunicación de masas, servían para anunciar al mundo cercano tales horas litúrgicas. La campana pregonaba el nuevo Tiempo de Dios. Las referencias al sistema romano desaparecieron poco a poco para no dejar subsistir más que las horas canónicas, precisas, regulares, comodas, mientras que el calendario de fiestas, que solamente respetaban los monjes, marcaba el ritmo anual.

El tiempo de la ciudad

En el año mil la ciudad europea comenzaba a vivir su propia vida. La hora y el año, la campana y el calendario no desaparecieron sino que cambiaron de manos; las campanas fueron tocadas por los alguaciles para convocar las asambleas, para llamar a la defensa. La campana se convirtió en instrumento del poder ciudadano. Así (f.81) afirma que el instrumento concebido para llamar a la oración, que ritmaba desde hacía tres siglos la vida religiosa, se convirtió en el instrumento del poder ciudadano. Aquello que sólo era la señal de recogimiento, se oía cada vez más, en el orden dado por los laicos, para marcar el principio y el fin de acciones profanas.

Al toque de Prima, al alba, la ciudad se despertaba, y se preparaba para el trabajo. Con el toque de Nona, fijado entre el siglo X y el siglo XIII cerca de mediodía, se marcaba una pausa en la jornada urbana de trabajo, y las vísperas indicaban el final del día. LE GOFF (1983:63) cita a Dante, relatando la vieja ciudad medieval, Florencia, en la cual la campana eclesial, sustituida por el reloj marcaba las partes de la jornada:

Fiorenza, dentro della cerchia antica,

ond'ell toglie ancora e terza e nona,

si stava in pace, sobria e pudica.

[DANTE Divina Comedia, Paradiso, XV, 97-99]

Dante, ese laudator temporis acti, por boca de Cacciaguida, hace de la antigua campana de la Badia, sobre los mura vecchie de los siglos XI-XII, que daba la tercia y la nona y marcaba el principio y el fin de la jornada de trabajo en Florencia, el símbolo, la expresión misma de una época, de una sociedad, en sus estructuras económicas, sociales y mentales.

Ahora bien, en la Florencia que a partir del 1284 cambia y se dilata en el círculo nuevo de los mura nuove, la vieja campana, voz de un mundo que muere, va a ceder la palabra a una voz nueva,: el reloj de 1354. ¿Qué es lo que cambia de una a otro?

La ciudad, dicen estos autores,  no podía contentarse con la campana conventual y quería la suya, montando otra recién hecha para un nuevo monumento, el llamado beffroi, palabra difícil de traducir, porque se trata precisamente de un concepto prácticamente inexistente en nuestro ámbito cultural: torre comunitaria, dependiente de la ciudad, y cuyo propósito era marcar con su reloj las horas y con sus toques ritmar las actividades de los ciudadanos y comunicarles mensajes municipales, laicos.

El tiempo eclesial, poco preciso, era sustituído de manera irreversible por otro regular, controlado, a la medida del mercader, según una manida cita de LE GOFF (1983:53/55):

Este tiempo que empieza a racionalizarse se laiciza al mismo tiempo. Más todavía por necesidades prácticas que por razones teológicas, que por otro lado están en la base; el tiempo concreto de la Iglesia, adaptado de la Antigüedad, es el tiempo de los clérigos, ritmado por los oficios religiosos, por las campanas que los anuncian, en rigor indicado por los cuadrantes solares, imprecisos y cambiantes, medido a veces por groseras clepsidras. Los mercaderes y artesanos sustituyen este tiempo de la Iglesia por el tiempo medido con más exactitud, utilizado para las tareas profanas y laicas, por el tiempo de los relojes. La gran revolución del movimiento comunal en el orden del tiempo son esos relojes que por doquier se alzan frente a los campanarios de las iglesias. Tiempo urbano más completo y refinado que el tiempo simple de los campos medido con las campanas rústicas de las que Jean de Garlande nos da, a principio del siglo XIII, esta etimología fantasiosa pero reveladora: "Campanae dicuntur a rusticis qui habitant in campo, qui nesciant judicare horas nisi per campanas".

El hombre de la ciudad tomó posesión, a mediados del siglo XVI, del tiempo y se lo quitó a Dios. Igual que liberó su razón de la teología, definió el tiempo como la posibilidad de ganancia o de potencia, mirando hacia el futuro y ya no hacia el pasado, a sus hijos y no sólo a sus mayores. Impuso, aún enmascarado por la Iglesia a la que comenzó a manipular, la unificación de la medida del tiempo por todo el espacio comercial europeo, que necesitaba para organizar su expansión.

En los pueblos, sin embargo, las campanas de la iglesia solamente marcaban los entierros y las misas, sin recortar el tiempo rural en períodos precisos, que parecen ajenos a las necesidades de una civilización campesina, según afirman estos autores. GUREVITCH (1979:276/280) insiste en este cambio de mentalidad con respecto al tiempo en las ciudades de poder creciente, donde el hombre ya se encontraba más sometido al orden que había creado que a los ritmos naturales, separándose de manera clara de la naturaleza, comportándose respecto a ella como si fuera un objeto exterior. El carillón del reloj municipal representaba el tiempo "secular", en oposición a las campanas de la Iglesia, que medían el tiempo de los servicios religiosos.

La comunidad urbana se convirtió entonces en dominadora de su ritmo propio, con su ritmo particular. El tiempo urbano emancipado de la iglesia apareció quizás como consecuencia de la invención de los relojes mecánicos, deviniendo un tiempo sin cualidad, neutro por su contenido y no ligado a los sujetos que viven y le atribuyen una colaboración afectiva, tiempo extraño para los hombres de la antigüedad y la edad media.

Tiempo regular, tiempo lineal

La aparición del tiempo regular, sigue GUREVITCH (f.279) aportaría el triunfo del tiempo lineal, llegando el tiempo presente a comprimirse, para no ser otra cosa que un punto continuamente en transformación, en un punto entre el pasado y el futuro, y que transforma al futuro en pasado. El tiempo presente se convirtió en efímero, irreversible e inaprehensible. El carillón de la torre que sonaba regularmente recordaba, de forma ininterrumpida, la brevedad de la vida e incitaba a la realización de grandes acciones y a dar un contenido positivo al tiempo.

El cómputo mecánico del tiempo, prosigue más adelante (f.280), hecho sin la intervención directa del hombre, obligaba a reconocer que el tiempo era independiente de él, incluso en la ausencia de sucesos. El hombre, en la ciudad, dejó de ser dueño del tiempo, ya que al transcurrir independientemente los hombres se veían obligados a someterse a su imperio. ATTALI (1982:229) confirma esta autonomía del tiempo, que se convirtió en un tirano con vida propia: todos tenían que vivir a horas idénticas o al menos coherentes entre ellas; todos tenían que estar rodeados de un tiempo definido hasta el segundo, para interiorizar la nueva disciplina.

Tales interpretaciones lineales de la Historia y de la evolución del tiempo en la Europa cristiana parecen poco útiles para entender cual, o mejor aún cuales concepciones temporales se manifestaban y siguen expresándose a través de los toques de las campanas recogidos en Aragón, puesto que no corresponden con la realidad encontrada en el trabajo de campo.

Da la impresión, al menos superficial, que los pueblos, villas y ciudades aragoneses, al igual que la ciudad de València, que en otros lugares he estudiado y a los cuales me referiré más adelante, marcharían  con cinco o seis siglos de retraso respecto a esa Europa Central, aparentemente tan estudiada, y que define los modelos históricos teóricos de cambio y de interpretación, en un fantástico proceso de evoulción y progreso.

Intentaré, a partir de ahora, limitarme al tiempo litúrgico, el tiempo y su medida para la Iglesia, así como la posible evolución desde un tiempo concebido circularmente, a otro lineal, cambio que parece haber ocurrido en nuestros días y no hace seis o siete siglos, cuando la mayoría de nuestros reinos históricos no habían sido incorporados por derecho de conquista a la cultura cristiana.

El tiempo litúrgico

El tiempo litúrgico supone un paso de categoría cuya lógica cuesta comprender, puesto que armoniza una doble concepción temporal que parece coexistir sin contradicción: una ideal, lineal, con la Redención del Cristo como eje y sentido de la Historia, y un proceso paralelo de recreación, de vuelta a la vida, repetido cada año, reviviendo y no solamente recordando esa muerte y resurrección gloriosas.

El ciclo litúrgico, para PATTARO, se convierte (f.216) en un tiempo crítico y operante en el que el Cristo del pasado transforma la comunidad cristiana y la hace vivir; se trata de un tiempo que transforma el tiempo, y no solamente (f.222) de una manera didáctica y entusiasta de recordar hechos históricos ya que la celebración de los Mysteria Christi produciría una transformación del mundo a través de la acción de Cristo.

El problema que intentamos definir es la concepción litúrgica del tiempo a corto plazo; la Historia aparece como lineal con un núcleo central en la acción vital del Cristo mientras que  la lectura cotidiana de la historia es interpretada siempre de manera cíclica, tanto diaria como semanal o anual, incluso a nivel personal. El ciclo anual de las estaciones es referencia a medio plazo para ordenar el tiempo, repitiendo nueva, efectiva y realmente, la presencia y la acción de la muerte de Jesús hacia el año treinta de nuestra (y Suya) era.

El eje del ciclo anual, al igual que ocurre con la Historia, es la muerte y resurrección del Cristo, es decir la Pascua, que sigue unas complicadas reglas, fijadas por el Concilio de Nicea en el 325, según citan SOLANS-CASANUEVA (1915:369/370):

En vista de las varias y acaloradas controversias que se suscitaron sobre el día en que la Iglesia había de celebrar la festividad de la Pascua de Resurrección, los Padres del Concilio de Nicea (325) establecieron los cánones siguientes:

1° Téngase por día de equinoccio el 21 de Marzo en cada año.

2° El plenilunio que cayere en 21 de Marzo o en día posterior, será el de Marzo o Abril.

3° El domingo más próximo a este plenilunio será el mismo de Pascua (1).

4° Pero si el día 14, día de la luna, cayere en domingo, celébrase la Pascua a los ocho días, a fin de evitar concurrencia de nuestra Pascua con la de los judíos, que la celebraban y actualmente la celebran en el mismo día.

(1) Estas decisiones son contra los Asiáticos o Cuartodecimanos, quienes pretendían debía celebrarse la Pascua el día 14 de la luna de Marzo, fuere el día que fuere.

La doble organización del calendario anual litúrgico, tendría diversos orígenes históricos. Inmediatamente tras la muerte de Jesús el primero de la semana se convierte en el día del Señor, el único diferenciado, día determinante y decisivo como analiza PATTARO (1979:213/214), día que cambía de nombre y permite el encuentro con el calendario semanal griego y romano. Los días comenzaron a ser llamados ferias, para evitar los nombres de los dioses romanos a los cuales estaban consagrados. Para SOLANS-CASANUEVA (1915:52): Se dice feria de feriando o vacando.- No queriendo los primeros cristianos señalar los días de la semana con los nombres de los dioses paganos (a saber, del Sol, de la Luna, de Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno) ni tampoco a la usanza de los judíos, los designaron con el de feria, conservando tan sólo los dos nombres antiguos Sabbatum y Dominica, los cuales se hallan en la Sagrada Escritura.

Hízose así: 1°, con el fin de significar que ningún día hay para el cristiano que no esté consagrado a Dios; 2°, para manifestar que los clérigos, abjecta caeterarum rerum cura, uni Deo prorsus vacare debere; y 3°, para denotar que los fieles deben estar llenos de buenas obras y exentos de vicios.

Como es sabido, tales propuestas no prosperaron, en cuanto a la sociedad civil: en nuestro ámbito románico solamente siguen hablando de ferias los galaico-portugueses, mientras que en el mundo anglosajón ni siquiera el sábado y el domingo perdieron los indicativos de los antiguos dioses a quienes estaba dedicado el día.

Casi al principio del cristianismo se organizaba la celebración de la Pascua, eje del ciclo anual, en base (y en oposición) al calendario lunar judío, ya que como hemos repetido la luna llena de marzo/abril es la que marca su celebración. No es más que varios siglos más tarde, en cualquier caso una época remota para nosotros, hacia el siglo IV, cuando comenzaron a celebrar la Navidad, basada en un calendario solar, siendo pues una fiesta móvil de acuerdo con las lunas, pero fija con respecto al año Juliano, entonces imperante. Natividad del Señor, por cierto, que hicieron coincidir con la fiesta del Sol Triunfante.

La construcción del tiempo de acuerdo con las normas y las creencias de la Iglesia corresponde al llamado cómputo eclesiástico, que pretende, para SOLANS-CASANUEVA (1915:360) realizar las necesarias operaciones para fijar las referencias históricas y temporales, y era tan importante que debía ser enseñado a los que estudiaban para el sacerdocio:

Si en cronología se usa en particular la palabra cómputo (cuenta, cálculo) para expresar el conjunto de operaciones aritméticas necesarias y convenientes para fijar con precisión las principales épocas de la historia, tomando por punto de partida alguna de las diferentes eras que en sus respectivas crónicas adoptaron los pueblos, el eclesiástico serán las mismas operaciones aplicadas a precisar las épocas más señaladas del año cristiano, partiendo del máximo acontecimiento, la Pascua de Resurrección.- Es también objeto de dicho cómputo la correspondencia del año eclesiástico con el astronómico, así como los ciclos lunar, solar y pascual, la indicción, el áureo número , la epacta, los números concurrentes y regulares, la letra dominical, la del Martirologio Romano, las fiestas movibles, las lunaciones, etc. Es una de las cosas que el Sagrado Concilio de Trento [...] manda enseñar en los Seminarios [...]. Divídese el año en solar y lunar. El primero le forma el tiempo que emplea la tierra en recorrer los doce signos del zodíaco, que son 365 días, 5 horas, 49 minutos y 12 segundos. El año lunar astronómico consta de 354 días, 12 horas y 48 minutos, teniendo por ello once días menos que el solar.

Precisemos, siguiendo a COUDERC (1948:84/85) la realidad del calendario litúrgico, y sus bases para ordenar el tiempo anual. La principal característica es la ambivalencia del calendario eclesial, que participa de las características, incompatibles entre sí, del ciclo solar y de los ciclos lunares, celebrando durante diez meses la muerte y resurrección de Cristo, de acuerdo con un calendario estrictamente lunar, basado precisamente en la luna llena de abril, mientras que los otros cuatro meses se basa en un calendario solar, basado en torno al veinticinco de diciembre, celebración de la Natividad de Jesús: Calendrier ecclésiastique: ce calendrier a pour objet de régler les fêtes rêligieuses. Le calendrier chrétien est compliqué [...] la détérmination de la date de Pâques est l'objet principal du comput.

Toutes las nations modernes possèdent un calendrier homogène; l'Église seule, jusqu'ici, fait usage d'un calendrier strictement double, lié par certains points à la Lune, par d'autres au Soleil. L'Église distingue des fêtes fixes et mobiles mais la fixité et la mobilité ne sont pas des qualités intrinsèques, elles dépendent au contraire du calendrier civil par rapport auquel elles se situent. Chaque fête est fixe dans un certain type de calendrier; il y a les fêtes fixes par rapport aux calendriers lunaires et [...] par rapport [...] aux solaires. Mais les deux types de calendriers étant incompatibles (dans l'éspace d'une année du moins) une fête ne saurait être fixée dans les deux calendriers à la fois. [...]

Puisque notre calendrier grégorien est solaire, les fêtes ecclésiastiques telles que Pâques liées à la lune y sont mobiles. Pendant dix mois, en réalité, le calendrier ecclésiastique est lunaire, de la Septuagésime jusqu'au dernier des dimanches après la Pentecôte (dont le nombre varie de vingt-trois à vingt-huit). Les fêtes mobiles de cette période dépendent de la date de Pâques: la Spetuagésime arrive soixante-trois jours (neuvième dimanche) avant Pâques; le dimanche de carnaval (Quincuagésime) est sept semaines avant Pâques; le mercredi des Cendres suit trois jours après; le carême a quarante jours (dimanches exclus); la Pentecôte est sept semaines après Pâques (Pentecôte=cinquantième); l'Ascension se situe le jeudi, dix jours avant la Pentecôte; la Trinité est le dimanche après la Pentecôte et la Fête-Dieu, le jeudi suivant.

D'autres fêtes mobiles dépendent uniquement de la situation d'un dimanche: tels sont le dimanche après l'Epiphanie (6 janvier) ou l'Avent, qui commence l'année liturgique (préparation à Noël) et s'ouvre le dimanche le plus rapproché du 30 novembre. Les fêtes fixes sont associées, pour le plus grand nombre, à Noël et aux principaux événements de la vie de la Vierge. Noël (Nativité de Jésus) a donné lieu, quant à la date et quant à l'année, à des divergences de longue durée, qui n'ont pas toutes pris fin.

VIVES (1952:9) precisa los orígenes de tanta contradicción: I. Cómputo eclesiástico medieval El sistema romano del cómputo se basa principalmente en las variaciones o fenómenos debidos al curso del sol. El sistema judío, como otros sistemas orientales, daba mayor importancia a los de la luna. El sistema eclesiástico medieval del Occidente toma elementos de ambos sistemas. El curso del sol en relación con los de la tierra da como divisiones naturales más visibles el año y el día. El de la luna da origen al mes y, en sus cuatro fases, a la semana. Pero estos períodos de tiempo no son exactamente divisibles entre sí. Ni el curso del sol ni el de la luna tienen un número exacto de días o de semanas, ni de meses de igual duración. De ahí todas las complicaciones del cómputo, que tiene principalmente por objeto establecer ciclos periódicos de tiempo que pongan en concordancia las varias divisiones naturales antes aludidas. Estos ciclos serán más o menos perfectos y perdurables, según se basen en cálculos astronómicos más o menos exactos.

AGUSTI (1952:115) introduce la Hemerología así: El cómputo eclesiástico es lunisolar, para ajustar a las condiciones que debe cumplir la fecha de Pascua de Resurrección dentro del año. [...] Por lo tanto, para determinar la fecha de la Pascua de Resurrección deben relacionarse los tres períodos que en ella intervienen, o sean, la semana, la revolución sinódica de la luna, o mes lunar y el año solar o trópico.

Tiempo y tiempos en la sociedad tradicional

Veamos como se traduce toda esta concepción aparentemente cíclica del tiempo en los toques de las campanas tradicionales. Avanzaremos en espiral, desde el tiempo diario, pasando por el tiempo semanal, terminando en el repetido y siempre nuevo ciclo anual. Prefiero comenzar por los toques de antes, un presente etnográfico que tuvo lugar, para los informantes más ancianos, hacia principios de siglo, alcanzando hasta los últimos años cincuenta y los primeros sesenta.

El ciclo diario

El ciclo diario venía encuadrado por los toques de oración que eran interpretados al amanecer, a mediodía y al atardecer. Algunas informaciones poco fiables en este sentido las omiten, como Caspe o Mora de Rubielos, pero estos campaneros eran modernos, posteriores incluso a los años sesenta.

No todos citan los tres toques, como Albarracín, Ateca o Cimballa, donde hablan de mediodía y noche; en Latre, de la mañana, o en Perdiguera del mediodía. La norma general fué el toque de la mañana, al amanecer; a mediodía, a las doce de sol, cuando éste estaba más alto; al atardecer, a la puesta de sol o al oscurecer. Este horario sería elástico en los pueblos, y coincidiría con la presencia solar, variando la longitud temporal de los días de acuerdo con el ciclo anual, así seguía en vigencia el modo de medida del tiempo de los romanos, en vez de aquel otro regular y acompasado que supuestamente imperaba en Europa desde hacía cinco o seis siglos.

En las grandes iglesias tañían a hora fija aunque la catedral de València, que era citada por FERRERES (1910:132/134) como modelo a seguir, tenía un complicado reglamento que cambiaba el toque vespertino de uno o dos minutos diarios para hacer que este toque coincidiera con la puesta del sol, mientras que el toque de ánimas sonaba a cierta hora, según la época del año, cambiada de acuerdo con el calendario litúrgico, en una nueva simbiosis de los ciclos lunar y solar. Algún ermitaño tocaba la oración desde su santuario, como ocurría en Villanueva de Jiloca, donde tañía a mediodía, o en Uncastillo, donde el de queda era interpretado por los ermitaños.

El silencio nocturno

Los toques delimitaban el período en que se solía tocar a muerto, tras el señal inmediato a la defunción, si ésta ocurría de día. Se tocaba a muerto tras la oración, aunque en Cariñena y en Jaca el orden era inverso. Tales excepciones, mal explicables, parecen consistentes porque los informantes son fiables, pero solamente se refieren al toque de mediodía y no al de la mañana o de la tarde.

Los toques marcaban el principio y final de la jornada, imponiendo el silencio de las campanas durante la noche: si alguien moría, por importante que fuera, después del toque de oración del atardecer, los señales de difuntos comenzaban tras la oración de la mañana.

Sólo tañían en caso de extrema e inaplazable gravedad como las quemas: cualquiera o el sacristán, según la población y la especialización del campanero, repicaba para llamar a los vecinos: la manipulación del tiempo, deteniendo algunas informaciones hasta el amanecer, tenía sus límites ya que hechos como el incendio no se podían aplazar hasta la mañana siguiente. No evitaban la muerte, pero retardaban su alarmante comunicación, como sugirieron algunos entrevistados.

La norma, sin citar campanas,  vedaba las Exequias durante la noche, sugiriendo que se hicieran de mañana, con misa;  a causa del ayuno eucarístico ésta sólo se celebraba hasta las once y media o doce. [MARTINEZ DE ANTOÑANA (1938:II/231s)]: Las Exequias pueden hacerse en cualquier día del año, y en caso de necesidad a cualquier hora del día (desde la salida hasta la puesta del sol) pero no por la noche sin licencia del Ordinario. Los toques de muerto están prohibidos explícitamente durante las fiestas, incluso en ese intervalo entre vísperas y oración, aunque nadie nos habló de ello. Dice MARTINEZ DE ANTOÑANA (1938:II/236s): No obstante la costumbre contraria, no pueden tocarse las campanas para las Exequias en los días más solemnes en que se prohiben éstas, aun cuando se tengan por la tarde después de Vísperas.

El silencio nocturno podía ser roto por el toque de perdidos, tañido en invierno cuando había niebla, ventisca o nieve, en Agüero, Aguilón, o Cariñena mientras que era tocado diariamente tras el toque de oración en Agüero, las catedrales de Jaca y Huesca; la parroquia de San Miguel de los Navarros y un convento de monjas de la plaza de Santo Domingo, en Zaragoza. También tocaban como a fuego en Villar del Cobo, cuando alguien se perdía: hay que tocar la campana pa que acuda.

Toques de ánimas y toques de perdidos: una realidad similar

Parece haber una analogía entre el toque de ánimas, interpretado en otros lugares como València o Yepes en Toledo, que marcaba en ambos lugares el final de la jornada, y el llamado aquí de los perdidos, que serviría para que los que andan vagando en la niebla o en la oscuridad de la noche reencontrasen su camino.

Desarrollando más la idea, la confusión entre toque de ánimas y de perdidos vendría dada al considerar las almas de los difuntos, o por lo menos las almas de algunos difuntos como perdidas en la oscuridad, en busca del camino a casa. Esta idea, aparentemente estrafalaria, no fué explicitada por ninguno de los informantes, aunque aparece en un artículo de CASTEL ROMERO (1987:133/135), que describe Una noche de Animas en la Sierra de Gredos, en los años treinta. El toque sirve para rezar de algún modo por los difuntos, y para hacerles volver a su lugar de reposo: Cosas parecidas nos ha dicho el párroco; que al tocar se hace una oración por ella. Pero no es eso; no señor. Queda aliviá de sus penas, porque sale peregrina del purgatorio por alredeor de la iglesia, por el sitio de las procesiones. En cuantis que el doble termina, se vuelve a su lugar.

También se apunta el efecto directo del toque sobre las Benditas Almas en el Libro de Actas de Alcañiz, de autor ANONIMO (1738), al referirse a cierto conflicto entre la iglesia y el municipio, por no haber tocado esa noche del Dia de las Almas se considera que el silencio de las campanas tuvo tres efectos, privando de este sufragio a las Benditas Almas del Purgatorio, y de las oraciones de los fieles, con público escándalo de toda la ciudad.

De mucho más lejos procede la creencia citada por ZENO (1981) en el texto de su película sobre la muerte donde refiere los toques de la noche de los Muertos de los indios Tzotzil, de San Pedro Chenalho, en el estado de Chiapas, en México. Al escuchar la campana, su campana, los muertos vuelven a su tierra, a pasar el día con los suyos: Tocamos la campana hasta el amanecer y las almas de los antiguos, de nuestros padres y de nuestras madres, vuelven a tierra al sonido de la campana.

Estas creencias, que relacionan toque con liberación de almas en pena, no fueron verbalizadas entre nuestros informantes; solamente nos hablaron de la única noche en la que se tocaba a muerto, más o menos hasta el amanecer, la del primero al segundo de noviembre: así en Agüero, en Cariñena, donde tocaban todas las clases, en Perdiguera, mientras que en Villanueva de Jiloca o en Zaragoza tocaban un par de horas, más o menos.

Quiero insistir en la analogía, que no puedo demostrar por los datos recogidos, aunque parece evidente: así como no se toca por la noche, pero si hay niebla o mal tiempo se tañe para que vuelvan los perdidos, la noche de las ánimas, en la cual los muertos vagan sueltos, se toca igualmente para que los muertos nuestros, al oir sus familiares campanas, vuelvan a su tierra. Apurando la explicación, y siguiendo a FRAZER (1981:559/560), los toques no solamente atraerían a nuestros muertos, "buenos", aunque perdidos, a aquellas almas del Purgatorio que esperan nuestras oraciones para llegar al cielo, sino que alejarían a los malos, pero eso puede ser alargar demasiado la explicación para el toque de la noche de los Santos.

El atardecer como inicio del día siguiente

La noche era momento de silencio y el día de comunicación. Pero ¿cuándo comenzaba el día? Tampoco tenemos explicitado este inicio, pero el ciclo semanal nos da buenas claves para ello: los informantes más antiguos, como Agüero, Cimballa, Latre, Torrelacárcel o Villanueva de Jiloca hablan de repicar el sábado a las oraciones, mientras que en Ateca los más jovenes, es decir los de alrededor de cuarenta y tantos años, hace unos treinta, repicaban a mediodía en señal de alegría porque era fiesta. El campanero mayor, sin embargo, hace unos cincuenta años, no tocaba los sábados. Dejando aparte el caso de Ateca, que es ciertamente singular por muchas razones, en especial por la fijación y determinación de los toques por parte de su activo párroco en los años veinte, los campaneros citados tocaban al atardecer para el día siguiente; aunque no lo dijeran explícitamente, creo que puede interpretarse como que el toque de la noche, que marcaba el principio del silencio nocturno, era el primero de la jornada.

Las vísperas, el rezo de la tarde, tomaban la categoría o la clase, para decirlo con el léxico litúrgico, de la jornada siguiente, para nuestros efectos, y solamente los días más importantes, como las primeras clases, podían tener "segundas vísperas"; el mismo día por la tarde volvían a celebrar la fiesta ya pasada.

Es algo ciertamente complicado de explicar, porque nos remite a otros límites temporales, menos alejados de nuestras pautas de conducta de lo que pensamos: cualquier fiesta patronal, urbana o rural, comienza con un volteo de campanas la víspera, al tiempo que inicia sus desfiles la banda de música y disparan algunos cohetes u otros artificios sonoros pirotécnicos.

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