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Las campanas de Aragón: un medio de comunicación                                                          Dr. Francesc LLOP i BAYO

Silbidos o tam-tam

Estos medios de comunicación tradicional han sido muy estudiados y a menudo relacionados. Hemons manejado el trabajo de CARRINGTON  (xxxx:111/118), aunque hay docenas de referencias bibliográficas.

Los silbos gomeros se basan en ajustar palabras de su lenguaje oral con los sonidos disponibles según el sistema empleado. Los silbidos permiten cuatro vocales y seis consonantes, y con ellas se adaptan las palabras para expresar los mensajes, siendo pronto reconocibles por oídos no acostumbrados, aunque aprender a producirlos es mucho más costoso. Alcanzan dos o tres kilómetros de distancia y no se requiere ningún artefacto para su emisión o recepción.

Los tam-tam africanos se fundamentan en dos tambores, uno mayor, masculino y otro menor, femenino, más agudo.

Las palabras del lenguaje oral, que allí es entonado, con sílabas altas y bajas, se reproducen en esa misma estructura tonal aunque para evitar confusiones lógicas muchos nombres se sustituyen por expresiones redundantes, que confirman el significado.

El sistema ya es más elaborado que el del silbido pero sus resultados son más eficaces: se precisan aparatos para la emisión pero ésta supera 3 o 4 kilómetros, llegando a los 10 por la moche y con tambores grandes. Aunque se reciban los mensajes sin aparatos es preciso conocer los códigos y las redundancias para comprender el mensaje.

A pesar de la aparente analogía (dos tambores, uno grave y otro agudo; dos campanas, una grave y otra aguda) no hay nada en común entre ambos sistemas: las campanas en Aragón no tienen sexo, y sus toques no reproducen frases orales, sino que transmiten categorías, clases de información. En la ciudad de València las campanas tienen sexo, que suele ser el del Santo al que se supone que están dedicadas, pero tal diferenciación no afecta, al menos de ese modo binario, a los toques, teniendo en cuenta que se trata de conjuntos de al menos cinco campanas [ver LLOP i BAYO (1984)]. En Castilla, en algunos lugares de tierras de Salamanca [ver LLOP i BAYO; ALVARO MUÑOZ (1986)] dicen que los buenos campaneros hacen hablar las campanas, porque consiguen ajustar sus ritmos a algunos versos populares como la Molinera: Molinera, muele pan, muele pan, muele pan. En Aragón algunos toques son reconocidos porque sus ritmos recuerdan algún fácil sonsonete. En Uncastillo, el repique de hogueras es recordado como calzoncillo, pantalón. En Leciñena, el toque de muertos rico era leído como trae - pe - se - tas. Ésto tiene poco que ver con los tam-tam: esos tonillos no están sistematizados, recuerdan el tema rítmico general del repique pero no su contenido y, sobre todo, son rechazados o desconocidos por el campanero, que niega su existencia, como cosa poco digna,  aunque los oyentes reconozcan el toque, a veces, por ese estribillo pegadizo.

El toque de tente nublo, pudiera ser un resto de un intento de comunicación similar a los tam-tam, ya que las campanas repiten las palabras de la oración que aleja las tronadas; en el caso de simplificación de los toques, los campaneros se limitan a repetir un ritmo que suena parecido a tente-nublo, durante un buen rato. Pero éste es un toque mágico, protector, y nadie amplió, en los casos recogidos en Aragón, esta posibilidad a la transmisión de mensajes por el ritmo similar a palabras, sistema de codificación engorrosa y poco eficaz.

Las campanas del reloj

Las campanas de reloj transmiten también mensajes según ciertos códigos de fácil lectura: la campana menor, si existe, toca tantos golpes como cuartos de hora han pasado de la hora, por una sola vez, mientras que tras los cuatro cuartos una campana mayor toca, más pausadamente, tantos golpes como horas han pasado desde las doce, tanto del día como de la noche.

Aunque los europeos solemos contar en tramos de 24 horas no es usual que a partir de las 13 horas se den tantas campanadas, sino que se vuelve a empezar desde uno, quizás porque a partir de 14 o 16 el número sea difícil de contar. En caso de haber dos campanas, e incluso si solamente hay una, la hora se repite unos minutos más tarde. Si sólo hay una campana, ésta tocará un solo golpe a cada media y los correspondientes a la hora, quizás repetidos. De alguna manera las campanas horarias corresponden a los tam-tam, ya que para cada mensaje concreto (una cierta hora, una cierta palabra) solamente hay un código, conocido y definido.

Tales combinaciones pueden ser esquematizadas del siguiente modo:

primer cuarto de hora- si solamente hay una campana no se toca nada - si hay dos campanas la menor toca un solo golpe - si hay varias campanas interpretan la primera parte de una melodía

segundo cuarto de hora- si solamente hay una campana se toca un solo golpe, sin repetición

- si hay dos campanas la menor toca dos golpes - si hay varias campanas interpretan la segunda parte de una melodía

tercer cuarto de hora- si solamente hay una campana no se toca nada - si hay dos campanas la menor toca tres golpes - si hay varias campanas interpretan las dos terceras partes de una melodía

cuarto cuarto de hora- si solamente hay una campana toca tantos golpes como horas - si hay dos campanas la menor toca cuatro golpes y luego la mayor tantos como horas han pasado desde las doce - si hay varias campanas interpretan la melodía completa y luego la campana mayor toca tantos golpes como horas han pasado desde las doce

Si hay una o más campanas la hora se repite, unos minutos más tarde, aunque las otras melodías que la preceden no se vuelven a tocar. Se tiende a desconectar las melodías por la noche, llegando a disminuir la intensidad de los badajazos horarios. Hay sitios donde solamente interpretan cierta o algunas partituras por la mañana, a mediodía y por la tarde, y el resto de tiempo no marcan más que los cuartos, las medias y las horas. En el caso de dos campanas, que los cuartos se tocan a una cadencia aproximada de un golpe por dos segundos mientras que las horas se señalan más lentamente, a un badajazo cada tres o cuatro segundos.

Carillones, campanas, relojes de torre: tres niveles de comunicación

Los tres fenómenos suponen, a grandes rasgos, un continuum entre abstracción y comunicación, entre música y códigos. Es preciso especificar tales proposiciones, que no son opuestas:

carillones

toques tradicionales, relojes de torre

abstracción

concreción

música

comunicación

armonía, afinación

sonido relativo

muchos componentes

pocos componentes

melodía

ritmo

estética

códigos

sentimientos

mensajes

subjetividad

objetividad

El cuadro, discutible y sujeto a revisión, supone un acercamiento a diversos usos de las campanas: a la izquierda, los carillones, pretenden, sobre todo, transmitir música, sentimientos, una serie de aspectos estéticos, para lo cual necesitan muchas y bien afinadas campanas, ya que se basan en la melodía y la armonía.

Los relojes de torre se alejan, generalmente, de los carillones, puesto que están construidos especialmente para comunicar, con pocos componentes, una serie de mensajes muy objetivos, de acuerdo con códigos estrictos y prácticamente inmutables. Por ello se acercan a esos otros sistemas de comunicación tradicionales como el tam-tam o el silbo gomero, que transmiten mensajes muy concretos y definidos.

Los toques de campanas tradicionales, por el contrario, se encuentran a medio camino de ambos con una serie de características diferentes que es preciso conocer para comprender su funcionamiento. La melodía, la afinación, carecen de importancia e incluso, de cierta manera, la partitura, que se basa en estas características tonales; los toques tradicionales están basados en el ritmo, en el control del volumen y en la manipulación voluntaria y expresa del timbre.

El empleo de categorías en los toques de campanas tradicionales

Los toques de campanas tradicionales se alejan tanto de la música como de los códigos que representan letras o palabras del lenguaje oral por el empleo de categorías: casi todos los toques conocidos suelen indicar una serie de características que permiten, si se conoce el código, conocer la causa por la cual se toca, pero no se concreta tanto como para individualizar la persona o el tiempo por los cuales se tañe.

Si se toca a muerto, digamos del obispo de Roma, no se indica la muerte de Juan Pablo I, pongamos por caso, sino del papa, que es una categoría distinta a la del obispo local. Dicho con otras palabras: la señal de difunto puede señalar la muerte de un hombre adulto, seglar, de segunda clase, de la cofradía de la Cruz, e incluso fallecido fuera del pueblo, como sería ya un caso extremo, pero este toque se repite para todos los difuntos que tengan la misma categoría, se llamen Juan el Verde, el Luis de la Carmen, o el señor Antonio López.

Del mismo modo cuando se toca a fiesta, digamos a la fiesta del Corpus Christi, y se hace cierto repique, no se indica que se trata del 18 de junio de 1987, por poner un ejemplo, sino de una fiesta de primera clase, con octava y con las señales que indican que es fiesta del Santísimo.

Ese empleo de categorías, con una mayor o menor extensión de grados según el tamaño de la comunidad, la complejidad de sus ritos e incluso el estado de degradación de sus costumbres, es seguramente la característica más destacable de los toques tradicionales.

Nótese que no se trata de emplear una u otra campana según el mensaje. Como nos afirmaban en Carenas, así es fácil tocar. Lo difícil es que aquí tocamos todo siempre con las dos campanas: las diversas combinaciones rítmicas, el distinto orden de los toques, su contexto, serán los que marquen el mensaje, refiriéndose siempre a unas categorías temporales, espaciales o sociales.

Destaca la práctica ausencia de campanas con finalidad propias: la del pescado o la de los ajusticiamientos, como en Venezia. Bien es cierto que en Zaragoza, en la Consueta de la Seo, una campana, la Gabriela, es también llamada la Entredicha, precisamente porque era tañida a todas horas en tiempos de entredicho. Tal costumbre, esas normas, son de finales del XVII: ninguno de los campaneros u otros informantes que hayamos nosotros entrevistado nos habló de caso igual, quitando el caso de Agüero donde ciertas campanas tenían el nombre de la cofradía que la había pagado y que tenía derecho a tañerla para sus fiestas y defunciones. Otra cosa son, como ya analizamos anteriormente, los campanos, los de tocar a misa. Pero esas campanitas pequeñas, separadas física, acústica y mentalmente de las otras no son campanas, y ahora estamos hablando de las últimas.

Los toques de campanas tradicionales aparecen así como más antiguos que los tam-tam o los silbos gomeros: aquellos se basan en categorías generales y abstractas; éstos en la simple transcripción a los sonidos disponibles del lenguaje oral. Los códigos más abstractos, aquellos basados en categorías, pudieran pertenecer a mundos y mentes primigenios. El argumento puede ser presentado al revés: los toques de campanas tradicionales, basados en categorías, serían una institución notablemente moderna, del mismo modo que los sistemas icónicos de comunicación, como las señales de tráfico o las indicaciones en los aeropuertos, prescinden al menos en Europa, todo lo más que pueden, de las palabras para basarse en las categorías.

Sobre las señales de tráfico, como nota al margen del discurso, cabe preguntarse cuales son más modernas, si las europeas, basadas en iconos o las norteamericanas, asentadas en el uso casi agobiante para nosotros de textos escritos; se trata de dos sistemas diferentes, y las campanas tradicionales están, en este caso, más cerca de la presunta mentalidad europea.

Este análisis sólo es válido para los toques idealmente tradicionales: como veremos mucho más adelante los actualmente simplificados repiques manuales o los más esquematizados toques con motores se basan en otros argumentos, ya que el simple toque es el mensaje.

El proceso de comunicación

Se supone que la comunicación está basada en un proceso que va desde un emisor a un receptor por la manipulación de un medio según cierto código. Si ambos agentes comparten las reglas, el mensaje será reconocido y habrá comunicación, siendo ruido la distorsión producida entre lo que pretende decir el emisor y lo que cree recibir el receptor.

El modelo comunicacional, tan redondo y tan bonito, no explica demasiado la realidad, como sugiere la teoría semiológica de MOLINO, reinterpretada por NATTIEZ (1987:30/70). El significado no es unidireccional: el emisor construye lo que llaman la trace, el surco, el rastro; el receptor, desde sus códigos, no necesariamente y nunca plenamente compartidos, reconstruye el sentido del mensaje.

La teoría, que NATTIEZ desarrolla para comprender algo tan concreto y tan difuso como la música, parece interesante para considerar no tanto el proceso tradicional de comunicación, intuido a través de las palabras de los diversos informantes, cuanto del estado actual del medio y su posible variedad local.

Veremos a continuación como los toques tradicionales han evolucionado desde constituir un medio de comunicación al servicio de una corporación a convertirse en una institución autosuficiente. Pero antes comenzaremos considerando una idea muy común sobre las campanas, como medio de atracción o de mediación con el más allá.

Percusión y transición

NEEDHAM escribió un trabajo con ese titulo (xx:xx) cuyo punto de partida, modificado a lo largo del artículo, era descubrir por qué el ruido producido al golpear o al agitar cosas se emplea para comunicar con el otro mundo. No sólo usan tambores, sino un elevado número de aparatos, muy dispares, más o menos musicales, con una característica común: son todos instrumentos golpeados.

La percusión, producida de uno u otro modo, permitiría o acompañaría la comunicación con el otro mundo. Pero el ritmo a pesar de su gran importancia cultural no sirve para resolver el problema.

MARIA DWORAKOWSA, citada por NEEDHAM, aporta ciertos datos al relacionar dos instrumentos musicales tan distintos como son el tambor y la campana, no teniendo en cuenta ni su forma física ni su sonido sino su papel social, tanto en la vida diaria como en la magia y en la religión. Estos instrumentos de percusión estarían relacionados con el culto a los muertos. Este análisis es correcto para NEEDHAM, pero insuficiente, ya que no plantea el aspecto emocional de la percusión. Estos sonidos, especialmente los del tambor, tendrían una alta carga de emotividad.

Quizás fuese mejor estudiar la percusión desde un punto de vista emocional, antes que desde perspectivas históricas o sociológicas. CRAWLEY, citado por NEEDHAM, ha abordado el estudio del tambor desde esta perspectiva psicológica:

The music of the drum is more closely connected with the foundations of aurally generated emotion than that of any other instrument. It is complete enough in itself to cover the whole range of human feeling.

Para NEEDHAM ésto no soluciona el problema de la percusión, por la dificultad en observar y medir sentimientos, aunque no le cabe la menor duda que si un fenómeno cultural se acerca mucho a lo universalmente compartido hay que trabajar en los aspectos psíquicos del hombre.

Es preciso replantear el problema de la percusión para encontrar un sentido a tantos fenómenos aparentemente dispares aunque ciertamente relacionados, que tienen una gran importancia social, y cuyos efectos sobre las personas conocemos. El efecto emocional que produce la percusión sobre las personas no estaría producido por el ritmo o la melodía sino por la percusión. Todo golpe sonoro repentino, toda percusión, impresiona físicamente, más o menos, marcando el cuerpo de modo inevitable.

Tampoco hay que olvidar, aunque esto no afecta al análisis, que la percusión es un elemento primario y elemental para producir sonidos, más o menos musicales; sus orígenes se pierden en la oscuridad de la Historia.

Habría dos características de la percusión: sus efectos psicológicos indudables, y la posibilidad de relacionarse a través de ellos con el otro mundo. Esta segunda característica no sería exclusiva. También se emplea la percusión para repeler a los espíritus, lo que es una forma de comunicar con ellos, y, además se emplea en muchas otras ocasiones, que resultan ser, todas ellas, ritos de paso. Parece haber una relación significativa entre percusión y transición.

El auténtico problema sería: los sonidos producidos por percusión acompañan el paso de uno a otro status o incluso, el movimiento territorial que los simboliza. Esta sería la relación definitiva, aunque replantearía el uso casi universal de la percusión como indicador. Habría pues razones físicas, como el efecto de la percusión sobre las neuronas, y por otro lado estaría la estructura lógica de la categoría cambio. Pero estos componentes pertenecen a dos tipos muy distintos de aprehensión: emoción y razón, aunque parece haber una relación empírica significativa entre ambos. Habría algo en el contexto social de la transición que relacionaría ambos aspectos convencionalmente separados.

Este trabajo de NEEDHAM serviría, a un nivel teórico (distinto de una interpretación etnográfica) para señalar los problemas, no para resolverlos. Replanteando la cuestión inicial, la percusión y la transición  estarían ligadas: There is a connexion between percussion and transition.

Las notas vienen a completar el análisis. Una boda china tiene también un acompañamiento de percusión, según FREEDMAN. La novia, desde que sale de casa de sus padres, hasta finalizar la ceremonia, es acompañada con petardos, que constituyen otro tipo de percusión, muy mal estudiado. FREEDMAN propone que el significante (el ruido) es neutro, puesto que las explosiones expresan temor contra los espíritus malos y también alegría: aunque la transición va acompañada de percusión, el efecto psicológico producido es variable según el momento de la transición.

NEEDHAM confiesa haber olvidado que los sonidos producidos por percusión tienen valor simbólico, are also symbollicaly relevant, como es el caso, en nuestra cultura, de los cañonazos al llegar un Jefe de Estado extranjero, o de las latas atadas a la parte trasera de un coche de recién casados, aunque afirma que en estos ejemplos no hay ritmos: en unos casos los petardos explotan de un modo desordenado y lo mismo ocurre con las latas, y en el otro caso los intervalos temporales entre cañonazos son tan amplios que no componen ningún ritmo.

Lo que cuenta, pues, es que no hay ritmo, ni tampoco melodía, sino tan solo percusión. Todos estos trabajos mostrarían que la hipótesis tendría algún valor.

¿Es posible trasladar estas suposiciones tan generales sobre la percusión al estudio de los toques de campanas? ¿Se puede decir que las campanas sirven para comunicar con el otro mundo, y de un modo más general para acompañar a la transición? ¿Están relacionadas con el culto a los muertos? ¿Es el sonido producido por las campanas neutro o tiene carga emotiva? ¿Qué importa, el impacto (la percusión) o el ritmo? ¿Existe algún tipo de ritmo en la campanas? (Y, por extensión, en la percusión) ¿Tiene algún valor este ritmo? Las campanas, como instrumento de percusión, ¿están relacionadas con ritos de paso?

Para LISON (1979: 95/101) las campanas sirven para alejar el mal, es decir para que no haya tormenta; sirven para comunicarse con los muertos: son la voz de los antepasados, el clamor de los feligreses muertos. Sirven como intermediario entre éste y el otro mundo, comportándose a veces como las voces de los difuntos que solicitan la solidaridad de los vivos. Y las campanas sirven, también, para acompañar durante las crisis, para marcar los momentos de transición: partos, agonías... Expresan el aspecto cooperador, armónico del orden social, o la restauración de este orden perturbado... les recuerdan en crisis determinadas que todos forman parte de una unidad mística, les invitan a sentirla y actualizarla. Las campanas, la percusión sirve ciertamente como medio de comunicación con el más allá, y también, de modo general, sirven como acompañamiento a los ritos de paso, a los momentos difíciles para el grupo.

Este análisis nos lleva más lejos que el del artículo de NEEDHAM: sí, es cierto que las campanas están acompañando los momentos de transición para el grupo, pero al mismo tiempo (y esto es una mayor profundización del problema) están expresando la solidaridad del grupo, están reforzando a ese grupo, en momentos de crisis. Es preciso, pues, ir más allá: la percusión acompaña las crisis porque se trata de un modo simbólico de comunicar, a todo el grupo, el momento de peligro, frente al que hay que estar unido.

La percusión puede, entonces, ser neutra (la percusión en cuanto a sí misma): lo que importa es el valor simbólico que le atribuye el grupo para ese momento. Las campanas, la percusión, ¿van unidas sólo a momentos de paso, de crisis para el grupo? El autor de Percussion and Transition confiesa haber dejado de lado el valor simbólico de la percusión, y también que la percusión no produce ritmo. Si replanteamos la percusión desde el aspecto cultural, simbólico, el problema queda solucionado en gran parte. Es cierto que las campanas están expresando la solidaridad del grupo, pero son mucho más: son un medio de comunicación que estructuran y refuerzan la vida comunitaria.

Un mismo toque puede significar cosas distintas: el toque de fiestas de la Seo de Zaragoza es prácticamente similar al de difuntos eclesiásticos de la catedral de València. Pero no es preciso ir tan lejos para encontrar similares empleos de la percusión con significados opuestos: la última parte del toque de fiesta de las parroquias de la Ciutat de València significa, en los pueblos de l'Horta, a escasamente medio kilómetro, el toque de difuntos de primera clase. Esto plantea otros problemas que no es el lugar para tratar, como la oposición ciudad/campo: la misma percusión produce un impacto emocional opuesto a poca distancia, por lo tanto mal se puede hablar de efecto psicológico natural. Es preciso admitir, con FREEDMAN, que el ruido producido por percusión es neutro en cuanto a sus efectos psicológicos: tales efectos vienen producidos por la interpretación cultural que se da a esos sonidos.

La percusión no solo sirve para comunicar con el más allá, ni siquiera para acompañar los ritos de paso. Su papel va más lejos de servir para aglutinar al grupo en momentos de crisis común. La percusión, en lo que a campanas se refiere, ha sido (y es aún en muchos casos) un medio de comunicación dominante, porque reproduce y refuerza los valores y las necesidades del grupo que las emplea.

¿Por qué un empleo tan amplio de la percusión? Es la vieja historia de buscar los orígenes de las instituciones en lugar de intentar comprender su significado actual. No hay duda que la percusión, incluso la percusión altamente elaborada como es el caso de las campanas, requiere una tecnología mucho más sencilla, y desde luego adecuada a las necesidades de un pequeño grupo.

No es momento de hablar de cambio, pero al ser necesaria una transmisión de una información más amplia, menos ambigua, más especializada, la percusión queda desfasada (o ritualizada) y es preciso recurrir a otros sistemas más adaptados a las nuevas necesidades: prensa, radio, televisión, incluso altavoces. No se puede decir que la percusión, en este caso las campanas, acompañen universalmente los ritos de paso.

LISON cita toques para partos difíciles y para agonías, que son momentos especialmente delicados para la vida individual y la del grupo, pero no encontramos ni uno solo en todo Aragón. Apenas había toques de agonías, pero ya han dejado de emplearse. Y en cuanto a los toques específicos de nacimientos, bodas o muertes no hemos encontrado ni uno solo; los de muertos son posteriores a la defunción y se emiten para avisar a la comunidad. Ésto no quiere decir que no los hubiera antiguamente. Provisionalmente hay que refutar la presunta universalidad del problema percusión va unida a transición. y aportar una hipótesis más sugerente: percusión va unida a necesidades de comunicación, información y reforzamiento de valores del grupo que la emplea.

Y, también, percusión es una forma tecnológicamente poco compleja de comunicación, cuyos significados no son universales sino que están relacionados con las necesidades y los valores del grupo, aunque sigan ciertas pautas más generales de organización de mensajes.

Campanas: ¿repulsión, mediación o atracción?

No es extraño leer que las campanas hace mucho, mucho tiempo, eran empleadas, principalmente, para repeler a demonios y otros males: su sonido, como veremos al hablar más específicamente del tema, servía para auyentar todo horror hasta donde alcanzase su son, como proponen CASES (1730) o FRAZER (1981) entre tantos otros. Más tarde, las campanas mediaban entre Dios y los hombres, entre vivos y muertos, entre enfermos y sanos de la comunidad, como sugiere LISON (1979) al referirse a los usos generales en Galicia. Ahora, sin embargo, las campanas atraerían a los fieles, guiándolos hasta el templo, y una vez estuviesen todos dentro, cesarían los tañidos para no molestar el transcurso de los sagrados oficios como propone LABAJO (1984). Las tres lecturas son graciosas y no carentes de realidad, introduciendo sobre todo una lectura lineal de la Historia, siempre atractiva.

Pero es preciso relacionar más el proceso de comunicación, si es que lo hay, con la idea de comunidad, si es que existe. El siguiente cuadro propone un continuum:

comunidad total grupo de creyentes

antiguos      toques de campanas      actuales

comunicación llamada

Parecería como si las campanas tradicionales supusieran una idea de comunidad total; los toques no sólo anunciaban actos para los llamados, sino para todo el grupo. La emisión de algunos toques como el de Consagración, a mitad de la misa, es siempre justificada por los enfermos o los que no pudieron asistir porque estaban trabajando: al escuchar el toque sabían por donde transcurría la ceremonia y podían participar en ella a pesar de su alejamiento físico. Los toques a mitad de la misa no molestaban porque mediaban, comunicaban a los de dentro con los de fuera. Lo dijeron claramente en Agüero: Antes, cuando se hacía la consagración, hubo aquí un cónito, un acólito de ésos, iba y cuando tocaban la campanilla, cada campanillada que tocaban, tocaba una campanada. Para quien no podía ir a misa y estaba escuchando, entonces pues, esas cosas que se hacían antes. Éso, con la mayor. Los domingos, los días de ir a misa, ¿eh? Siempre que hacían misa. Esas campanas, esas campanadas, esas campanas las tocaban las campanas que le diré, a sagra, que se llamaba. A sagra, al alzar el Sacramento. Decían: «¡Ya tocan a sagra!» Tocaban una campana de ésas para, tocaban siempre a sagra la campanilla esa, por si uno no estaba allí, escuchaba: «Tan... tan... tan», y si estaba, a lo mejor estaba fuera oyendo misa, pues claro, pues se tocaba el pecho.

La idea de mediación, que nos lleva a la de comunicación, es bonita pero limitada: no hemos escuchado explícita o implícitamente entre nuestros informantes que los toques medien entre cielo y tierra, entre vivos y difuntos. Quizás sea una característica antigua aún persistente  en Galicia, como apunta LISON (1979) o quizás se esconda sútilmente entre los materiales recogidos.

La etnografía parece sugerir que los toques tradicionales no estaban para llamar, en su mayor parte, sino para indicar, para comunicar, e incluso para acompañar, a medio o a corto plazo, informando sobre tiempos, hechos o personas trascendentes para el grupo. La tendencia actual sería selectiva, excluyente, atrayente; los toques tratarían de atraer a los nuestros los cuales, una vez recogidos dentro del templo, ya no necesitan ser informados de los acontecimientos a corto, medio o largo plazo a través de los toques.

Las campanas molestan, no porque la misa sea en castellano y no dejan que se entienda, ya que coinciden con las partes inmutables, repetidas de la misa como la Consagración y no con aquellas variables como las lecturas o la homilía. Los toques perturban porque no son necesarios; la comunidad ya está dentro.

La emisión de mensajes

Los campaneros, al tocar, o al explicar sus toques, tienen siempre presente al receptor de los mensajes. En sentido estricto ellos no son los emisores, que serían probablemente los curas y, quizás, el municipio, sino que son los agentes emisores, o sea los encargados de construir, físicamente, el mensaje con su esfuerzo, y de acuerdo con ciertas normas, como acabamos de ver. Nunca mencionaron al que dirige la institución como responsable de lo que se va a emitir, posiblemente porque los campaneros ya son autónomos.

Pero la referencia al receptor es constante, y emerge prácticamente en todos. Así contaba el de Caspe un proceso en el cual él enseñaba a uno de los actuales monaguillos: Ahora, ves, que el cura va a salir, vamos a tocar los dos ahora, o sea voy a tocar yo, tú te vas a fijar. Toqué a muerto yo y digo: «¡Ya he terminao de tocar pero ahora fíjate lo que voy a hacer!» Al momento "tam", al ratico "tam", digo: «Ahora los familiares del difunto ya saben que es el tercer toque, ya viene el sacerdote.»

Esta idea de la emisión va asociada con frases como y así la gente sabía o para que supieran que... Al hablar de los toques de alarma, se cita a los receptores, e incluso se nombra una pequeña organización espontánea, por ejemplo uno tocando para llamar la atención y otro en la plaza para indicar el lugar donde se precisa la cooperaciOn.

La recepción de los toques

La idea de la recepción predomina entre aquellos que hablan de las campanas y no participaron activamente en su toque, o no lo hacían al menos de manera continuada. Por lo general los informantes recuerdan como estaban en el campo, trabajando, lejos del pueblo, y, de pronto, las campanas les anunciaban una muerte inesperada o una llamada de urgencia que les obligaba a volver a casa.

Con mucha mayor fuerza se recuerda el dramatismo de un toque nocturno, alborotado, para pedir ayuda por un fuego o por una desgracia: al son de la campana, violento despertador, no solamente se acude con urgencia sino que el hecho queda grabado de forma vívida en la memoria. Mucho menos se asocia el toque oído con las fiestas, probablemente porque se trataba de algo esperado, y quizás no escuchado desde el lejano lugar de trabajo.

Las campanas, un medio de comunicación

Los toques de campanas tradicionales funcionaron, pues, como un medio de comunicación, a través de unos códigos locales, compartidos, aprendidos y recordados oralmente. A través de ellas se marcaba el tiempo comunitario, construyendo ritmos cíclicos, diarios, semanales y anuales, con llamadas mayoritariamente mediatas, es decir no tanto de convocatoria para hechos concretos cuanto de construcción de partes temporales, elásticas y repetidas, porque adaptadas al siempre cambiante aunque regular ciclo natural de las estaciones.

Tales construcciones de tiempo, espacio, estructura y defensa del grupo servían probablemente para reforzar, y no solo para informar, unas maneras de organizar la comunidad en todos sus aspectos, que aparecía más o menos como cerrada y perfecta, lo mismo que ocurre, a grandes rasgos, con cualquiera de los medios de comunicación actual.

Cabe objetar ante la construcción de los toques como medio de comunicación de datos. Se supone, para que haya transmisión de información, que los mensajes han de aportar datos nuevos: la redundancia, la repetición innecesaria, inutilizaría los efectos comunicativos del mensaje. Parece válida la idea, pero quizás sea preciso limitarla a los medios de transmisión orales o escritos.

La música no aporta apenas datos nuevos, puesto que se trataría de la interpretación de una partitura a menudo conocida por intérpretes y público asistente, pero se dice, a menudo, que los buenos profesionales son capaces de comunicar sentimientos, deseos, nociones que incluso el autor no había reflejado en la concepción original. Esta idea es solamente válida en parte para los toques de campanas tradicionales, que se basan, como hemos visto, en la comunicación de mensajes categorizados.

Ciertamente, el señal de difunto anuncia, inmediatemente, para toda la comunidad, la defunción de un ser querido, importante para el grupo. Por ello, seguramente, en muchos lugares, solamente el primer toque señalaba el sexo del fallecido. Aquí, según el modelo de la comunicación, habría transmisión de información, puesto que se indica un dato nuevo.

Las campanas tradicionales unen la idea de comunidad a otra concepción del tiempo y del espacio: los toques repetidos de muerto, innecesarios para los que creen en el modelo comunicativo, reconstruyen, rehacen, refuerzan un tiempo distinto para el grupo, que acaba de perder a uno de sus integrantes. Del mismo modo los toques repetidos para anunciar las fiestas en su víspera son innecesarios para los comunicacionales pero coherentes para introducir a todo el grupo en ese no-tiempo, en ese otro transcurrir temporal que es el festivo. Y los toques, repetidos, aparentemente redundantes, recuerdan que estamos, aún, fuera del tiempo y del espacio cotidiano, en un mundo ideal y tenso, armónico y desordenado, en un necesario e inútil discurso festivo.

La redundancia, aparente, se convierte, desde otra óptica, en una manera de reconstruir, nuevamente, fuera de toda lógica, la idea y la práctica de la comunidad.

La triple perspectiva: una explicación de los toques de campanas

La triple existencia del emisor, del mensaje y del receptor, en un proceso no lineal sino centrado en el objeto producido, apuntada por NATTIEZ (1987:30/40), siguiendo a MOLINO es muy sugerente.

Proponen que el mensaje no es solamente enviado por el emisor y propuesto para ser descodificado por el receptor, sino que tiene cierta existencia propia: se trata de un objeto formado por una red de interpretantes, que el emisor colmó de sentidos, pero que ha de ser rellenado otra vez de significantes por el mal llamado receptor, que en realidad construye nuevamente un conjunto de significados, a veces muy alejados del propósito original del creador (f.38):

On pourrait penser que, avec une terminologie différente, Molino retrouve le schéma classique de la communication:

Émetteur                Message                Récepteur

Il n'en est rien, et il faut lui substituer celui-ci qui n'a de sens, on va le voir, que relié à la théorie de l'interprétant:

Processus poïétiqueProcessus esthésique

Émetteur             Trace Récepteur

dans lequel la flèche de droite, mais cela fait toute la différence, a été inversée.

La teoría semiológica de MOLINO implica que una forma simbólica no es el intermediario de un proceso de comunicación que transmitiese a unos auditores las significaciones intencionadas del autor, sino el resultado de un complejo proceso de creación, el proceso poiético, que implica tanto a la forma como al contenido de la obra, así como el punto de partida de un proceso complejo de recepción, el proceso estésico, que se refiere tanto a la forma como al contenido de la obra.

Las tres dimensiones del fenómeno simbólico, la poiética, la estésica y el rastro o vestigio, habían sido definidas anteriormente [NATTIEZ (1987:34)]:

a) La dimension poïétique: même si, ici, elle est vide de toute signification intentionnelle, la forme symbolique résulte d'un procéssus créateur qu'il est possible de décrire ou de reconstituer.

b) La dimension esthésique: confrontés à une forme symbolique, les récepteurs assignent une ou des significations à la forme; le terme de «récepteur» est d'ailleurs impropre, car on voit très bien, dans notre cas-limite, que l'on ne reçoit pas la signification du message (ici inexistante) mais qu'on la construit en un processus actif de perception.

c) La trace: la forme symbolique se manifeste physiquement et materiellement sous la forme d'une trace accessible aux sens. Une trace, puisque le processus poïétique n'est pas immédiatement lisible en elle, puisque le procéssus esthésique, s'il est en partie déterminé par elle, doit beaucoup au vécu du récepteur.

Cuando se trata de música occidental, propósito del trabajo de NATTIEZ (1987:101), aparece un cuarto actor, el intérprete. El proceso comienza por la actitud ante el fenómeno sonoro, la notación prescriptiva o la notación descriptiva:

La notation musicale, pour le musicologe, joue deux rôles: ou bien elle est la trace qui rend l'identité de l'oeuvre possible, et dans ce cas, on peut admettre du point de vue de l'analyse qu'elle est une image, imparfaite mais indispensable, de son équivalent sonore (c'est la notation prescriptive au sens de Seeger (1958)): ou bien elle est absente ou ne garantit pas le resultat sonore et il faut procéder à une transcription des sons, toujours indispensable, car il faut pouvoir désigner ce dont elle parle (C'est la notation descriptive selon Seeger). Ces deux situations ne sont pas sans analogie avec celles que rencontre le linguiste.

(1) locuteur                  flux sonore                     écriture

Lorsqu'il analyse une langue, le phonologue représente après coup le flux linguistique par une transcription phonétique ou phonologique. L'écriture est ici descriptive et substitutive. C'est ce qui se poroduit aussi dans le cas des musiques de tradition orale ou expérimentale. Ce schéma fixe aussi la place de l'intèrprete par rapport à l'«oeuvre»: dans les musiques «ethniques», le produit musical se confond avec l'acte d'exécution et il n'y a plus de prototype de l'oeuvre:

ProcessusRésultatProcessus

poïétiquemusicalesthésique

                             

mais avec la musique occidentale, il y a une instance de plus:

ProcessusPartition             RésultatProcessus

poïétique              musicalesthésique

                           

    interprétation

et la situation, par rapport à (1), est inversée:

              analyse 

(2) compositeur               partition|

             exécution

Esta triple e incluso cuádruple propuesta parece útil para explicar, por analogías múltiples, los problemas que plantean los toques tradicionales de campanas, siempre que consideremos una fase anterior, que NATTIEZ olvida como es el conjunto general de reglas en el que se mueve el compositor, incluso las normas de moda. Es preciso considerar al campanero como un intérprete de la obra, con todas las connotaciones de la palabra: es aquel que actualiza y pone en práctica, interpeta una partitura, escrita o no, de autor conocido o anónimo, como hace cualquier músico profesional, y él lo es.

Los propósitos de la emisión estaban relacionados, como hemos propuesto, con el tamaño de la comunidad, sus necesidades comunicativas, su complejidad ritual. En el aspecto formal había unas reglas generales, que parecen cumplir todos los pueblos estudiados y una gran diversidad de reglas locales, de significantes, a menudo contradictorios al comparar entre pueblos, especialmente vecinos, pero muy coherentes como sistemas locales. El emisor, el agente emisor, el intérprete, es el campanero, que transmite una serie de mensajes, de contenidos generales, siguiendo normas estéticas estrictamente locales. El receptor reconstruye los significados de acuerdo con su experiencia de los códigos locales.

(1)mensajes a transmitir

(2)reglas generales  reglas locales

      

(3)          campanero  toques

           

(4)receptor      

El campanero no es un mediador entre los mensajes a transmitir y la comunidad sino uno de los intérpretes de la información, a cuyo otro extremo pueden o no encontrarse los llamados receptores, otros intérpretes de los mensajes, de acuerdo con unas reglas, mas o menos explícitas, más o menos compartidas. Ésto no resuelve el problema de la diversidad local, ya que  aunque las estructuras generales sean compartidas y comparables, las formas, los repiques no solamente no se parecen sino que tienen a menudo significados opuestos, especialmente en lugares cercanos: las normas litúrgicas, que son tan estrictas para otras acciones marcando hasta el número de pasos o los grados de inclinación de la cabeza, en cuanto a las campanas se limitan a impartir consejos u obligaciones generales.

Así a una pregunta a la Santa Sede sobre el toque festivo de las campanas para las Procesiones de Rogativas, contestan, como en tantos otros casos, que se haga según tradición como dice SOLANS (1883:242): Ut earumdem Ecclesiarum campanæ festivo pulsentur? Servetur Consuetudo.

Las normas digamos regionales, cuyo origen desconocemos, marcan zonas espaciales amplias, que quizás pudieran estar definidas por normas episcopales o sinodales o por el monasterio de cuyo señorío dependiese la localidad; mucha de la liturgia y de la organización eclesial quedó fijada tras Trento, y pudieron darse normas territoriales; la consulta de las Constituciones Synodales del XVII no ha aportado más que normas muy generales, similares a las litúrgicas.

Hay una evidencia etnográfica y es la distinción clara, en cuanto a los sistemas de toques recogidos en distintas comunidades autónomas; aunque sus límites no coinciden totalmente con las actuales fronteras, se acercan bastante a los de los antiguos reinos históricos.

Esta doble influencia de normas generales, litúrgicas, regionales, marca digamos la estructura estética, los límites donde se desenvuelven los toques, pero queda sin resolver, y probablemente no podamos hacerlo nunca por la carencia de materiales en archivos sobre las campanas; parece que los toques de campanas, cotidianos y repetidos no necesitaban ser escritos para ser recordados.

En la monografía de Zaragoza veremos la Consueta de los toques de campanas de la Seo, bastante completa para lo que suelen ser estos raros documentos, en la cual describen las combinaciones de unas con otras campanas, pero no los ritmos empleados ni los orígenes de los toques o sus motivaciones, sino las reglas digamos cohercitivas para interpretarlos.

Podemos ampliar el esquema anterior aún siendo conscientes que solamente describimos, con él la posición del campanero, de los oyentes y de los toques:

(1)mensajes a transmitir

(2)reglas litúrgicas generales

reglas regionales: ¿marcadas por Sínodo, Obispado, Monasterio?

reglas locales

      

(3)          campanero  toques

           

(4)receptor      

o sea:

mensaje a transmitir  reglas para ordenarlo  toque

   

escucha, y relleno de contenidos         

Comunicación incompleta: un proceso abierto

La ausencia en muchos de los lugares investigados del nivel (4), el oyente que interpreta los sonidos recibidos, llenándolos de contenido, plantea un serio problema de análisis, y una necesaria relectura del presunto proceso lineal de comunicación, pero no olvida la acción del campanero: aunque no haya receptor se está cumpliendo un discurso basado en unas reglas locales que a su vez se regulan o al menos se conforman en otras generales.

Más adelante analizaremos los cambios conceptuales y radicales impuestos por la mecanización de las campanas. Parece interesante reflexionar ahora, tras haberlo hecho sobre la estructuración tradicional de los toques, sobre el estado actual o, si lo prefieren final del medio, antes que el silencio o los motores sustituyan las últimas y ancianas manos amorosas de los campaneros. La institución en la que ellos actúan, la Iglesia, ha variado radicalmente pero ellos apenas se han dado por enterados, ya que siguen tocando de acuerdo con las viejas normas.

En el estado actual en el que se encuentran los toques apenas es posible encontrar todos los actores teóricos del proceso, es decir el emisor, el medio, el mensaje y el receptor.

Quisiera reconsiderar estos aspectos presuntamente necesarios para la consecución del proceso de comunicación. En primer lugar recordemos que se trata de un discurso institucional, por tanto unidireccional. Unos medios son manipulados de acuerdo con unos códigos por quienes están autorizados a ello, con destino a otras gentes concretas y definidas espacialmente. Los procesos están controlados de manera más o menos explícita por los verdaderos emisores del mensaje, ya no tanto los propietarios del medio, o mejor aún aquellos que lo adquirieron sino los cuales se han apropiado de él, conformándolo para sus necesidades de expansiOn y comunicación.

Tales características, que aparentemente se encuentran no solamente en las campanas tradicionales sino en cualquiera de los grandes medios actuales de comunicaciOn de masas, aparecen de manera harto incompleta en la práctica usual de los últimos campaneros que aún actúan en su comunidad. Tenemos, como decíamos antes, el emisor o incluso, si somos estrictos, el agente emisor, que es el encargado de transmitir unos mensajes de acuerdo con ciertas normas tradicionales. Tenemos el medio, que son las campanas, aunque a menudo su mala conservación presente o las modificaciones impuestas por guerras, mecanizaciones parciales o restauraciones de torres, limitan mucho las posibilidades de expresión del pobre campanero.

El mensaje está constituido por los toques, estructurados de manera más o menos complicada, de acuerdo con unas reglas generales que ya hemos referido, y que siguen vigentes para el intérprete. El receptor, sin embargo, no existe apenas, ya que la gente, generalmente más joven que el campanero, desconoce las reglas que éste emplea para tocar.

Ahora bien, si falla el receptor, puesto que desconoce los códigos empleados por el emisor, ¿donde está el mensaje? La pregunta tiene dos soluciones, vacías e inconexas: el mensaje está en la intención del campanero, que se ajusta a las normas; el mensaje está en la recepción de los toques, de acuerdo con su contexto temporal: si tocan ahora y es domingo por la mañana, es la llamada a misa.  El receptor presume la intención del emisor y conecta el mensaje a las demás características, independientes, que lo acompañan como tiempo (época del año o momento del día), lugar de emisión... En sentido estricto no hay comunicación, aunque si nos alejamos un poco, el mero uso del medio, el simple toque de las campanas ya es el mensaje.

Ésto nos recuerda un pequeño pueblo de la Comunidad de Teruel, Camañas, donde el cura, que tenía que llegar en moto por una carretera aún de tierra, conectaba nada más llegar una cassette de campanas por los altavoces de la torre; cuando se acababa una cara, le daba la vuelta, hasta que sonasen el tiempo que él consideraba oportuno. La grabación correspondía, aunque él no lo sabía, a un concierto de campanas de un pueblo de Italia, y allí habían toques de fiesta, de fuego, de vísperas y de muertos.

Para la gente del pueblo el mensaje era claro: se oyen campanas, éso es que ha venido el cura y dentro de un rato, cuando quite la cassette, va a empezar la misa o lo que sea.

Las normas son la institución

El más notable aspecto de este proceso de incomunicación es precisamente la pervivencia de las normas tradicionales por parte de los viejos campaneros. Ya no hay, como ocurría en la juventud de muchos de los ancianos informantes actuales, responsables de oír los toques y de velar por su ortodoxia, actividad que ejercían, a menudo, algunos sacerdotes encargados de ello.

El proceso es, en la actualidad, totalmente inverso: los jóvenes sacerdotes no solamente desconocen la digamos gramática local de los toques, sino que ignoran, a menudo, que esta ordenación existe. Por otro lado la Iglesia no es la misma.

Quiero decir, sin entrar en la más mínima disquisición teológica, que reservo para otros ámbitos, que la liturgia, tras el Concilio Vaticano II es totalmente diferente: desde el abandono violento del latín (que no se ha producido en el centro de Europa) hasta la desaparición absoluta de rituales tradicionales así como, de manera especial, en lo que nosotros atañe, el cambio radical en las concepciones de tiempo, de espacio y de comunidad. Y sin embargo, los campaneros, cuando lo hacen, siguen tocando de acuerdo con antiguas normas: recordemos el toque de oración, que precede los de difuntos o los de festivos, en lugares donde hace quince o veinte años, o tal vez más, que se dejó de tañer al amanecer, al mediodía y al caer el sol. También tocan diferente según sea hombre o mujer el fallecido, e incluso indican la clase de entierro, aunque ahora seamos todos iguales.

Da la impresión, y este es un tema casi básico, más allá de las campanas y sus toques, que una institución se consolida al crear normas de comportamiento, dentro y fuera, desde y hacia esa misma fundación. Las normas no son solamente dictadas, sino que su observación es vigilada por el organismo, para su estricto cumplimiento.

La institución desaparece, como en este caso, por muchas causas externas, entre ellas, el cambio de liturgia, la disminución de sacerdotes, el cambio de religiosidad o, si quereis, la secularización. Da igual, lo que importa es que la institución, en este caso las campanas como medio de comunicación de acuerdo con una visión del mundo eclesial, e incluso, matizando más, Tridentina, desaparecen. Y sin embargo, a pesar del final de las presiones institucionales, los campaneros siguen tocando de acuerdo con las viejas normas.

Aún diría más, luchando contra las nuevas instituciones, los nuevos curas, la liturgia poco diferenciada, los campaneros se empeñan, en lo que pueden, en seguir la vieja ley. Las normas, abandonadas por la institución, que ha dejado de existir y ha cambiado tanto para convertirse en otra totalmente nueva, siguen viviendo para y por el campanero: las normas, ahora, son la institución, que es preciso seguir, para no perder la identidad, las raíces y otras cosas por el estilo que está de moda nombrar.

Finalmente, las normas, autónomas, toman consistencia, se fijan, se ritualizan... o mueren con el campanero, que solamente entiende que un mundo viejo, donde no podía salirse de la Ley, donde cualquier badajazo a destiempo era penalizado con dinero o con desdén, se irá con él.

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