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Las campanas de Aragón: un medio de comunicación                                                          Dr. Francesc LLOP i BAYO

Silencio de las campanas

En las fiestas más solemnes no podían tocarse las campanas por los difuntos [1883] y la costumbre contraria no puede tolerarse [1897]. Eran las fiestas de primera clase, siempre que sean de guardar [1904]. No podían admitirse excepciones en esta materia, y los Ordinarios debían cuidar que se cumpliesen el Ritual y los decretos de la Sagrada Congregación de Ritos [1904]. El día de Todos los Santos, por la tarde, podía tocarse por todos los difuntos en general, pero no por uno concreto que se enterrase entonces. MIGUÉLEZ y otros (1957:442) glosando el canon 1169 del Código de Derecho Canónico, redefinieron nuevamente los límites temporales:

Conforme declaró en diversas ocasiones la S. Congregación de Ritos, los días que se prohibe la Misa de Requiem, no se puede tocar a muerto antes de la misa del santo que se aplica por el alma del difunto; y en todas las fiestas solemnes, en las que se prohibe la Misa exequial de cuerpo presente, no se puede tocar a muerto desde las primeras vísperas hasta que termine el día de la fiesta.

Las campanas tenían que callar desde el Jueves Santo, después del canto del Gloria, hasta el Sábado Santo, al mismo toque de Gloria (f.95/101); tal práctica está ya documentada en el Ordo Romanus del siglo XI. Está fijado desde antiguo tanto el toque del Gloria en ambos días, como el silencio intermedio. Como las campanas, según DURANDO [1592], representan místicamente los predicadores evangélicos y durante estos tres días los apóstoles callaron y estuvieron ocultos por miedo, mientras que Cristo, solo y abandonado, desde el leño de la cruz, daba testimonio con voz solitaria y casi apagada; por éso callan las campanas y sólo se oye el sonido de los maderos. Las campanas callaban también en tiempo de entredicho, en los cuales, por algunas causas, quedaban castigadas las ciudades o las villas sin tener entierros eclesiales, y sin cultos, que quedaban restringidos a los clérigos. A veces una campana privilegiada tañía, a menudo de día y de noche, para recordar la desgracia que se había abatido sobre la población. La Consueta de la Seo [ANONIMO (1672:557)] nombra la campana Gabriela, y por otro nombre entredicha, la qual se toca siempre que ay entredicho a golpes a todas las horas por privilegio Apcº del Pontifice.

Toques extraordinarios

Varios eran los motivos extraordinarios por los que estaba mandado por la Iglesia el toque de las campanas de la torre. Cuando iba un Obispo de forma pública a una iglesia para celebrar de pontifical o para asistir a la Misa solemne, excepto en días de trabajo o para toques de difuntos, era preciso tocar las campanas y tañer el órgano de manera festiva. También tocaban cuando entraba por primera vez el Obispo en su Diócesis. No podían tocarse cuando llegaba a la población el señor temporal, excepto si era Rey o el Emperador. Las campanas de todas las iglesias de la ciudad debían tocar solemnemente la víspera del día en que comenzase el Sínodo diocesano, así como el día de su inicio hasta que el Prelado entrase en la catedral. En algunos lugares se tocaba al bautismo, de lo cual se encuentran vestigios ya en el siglo XIII. Se tocaba para las tormentas; según el Ritual Romano, al inicio de las oraciones Ad repellendae tempestates manda que se toquen las campanas: pulsantur campanæ.

Las relaciones espaciales: las campanas de las otras iglesias

Inicialmente las órdenes mendicantes no podían tener más de una campana, para tocar horis diurnis et nocturnis et aliis consuetis. Inocencio XI [1685], concedió a los Dominicos tener cuantas campanas pareciera oportuno y conveniente. Los Regulares, las órdenes religiosas, podían tocar libremente las campanas con independencia del Ordinario, de la Jerarquía de la Iglesia local: no se les podía prohibir tocar antes o durante la misa principal de la ciudad [1586], y podían tocar el Angelus antes que la Catedral o la iglesia matriz [1671], tocar para Maitines en la Nochebuena [1723] y tocar para los funerales [1601]. En este caso, según MARTINEZ DE ANTOÑANA (1938:II/236s) ni el Párroco podía impedir el toque del convento ni los Regulares el de la Parroquia: Caso que el funeral se celebre en iglesia de Regulares no puede prohibirles el párroco del difunto el que toquen las suyas, como ni ellos pueden vedarle a él el toque de las propias. Aunque autónomos frente a la iglesia local y sus jerarquías, cuando el Obispo ordenaba un volteo o repique general, los religiosos tenían que obedecer [1821]. El Jueves y el Sábado Santos todas las demás iglesias debían respetar la prioridad de la iglesia principal, no pudiendo tocar las campanas de la torre aunque sí las campanillas manuales para acompañar algunos actos litúrgicos del interior de la iglesia. Esta prohibición de hacer uso público de las campanas iba acompañada de otra interesante prescripción: el toque coordinado de las mismas. Cuando la iglesia matriz cesaba el toque de las campanas al Gloria, las otras iglesias de la población no debían tocar las campanas de sus torres, aunque sí podían emplear las pequeñas en el interior de los templos, al entonar el Gloria [1671]. El sábado santo, se tocaban las campanas al Gloria, debiendo de antemano haber avisado á las demás iglesias que no toquen hasta que las de la Catedral hayan empezado. Este principio, que expresaba la preeminencia de la iglesia principal era general y no valía ninguna excepción [1516] [1593] [1604] [1615] [1626] [1639] [1641] [1645] [1658] [1659] [1671] [1681] [1690] [1720] [1732] [1839]. La abundancia de resoluciones a lo largo del tiempo indica la importancia del tema; de hecho, en lugares donde no consta la preeminencia declarada, irán alternando en el honor de ser la primera aquellas sobre las cuales recaiga la duda [1756]. El Código de Derecho Canónico renovó esta prohibición espacial y temporal en su canon 612: Si el Ordinario del lugar, por una causa pública, ordena que se toquen las campanas, se recen algunas oraciones o se celebren ciertas solemnidades, todos los religiosos, incluso los exentos, deben obedecer, salvas las constituciones y los privilegios de cada religión. En esos casos el Obispo podía castigarlos con penas si fuesen desobedientes [1626].  MARTINEZ DE ANTOÑANA (1938:II/335) señala que cierta distancia no impedía que los regulares estuviesen obligados a seguir los toques de la Iglesia Matriz: muchos decretos [...] declaran no poder tocar los regulares (aunque disten más de una milla) las de la torre después que callaron en la parroquia hasta que en ésta se toquen el Sábado. Pero, a pesar de su autonomía, del privilegio pulsandi campanas quando eis placuerit, el Obispo podía moderar la duración de los toques: Episcopus potest propter specialia loci et temporum adjuncta, pulsationum durationem ad certum tempus limitare. Los cánones 1290 a 1295, del Código de Derecho Canónico, relativos a las procesiones, no citan las campanas, pero MARTINEZ DE ANTOÑANA (1938:II/) recuerda que se tocan las campanas de todas las iglesias (de seculares y regulares al pasar la Procesión por delante o cerca de ellas.

La organización social: la jerarquía religiosa y los laicos

La Iglesia es una sociedad religiosa, fundada por Cristo, en la que los bautizados se unen por los vínculos de comunión en una misma fe. unos mismos sacramentos y la obediencia a las autoridades por Él constituidas, como propone LOPEZ ORTIZ  (1957:XV) en el prólogo del Código de Derecho Canónico; en dicha sociedad las autoridades tienen como misión dirigir estas actividades y administrar los medios materiales. La autoridad, aunque recaiga en personas, elegidas de una u otra manera, procede de Dios, en su nombre se ejerce y dentro de los límites fijos y precisos marcados sustancialmente por Cristo. La nota al canon 108 [MIGUÉLEZ y otros (1957:48)] marca la diferencia entre clérigos y laicos, en una sociedad desigual:

La Iglesia, aunque es una sociedad desigual, porque en ella no todos tienen capacidad, por lo menos especial o próxima, para dirigir, es al mismo tiempo una sociedad orgánica, en la que aquellos que gobiernan están de tal forma ordenados y subordinados unos a otros, que constituyen una completa jerarquía. Ésta consta de la potestad de orden y de la de jurisdicción. Aquélla es una parte de la potestad eclesiástica que se ordena a la confección y administración de los sacramentos y sacramentales. La potestad de jurisdicción es la potestad pública de regir a los fieles en orden a la vida eterna.

La estructuración rígida y vertical, aún entre los mismos clérigos, quedaba expresada en la misa solemne, cantada o mayor, celebrada diariamente en catedrales, colegiatas e incluso parroquias importantes: uno solo, el presbítero, era el celebrante, y a su lado, más o menos lejos estaban el diácono, que tenía derecho a leer el Evangelio y a permanecer de pie junto al oficiante en la Consagración, y el subdiácono, que podía leer la Epístola, y que permanecía durante media celebración unos pasos tras el sacerdote, guardando la patena. No es lugar ni tiempo de analizar no solamente sus relaciones de jerarquía, sino las expresadas entre ellos y los asistentes al coro, los cuales según su dignidad tenían más o menos derechos u obligaciones, en un complicado mundo de reglas y preminencias que desconocemos casi del todo. Cada gesto estaba marcado, definido, tenía un sentido a menudo muy rebuscado, y su aprendizaje era fruto de largos meses, en los que no faltaban las misas secas, en los ensayos y repeticiones de partes de la misa, para aprender unos gestos que debían ser ejecutados a la perfección. Espero poder algún día sobre el tema.

Los fieles debían a los clérigos reverencia, según sus grados y oficios, mientras que solamente los clérigos pueden obtener la potestad, ya de orden, ya de jurisdicción eclesiástica, y beneficios y pensiones eclesiásticas (cánones 109 y 119). Del mismo modo, y por institución de Cristo, el orden separa en la Iglesia a los clérigos de los seglares en lo tocante al régimen de los fieles y al servicio del culto divino (canon 948). La nota al pie del citado canon abunda en tal separación entre clérigos y laicos: Los miembros de la Iglesia se dividen en dos grandes grupos: el de los clérigos y el de los legos, laicos o seglares. Hemos preferido traducir, después de la primera edición, la palabra latina laicus por la castellana "seglar", por ser ésta de más fácil inteligencia para una gran parte de los que han de leer nuestra obra; pues la palabra "lego", sobre ser de suyo en nuestro idioma algo genérica, se aplica corrientemente para designar a los religiosos que no se destinan a recibir órdenes sagradas, y la palabra "laico" tiene en nuestra lengua una significación peyorativa. Reconocemos, sin embargo, que, etimológicamente, la palabra "laico" sería la más adecuada para traducir la latina laicus, derivada de la griega laos, que significa "pueblo", el pueblo fiel, por contraposición a los clérigos, que son la clase directiva en la Iglesia. Pertenecen al estado clerical todos los que han recibido alguna orden, comprendiendo bajo este nombre la tonsura. Al estado laical pertenecen todos los que: a) han recibido el bautismo, por el cual son agregados al pueblo de la Iglesia, y b) no están siquiera tonsurados. Todos ellos, clérigos y seglares, gozan de derechos y tienen deberes, como miembros que son de la sociedad eclesiástica; pero a los clérigos corresponden dos ministerios: gobernar a los fieles, lo que ejecutan por medio de la potestad de jurisdicción en sus diversas clases, y ser ministros del culto divino, a lo que se ordena principalmente la potestad de orden.

Tal separación se manifestaba hasta en los cementerios, en los cuales, a tenor del canon 1209 § 2, donde pueda hacerse, las sepulturas de los sacerdotes y de los clérigos deben estar separadas de las sepulturas de los seglares y colocadas en un lugar más decoroso; además, si hay oportunidad, se dispondrán sepulturas distintas para los sacerdotes y para los ministros de orden inferior en la Iglesia. Por otro lado los fieles pueden construir para sí y los suyos sepulcros particulares, y por el canon 1234, si se establecen varias clases de entierros, aquellos a quienes interese pueden escoger libremente la que prefieran. En el canon siguiente, y con respecto a los pobres, se les ha de funerar y enterrar completamente gratis y de una manera decorosa, con las exequias prescritas conforme a los libros litúrgicos y a los estatutos diocesanos; con todas estas normas quedaba reconocida y reforzada una doble sociedad en la cual los seglares, separados de los clérigos, podían ser enterrados con una u otra clase, pagando más o menos por un entierro de acuerdo con su categoría social y su libre voluntad.

Las normas litúrgicas tras el Vaticano II

La constitución Sacrosantum Concilium solemnemente dada en Roma en 1963, marca las directrices generales de lo que habrá de ser un cambio radical en las concepciones litúrgicas de la Iglesia de Occidente, que no viene de la improvisación sino de cambios que se larvaban desde hacía años. A mitad de los cuarenta Pío XII había establecido una Comisión Litúrgica, mientras que en varios países centroeuropeos había grandes movimientos que experimentaban otras alternativas litúrgicas. GY (1969:107) señala que cuatro puntos adquieren mayor relieve: el carácter pastoral, su importancia en el campo misional, la necesidad de introducir lenguas vivas y el deseo de concelebración. La liturgia era considerada como algo que podía ayudar a enseñar y a divulgar la religión, con la ayuda de la lengua local; la concelebración suponía una visión menos jerarquista de la Iglesia. Los Coloquios litúrgicos, desde 1950, pusieron las bases del cambio, que Pío XII no osó aplicar.

El Concilio Vaticano II intentó renovar tradición, saltando por encima del primer Concilio Vaticano, y enlazando, al menos, con Trento e incluso con unas idealizadas condiciones de la Iglesia primitiva, intentando la armonía, no siempre conseguida entre comunicar con Dios y mantener la Tradición.

La constitución no cita a las campanas, aunque hable de música sagrada. Sin embargo se encuentran en ella una serie de características temporales, espaciales y estructurales opuestas a las que organizaban la Iglesia tradicional, en realidad la Iglesia estrictamente organizada tras Trento, características de gran interés, que pueden ayudarnos a comprender la desaparición de los toques de campanas tradicionales.

El tiempo

El capítulo IV, DE OFFICIO DIVINO, recuerda (§84) que por una antigua tradición cristiana el Oficio Divino está estructurado de tal manera que la alabanza a Dios consagra el curso entero del día y de la noche. Se propone (§88): restablézcase el curso tradicional de las Horas, de modo que, dentro de lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural y a la vez se tengan en cuenta las circunstancias de la vida moderna en que se hallan especialmente aquellos que se dedican al trabajo apostólico. Se busca la vuelta al tiempo tradicional, en el ciclo diario, siempre que no contradiga y obstaculice las obligaciones pastores de la vida moderna. Mas adelante (§94) se insiste que ayuda mucho para santificar realmente el día como para recitar con fruto espiritual las Horas que en su recitación se observe el tiempo más aproximado al verdadero tiempo natural de cada Hora canónica.

La semana se ordena en torno al domingo, que debe ser el eje de la celebración comunitaria, liberándolo en lo posible de otras fiestas (§83): el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo. No se le antepongan otras solemnidades, a no ser que sean, de veras, de suma importancia, puesto que el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico.

Se pretende que el año litúrgico mantenga el equilibrio entre la tradición y la vida moderna (§107): revísese el año litúrgico de manera que, conservadas o restablecidas las costumbres e instituciones tradicionales de los tiempos sagrados de acuerdo con las circunstancias de nuestra época, se mantenga su índole primitiva. El año litúrgico queda ordenado en torno a la semana y en la Pascua, aunque el domingo recupera el eje festivo (§102): La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo, en días determinados a través del año, la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó "del Señor", conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. El ciclo anual se convierte en una repetición simbólica de la acción histórica de Cristo, que está siempre presente: conmemorando así los misterios de la redención abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación.

La constitución tiene un importante APPENDIX, con una Declaración del Sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II sobre la Revisión del Calendario. Ellos no se oponen a la fijación de la fiesta de Pascua en un domingo determinado y a la estabilización del calendario, con tal de que las Iglesias, incluso las separadas de Roma, estén de acuerdo. Tampoco se oponen a las gestiones ordenadas a introducir un calendario perpetuo en la sociedad civil, con la condición, que puede ser revisada, que garanticen la semana de siete días con el domingo, sin añadir ningún día que quede al margen de la semana, de modo que la sucesión de las semanas intacta, a no ser que se presenten razones gravísimas, de las que juzgará la Sede apostólica.

El Concilio, frente a la concepción cíclica del tiempo, en el cual se vuelve a crear el mundo, acepta y propone una lectura lineal, adaptada, quizás, a los límites del día pero determinada por las circunstancias de la vida moderna. Renuncian, incluso, a la Pascua móvil, y por tanto al calendario lunar, superando aquella difícil ambivalencia entre ambos ciclos, como veremos más delante: esa lectura del tiempo radicalmente nueva ha de quedar reflejada en los toques de campanas.

Espacio

La Constitución, de acuerdo con esa nueva visión, moderna, no cita, para nada, las relaciones espaciales y de preeminencia, que tanto preocupaban unos años antes.

Estructura social

También en este sentido la Constitución supone un importante cambio: disminuye, hasta casi desaparecer, la diferencia entre clérigos y seglares, así como el papel del Sacerdote, aumentando, como en la iglesia primitiva, el peso específico del Obispo (§26): las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", es decir, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los Obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual.

El Obispo (§41) debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles. [...] La principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo rodeado de su presbiterio y ministros. La concelebración aparece como alternativa amplia a la antigua celebración de la misa mayor: se trata ahora de una ceremonia entre iguales (§57):

La concelebración, en la cual se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio, se ha practicado hasta ahora en la Iglesia tanto en Oriente como en Occidente [...] De concelebrar en los casos siguientes [...] con el permiso del Ordinario, al cual pertenece juzgar de la oportunidad de la concelebración:

a)En la Misa conventual y en la Misa principal de las iglesias, cuando la utilidad de los fieles no exija que todos los sacerdotes presentes celebren por separado.

b)En las Misas celebradas con ocasión de cualquier clase de reuniones de sacerdotes, lo mismo regulares que religiosos.

Con todo, corresponde al Obispo reglamentar la disciplina de la concelebración en la diócesis.

El Obispo, en la nueva ordenación litúrgica, es el que tiene la obligación de controlar, autorizar e incluso introducir cambios en el ritual (§22): Por lo mismo, que nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la liturgia.

Los fieles han de participar, no solamente asistiendo sino ofreciendo al mismo tiempo que el celebrante (§48): aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote sino juntamente con él. Persiste cierta estructura jerárquica, como queda manifiesta en los casos de bautismo, donde no se distingue la prioridad por sexo entre los fieles, como ocurría en tiempos de Trento (§68): Un rito más breve que pueda ser usado, principalmente, en las misiones, por los catequistas, y en general, en peligro de muerte, por los fieles, cuando falta un sacerdote o un diácono. El § 32, que aparece casi inesperadamente en el discurso de la Constitución, insiste en la desaparición de las clases, con unas pocas excepciones:

Fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas, no se hará acepción alguna de personas o de clases sociales ni en las ceremonias ni en el ornato externo.

El hombre y la mujer aparecen equiparados, y en el matrimonio no solamente se pide bendición para ambos (§78): La oración por la esposa, oportunamente revisada de modo que inculque la igualdad de ambos esposos en la obligación de mutua fidelidad, puede recitarse en lengua vernácula.

Los cambios propuestos por el Concilio tanto en la consideración del tiempo como en la categorización de las personas pudieran explicar la simplificación de los toques habida a partir de los sesenta: ya será innecesario indicar sexo, edad o categoría del difunto, ya no se deberá marcar las partes del tiempo de acuerdo con unas medidas romanas. De ello hablaremos casi al final de nuestro trabajo. Las campanas en distintos procesos de comunicación

¿Música o comunicación?

Las campanas, en nuestras tierras, no son consideradas música sino comunicación, aunque sus sones no corresponden, badajazo a badajazo, a letras o palabras, como ocurre con el morse, los silbidos canarios o los tam-tam del África central.

Se trata de tres niveles de abstracción que analizaremos, así como de maneras de comunicación diferentes, todas ellas de gran interés y mal conocidas.

Tras el estudio comparativo nos detendremos en el proceso actual de los toques de campanas tradicionales que persisten, a pesar de la desaparición de las instituciones que los sustentaban.

Los carillones: un acercamiento

Los carillones, que pertenecen a una tradición centroeuropea en expansión, constituyen conjuntos de campanas afinadas, con un número mínimo de 22, es decir prácticamente las dos octavas con los semitonos intermedios, hasta unas 65-70 que tienen los más completos, con una extensión cercana a las seis octavas. Las campanas, inmovilizadas, tienen un mecanismo, generalmente manual. Al golpear una especie de tecla de madera, un badajo percute al bronce unos cuantos metros más arriba.

Hay tantas teclas como campanas, y es usual que las correspondientes a las notas bajas, proporcionadas por campanas que pesan, a veces, varias toneladas, sean conectadas a un conjunto de pedales, tal y como ocurre con los órganos. Tales campanas han de ser afinadas con precisión, para que su tono corresponda exactamente al deseado, con todos sus armónicos y concomitantes. Hay carillones mesotónicos, como el de Nieuwpoort, en el norte de Francia, cercano a Duinkerke, tan ajustados a la idea académica de música, que tienen campanas diferentes para los bemoles y los sostenidos, aunque la diferencia sonora sea casi inapreciable.

Los carillones, afinados, con un teclado en cierto modo similar al del piano, aunque se tañe no con los dedos sino con los puños y pies del intérprete, difunden melodías musicales de cualquier época: hemos oído desde música barroca, que es la que parece sonar mejor, hasta canciones de los BEATLES o incluso música experimental contemporánea. Los carillones pueden estar colocados en torres construidas a propósito, como la exenta de la Universidad de Michigan, que alberga en sus ocho pisos inferiores la School of Music, y en los dos últimos la escuela de carilloneros, permitase la palabra, y finalmente las 50 campanas sobre una pequeña habitación acristalada donde está el teclado manual que las gobierna. También los hay instalados en bancos, en casas de cultura o en torres de iglesias de cualquier confesión cristiana, y en este caso o aprovechan de 3 a 5 campanas para los cultos religiosos, o tienen otras campanas diferenciadas para esos avisos litúrgicos.

Los carilloneros son profesionales pagados, a menudo por la municipalidad, con estudios musicales, que tratan de adaptar melodías usuales a un instrumento algo peculiar, afinado en una escala menor, con partituras editadas: numerosas empresas europeas y norteamericanas se dedican a su publicación, así como las escuelas oficiales de los Países Bajos, Bélgica, Francia, Dinamarca, Canada, Estados Unidos, y alguna más.

El uso de los carillones es también singular: cabría distinguir de los conciertos al toque regular. Así, en la University of Michigan, todos los días laborables, de 12 a 13 horas tocaban, una tras otra, una docena de melodías, de todos los tiempos y estilos, mientras bastante gente aprovechaba el rato para comer esos chocantes alimentos norteamericanos, envueltos en bolsas de papel, en los jardines que rodean a la torre y que conforman el campus, al tiempo que numerosas ardillas, sueltas por los árboles del parque, osaban bajar entre los que comían para compartir frutas o hamburguesas.

Las campanas se convertían en el ambiente sonoro, en la música de fondo, que acompañaba el necesario intermedio para comer y reponer fuerzas, aunque su son llegaba más lejos, hasta el centro comercial de la pequeña ciudad universitaria. Allí se podían percibir los ecos campaniles, a intervalos, por encima del sonoro tráfico de vehículos de motor.

Los conciertos son otra cosa: aprovechando alguna fecha como un domingo de verano, una fiesta nacional o incluso un día de mercado, se invita a algún intérprete, que suele percibir unas minutas muy  altas, y distribuyen entre el público asistente programas de mano donde constan como en cualquier otro concierto normal, nombres de autores, intérpretes, obras y duración. Tras cada pieza musical, escuchada en un silencio más o menos riguroso, se prodigan aplausos de los asistentes, sentados a menudo en la hierba o en sillas desmontables que ellos mismos trajeron. El concierto siempre empieza o termina, según la costumbre del lugar, con el himno nacional que el público asistente escucha en pie, en silencio, con veneración aunque sin llevarse la mano al corazón, como uno esperaba, de acuerdo con las películas o la televisión.

No se trata aquí de analizar o estudiar los carillones, que son bien conocidos, al menos desde el aspecto histórico, musical, educativo y tecnológico, aunque desconozco, entre las docenas de publicaciones sobre el tema, algún acercamiento antropológico. Baste decir que los presupuestos son totalmente distintos, como hemos podido intuir, puesto que se encuadran en un contexto de música habitual, sin tener apenas presente al destinatario de las melodías, sobre todo en su uso regular.

Otro aspecto que conviene señalar es que no se emplean para llamar a los cultos divinos, si se encuentran en una torre de iglesia: para ello tocan, como dijimos, alguna o algunas campanas al medio vuelo, pero no melodías. Quizás pudiere explicarse por la persona del carillonero que suele ser el organista de la iglesia, como ocurre con los sacristanes de algunos pueblos de Aragón, que luego estudiaremos: es difícil estar en dos lugares a la vez, en misa y repicando.

Los toques de campanas y la música

Los toques de campanas recogidos en Aragón - y no se trata aquí de marcar una diferencia con los que hemos estudiado en otros lugares, sino de delimitar otra vez nuestro campo de estudio - funcionan desde otros supuestos totalmente diferentes. Más que pensar en música se supone comunicación; la melodía se sustituye por ritmo; la composición se convierte en mensaje.

Muchos de los campaneros eran profesionales de la música, e incluso daban clases de solfeo, como el de Alcorisa o el de Cariñena. Y sin embargo ninguno de ellos concibió, al ser preguntado explícitamente, que su trabajo tuviera que ver con las corcheas. Así, el de Alcorisa, casi ofendido al preguntarle si sabía leer partituras, nunca había pensado en transcribir los toques, ya que los he tocau siempre de oído, como se han tocau siempre. Y el de Huesca decía que de tocar con solfa, nada, como muchos se creen que yo he tocao las campanas o las sigo tocando con solfa y atril, digo, y eso nada.

El de Uncastillo matizaba este tocar de oído: como cada campana tiene su música, es natural, y aunque uno no lo sepa, por el oído pues ya sabe el sonido que tiene y lo que tiene que tocar. El hijo de la campanera de Jaca decía que porque fuera como una cosa musical, que hubiera una partitura o un escrito que se pudiera decir pues... Nunca. O sea, es una cosa que se han pasao de memoria de generación en generaciOn.

El campanero de Jabaloyas, por su parte, decía que música, no, verdaderamente no hay música con campanas. Pero ruido, no. A veces decían que no podían hacer música porque no tenían suficientes notas; así en Cariñena: Sí, pa decir tocar con música, no, yo tocaba de oído. Sé música, ¿verdad? Pero tocaba de oído. No, porque para las campanas... es bastante difícil, habiendo sólo cuatro y al no tener un pentagrama completo, si hubiera habido ocho, con... sólo las ocho, pues sí. Pero ya en el repicoteo cuasi, cuasi cuasi, toco la Marcha Real, je, je [se ríe]

En Zaragoza, en el Pilar, proponían algo similar: La música que hacía mi padre con las campanas era fabuloso, era impresionante. [...] Entonces se hacía el juego de sonidos, de agudos, graves... y llegaba mi padre a sacar música, pero música de maravillas. [...] Mi padre llegaba a sacar como si fueran notas. Hasta la jota. Claro, con los sonidos como, son sonidos, ¿que sé yo?, como suena un xilofón de esos. Claro, teniendo los sonidos pues ya sabes.

Ante estas posturas caben dos explicaciones: o no pueden hacer melodías porque carecen de notas, al menos una octava, o la música, que pertenece a otra ordenación del mundo, se deja en la calle, y sólo sube a la torre el campanero, el encargado de las campanas, cuyo propósito es comunicar. Tampoco es ruido, entendiendo como tal la emisión estentórea y poco armónica de sonidos mal ensamblados: es comunicación.

La codificación de los toques de campanas

Los toques de campanas tradicionales solían transmitir mensajes adecuados al tamaño de la comunidad, y hay una relación casi directa entre el grupo, las actividades litúrgicas y el modo de organizar no solamente los toques sino los grupos de campaneros.

Se codifican, al nivel del objeto, de manera si no local al menos regional, aunque sería preciso realizar estudios comparativos, si es que es aún posible, para conocer no tanto las necesidades de comunicación cuanto la organizacón estética del mensaje. Analizaremos a continuación el modo en que se organizan los toques tradicionales en Aragón, y de manera especial los de pequeñas comunidades.

La codificación de los toques de campanas en Aragón

Generalmente hay dos campanas en los pueblos de Aragón, y un campano, mucho menor, y que no cuenta para la mayoría de los toques. Las campanas están afinadas a menudo con un pequeño intervalo tonal de una tercera, aunque llega a haber una diferencia de octava entre ambas. Estos estudios musicales, que no carecen de interés, no afectan para los propósitos de este análisis ya que las campanas no son consideradas por su nota, ni siquiera por su nombre sino por su tamaño relativo: la grande, más grave, y la pequeña, más aguda.

Esta nota proporcional servirá para definir su uso. La unidad de sonido, que carece en principio de sentido, sería un solo golpe de una u otra campana. Pero ese sonido, que suele ser producido siempre por el badajo, fijo o en movimiento, puede ser modificado, no tanto en cuanto a su nota que es casi inmutable sino a su timbre, a su diferente resonancia, que ya hemos descrito en cuanto a técnicas, con anterioridad.

El repiqueo consiste en golpes del badajo, que comienzan muy fuerte, casi de repente, y luego se evanescen, si se deja el badajo separado de la campana. La duración del sonido depende de la fuerza del badajazo así como de las características sonoras de la campana, y otras causas externas, sobre las que volveré. Una campana bien conservada, tras sufrir un golpe fuerte puede sonar durante casi dos minutos, aunque las últimas resonancias ya son prácticamente inaudibles y solamente pueden ser registradas con instrumental adecuado.

La campana puede también oscilar, y el ritmo de tal oscilación depende de varios factores. En las campanas de estilo centroeuropeo, como las del Pilar de Zaragoza, el yugo queda limitado a una viga de hierro, con rodamientos de bolas en los extremos y una gran rueda, unida a un motor eléctrico, a un lado. En este caso el tamaño de la campana, y por tanto su peso y altura, condicionan la velocidad de oscilación.

Las campanas tradicionales tienen yugo de madera, y es costumbre en Aragón que dicho contrapeso esté muy equilibrado con respecto a las campanas, lo que ralentiza el ritmo de oscilación. Hay otra notable diferencia entre ambos sistemas de semivolteo: para las campanas europeas se construyen unos muy largos y pesados badajos metálicos, que tienen un momento de inercia mayor que el de las bocas de bronce en las que se encuentran, de manera que cuando la campana llega a su máxima altura, cercana a la horizontal, y queda momentáneamente detenida, el badajo sigue ascendiendo y golpea al metal. El golpe no es muy potente, porque es de breve duración, pero como descienden inmediatamente, separados, tanto el badajo como la campana, ésta sigue vibrando de manera muy sonora hasta el próximo badajazo, en el lado opuesto.

La característica especial del golpe, en una postura tan difícil, exige el tamaño y peso casi desproporcionados de los badajos, con una más complicada fijación a la campana.

En Aragón el badajo golpea no cuando sube sino cuando cae sobre la campana, produciendo un rebote que al mismo tiempo produce y amortigua el sonido campanil. Los golpes son más sonoros, a pesar del menor tamaño del badajo, así como más breves, y su ritmo depende no solamente del tamaño de la campana sino de su colocación, conservación, impulsos proporcionados, y otras variables. También se produce el semivolteo, con efectos ligeramente variados, deteniendo a cada vez la campana en lo alto, de manera similar a como hacen los ingleses en su change ringing.

La campana es impulsada levemente desde su posición invertida, con la copa hacia arriba para que supere el esfuerzo y vuelva a quedar pina, sin llegar a pasarse. El golpe producido, una vez en un lado y otra en otro, es muy sonoro, seco y breve. El volteo, bandeo, baldeo, voleo, vol, volteig, es una manera de producir sonidos propia de ciertas Comunidades Autónomas del Estado Español, exclusivamente. No se empleaba ni en Catalunya, ni en Euskadi, ni en Galicia, ni en Andalucia: en estos lugares pudieron voltear algunas de las campanas de la torre pero nunca todas ni menos las mayores. Sobre todo en Aragón, en el País Valencià y en grandes extensiones de todas las Castillas, el volteo, manual o eléctrico, sigue siendo práctica habitual.

No se conoce, que nosotros sepamos, fuera de nuestras fronteras, excepto en algunas comarcas de América Latina, influenciadas por los conquistadores castellanos. La campana toca dos veces, es decir cuando el badajo baja y cuando vuelve a subir. El primer golpe es más potente y dura un poco más, puesto que por la velocidad que la campana lleva al girar el badajo tras el golpe no la toca. El segundo badajazo es menos potente y más breve porque el mismo badajo ahoga la vibración del bronce.

La velocidad puede ser controlada, y al acelerar desciende el volumen sonoro pero aumenta el ritmo, mientras que si se gira demasiado deprisa el badajo, por efectos de la fuerza centrífuga, no tiene tiempo de caer y golpear quedando muda la campana. El sonido también varía con el sentido del volteo ya que al estar las campanas, por lo general, en los vanos, si el primer golpe se produce en el interior o en el exterior de la torre, adquiere ecos particulares.

Las diversas técnicas modifican algo el timbre de la campana, la brillantez y la reverberación de la percusión. Hay una serie de características impuestas, condicionadas por la colocación general de la campana: el yugo de madera refuerza los armónicos bajos y aísla acústicamente la campana de la torre. El yugo metálico, más económico, fácil de hacer y de menor conservación, suele acrecentar los armónicos altos, produciendo campanas más metálicas. La compensación del yugo, la altura de los ejes con respecto al punto de giro del badajo, puede exigir un menor esfuerzo para el bandeo pero producir sones menos potentes y puros. La forma y el grado de contrapeso del yugo exigen también formas diferentes de badajos; es usual en las campanas de características aragonesas, con los yugos casi tan pesados como la boca de bronce, que los badajos sean con la caña de madera y únicamente la maza por un lado y la parte de sujeción por otro, metálicas.

Si a ésto añadimos los diversos modos de ligar el badajo, que permiten diversas oscilaciones de la lengua, se dan muchas posibilidades de producir no tanto sonidos de una campana sino diversos timbres, variadas y generalmente controladas resonancias.

Unidades de sonido y unidades de significado

Los badajazos producidos por la campana estática, oscilante o en volteo podrían ser consideradas las unidades sonoras, sin sentido, algo así como los fonemas lingüísticos. Por analogía, los monemas serían los conjuntos de sonidos con sentido amplio y asociaciones generales. Partiremos de la base de una torre de pueblo, con dos campanas nada más, para conocer tales significados asociados.

Unos golpes secos de una o de la otra campana, según la tradición del lugar, podrían ser un toque de oración. Suelen ser tres golpes distanciados, con tres repetidos al final. Los golpes reiterados de la campana pequeña, con una cadencia cercana al segundo, significan, de manera muy general, llamada. El toque tiene un sentido vago de convocatoria, pero su significado depende del toque que ha precedido y de la terminación. Si carece de ella, suele ser el toque de rosario. Si el final es un solo golpe de esa misma campana pequeña o de la grande según la costumbre local, se trata del primer toque, de algún acto más trascendente, como la misa diaria.

El toque más creativo es el repique, producido por la combinación de los badajazos de una o de la otra campana, variando el volumen y haciendo variaciones rítmicas, para no aburrir. Por lo general hay un tema repetido con múltiples variaciones, precedido por un inicio, y terminado con un remate. El comienzo está justificado a menudo por causas técnicas: repica primero una sola de las dos campanas, hasta que la mano correspondiente se adapta a la cuerda y adopta la mejor posición, más relajada y descansada, para el largo esfuerzo que se avecina. Luego repica la otra campana y se repite la misma operación hasta que el cuerpo del repicador se encuentra en la postura deseada y comienza el tema general. El repique tiene un sentido general de fiesta, pero depende de lo que le preceda y siga para complementar el mensaje.

El semivolteo, el medio bando, que en toda Europa se emplea claramente para las fiestas y como tal fué instalado en la torre del Pilar de Zaragoza, tiene un vago sentido de toque de difuntos, mientras que el bandeo va asociado a los toques de fiesta.

Tenemos todos los significados generales, pero su sentido depende del contexto, como nos dijeron de manera explícita muchos campaneros, o de su ordenación. Así, en Uncastillo, con un sistema mucho más complicado (dos torres, cuatro campanas en cada torre) decían que toques similares tenían significado diferente según la hora.

La ordenación de los toques

Los toques tienen significados diversos, o mejor, precisan su significado según la ordenación de sus partes. El tañido lento de la campana pequeña sólo tiene sentido en contexto: si no va precedido de nada, ni tiene tampoco remate, será llamada a rosario. Si va seguido de uno, dos o tres golpes de la mayor es un toque de misa, pero si le antecede un toque de fiesta o de muerto, la misa es festiva o funeral. Del mismo modo, si el toque de muerto suena, de repente, de día, precedido, a todo caso, del toque de oración, avisa la muerte de un vecino, mientras que si le sigue un repique de la pequeña es el aviso del entierro o de la misa funeral. El repique, precedido del toque de oración, anunciaba la vispera de una festividad, si no tenía sufijo, mientras que si carecía de prefijo y era de gran duración podía acompañar una visita importante o una   procesiOn. El volteo iba precedido de un repique y seguido por otro. Si a ello le añadimos toque de oración y toque de misa, el significado quedaba completado: se trataba de una fiesta importante, de su víspera o del aviso de la misa mayor. Pero el volteo podía ser de la campana pequeña, para las fiestas menores, de la grande, para las grandes fiestas de la Iglesia, y de las dos, para las fiestas del pueblo.

Tales combinaciones pueden ser componerse, sin agotar las posibilidades, del siguiente modo:

·                     Para un toque de oración: Campanadas de grande

·                     Para un toque de misa diaria: Toque campana pequeña

·                     Para una víspera de domingo: Campanadas de grande  Repique

·                     Para una víspera de fiesta: Campanadas de grande  Repique  Bandeo  Repique

·                     Para un aviso de defunción: Repique de difunto (el señal)

·                     Para un toque de oración cuando hay muerto en el pueblo: Campanadas de grande  Toque de difunto

·                     Para un primer toque de misa, según su tipo:

·                     Si dia de diario - Ninguno

·                     Si domingo – Repique

·                     Si festivo – Repique   Bandeo  Repique

·                     Si funeral o entierro - Toque de difunto

y luego el toque pausado de la pequeña. Todo ello puede quedar esquematizado por las siguientes reglas:

(1)Toque de oraciónSí: toque de medio día, mañana o atardecer.

No: toque de llamada

 pasa a (2)

(2)RepiqueSí: toque de fiesta en general, sin especificar. ProcesiOn o visita de menor importancia.

No: toque diario o difuntos

 pasa a (3); si viene de (3) pasa a (4)

(3)VolteoSí: toque de fiesta grande, según las campanas tocadas. Procesión o visita importante si larga duración. No: toque diario o difuntos.

 volver siempre a (2)

(4)Toque de difuntosSí: toque distinto según edad, clase social, sexo. No: toque diario o festivo

 pasa a (5)

(5)Toque lento de la pequeñaSí: toque de llamada a misa, según el prefijo señalado. No: toque de aviso

 pasa a (6)

(6)Un toque de la mayorSí: toque de llamada a misa, según el prefijo señalado. No: toque de aviso

 pasa a (7)

(7)Final

La construcción es lineal y acumulativa en el primer toque, ya que los demás, si los hay, se limitan al toque lento de la pequeña y dos o tres badajazos de la grande, al menos en su forma actual.

Antiguamente sólo había dos toques: el primero, tocado, repicado o bandeado según la celebración, era interpretado un rato antes de la ceremonia, mientras que otro, las campanadas, era interpretado en el mismo momento del inicio y desde la iglesia. Esta imprecisión temporal, un rato antes, en el momento de, podría estar basada en otra noción del tiempo, más elástica y circular. En algunos lugares, el actual tercero es aún llamado las campanadas.

El bandeo necesita un repique previo y otro posterior, aunque no haya antes ni después otro toque (oración o misa) o se volteen una o ambas campanas. Los toques de difuntos tienen, internamente, una estructura peculiar: por lo general van precedidos de un prefijo, que indica el sexo del difunto, que se repite al final del toque, antes de la llamada a misa, si la hay.

No siempre se indica el sexo del muerto ya que, como veremos en otro lugar, en muchos lugares queda únicamente limitado al primer aviso de la defunción. La indicación del sexo tiene lugar, en algunos sitios aparentemente desconectados, por la repetición de los toques: así en Cimballa o en Cariñena, si se toca tres veces a muerto se trata de un hombre y dos de una mujer.

No falta el uso de los semivolteos para los muertos importantes, y su empleo sigue la misma estructura de los repiques y bandeos de fiestas:

Repique de muertos  A medio bando   Repique de muertos

El caso de Aguilón

La importancia de Aguilón radica en la simplicidad de sus toques, reducidos a los mínimos elementos: una sola campana basta y sobra para informar a una pequeña comunidad, pero sus toques se estructuran de acuerdo con las normas tradicionales que acabamos de expresar y asignando diversas nociones generales a los sonidos generados con diversas técnicas: toque, repique, medio bando, bandeo.

La primera parte del primer toque indica el tipo de celebración, generalmente una misa:

(1)- si no hay otra señal, se trata de una misa de diario

(2)- si hay repique y bandeo se trata, según la duración, de una misa de domingo o de día festivo

(3)- si hay semibandeo se trata de la misa de un entierro o funeral

Si después de este primer toque de la campana no hay el toque regular de llamada a misa, en los casos (2) y (3), se anuncia una fiesta para el día siguiente o la reciente muerte de un vecino en el pueblo o incluso la llegada del cadáver desde Zaragoza.

El segundo y el tercer toque son similares en todos los casos y permiten por otra parte que una sola persona, el sacristán, pueda tocar desde arriba el primero y luego desde abajo cuando su presencia es requerida en la sacristía y en los oficios.

Para acabar de completar el modelo, la misma única campana sirve, mediante un martillo exterior, para tocar las horas, de manera que un solo bronce, con diversas combinaciones rítmicas y con ciertos cambios de timbre es capaz de anunciar todos los diversos acontecimientos comunitarios de un pequeño pueblo sin tener que recurrir a complejos códigos, no siempre fáciles de interpretar tanto por el campanero como por la gente que los escucha.

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