Volver al  Índice

Las campanas de Aragón: un medio de comunicación                                                          Dr. Francesc LLOP i BAYO

El campanario, un lugar intermedio

El mundo de las campanas, el de los campaneros, es apuntado como alejado de la realidad, flotando sobre lo cotidiano, como intermediario entre el cielo y la tierra, por DUMAS (1949:2):

Y oído lo dicho, vuelvo a descender hasta la normalidad, luego de un rato pasado más cerca del cielo, y junto a las campanas, cuyos sonidos al cielo llegan.

SOLERIESTRUCH (1945) propone la existencia de campanas por encima del tiempo y del espacio de los simples mortales que las escuchan:

¿Qué decir de las campanas de la iglesia? He aquí una venerable familia de campanas. Estas campanas ya existían antes de que nosotros naciéramos... Saben de alegrías y tristezas de un pretérito remoto. La vida se renueva incansablemente. Esta vida nuestra es un hilillo tenue que puede ser cortado cuando a Dios le plazca. Tañían ya estas campanas cuando aún no habíamos nacido. Un día -¡sabe Dios cuando!- habrán de dolerse de nuestra muerte...

También LAGUIA (1931), en una superficial entrevista al campanero del Pilar, era capaz de volar muy alto:

Debe ser que las campanas, un día y otro - "¡din, don!... ¡din, dan! -, han hecho que el hombre se enamore de sus sonidos y sueñe con estar lo más alto posible. Cerca de estas amigas que con sus lenguas de bronce no le han de fingir fiesta lo que es duelo, ni dolor lo que es alegría. ¡Y eso es tan difícil encontrarlo a ras de tierra!...

Los efectos emocionales de los toques de campanas

Las campanas, sean éstas consideradas como música o como comunicación, al servicio de la Iglesia o del Estado, producen un efecto emocional a los oyentes, que ha dejado múltiples rastros en la literatura de los últimos siglos. No es nueva la asociación entre las campanas y aquellos hondos afectos, que ya había detectado un clásico tan notable como Sir JAMES FRAZER (1981:563/565) en un texto que marca las bases de una antropología de las bases emocionales de las culturas:

Es verdad que hay algo tan solemne y conmovedor en el sonido de las campanas de una iglesia oído en esos momentos y lugares; para decirlo con palabras de Froude, despierta en la memoria el eco de un mundo ido. [...] Tales testimonios acerca del efecto producido por las campanas de las iglesias sobre las emociones del que las escucha pertenecen también al folklore relativo al asunto. No podremos jamás comprender las ideas de la gente si no tenemos en cuenta el vivo colorido que les prestan el sentimiento y la emoción; y mucho menos podemos divorciar las ideas y los sentimientos cuando nos movemos en la esfera de lo religioso. No existen barreras infranqueables entre los conceptos de la razón, las sensaciones de los sentidos y los sentimientos del alma, con facilidad se mezclan y funden unos con otros al influjo de la emoción y pocas cosas son capaces de despertar a esta con más fuerza que el poder de la música. Apenas se ha intentado aún llevar a cabo el estudio de las bases emocionales del folklore: los estudiosos han concentrado sus esfuerzos casi exclusivamente en los aspectos racional y lógico del mismo, o como dirían algunos, en sus aspectos irracionales e ilógicos. Pero no cabe duda que han de esperarse grandes descubrimientos de la futura exploración de la influencia que han ejercido las pasiones en la formación de las instituciones y en el destino de la humanidad.

Lo decía DELIBES (1988:210), recordando los volcanes emotivos que son capaces de despertar:

Es expresivo y cambiante el lenguaje de las campanas; su vibración es capaz de acentos hondos y graves y livianos y agudos y sombríos. Nunca las campanas dicen lo mismo y nunca lo que dicen lo dicen de la misma manera.

La campana, melancólica y sugerente, se identifica con la vida de los hombres, en cuyos momentos críticos suele sonar, como escribe RUIZ DE LIHORY (1903:39)

Muy justificada es la atracción que para todos, grandes y pequeños, tiene la melancólica voz de ese instrumento, que hora tras hora dirige la marcha de nuestra vida, ya anunciando el alba cuando la dormida naturaleza siente los primeros estremecimientos del día, ya deslizando sus ondas sonoras entre la penumbra brumosa del crepúsculo vespertino, con el toque del Angelus, poética invitación á la plegaria y al reposo, ya como atalaya de nuestros hogares que, colocada entre el cielo y la tierra, nos interrumpe el sueño con su tañer acompasado y pavoroso cuando algún peligro se avecina. Instrumento, en suma, que diríase tiene algo de humano, porque se la bautiza, tiene su nombre, su patria, sus alegrías y sus tristezas, reflejo siempre de los que con ellas están tan identificados, que su voz conocen y sus mandatos acatan.

Es creencia común, entre los literatos, asimilar a los campaneros aquellos sentimientos puros que ellos creen encontrar entre las campanas: el intérprete participaría así directamente de las virtudes de su instrumento. LLEO (1947b) apunta algunos de estos tópicos:

Si las campanas son en sí una solemne manifestación del arte de los sonidos, los campaneros diríase que son artistas por excelencia, en toda la extensión de la palabra. Caldeados sus espíritus en el crisol de las más puras emociones, toman parte activa en los sentimientos populares, cuando encarnan puntos de alegría, o en los inspirados por el dolor.

Las campanas se convierten en algo lejano, oscuro, que permanece agazapado en el fondo de la memoria, en ese lejano paraíso que todos hemos perdido, como dice VICENT (1981):

... los tranvías con jardinera, el sonido de canónigos, las campanadas de la catedral. Todo está planchado y bien planchado. Nuestro paraíso es ese conglomerado sensitivo anterior al ataque industrial. El paraíso es la provincia de nuestra niñez. Debajo del prurito autonómico late la nostalgia por recuperar aquellos olores, sabores, sonidos, paisajes y caricias esfumadas de nuestra infancia.

SCHAFFER (xxx:244) apunta que, a pesar de la creciente separación entre vida y religión, entre campana e iglesia, que pudieran justificar antiguamente el interés que los sonoros bronces despertaban, sigue, misterioso, el encanto que los timbres despiertan entre los hombres:

Il reste néanmoins que, pour un grand nombre d'individus, parmi lesquels beaucoup n'associent plus explicitement la cloche d'église au rite chrétien, le son qu'elle émet continue d'avoir dans la psyché un écho profond et mystérieux, qui trouve son équivalente visuelle dans l'intégrité du cercle ou mandala.

Volver al  Índice