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CONSTRUCCIONES PASTORILES EN LA COMARCA DE MONZÓN                                                       Felix A. Rivas

 

 

                                                                                   El análisis del significado de estas construcciones creo 

                                                                                   que servirá para que los que no hemos vivido su historia,

                                                                                   cuando las contemplemos (...) no las veamos como algo

                                                                                   muerto, que es la imagen que actualmente dan.

                                                                                                                       Joaquín Capistrós

 

Intenciones e interrogaciones

 

 

Gracias a la ayuda que recibí del Centro de Estudios de Monzón y Cinca Medio me decidí por fin a enfrentarme con un proyecto que rondaba mi cabeza desde hacía tiempo. La idea consistía básicamente en realizar un análisis lo más completo posible de las construcciones usadas por los pastores en una comarca aragonesa. El hilo metodológico trataba de tender un puente entre dos disciplinas académicas, o mejor entre dos ciencias sociales, que no han tenido excesivas experiencias en común hasta ahora (por lo menos en estas tierras). El intento consistía en poner a prueba la posibilidad de utilizar los procedimientos de análisis de la historia del arte junto a los etnográficos para lograr un descripción tanto de ciertos edificios como de la experiencia humana vivida en ellos y, a partir de este análisis, proponer una interpretación de las formas de vida ligadas a ellos, es decir, un desarrollo de carácter ya netamente antropológico.

Quizás debería explicarme un poco más despacio. Los estudios etnográficos suelen limitarse a describir una realidad, pero si esa realidad tiene como soporte espacial y material un espacio arquitectónico, qué mejor ciencia auxiliar que la que se dedica a estudiar ese soporte, la historia del arte. Y si además no nos conformamos con decir cómo es y era esa realidad sino que pretendemos comprenderla, es decir, explicarla, entonces llegamos a la antropología. ¿Podría llegar a estudiar y conocer una forma de vida a través de un elemento material? ¿Acaso no sería una forma honesta de intentarlo?

Todo eso me planteaba antes de empezar siquiera el trabajo de campo.

 

Aunque no quiero pasar por alto un detalle que no será insignificante. Unas líneas más arriba hablaba sobre la descripción de cómo es y era una forma de vida determinada.

Bien, los edificios exentos y alejados de los núcleos de población, y entre ellos las construcciones pastoriles, son hasta ahora la cenicienta en los estudios sobre arquitectura popular aragonesa, que acaban de comenzar o casi. Y sin embargo como todos los demás poseen una indudable importancia tanto desde el punto de vista histórico y etnográfico como por sus aspectos plásticos. En los casos en que siguen en pie suelen conservar en mayor medida sus características originales que las viviendas, se encuentran ante un evidente riesgo de transformación o de desaparición inminente y, al contrario que otros como los molinos o las neveras, no han recibido hasta ahora la menor atención y protección como parte de nuestro patrimonio cultural construido, quizás debido a su cotidiana y amplia distribución a lo largo de la geografía aragonesa.

Son, además de un detalle curioso y pintoresco en nuestro paisaje rural actual, el tipo constructivo que mejor encarna la historia de una forma de entender la vida humana frente al medio, la más pura expresión de un sistema cultural (de las Casas, 1986, 3). Bueno, esto por un lado. Por otro, quizás le sorprenda a algún amante (muy respetable) de las tradiciones aragonesas el que haya intentado abarcar también lo actual, las construcciones que levantan y usan los pastores en activo.

Ancianos, jubilados, jóvenes, por todos he tratado de mostrar el mismo interés y, junto a ellos, la misma atención he puesto sobre las casetas y las parideras de antaño pero también sobre las modernas instalaciones que no habían llegado, alguna por poco, a un régimen de estabulación total que, por definición, se quedaría fuera de este estudio de construcciones pastoriles, no ganaderas en su sentido más amplio.

Esto quizás me permitiría darle al trabajo una dimensión diacrónica que ayudase a situar los usos actuales de los corrales con respecto a los de antaño pero también los actuales en relación a las perspectivas de futuro que auguran importantes cambios, similares en general a todos los que afectan al conjunto de actividades del medio rural. ¿Hasta qué punto los cambios en las técnicas de manejo del ganado habían abierto una brecha insuperable entre los antiguos rebaños y las modernas explotaciones? ¿Cómo había influido esa separación en las construcciones e instalaciones pastoriles? ¿Cómo las propias construcciones habían influido en ese proceso de cambio?

Todo esto pretendía averiguar cuando comencé a recorrer la comarca.

 

Y entonces pude comprobar que la comarca cuyos caminos y carreteras recorría podía ser un buen ejemplo para este intento metodológico. Quizás la comarca de Monzón no conserve algunos de los modelos de construcciones más antiguos o primitivos, quizás sus pastores hace generaciones que no recuerdan aquellas ancestrales prácticas que se han conservado en otras zonas más aisladas y de mayor tradición ganadera. Ante mí, en cambio, iban apareciendo una buena nómina de explotaciones "a la antigua usanza", estantes o con desplazamientos trashumantes hasta el Pirineo, y junto a ellas una potente corriente de modernidad que había calado ya en una parte importante de las expotaciones ganaderas que, no solo había ido construyendo sus nuevas parideras desde hace varias décadas con materiales y técnicas totalmente ajenas a la arquitectura popular, sino que además estaba comenzando a construir según una nueva orientación de las explotaciones ganaderas, radicalmente alejadas del pastoreo tradicional. ¿Qué factores históricos, sociales o de otro tipo han determinado la diferente distribución de las viejas construcciones y de las modernas instalaciones a lo largo y ancho de la comarca? ¿Podía ser el estudio de las construcciones pastoriles una excusa para el mejor conocimiento de la comarca, para la valoración de sus diferencias internas?

Todo esto me preguntaba conforme iba conociendo un poco mejor los pueblos y el paisaje de las dos márgenes del río Cinca.

 

Naturalmente, junto a los pueblos y a los paisajes, o más bien formando una parte insustituible de ellos, encontré gente, personas muy diferentes pero que compartían algo en común. Tal vez sin darme cuenta fui adquiriendo un compromiso con ellos. Aunque de esto nunca hablé con nadie. Podría ser un tema de reflexión interesante la timidez del etnógrafo, pero esa es materia para otros escritos. Tal vez el compromiso era ya anterior, conmigo mismo. El empeño consistía en huir de un estudio meramente técnico, deshumanizado, frío y objetivo. ¿Qué era lo que más me importaba: las construcciones o los albañiles y los pastores que eran quienes las dotaban de "vida"? Puede ser que para eludir la contestación a esa pregunta me propusiera darle una presentación sencilla y amena, no muy ortodoxa, al informe final de manera que fuese accesible y atractivo al mayor número posible de personas. Pienso que esa es además una responsabilidad del etnógrafo. Pienso que muchos estudios se hacen en función únicamente de la necesidad del investigador de conservar un status y una forma de vida (laboral) que le interesa mantener. Si no fuera por eso no podría entender la falta casi total, entre algunos profesionales de la investigación en ciencias sociales, de entusiasmo para que los frutos de su trabajo reviertan en la sociedad que, en última instancia, es la que soporta y la que más necesita acceder al resultado de su trabajo. (Quiero añadir que en gran medida estas reflexiones surgieron a raiz de la lectura de un libro (Satué Olivan, 1996) a cuyo autor quiero agradecer desde estas lineas su planteamiento positivo y realmente práctico del estudio de la cultura popular y cuya lectura, por supuesto, recomiendo a cualquier persona sensible a lo que piensan y sienten los demás. Al menos algo muy parecido era lo que le contestaba a los pastores que me preguntaban sobre el beneficio que ellos podrían sacar de mi investigación (y eso que la mayoría daban por sentado que sería ninguno). Les contaba que mi objetivo final era que se valorase mejor su oficio, que estaban tan alejados de las ciudades y de la televisión que el primer paso para que la gente pudiera darle la importancia a su trabajo que se merece era conocerlo un poco mejor. ¿Les importaba algo a los propios pastores mi trabajo? ¿Me ayudaban tan cordialmente solo por su gran sentido de la hospitalidad, por hacerme un favor? ¿Con qué derecho interfería yo en sus vidas e intentaba que valorasen mejor su propia cultura cuando habían tenido que soportar décadas de desprecio por parte de los habitantes de las ciudades como yo?

Todas esas preguntas daban vueltas dentro de mi cabeza cuando me despedía de un pastor que había contestado amablemente a mis preguntas.

 

Al prinicipio, he de decirlo, mi sueño era servir únicamente de "sistema digestivo" entre los pastores y ellos mismos. Lo que pretendía era recoger todas las enseñanzas que pudieran extraerse de las antiguas construcciones y, después de elaborarlas y enfrentarlas con las actuales necesidades del sector, devolvérselas a los propios pastores para que pudieran aprovechar todo aquello que el abandono total de la arquitectura popular les había hecho perder. Buscaba una finalidad práctica (en el sentido más actual del término) y lo que al final he encontrado era que ya estaba todo escrito. Bueno, no exactamente. Que aquello que la arquitectura popular podía aportar a las nuevas construcciones ganaderas ya lo tenía muy bien asumido la teoría actual sobre estas instalaciones. Y además que los cambios en el manejo del ganado y en el campo de la construcción estaban llegando a tales extremos que de muy poco podían servir los conocimientos de las antiguas construcciones para las modernas. Y que, todo esto, era un resultado más de ver las realidades sociales desde una visión encasillada por la división entre las diferentes disciplinas del mundo académico y científico. ¿Qué hubiera salido de un estudio similar a éste si hubieran participado en él un arquitecto, un veterinario, un antropólogo y un historiador al menos? ¿Será posible formar algún día un equipo interdisciplinar como ése para este tipo de estudios? Y, en definitiva, ¿sirve realmente para algo el estudio de unas construcciones que han ido cayendo en un desuso casi total?

Esto es lo que me preguntaba al intentar organizar en mi cabeza toda la información que había conseguido en mi búsqueda por diferentes ámbitos relacionados con la arquitectura y la ganadería.

 

Mi opinión a la última de esas preguntas es que sí. Que puede ser de una rabiosa actualidad el estudio de los diferentes aspectos de la cultura popular y sus relaciones con la vida actual solo con prestar un poco de atención a las carencias de nuestros días en relación a los valores (por lo menos en relación a algunos de ellos) que sustentaban esa cultura y sus manifestaciones materiales. Incluso podría decirse que de alguna forma está de moda. Nadie podrá negar la tendencia a la globalización y estandarización de la sociedad actual con el consiguiente peligro de pérdida de diversidad cultural que se nos viene encima. En este contexto, el conocimiento de las formas de cultura estrechamente ligadas al territorio sobre el que se han desarrollado, como es la cultura popular de nuestras diferentes comarcas, cobra un valor desconocido hasta ahora. No se trata de engordar la tonta tristeza nostálgica por algo que nunca existió, ni de consagrar el pintoresquismo y el exotismo de nuestro medio rural, ni de destacar lo propio por encima de todo, es simplemente poner en valor los recursos de una experiencia secular de contacto directo con la naturaleza. Valorar la capacidad para humanizar un entorno con la sola ayuda de una sobriedad que contrasta con el despilfarro de la actual sociedad de consumo. Y todo esto sin negar las evidentes mejoras que ha experimentado lo rural. Y entonces, ¿no sería posible combinar estas mejoras con aquellos aspectos de la vida tradicional que tanto echamos de menos hoy? ¿Seremos capaces de aprender de la sostenibilidad de la sociedad tradicional, del buen hacer de los albañiles y los pastores de antaño, del cariño con que edificaban y llenaban de vida las antiguas casetas y parideras...?

Todo esto continúo preguntándome ahora mismo y todo esto les pediría al lector y a la lectora dispuestos a adentrarse en este estudio que se preguntaran cuando vean algunas de esas construcciones que, para muchos, ya solo parecen algo muerto.

 

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