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CONSTRUCCIONES PASTORILES EN LA COMARCA DE MONZÓN                                                       Felix A. Rivas

 

 Las casetas

 

Entendidas como elemental refugio de pequeño tamaño, las casetas presentan tipologías y características muy variadas. Su uso no tiene por qué ser exclusivamente pastoril al ser utilizadas asimismo con otros fines agrícolas o como simple resguardo por cualquiera, aunque en muchas ocasiones, con las mismas tipologías, aparecen formando parte de un corral.

Entre las clasificaciones propuestas destacan tres que se refieren a sendos ámbitos geográficos o temáticos diferentes. Uno recoge las casetas de todo el Pirineo (Krüger, 1995 a, 77-81 y 88), el segundo de ellos se centra en la zona de Serrablo (Garcés, Gavín y Satué, 1991, 103-105) y el último ofrece un esquema de los diferentes refugios usados por los pastores trashumantes durante su estancia en los puertos estivales pirenaicos (Satué Oliván, 1996, 65).

 

Al igual que con respecto a los mosales, se conoce un documento del siglo XVI, relativo a la Balle Tena, en el que se prohibe causar destrozos en las cabañas pastoriles y se obliga a que sean reconstruidas por los autores de su destrucción. En este documento también se añade por primera vez que estas casetas son de tascas cobiertas de losa (Gómez, 1992, 33).

 

Está extendida la teoría de que las diferentes tipologías del hábitat pastoril son un reflejo de los estadios en que ha ido evolucionando la vivienda pirenaica (Bernad y Castellanos, 1982, 44-47 y Pallaruelo, 1988, 163-164). De cada uno de los diferentes pasos han quedado manifestaciones en los refugios, casetas y bordas que empleaban hasta hace muy poco tiempo los pastores pirenaicos. Todos los autores coinciden en colocar el hábitat originario en las cuevas (Acín, 1992, 21, Ballarín, 1972, 45, Marco, 1998, 19, Pallaruelo, 1988, 164 y Violant, 1989, 156). De las grutas y las oquedades se pasaría a las cabañas (Acín y Satué, 1983, 13 y Krüger, 1995 b, 11) que, a su vez, evolucionarían en sus materiales desde las ramas y la madera a la piedra (Ballarín, 1972, 36, Marco, 1998, 20-21, Pallaruelo, 1988, 164 y Violant, 1989, 158). Un siguiente paso sería la adicción de un segundo piso con su consiguiente separación entre animales y personas en las dos plantas (Ballarín, 1972, 47, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 45 y Pallaruelo, 1988, 164).

El hecho de la permanencia en el ámbito pastoril de tipologías ya extinguidas podría verse corroborado por una hipótesis que relaciona las casetas con tejado de losa y poca pendiente con la primitiva tradición constructiva de un valle pirenaico antes de la llegada de modelos franceses con cubierta de pizarra y fuerte pendiente (Pallaruelo, 1988, 161).

 

La ubicación de las casetas puede ser tanto dispersas por el monte (Arbués, 1980, 27 y Coronas, 1987, 52) o en las zonas de pastos de verano (Biarge, 1983, 33) como cerca de las poblaciones (Pallaruelo, 1988, 150 y 157).

Sobre su distribución geográfica podría afirmarse que son muy abundantes a lo largo y ancho de todo Aragón pero la inmensa mayoría de la bibliografía que se refiere a ellas lo hace tratando solo la zona pirenaica.

 

Su orientación no suele ser fija aunque pueden abrirse hacia el sur (Marco, 1998, 61) y, en un valle del Pirineo, rehuyen intencionadamente esta misma orientación para resguardarse de las tormentas de verano que suelen venir desde esa dirección (Biarge, 1983, 34).

 

Las tipologías que presentan estos pequeños refugios o casetas son las siguientes:

- arca transportable (Acín y Satué, 1983, 13)

- cabaña provisional hecha con el palo y la manta de pastor apoyados sobre el tronco de un árbol (Marco, 1998, 116)

- en el interior del tronco de un árbol (Pallaruelo, 1988, 152)

- en una cueva (Ballarín, 1972, 45, Monesma, 1991, 242, Pallaruelo, 1993, 49, Vidaller, 1996, 27 y Violant, 1989, 424)

- en un extraplomo al que se le añaden algunos muros y una sencilla cubierta (Acín, 1990-1991, 19, Acín coord., 1985, 90, Acín y Satué, 1983, 13, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 105, Jarne y Zavala I, 1995, 141, Krüger, 1995 a, 81, Pallaruelo, 1993, 49, Satué Oliván, 1982, Satué Oliván, 1996, 23 y 65 y Satué Sanromán, 1996 b, 69)

- en trinchera (Acín y Satué, 1983, 13, Satué Oliván, 1982 y Satué Oliván, 1996, 65)

- un hueco en la pared de un campo (Garcés, Gavín y Satué, 1991, 103)

- adosada a la pared de un campo y con cubierta a una vertiente (Garcés, Gavín y Satué, 1991, 103, Navarro, 1990, 19, Satué Sanromán, 1996 b, 69 y Vidaller, 1996, 27)

- casetón para refugiarse en postura fetal (Acín y Satué, 1983, 13 y Garcés, Gavín y Satué, 1991, 104)

- casota compuesta por un armazón de cañas (Sánchez, 1994, 183)

- de altura mínima y cubierta con tierra o hierba (Acín y Satué, 1983, 13, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 104 y Satué Oliván, 1996, 65)

- con cubierta de falsa cúpula por aproximación de hiladas (Acín, 1990-1991, 19, Acín y Satué, 1983, 13, Pallaruelo, 1993, il. 19, Satué Sanromán, 1996 b, 67, Satué Sanromán, 1997, 50 y Vidaller, 1996, 27). De planta circular (Biarge, 1983, 34, Biarge y Biarge, 1999, 130, Pallaruelo, 1988, 150, Pallaruelo, 1993, 49 y 161, Rábanos, 1996, 58, 247, 252 y 267 y Satué Oliván, 1996, 65) o cuadrada (Biarge, 1983, 34, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 104 y 187 y Pallaruelo, 1988, 150) y pudiendo estar en parte excavadas en la pendiente (Biarge, 1983, 34)

- de planta cuadrada o rectangular y cubierta a una (Satué Sanromán, 1997, 50) o dos aguas (Ilustr. 6) (Acín y Satué, 1983, 13, Ballarín, 1972, 46, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 103 y 104, Pallaruelo, 1988, 150 y 160, Pallaruelo, 1993, 49, Rivas, 1997, 73, Satué Oliván, 1982, Satué Oliván, 1996, 65 y Satué Sanromán, 1997, 50). Éstas últimas son muy similares a las que suelen aparecer como anexas en los corrales (Rivas, 1997, 73).

- de dos pisos superpuestos, el inferior para animales y el superior para personas (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616 y Coronas, 1987, 53), muy relacionada con la borda.

 

Una de estas tipologías presenta, al parecer, una distribución territorial especial. Se trata de la de falsa cúpula (Ilustr. 7) que se encuentra presente en los Pirineos (Pallaruelo, 1988, 150), especialmente alrededor de dos focos: cabeceras de valles y sierras exteriores (Acín y Satué, 1983, 15, Biarge, 1983, 31-32 y Biarge y Biarge, 1999, 130), y en la comarca de Maestrazgo (Rábanos, 1996, 267).

 

El material con el que se construyen estas casetas suele ser piedra (Acín, 1992, 38, Acín coord., 1985, 90, Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Gargallo, 1992, 66 y Pallaruelo, 1988, 149) en aparejo de mampostería asentada con mortero o en piedra seca (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Andolz, 1991, 7, Ballarín, 1972, 46, Biarge, 1983, 34, Biarge y Biarge, 1999, 130, Pallaruelo, 1993, 49 y Satué Sanromán, 1996 b, 67). En ocasiones, las piedras pueden estar trabajadas, sobre todo en las aristas y en las jambas de las puertas (Satué Sanromán, 1996 b, 67). Otras veces pueden ser de adobe (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616). Las más modernas construcciones se realizan en hormigón (Pallaruelo, 1988, 162 y Pallaruelo, 1993, 50).

 

Todas estas casetas poseen una única estancia aunque las nuevas construcciones se dividen en dos cuartos, uno para los pastores y otro como refugio para animales que necesitan de cuidados especiales (Pallaruelo, 1993, 50).

Su interior puede dividirse en tres zonas diferenciadas: el camastro, el hogar y una zona de almacenaje (Acín, 1990-1991, 19, Acín, 1992, 38, Acín coord., 1985, 90 y Acín, Acín y Lachén, 1997, 45-46).

A modo de camastro, los pastores solían arreglarse un rústico lecho con ramas (Pallaruelo, 1988, 149 y Pallaruelo, 1993, 49) de las plantas más mullidas y abundantes en su entorno. Lo más corriente era el boj (Baselga, 1999, 203, Pallaruelo, 1988, 157 y 160 y Satué Oliván, 1996, 67) auque también se cita el rododendro (Satué Oliván, 1982), las hojas de pino (Vidaller, 1996, 27), la hoja de maiz (Baselga, 1999, 203), la genista, los asfodelos, los helechos...(Satué Oliván, 1996, 67). Otras veces cumplía ese papel una piel sobre el suelo (Acín y Satué, 1983, 23) o se unían en un armazón ramas, paja y pellejos (Krüger, 1995 a, 84). En la actualidad estos camastros se han sustituido por un jergón (Satué Oliván, 1982) o por colchones de fabricación industrial (Pallaruelo, 1993, 49 e il. 29).

En la mayoría de los casos, las casetas poseían un fuego u hogar aunque carecían de chimenea (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Biarge, 1983, 34, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 103 y 104 Krüger, 1995 a, 83, Lisón, 1984, 39, Pallaruelo, 1988, 149, 157 y 160, Satué Oliván, 1996, 67 y 89, Satué Sanromán, 1996 b, 67 y Vidaller, 1996, 27) por lo que el humo había de escapar por las rendijas de los muros o por un pequeño agujero habilitado en el techo. En estos casos era frecuente colocar una losa empotrada en el ángulo del muro bajo el que se hacía el fuego, en forma de diedro (Acín y Satué, 1983, 14, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 103, Satué Oliván, 1982 y Satué Sanromán, 1996 b, 67) para impedir que las llamas alcanzaran la techumbre. Algunas casetas sí que contaban con una sencilla chimenea (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Capistrós, 1997, 5 y Nogués, 1993, 157), tal y como ocurre entre las construidas recientemente (Pallaruelo, 1993, il. 20).

En el interior de la caseta, una grieta o un hueco dejado para ese fin (Biarge, 1983, 34, Capistrós, 1997, 5, Krüger, 1995 a, 83, Pallaruelo, 1993, 49, Satué Sanromán, 1996 b, 67 y Vidaller, 1996, 27) servía a modo de aparador para guardar los más diversos objetos y materiales o incluso para alumbrar mediante teas (Krüger, 1995 a, 83). Asimismo era corriente incrustar en el muro palos o ganchos de los que colgar diversos elementos como bolsas, aperos, etc. (Briet, 1986, 59, Krüger, 1995 a, 83, Lisón, 1984, 39, Pallaruelo, 1988, 160, Sánchez, 1994, 215-216, Satué Sanromán, 1996 b, 67 y Vidaller, 1996, 27).

En algunas casetas podía haber un pesebre para dar de comer a las caballerías (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Capistrós, 1997, 5 y Coronas, 1987, 53) así como una separación para las personas (Satué Sanromán, 1996 b, 69).

 

Es muy corriente que estas casetas presenten un único vano consistente en una puerta adintelada (Acín, 1992, 38, Acín corrd., 1985, 90, Acín, Acín y Lachén, 1997, 45 y Satué Sanromán, 1996 b, 67) que puede tener una altura normal (Biarge, 1983, 34) o reducirse a un tamaño mínimo (Pallaruelo, 1988, 161, Pallaruelo, 1993, 49 y Satué Sanromán, 1996 b, 67) para evitar al máximo la pérdida de calor del interior (Vidaller, 1996, 27). En algunas ocasiones estas puertas aparecen cerradas con llave (Pallaruelo, 1988, 161), otras disponen de un mecanismo de cierre como un pestillo o una piedra en el suelo (Navarro, 1990, 19) para que no se abran por el viento y, por último, algunas entradas carecen simplemente de batiente (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Biarge coord., 1993, 209, Capistrós, 1997, 5, Gargallo, 1992, 66, Pallaruelo, 1988, 160 y Pallaruelo, 1993, 49).

Muchas de ellas tienen ventanas muy estrechas o carecen de ellas (Biarge, 1983, 34).

En las nuevas contrucciones, las puertas y ventanas pueden ser de chapa galvanizada (Pallaruelo, 1993, 50).

 

Los tipos de cubierta son básicamente dos:

La de falsa cúpula por aproximación de hiladas se construye mediante la colocación de losas en forma atizonada y contrapesadas (Biarge, 1983, 34). Una ligera variación se deberá al tipo de planta sobre el que se presenta ya que si es circular (Andolz, 1991, 7) puede arrancar directamente de ella y las losas que forman la falsa cúpula serán las mismas que actúen como tejado (Pallaruelo, 1988, 150) y si es cuadrada será necesario colocar unas losas en las esquinas a modo de pechinas y habrá que cubrir las losas del techo (Acín, 1992, 38, Acín coord., 1985, 90 y Acín, Acín y Lachén, 1997, 45) por una capa de tablas, chapas (Pallaruelo, 1993, 49) o plásticos y, sobre ellas o en lugar de ella, una capa de tierra o césped (Acín, 1990-1991, 19, Pallaruelo, 1988, 150, Pallaruelo, 1993, 49 y Vidaller, 1996, 27) que aporta un mayor aislamiento del exterior (Biarge, 1983, 34 y Biarge y Biarge, 1999, 130).

El otro tipo es el más común. Se sostiene sobre una base ortogonal sobre la que descargan las vigas que vienen a apoyar en lo alto sobre el muro superior o una viga vértice (Acín y Satué, 1983, 14, Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Satué Oliván, 1982 y Satué Sanromán, 1996 b, 67). Sobre estas vigas puede ir directamente el tejado a base de losas (Satué Sanromán, 1997, 50) o, más a menudo, una trama de elementos vegetales como tablas (Marco, 1998, 23 y Satué Oliván, 1982), sarmientos (Gargallo, 1992, 66), cañizos (Marco, 1998, 23), ramas de boj (Pallaruelo, 1988, 160, Satué Oliván, 1982 y Satué Sanromán, 1996 b, 67), pino (Acín y Satué, 1983, 14) o almendro (Navarro, 1990, 19). Sobre ella una capa de barro y la losa (Acín y Satué, 1983, 14, Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Biarge coord., 1993, 209, Pallaruelo, 1988, 149 y 160, Pallaruelo, 1993, 49, Satué Oliván, 1982 y Satué Sanromán, 1996 b, 67) o la teja árabe (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616 y Gargallo, 1992, 67) aunque antiguamente también se utilizaba como último material de cubierta la corteza de los árboles (Pallaruelo, 1993, 49) y el estiércol de oveja (Jarne y Zavala I, 1995, 141 y 146 y Pallaruelo, 1988, 160). A veces la superficie exterior quedaba aterrazada con tierra o hierbas (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam. 616, Garcés, Gavín y Satué, 1991, 104, Pallaruelo, 1988, 160 y Satué Oliván, 1982) que podían apoyar sobre tablas, planchas de zinc y plásticos (Pallaruelo, 1988, 160).

En algunas zonas al sur del Ebro se ha constatado que suele colocarse una línea de aliagas en el borde del tejado para protegerlo del agua (Gargallo, 1992, 66) o para evitar que los animales se suban sobre él (Navarro, 1990, 19).

 

En el interior de estas casetas solían realizarse inscripciones sobre piedras y maderos (Castán y Esco, 1987, 90, Satué Sanromán, 1996 a, 85 y Satué Sanromán, 1996 b, 69) que, normalmente, recogían el nombre del pastor o quien las escribiese y la fecha en que se realizaban. También hay algunos ejemplos recogidos en la Balle Tena en los que se grabó sobre los dinteles de varias casetas de falsa cúpula las fechas en que fueron levantadas, durante las décadas de 1860 y 1870 (Biarge, 1983, 34).

 

En la construcción de las antiguas casetas parece que no intervenían albañiles o profesionales. Así en la Balle Tena eran gentes del pais quienes, á comunal, se encargaban a la salida del invierno de, entre otras tareas, construir casetas o reparar las que se habían dañado (Biarge, 1983, 32). En Benás era el propio pastor el que levantaba las casetas de piedra seca, poniendo mucha atención para elegir adecuadamente el emplazamiento de cada piedra (Ballarín, 1972, 46). En otros puntos de los Pirineos las casetas eran construidas por los pastores (Jarne y Zavala I, 1995, 141) o por los propios dueños de las tierras (Satué Sanromán, 1996 b, 67). Se retejaban igualmente de bezinal (Satué Sanromán, 1996 a, 30) siendo los amos de las casas quienes sabían realizar esta labor, o bien se aprovechaba que el ganado estaba pastando en las cercanías, o que se estaba realizando alguna faena en las proximidades, para retejar alguna caseta (Satué Sanromán, 1996 a, 79).

En los acuerdos entre la Bal d'Ansó y el pueblo francés de Borce consta que los pastores ansotanos tenían derecho a proveerse al otro lado de la frontera de la madera necesaria para hacer sus casetas (Pallaruelo, 1988, 160).

Algunos de los nuevos refugios, construidos por encargo del antiguo Patrimonio Forestal de Estado y sus sucesores ICONA y COMENA, de ayuntamientos, mancomunidades y los propios ganaderos, se han levantado con materiales que brinda el medio al modo de las antiguas construcciones pero en la mayoría de los casos los modelos y los materiales empleados son totalmente modernos (Monesma, 1991, 239 y 246, Pallaruelo, 1988, 161-162 y Pallaruelo, 1993, 50 e il. 23).

 

Algunos autores que solo han considerado las casetas situadas en los altos puertos de los Pirineos afirman que eran utilizadas únicamente como vivienda por los pastores durante el periodo estival (Acín, 1990-1991, 19 y 20, Acín, 1996, 98, Acín, Acín y Lachén, 1987, 45, Biarge, 1983, 32 y Pallaruelo, 1993, 49). Pero en el resto de los ámbitos eran dos las principales funciones de las casetas: servir de refugio ante las inclemencias del tiempo (Acín y Satué, 1983, 27 Arbués, 1980, 27, Baselga, 1999, 172, Bayod, 1998, 59, Castán y Esco, 1987, 89, Coronas, 1987, 53, Gargallo, 1992, 67, Marco, 1998, 22 y 113, Sánchez, 1994, 183, Satué Oliván, 1996, 192, Satué Sanromán, 1996 b, 69) o en los momentos de descanso (Bayod, 1998, 59, Gargallo, 1992, 67 y Sánchez, 1994, 183), y como almacén para guardar aperos y utensilios (Arbués, 1983, 27, Bayod, 1998, 59, Coronas, 1987, 53 y Marco, 1998, 22). También eran utilizadas por los pastores para controlar el ganado mientras permanecía en una finca (Satué Sanromán, 1996 b, 69). En algún caso podía resguardar asimismo a las caballerías (Coronas, 1987, 53), al ganado menor (Biarge, 1983, 32, Marco, 1998, 23 y Satué Sanromán, 1996 b, 71) o acoger a los pastores por la noche si el mal tiempo desaconsejaba volver hasta la población (Marco, 1998, 92 y Navarro, 1990, 19).

 

La vida de los pastores que pernoctan en una mallata se organiza según un ciclo diario (Acín y Satué, 1983, 20 y 22-24). Dentro de él una de las primera tareas de la mañana es precisamente la limpieza de la cabaña (Acín, 1992, 81 y Acín y Satué, 1983, 20). En el recorrido a realizar con el rebaño es importante además tener en cuenta que habrá que alejarse sólo hasta mediodía para ir bien de tiempo en el camino de vuelta (Acín, 1992, 85 y Acín y Satué, 1983, 23). En Serrablo algunos pastores no tenían que hacerse la comida ya que recibían la cena en la propia caseta al llegar la noche y, al amanecer, el almuerzo y las vituallas para todo el día siguiente (Satué Sanromán, 1996, 51).

Otras actividades que los pastores podían realizar en su interior eran tallar cucharas de boj y cañablas, decorar ruecas y palicos de media, reparar su propio equipo (Satué Sanromán, 1996 b, 69) o fabricar queso (Puyó, 1948, 17).

Según recuerdan los pastores, la vida dentro de las antiguas casetas estaba llena de incomodidades: además de los rústicos lechos y del fuego (Marco, 1998, 233) sin chimenea, estaban el frío (Satué Oliván, 1996, 67 y Satué Sanromán, 1996, 84), la lluvia que podía llegar a entrar en el interior (Satué Oliván, 1996, 67), la nieve (Satué Sanromán, 1996, 84) o los animales. Los más peligrosos eran el oso y el lobo y para ahuyentarlos se dejaba un fuego encendido (Acín y Satué, 1983, 24 y Satué Oliván, 1996, 123), aunque no por cotidianos eran menos temidos el lirón careto, ya que se introducía dentro de la caseta y se comía las provisiones del pastor (Satué Oliván, 1996, 125), y los ratones que estropeaban las mantas si no se dejaban colgadas en una estaca en la pared durante el día (Satué Sanromán, 1996 b, 71).

Un pastor prefiere estas incomodidades a la vida tutelada en casa del amo el resto del año (Acín, 1996, 100) aunque, en otra publicación, el mismo pastor contaba que una vez había visto un buen refugio... en Francia, y de él destacaba el agua corriente, que permitía tener lavabo y fregadera, y el dormitorio con una buena cama (Satué Oliván, 1996, 202).

Con un apoyo por parte de la Administración (Acín y Satué, 1983, 27) es indudable que los nuevos refugios que han sido construidos estos últimos años han supuesto un importante avance en las condiciones de hábitat de los pastores, aun sin alcanzar el aspecto de una verdadera vivienda digna (Pallaruelo, 1993, 50).

 

En el Alto Aragón, los pastores ponían en la puerta de sus casetas, en caso de tormenta, su cuchillo o navaja con el filo mirando al cielo, para ahuyentar los rayos (Pallaruelo, 1988, 180). En esa misma zona, al igual que el resto de las propiedades de una misma familia, las cabañas que le pertenecían solían recibir el nombre la casa (Navarro Galardón, 1997, 30). En todo Aragón, las casetas han pasado a formar parte de la tradición oral como en algunas coplas (Marco, 1998, 97 y 181) o en el dicho As crabas en o millo y o pastor en a cabaneta empinando a boteta empleado para expresar la vagancia y falta de diligencia (Dieste, 1994 a, 68).

 

En cuanto a términos empleados para nombrar estas construcciones contamos con varias recopilaciones (Alvar, Llorente y Buesa, 1979-83, lam.615, 683 y 714, Krüger, 1995 a, 85 y Vázquez, 1995, 135-136). Uno de los nombres que se emplean en los Pirineos para designar esta construcción y sus alrededores, cubilar, es el origen de varios topónimos pirenaicos (Beltrán Audera, 1996, 100-101 y Vázquez, 1995, 139-140).

 

Algunas de estas casetas siguen en uso (Coronas, 1987, 53, Pallaruelo, 1988, 161 y Pallaruelo, 1993, 49) pero muchas han perdido su función original (Biarge, 1983, 33) y se encuentran en muy mal estado de conservación o completamente caidas (Bayod, 1998, 59, Biarge, 1983, 33 y 36, Coronas, 1987, 53, Pallaruelo, 1988, 161, Pallaruelo, 1993, 49, Sánchez, 1998, 4 y Satué Oliván, 1982). Se conoce el caso incluso del empleo de piedras procedentes de casetas pastoriles como zócalos de chalets o para acondiconar zonas ajardinadas (Sánchez, 1998, 7). Algunos autores abogan sin embargo por su reconversión para nuevas o parecidas funciones (García y García, 1993, 117, Marco, 1998, 74 y Rábanos, 1996, 282) por razones de interés histórico, paisajístico y arquitectónico (Biarge, 1983, 34-35 y Sánchez, 1998, 7). Incluso se ha escrito algún poema que glosa su belleza y utilidad (Yagüe, 1997, 79).

 

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