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CONSTRUCCIONES PASTORILES EN LA COMARCA DE MONZÓN                                                       Felix A. Rivas

 

 La balsa

 

Resulta muy frecuente encontrar una balsa cerca de diversas construcciones o enclaves pastoriles como casetas, corrales (Ilustr. 5) o cabañeras (Allanegui, 1979, 98, Beltrán Martínez, 1989, 43, Capistrós, 1997, 5, Monesma, 1991, 239, Rivas, 1997, 78 y Ruiz, 1990, 34). Para su ubicación se elegía una superficie con pendiente en la que, mediante surcos, se dirigía el agua hacia la parte baja donde se encharcaba. Esta parte inferior se profundizaba para aumentar el volumen de la balsa y los materiales extraidos se acumulaban en los bordes. Su superficie tenía que poseer una vegetación rala y bien pastada para que el suelo compactado fuera más impermeable y para que la vegetación que quedaba sujetase mínimante el suelo (Pedrocchi, 1998, 75). Se aprovechaba la existencia de terrenos arcillosos (Beltrán Martínez, 1989, 43) o se cubría de arcillas o yesos una hondonada con el mismo objetivo de impermeabilizarla (Fernández Otal, 1993 a, 165-166 y Gargallo, 1992, 65). Algunas tienen una rampa para el acceso directo del ganado y, en otras, el pastor ha de llenar el abrevadero contiguo con la ayuda de un pozal y una carrucha (Pedrocchi, 1998, 76). El momento del día en que el ganado era conducido hasta la balsa para abrevar podía variar a lo largo del año (Lasaosa, 1997, 83). Aunque su principal uso fuera como lugar de abrevadero, en determinadas zonas podía servir asimismo para recoger agua de boca para los propios pastores y, en ese caso, la balsa era de piedra, de muy pequeño tamaño, y tenía una escalinata con un estrecho pasillo en el que con muy poco estorbo, como una rama, podía impedirse el acceso a cualquier animal (Pedrocchi, 1998, 75).

 

Existe cierta bibliografía que trata sobre estas balsas de uso ganadero en la Baja Edad Media. Su importancia en la época viene reflejada por un sistema particular de mantenimeinto económico (Fernández Otal, 1996, 1377-1379) así como por la existencia de abundantes documentos sobre pleitos referentes a su uso (Fernández Otal, 1995 a, 14, 28-29, 35-36 y 137-138). Las había incluso que pertenecían a una figura jurídica especial, la balsa de sangre, la cual solo podía ser usada por el ganado del término municipal en el que se encontraba o por ganados trashumantes en terrenos que carecieran de agua corriente (Canellas, 1988, 18).

Se sabe asimismo que, en el siglo XIX, la conservación de las balsas iba por cuenta del propietario de las tierras en que se encontraban cuando éstas se alquilaban para pasto (Sabio, 1997, 88). Más cercanamente, eran los ganaderos quienes tenían la responsabilidad de limpiarlas cuando se habían secado y, para ello, contrataban a jornal pagando en proporción al número de cabezas que poseían (Marco, 1998, 143).

Uno de los recuerdos que muchos pastores poseen de las balsas es la necesidad de romper, con la azada o el hacha, su superficie de hielo en los duros días de invierno para que el ganado pudiera beber (Marco, 1998, 262 y 279).

 

Como lugar frecuentado por los pastores se ha recogido alguna narración de tradición oral en la que el escenario principal eran las cercanías de una balsa (González, Gracia y Lacasta, 1998, 194) y cierta copla muy difundida que se burla de las penalidades del pastor que ha de beber agua de balsa (Marco, 1998, 181).

 

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