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 Monroyo: El habitat disperso (Las masías)                                                          Asociación Cultural Sucarrats

Apuntes antropológicos

(En referencia a esta materia, es de destacar el trabajo publicado por Gabriel Molinos: V: Molinos Figuerola, Gabriel: < < Memorias de antaño —Los noviazgos—> > ; en Gaceta del Matarraña, 13; Valderrobres, 1986; p. 11. Y, del mismo modo, la obra: GAMUNDÍ CARCELLER, Serafín y SANGÜESA ORTÍ, Carlos: Morella, guía del antiguo término; Ajuntament de Morella, Centre per a la Promoció del Patrimoni Cultural dels Ports; Morella, 1991.)

 

 

El "amo" de la masía, a modo de patriarca, decide y designa sobre los bienes e incluso, aunque acostumbra a hacerlo con benevolencia, sobre los miembros de la casa. Los hijos carecen de poder decisorio y sólo cuando aquel fallece se hacen cargo de la hacienda. Cualquier propuesta debe ser sometida a la previa consideración del amo. Los hombres trabajan de sol a sol en las diversas e inacabables labores del campo. Las mujeres se ocupan de la casa, de administrar la economía familiar y de los hijos, con la limpieza y el cuidado de los animales domésticos y, con frecuencia, también del huerto familiar, ayudando si es necesario a los hombres en épocas de mucho trabajo, además de amasar el pan < < pastar> > cada semana o, como mucho, cada dos, lavar la ropa < < passar bugada, fer la bugada> > , etc.

 

La tarea del amasado resultaba muy laboriosa puesto que se debía de guardar en un recipiente < < un topí> > una pequeña porción de la pasta < < lo lleute> > del proceso anterior (normalmente, el peso equivalente a un pan). Después de mezclar la harina con agua y añadirle el lleute, se amasaba todo bien y se dejaba que fermentara y que la pasta aumentara de volumen para cortarla a continuación en pedazos y poder así, tras el redondeo < < arredonir> > , hornear los panes. La mayoría de las masías disponían de su propio forn y las que no lo tenían (las menos) lo habían de cocer en los de las vecinas o en el del pueblo < < lo forn de la Vila> >  (Cabe recordar aquí el dicho popular referido a las personas desganadas cuando se les deseaba con sorna "bona fam de setze dies i pà pastat de tres setmanes) . El pan recién hecho lo guardaban en la artesa < < la pastera> > , bien tapado con mandiles, a fin de que se conservara tierno el mayor tiempo posible.

Y el proceso de la colada < < la bugada> > no era menos complicado. En primer lugar, la ceniza la guardaban para, a partir de ella, hacer la lejía < < lleixiu> > que se utilizaba en la limpieza de la ropa. Ésta se depositaba en una cubeta especial < < un cossi> > , tapada con un paño de cáñamo < < cànem> > o de lino < < llanç> > ; encima se colocaba la ceniza limpia y a continuación se vertía agua hirviendo sobre ella; el agua empapaba la ropa y la sobrante iba saliendo por el orificio inferior de la cubeta. Se recogía y la volvían a echar por encima. El trabajo venía a durar unas cuatro horas y a las mujeres se les estropeaban mucho las manos por causa de la causticidad del lleixiu. Al día siguiente llevaban la ropa al río o a la balsa para aclararla < < aclarir-la> > y tenderla a continuación a secar < < a esbandir> > en las rocas de los márgenes del río o sobre la vegetación de los ribazos < < ribassos> > .

 

Para completar la dieta familiar, los hombres acostumbraban a salir de caza con cierta frecuencia. Los conejos y las perdices eran las piezas más habituales. Quienes no disponían de arma de fuego utilizaban otras técnicas, como las del hurón < < lo furó> > , losas < < lloses> > , diversas clases de trampas < < trampes> > , y lazos < < llaços> > o < < llaçades> > que colocaban en las sendas de paso de los animales. Y en la temporada del zorzal < < la griva> > (Tordus viscivorus) y del tordo < < lo tord> > (Tordus philomelos), con el reclamo < < lo reclam> > , en la barraca que habían construido con anterioridad en lugares elevados, estratégicamente situados en las zonas de paso de aquellas aves migratorias, para cazarlas con una substancia sumamente pegagosa obtenida del muérdago < < lo visc> > (Viscum album).

 

Desde la perspectiva actual, las condiciones higiénicas en las masías no eran las más óptimas. Muy pocas disponían de agua canalizada al interior (lo cual no quiere decir que estas privilegiadas tuvieran agua corriente, sino simplemente una canalización hasta la cisterna o el fregadero) y la acarreaban a cántaros desde unas fuentes que no siempre estaban próximas. Las personas se lavaban en las palanganas y en los baldes y del agua utilizada se efectuaban varios aprovechamientos hasta que, finalmente, eran evacuadas a los estercoleros o directamente a la calle (Los masoveros llaman calle < < carrer> > al exterior de sus casas de campo.). Y las necesidades fisiológicas se hacían en los corrales o en el campo.

Los pequeños, por su parte, subían cada día al pueblo, con la cartera a la espalda y el saquito de la comida en la mano, para ir al colegio (los niños a escola y las niñas a costura). En este aspecto tenemos constancia de que durante algún tiempo se dieron clases en el mas del Borreguer y también en el de Llombart. Los masoveros de una partida unían sus esfuerzos acondicionando un local como aula y contratando un maestro para evitar los largos y pesados desplazamientos diarios de sus hijas e hijos hasta el pueblo.

 

A la caída de la noche los habitantes del mas se concentraban en el foc. Esta estancia se iluminaba con teas dispuestas en el cremaller y cuando salían de la habitación se alumbraban con candiles < < gresols> > , aunque en los últimos tiempos pudieron disponer de lámparas de carburo, de petróleo y de gas butano.

 

Durante la década de los años sesenta algunas masías adquirieron cocinas y frigoríficos que funcionaban también con butano.

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Dona pastant i passant bugada

La electrificación era prácticamente inexistente. Sólo disfrutaban de tal progreso el molí de Joanet (la producían ellos mismos aprovechando la fuerza de la caída del agua que, a su vez, movía el molino) y también el mas de la Serra (Ramón) a partir de baterías. En la actualidad reciben suministro de energía eléctrica las masías de Sorolla y d’Arcís. Y también la de Morera, pero sólo para las granjas.

 

Mientras las masías permanecieron habitadas eran muchos los comerciantes de todo tipo que las visitaban con cierta asiduidad: tratantes de ganado, vendedores de ropa, de arreos y de quincalla, compradores de cereales, de vino y de almendras ... Y en algunos casos la operación de compraventa se cerraba por el sistema del trueque.

 

En aquellas épocas en que las comunicaciones no eran tan fáciles, ni tampoco tan ágiles, determinados Ayuntamientos, como por ejemplo el de Morella (V: GAMUNDÍ y SANGÜESA (OP. CIT.; pp. 43-44).), contaban entre sus empleados con un "avisador para las masías" cuyo cometido era el de pasar las notificaciones y avisos a los masoveros. Si el aviso era general, iba de agrupación en agrupación o de partida en partida y, normalmente, transmitía la noticia a una sola de las masías, con la observación de que la hiciera llegar a las restantes de su zona. Nos consta que en Monroyo esa función la asumía el propio alguacil (Así nos informaba Joaquín Pallarés Gasulla, del mas de Tinyena, ex alguacil del Ayuntamiento de Monroyo.).

Precisamente, por causa de la alejada situación de sus casas en relación con los centros urbanos, los masoveros estaban acostumbrados a salvar grandes distancias a pie y en los pueblos se les atribuía, no sin cierta ironía, una forma muy característica de andar ya que lo hacían con la columna vertebral erguida y las piernas ligeramente flexionadas por las articulaciones de las caderas y las rodillas < < lo caminar dels masovers> > . Este caminar del masovero, a primera vista cansino y poco grácil, era sumamente útil ya que permitía descargar sobre las piernas la función amortiguadora de los pasos en beneficio de una columna vertebral ya de por sí muy castigada por las durísimas tareas diarias.

 

Y en un mundo tan difícil como el de nuestras masías, con una economía basada en la agricultura de subsistencia, resultaba absolutamente preciso buscar protección no solamente para la casa y para las cuadras y corrales, sino también para los campos. Por ello, se hacía necesario impetrar el auxilio de alguna fuerza superior que protegiera la cosecha, el fruto del trabajo de todo un año de las familias, porque de ella, y sólo de ella, dependía la vida  (V: Carrégalo Sancho, J. A.: < < Santa Bàrbara de Mont-roig> > ; en Programa de Fiestas de Monroyo, 1993, páginas centrales). La gente acudía a la ermita de la Consolació a pedir ayuda para que lloviera (V: Carrégalo Sancho, J. A.: < < La Virgen Llovedera> > ; en periódico La Comarca del 6 al 19 de febrero de 1993, Alcañiz, p. 22. ), y a la de Santa Bàrbara a solicitar amparo contra las tormentas. En este último aspecto, hay quien apunta que el hecho de que junto a buena parte de las masías del término y a escasa distancia de las mismas se hayan mantenido grandes robles y carrascas puede ser debido a que fueran utilizados como pararrayos naturales. Sin embargo, es muy posible que el mantenimiento y cuidado de estos árboles, con virtudes tan significativas y reconocidas como la fortaleza y la longevidad, estén relacionados con el ferviente deseo de salud, larga vida y prosperidad para la casa y la familia. Las ramas de olivo bendecidos el Domingo de Ramos eran expuestos en los balcones. Y con los manojos de romero bendecidos el día 29 de abril en la explanada de l’ermita de la Consolació, frente a la capillita de Sant Pere Màrtir que estaba situada al pie del camino del Cap de la Serra, se hacían pequeñas cruces  (V: Pastor Aguilar, Julià: El cicle festiu anual a Morella; Biblioteca Popular / Diputació de Castelló, 1995, p. 30.V: Molinos Figuerola, Gabriel: < < La siega en el Monroyo de 1920> > ; en el periódico La Comarca núm. 139; Alcañiz, 1993; p. 27.) que clavaban en los campos de cereal implorando el auxilio divino para proteger las cosechas (V: Carrégalo Sancho, J. A.: < < Santa Bàrbara de Mont-roig> > ; en Programa de Fiestas de Monroyo, 1993, páginas centrales.)

 

Por otra parte, confeccionaban también unos ramitos de ruda que situaban colgados sobre puertas y ventanas para ahuyentar los malos espíritus (Ruda a les bruixes, decía la gente al tiempo de colocar los ramos junto a las aberturas de la casa. V: Carrégalo Sancho, J. A.: < < Ruda a les portes > > ; en periódico La Comarca del 18 al 24 de agosto de 1995, Alcañiz, p. 18. Y también en la revista Plana Rasa, 9, Monroyo, 1998, p. 12.). En ocasiones se acudía a la intercesión de Sant Abdon y Sant Senén, conocidos en el reino de Valencia como los sants de la pedra, que tenían su capilla < < pigronet> > en el lugar que hoy se conoce como Los Santets, en el camino de la Consolació. Y en los días que median entre el 23 de abril y el 3 de mayo el pueblo se reunía para beneir els termes en los puntos donde se hallaban las cruces de término y en otros lugares < < pigrons> > o < < peirons> >  (Los peirons o pigrons son las pilastras situadas en determinados lugares del campo que sostienen una capillita o pequeño armario en cuyo interior hay una imagen de la virgen o de un santo, representada normalmente sobre azulejos y expuesta a la veneración de los fieles. En la punta de la Camiseta, en la sierra de la Cogulla, todavía puede verse en perfectas condiciones la dedicada a San Macario y a Santa Elena, en cuyos alrededores se sigue congregando el pueblo de Herbés el día 3 de mayo de cada año. V: Mestre Adell, Ramon: < < Història de La Tossa> > ; en revista AU!, núm. 22, Morella, 1992, pp. 25-26. (Cabe concretar que Ramón Mestre es la persona que facilitó la información que permitió la realización del trabajo y que en la revista AU! no consta quién pueda ser su autor.) (Por otra parte, la gente de Herbés conoce la punta de la Camiseta con el nombre de La Tossa.)) en los que, año tras año, de tiempo inmemorial, se venía practicando ese rito.

 

Amantes de las tradiciones, además de asistir a las celebraciones festivas en el pueblo < < la vila> > , los masoveros colaboraban en la organización de las fiestas y participaban en los actos religiosos que se realizaban en su zona. La Consolació, Santa Bàrbara, Sant Pere Màrtir, els Santets, els Apòstols (junto al mas del Roig), Sant Marc (en el collet Roig (Contrariamente a lo que ocurre en otros lugares del dominio lingüístico catalán, en los cuales entienden por coll o collet una depresión entre montañas que facilita el paso por ellas (aquí la conocemos como port), en esta tierra denominamos coll o collet a pequeñas elevaciones del terreno en forma de cono, muy características en la zona, que se encuentran aisladas y que nunca superan la altura de las montañas que la rodean.), frente al mas de la Gavarnera), Santa Elena (en la punta de la Camiseta), la creu de Sant Gregori (en el extremo de la plana de las masías de Joan-Tomàs y de Moret), la creu dels Masos Plegats y la creu del Batà eran los puntos donde se concentraban, junto con las personas que acudían desde el pueblo, para bendecir los términos, celebrando en algunos de dichos lugares una fiesta. Los masoveros de cada partida elegían anualmente, de entre ellos, el mayoral < < lo majoral > >  (V: Pastor Aguilar, Julià: Op. cit.; pp. 20-21.)  que debía organizarla; éste se encargaba de prepararlo todo y era en su casa donde se amasaba y cocía la prima  (La prima era una pequeña torta o coca, redonda, de unos 20 cm. de diámetro y 1 cm. de grosor, aproximadamente, hecha de pasta de pan sin levadura y con semillas de anís, adornada por una de las caras con dibujos hechos con unas pinzas especiales, que se entregaba a los asistentes en determinadas fiestas religiosas. En Morella se la conoce también con el mismo nombre. V: Pastor Aguilar, Julià: Op. cit.; pp. 29-30 y 98.) a partir de la harina que donaban y que todas las masías tenían reservada a tal fin.

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La creu de Sorolla

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Detalle de la capillita de Sant Macari y Santa Elena  (en las proximidades de la punta de la Camiseta)

 

Para curar las enfermedades corporales, la gente del campo hacía uso de multitud de remedios populares, combinados muchas veces con la petición de ayuda sobrenatural a la que antes aludíamos y cuya composición y garantía de efectividad se había ido transmitiendo de padres a hijos de generación en generación (V: Carrégalo Sancho, J.A.: < < Medicina Popular> > ; en Programa de Fiestas de Agosto, Monroyo, 1997.)

 

En cuanto a los servicios religiosos, cabe añadir a lo dicho anteriormente que, cuando las circunstancias lo permitían, los masoveros acudían bien a la Iglesia de Monroyo o bien a las de los pueblos más próximos: Peñarroya, Fuentespalda, Ráfales, La Cerollera o Torre de Arcas. Además, en la capilla de la Torre del Marquès se celebraba misa todos los domingos para facilitar la asistencia de los vecinos de aquella partida.

 

Comentábamos antes que lo foc era el lugar de encuentro de toda la familia al finalizar la jornada. Y era en esta habitación donde, concluida la cena, la comunicación entre las diferentes generaciones de la familia era más fluida. Allí se comentaban las vicisitudes y experiencias diarias de los adultos en sus respectivas obligaciones y las de los menores en el juego, en sus trabajos o tareas (que también las tenían asignadas  (Pensemos que no todos los niños y niñas podían ir a la escuela. Muchos se veían en la necesidad de colaborar desde muy temprana edad en los trabajos de la masía y era muy habitual que se les encomendaran algunas tareas, como, por ejemplo, la del pastoreo.) ) y en la escuela. Y los abuelos deleitaban a los niños contándoles innumerables historias y cuentos < < contalles> > , explicando chistes < < acudits> > , entreteniéndolos con juegos y dichos populares o cantándoles folies y cançons. Todo un abanico de expresiones de la literatura popular de las que ellos eran, sin saberlo, dignos depositarios y solícitos comunicadores.

Era sobre todo durante las entrañables veladas cuando se generaba el clima ideal para la consolidación de esa especial simbiosis entre mayores y pequeños. Era allí donde los primeros podían desplegar, con toda la fuerza expresiva del lenguaje popular, su capacidad de expertos narradores: el ancestral e importantísimo patrimonio cultural legado por los antepasados.

Buena parte de las narraciones eran versiones recreadas de los cuentos y los acudits que, de tiempos remotos, explicaban los mayores y que tenían su origen en experiencias personales o en todo aquel bagaje cultural transmitido por sus ascendientes.

Y los niños esperaban con delirio aquellos momentos. Porque de la mano de sus abuelos descubrían, absolutamente ilusionados, un magnífico mundo de sueños, merced a los cuales tenían ocasión de dejar volar libremente la imaginación, construyendo con su inacabable fantasía castillos de viento en un universo de ficción.

Las expresiones de la literatura popular en referencia a las masías que hemos recogido en Monroyo son múltiples, pero como muestra hemos elegido esta graciosa dita (Carrégalo Sancho, J. A.: < < Inventari de noms de masos del terme de Mont-roig> > , en Cinga, núm. 1; Institut d’Estudis del Baix Cinca-IEA; Fraga, 1997; pp. 97-124. Y el mismo trabajo, también en Butlletí Interior de la Societat d’Onomàstica, núm. LXV; Barcelona, 1996; pp. 122.) :

 

Al Batà tanquen la porta per no acovidar

al Moreral toquen lo tabal

al mas del Torrero toquen lo pandero

al mas de Tapiano toquen lo piano

al molí Cardona aventen la mona

al mas de Fos aventen lo gos

al mas de la Llúcia los pique la puça

a la Torre el Marquès escorren lo cès

al molí la Torre fiquen lo cetrill a escórrer

al mas de Gil escorren lo cetrill

al mas de Pere Anton li tiren lo forroll

al mas de Cros se mingen la molla i es dixen l’os

al mas de Sorolla es mingen l’os i es dixen la molla

als masos Plegats aventen lo gat

al mas d’Antolí toquen lo violí

al mas de Bernardino li estiren la coa a un gorrino

al mas de Centelles tocaven les esquelles (o los toquen les mamelles) i

al mas de Cartagena los pique l’esquena (o se rasquen l’esquena).

 

Y veamos otro ejemplo en estas canciones < < folies ó cançons> > :

 

De cançons ne sé moltes

i de folies un cabàs.

Totes les hai deprés

pujant i baixant al mas. *

Tota la setmana al mas

i el domenge sóc viler

i el dilluns de matí

ja torno a ser masover.

* (V: Guarc Antolín, Elena  < < Cultura Popularal nostre poble> > ; en Programa de Fiestas de Monroyo, 1993.)

 

Desde muy jóvenes, la generalidad de los pequeños masoveros < < masoverets o masoveretes> > se mostraban sumamente hábiles para fabricar los juguetes más inverosímiles (la soledad, y sobre todo la necesidad, agudizaban el ingenio) como por ejemplo muñecas < < nines> > de trapo, tirachinas < < massitxes> > , flautas < < flabiols> > o silbatos < < xulets> > de rama de pino, entre muchos otros. En tal sentido, los niños y las niñas aprovechaban para el juego todas y cada una de las posibilidades que la madre naturaleza había puesto a su alcance.

 

En otro orden de cosas, a pesar de la reputación que tenían en los pueblos de ser reservados, algo huraños < < feréstecs> > y poco conversadores, debido —según se decía— al escaso trato que mantenían con quienes no fueran sus más inmediatos, lo cierto es que los masoveros cultivaban con esmero las relaciones familiares, y también las vecinales. Relaciones que acostumbraban a sustentarse en una cálida solidaridad entre ellos, dado que la vida en el campo resultaba muy austera. Era muy habitual que se ayudasen unos a otros en las labores del campo por el sistema conocido como jornal tornat, prestación mutua en la que no existía intercambio monetario, sino simplemente de jornadas de trabajo. En esta materia resulta también interesante la institución de la conlloga (V: GAMUNDÍ y SANGÜESA; OP. CIT.; p. 26: < < Cuando una masía tenía una caballería de non [...] se aconyuntaba con otra que también tuviera una caballería de más y hacía lo que se llama conllonga, o sea, formar un par de caballerías, una de cada masía, y de esta manera se ayudaban mutuamente labrando un día cada uno.> >

Por la parella o lo parell se quiere hacer referencia al conjunto formado por dos asnos, machos o mulas uncidos < < junyits> > al yugo < < lo jou> > para labrar.), en la que se cedían unos a otros los animales de tiro para poder labrar en parella  (Por la parella o lo parell se quiere hacer referencia al conjunto formado por dos asnos, machos o mulas uncidos < < junyits> > al yugo < < lo jou> > para labrar.).

 

La familia y los vecinos se reunían con frecuencia para celebrar veladas < < vetlades> > , alifares  (La alifara es una fiesta que se concluye con una gran merendola.) y bureos (Se conocían como bureos las reuniones en las masías para bailar y hacer fiesta con motivo de cualquier celebración. Se diferencian de les vetlades en que en éstas se reunían sobre todo para conversar.) , así como por causa de la matacía del cerdo, ya que ésta era, y lo sigue siendo en la actualidad, la fiesta familiar y tradicional por antonomasia. Otra excusa para estar juntos era el martes de Carnaval < < Carnistoltes> > en el que grandes y pequeños se disfrazaban con gran jolgorio. Con ocasión de estas fiestas era frecuente que se organizaran pequeñas representaciones < < comèdies> > para distraer a los pequeños (En referencia a las representaciones o comedias en las masías de Monroyo, véase: QUINTANA, Artur et alt.: Lo Molinar. Literatura popular catalana del Matarranya i Mequinensa. 1. Narrativa i Teatre; colección Lo Trill; Instituto de Estudios Turolenses, Associació Cultural del Matarranya, Carrutxa; Calaceite, 1995, p. 340.)  y, a veces, también para los mayores, pero los testimonios que nos han llegado aportan bien pocos datos, cuando uno de ellos concluye: "a natres mos feen eixir al carrer quan feen comèdia pals grans, no mos hi dixaven estar allí dins i mos havíem d’aconformar xafardejant pels forats de les portes. Però, bah! tots volíem mirar i ... no res, al remat, no res".

 

Finalmente, cabe resaltar la animada visita de los quintos haciendo su recorrido por todas o por la mayor parte de las masías habitadas del término con motivo de la Plega (En la actualidad la Plega de los quintos ha quedado reducida a una cercavila con acompañamiento musical por las calles del pueblo en la que reciben los donativos espontáneos de la gente, pero, hasta hace pocos años, los mozos que se habían de alistar iban también de fiesta y de juerga, durante varios días (aproximadamente una semana), por las masías del término, recogiendo de buen grado todo lo que se les ofrecía.)  anual. Contagiando su alegría y su vitalidad, los jóvenes venían a romper la abrumadora monotonía de la vida del masovero.

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Los sagals volen vore la comèdia

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