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Las casillas de picode La Ciesma en Grisel                                                               Joaquín Marco &  Felix A. Rivas 

 

 Así que, resumiendo

El monte de La Ciesma ocupa aproximadamente la mitad del término municipal de Grisel, un pequeño municipio de apenas unos sesenta habitantes dentro de la comarca de Tarazona y el Moncayo, en la comunidad autónoma de Aragón, y situado aproximadamente hacia el punto central del cuadrante noreste de la Península Ibérica. Se encuentra a muy poca distancia del macizo del Moncayo integrado en el Sistema Ibérico, y en un extremo de la Depresión del Ebro con la que se identifica plenamente en cuanto a su clima semiárido y continental.

La historia de este monte de La Ciesma aparece presidida ya desde antiguo por su gran importancia estratégica comarcal debida al control físico y visual que desde ella se ejerce sobre un importante paso de comunicaciones, así como por el uso agrícola y pastoril de sus propias laderas y de las llanuras que quedan a sus pies. En la Edad Media, debido a su aprovechamiento ganadero como zona de pastos, fue motivo central de una serie de conflictos entre los diferentes poderes políticos y económicos comarcales que pugnaban por su control. Mientras tanto, los usos agrícolas y el aprovechamiento de su leña fueron aumentando poco a poco hasta aparecer bien culminado el proceso de deforestación de su primigenia cubierta forestal a comienzos del siglo XVIII. Durante el siglo XIX, el largo proceso de la Desamortización y la desaparición del sistema señorial desembocaron en la roturación total del monte con motivo de la euforia de la vid a finales del siglo, desatada por la crisis de la filoxera en Francia. Poco duró esta euforia pues la llegada de la plaga y sobre todo el cierre de los mercados franceses provocó la sustitución total de las viñas por los campos de cereal. Durante el primer tercio del siglo XX se produjeron los primeros intentos para conseguir una normalización legal de su explotación agrícola que quedaron resueltos durante el segundo tercio del siglo con un reparto entre parcelas municipales y de propiedad particular. Pocos años después, a partir de la década de 1960, su cultivo quedó prácticamente abandonado a raíz de la crisis generalizada del medio rural español.

Es en este monte en el que han sido localizadas 27 casillas de pico entre otras, menos numerosas, de las denominadas "de bardiza" y que se cubren por una solución de entramado vegetal. La mayor parte de ellas se sitúa en la vertiente NE de La Ciesma, en los orillos (márgenes de antiguas fajas cultivadas) de cierta pendiente, aunque tres significativos casos se encuentran en la llanura de la cima del monte de manera anexa o muy cercana a restos de corrales de ganado.

Su planta suele ser circular, con una superficie útil entre los 3 y los 10 m2, una altura interior máxima en torno a los 3 m y un único vano de entrada que suele abrir a favor de la pendiente y hacia una orientación noreste.

Fueron construidas por los mismos labradores que pusieron en cultivo las laderas de La Ciesma, a base de las propias piedras sobrantes de la tarea de aplanar y limpiar las terrazas de cultivo. La técnica empleada fue la de la piedra seca que, además de no usar ningún mortero para asentar unas piedras sobre otras, reúne todas las ventajas de ser una tecnología 'radicalmente autosuficiente'. Muchas de ellas fueron excavadas en la propia ladera, en parte o en gran medida, llegando a constituir en algunos casos auténticos ejemplos de cuevas.

Su cubierta, de falsa cúpula por aproximación de hiladas, presenta en todos los casos la solución de la prolongación en altura de los propios muros perimetrales hasta culminar en una forma convexa o puntiaguda muy característica. En su interior, suele contar en su punto culminante central con una pieza alargada y sobresaliente a modo de clave interior de la cubierta. Su entrada, sin puerta, es su único vano y cuenta con unas medidas alrededor de los 60 cm de anchura y 1'4 m de altura. Sus jambas o perneras están formadas por piedras de mayor tamaño que el resto, y como dintel o cabezal cuenta con una gran losa plana o, a veces, dos losas consecutivas.

En conjunto, las casillas de pico pueden agruparse en tres tipologías distintas: las propiamente llamadas casillas de pico que son las más abundantes, las casillas-cueva que carecen de cubierta por aproximación de hiladas al estar completamente excavadas, y las casillas anexas o cercanas a un corral o barrera, de funcionalidad pastoril.

Como ejemplo material de la influencia de las condiciones geográficas de su entorno, las casillas de pico denotan la presencia en él de los materiales pétreos necesarios para su construccción y suponen, además, una idónea adaptación a las características del clima semiárido de la zona y, en especial, a sus irregulares precipitaciones y a sus temperaturas extremadas.

En lo histórico, también las casillas responden a unos parámetros muy determinados. En concreto, su realización debió de producirse entre los años 1880-1900 con motivo de la puesta en cultivo total de las laderas de La Ciesma, determinada por la coyuntura de la euforia del cultivo de la vid derivada de los efectos de la plaga de la filoxera en Francia, aunque tras la sustitución de las cepas por cultivos de cereal no dejaron de utilizarse hasta el abandono de la mayor parte de los campos de cultivo del monte en la década de 1960.

Aún más significativos son los factores socioeconómicos que contribuyeron a la aparición de las casetas y en los cuales se vieron englobados sus constructores. A finales del siglo XIX, el predominio agrario sobre el resto de las actividades económicas en Grisel convertía el acceso al uso de las tierras en la pieza clave de la sociedad griselana. Esta sociedad, caracterizada por unas desiguales relaciones tanto sociales como económicas derivadas de una estructura asimismo muy desigual del reparto de la tierra, acabó por componerse mayoritariamente por un grupo de jornaleros y pequeños propietarios que dependían de un reducido número de grandes propietarios para garantizar sus subsistencia. Este conjunto de jornaleros, ínfimos y pequeños propietarios fueron quienes vieron en las laderas anteriormente dedicadas a pastos de La Ciesma una oportunidad para aumentar su propia superficie de cultivo, objetivo al que se entregaron no con la ayuda de la fuerza animal, de la que muchos carecían, sino mediante la herramienta manual de la lía o laya que servía para labrar las estrechas fajas en que se habían dividido las laderas de La Ciesma. Fue por tanto, en este momento, cuando se construyeron las casillas de pico a modo de infraestructura de apoyo a la puesta en cultivo y, sobre todo, a las faenas de la vid, un cultivo muy apropiado para los labradores con pocos recursos y que requería un gran número de atenciones a lo largo de todo el año.

Para responder a esta necesidad de refugio en momentos de descanso y ante inclemencias ocasionales del tiempo como tormentas, viento y frío, y aprovechando la mínima disponibilidad de recursos, la técnica de la piedra seca fue una solución plenamente satisfactoria.

Esta conjunción de factores geográficos, históricos, económicos, socioculturales y técnicos, convierte las casillas de pico en un conjunto singular dentro de la comarca pero que, consideradas desde una escala continental, han de interpretarse como todo un ejemplo de construcciones de piedra seca y cubierta por aproximación de hiladas comparable a muchos otros existentes en toda el área europeo-mediterránea, provenientes de manera análoga del desarrollo y expansión de una técnica ancestral que, por su sencillez y 'radical autonomía' resulta accesible a cualquier ser humano en una situación de necesidad y posibilidad similar a la que hemos descrito en este caso.

A pesar de todo ello, solo un tercio de los 27 ejemplos catalogados se encuentra en buen estado de conservación, quedando un segundo tercio seriamente amenazado por problemas de deterioro y apareciendo el último tercio en completa ruina. No es, además, este peligro de pérdida exclusivo de las casillas de pico de Grisel pues lo comparten otras muchas caídas en desuso en toda la Europa meridional. En estos casos, sin embargo, se lleva años apoyando interesantes experiencias de conservación y puesta en valor de las casetas de piedra seca.

En Grisel también se cuenta con la recreación de un casilla dentro del núcleo urbano y, sobre todo, con las actividades de educación y concienciación que sobre el valor de las casillas de pico ha llevado a cabo la asociación cultural La Diezma. Además de ellas, si queremos que las próximas generaciones puedan contar con esta importante parte del patrimonio etnológico que nuestros mayores nos han legado, habrá que poner en marcha una serie de acciones encaminadas tanto a garantizar la conservación física de un número suficiente de casillas como a dotar a estas construcciones de un nuevo uso cuyos beneficios garanticen su pervivencia. Este nuevo uso podría tener que ver con el refuerzo de un referente identitario local, con su consideración como recurso para la educación ambiental entendida en sentido amplio o, tal y como se ha hecho en otros lugares, con la aportación a una oferta turística con personalidad propia que proponga unos paquetes temáticos comarcales con suficiente calidad como para atraer e interesar al creciente número de visitantes a la comarca.

En todos estos objetivos no habrá que olvidar, como ejemplo de participación activa y democrática de la sociedad civil en la gestión del patrimonio cultural, el papel que deberá jugar la asociación cultural La Diezma.

 

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