Las casillas de picode La Ciesma en Grisel Joaquín Marco & Felix A. Rivas
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Las casillas de pico
allá on el que sobra es llenya, es construirá evidentment, amb llenya i, allí on el que el sobrant són pedres, es fará amb pedres ("allí donde lo que sobra es madera, se construirá, evidentemente, con madera y, allí donde lo sobrante son piedras, se hará con piedras", (trasdución de uno de los autores)) Antoni ALOMAR Un modelo arquitectónico El reconocimiento y análisis directo de las casillas se llevó a cabo durante los meses de marzo, abril y julio del año 2000 con alguna otra breve visita para tomar fotografías y completar datos en agosto del mismo año. Tras una localización previa de la mayoría de los ejemplares, durante este reconocimiento se completó una ficha de análisis para cada una de las 27 casillas que finalmente fueron inventariadas. Aunque este número ya es muy notable para un área tan reducida, cabe la posibilidad de que hayan quedado sin catalogar los restos de algún ejemplar más que ha podido pasar desapercibido y que, casi con toda seguridad, se encontrará en un avanzado estado de deterioro y, por tanto, podrá aportar ya muy pocos datos de utilidad. Con el objetivo de sistematizar la exposición de los resultados del presente trabajo y ante la imposibilidad de recoger con seguridad los nombres populares de cada una de las casillas (normalmente referidos a la persona o familia que las usaba (Como la que se conocía como la del Tío Ruperto o la de Los Morunas), hemos elaborado un listado de las 27 casillas, numeradas, en correspondencia con un mapa
en el que aparecen ubicadas y con un anexo final en el que se ofrece una breve ficha técnica de cada una de ellas. Habrá que hacer otra concisa acotación con respecto al enrevesado tema del nombre genérico que reciben estas construcciones. Cuatro diferentes hemos recogido durante las entrevistas a los habitantes de mayor edad de Grisel: las dos más repetidas se refieren a dos características particulares de estas construcciones ('casilla de pico' y 'casilla de piedra') y otras dos, conocidas por un número menor de entrevistados, vuelven a insistir en su particularidad morfológica más llamativa ('casilla de pingorote' y 'casilla de picote'). Así, respetando y valorando esta riqueza terminológica, durante este estudio vamos a preferir por su mayor difusión y su justa adecuación a la forma exterior de las casetas la de 'casilla de pico'. Es necesario aclarar, además, que todos los entrevistados diferenciaban claramente las casillas de pico de las de planta rectangular y cubierta de una o dos vertientes a base de vigas de madera y acabado en tierra, que perviven a duras penas en algunos puntos de La Ciesma y del resto del término de Grisel y que reciben el nombre genérico de 'casillas' (Equivalente a los términos castellanos más extendidos 'caseta' o 'cabaña', y también presente en la vecina comunidad de La Rioja (Biarge, 1983: 31 y Alvar, 1979: lám.615)) y, en algunas ocasiones, el más distintivo de 'casillas de bardiza'. Éstas últimas, debido al evidente interés propio que presentan las de pico, han quedado fuera de este estudio al haberlo centrado solo en las de pico, piedra, pingorote o picote... que presentan las siguientes condiciones: Su emplazamiento siempre corresponde a una ladera, en algunos casos de pendiente fuertemente pronunciada. Más concretamente, la mayoría de ellas se sitúan en el espacio en desnivel que queda entre dos fajas de terreno aterrazado para su puesta en cultivo, ocupadas en la actualidad por cereales o almendros a pesar de haber quedado, las más de las veces, abandonada su labor desde hace décadas y habiendo sido sustituidas por una formación degradada de tipo herbáceo animada en ciertas zonas por incipientes coscojares y jóvenes plantones de pinos y carrascas. Se localizan en ambas laderas de La Ciesma, entre los 600 y los 800 m de altitud, en un número mucho mayor las situadas en la cara que mira hacia Grisel: diecinueve frente a las cuatro de la ladera que mira al Moncayo. Solo una, la casilla nº 15, se sitúa en la zona de huerta del término (a 585 m de altitud) aunque de igual manera en ladera y en un espacio libre entre antiguos campos de cultivo. Otras tres excepciones se saltan todas estas reglas (casillas nº 11, 13 y 17) al situarse en la llanura alargada que ocupa la cima del monte y anexas o muy cercanas a las ruinas de antiguas barreras o recintos con función de corral para los rebaños de ovejas. Algunas de ellas se sitúan igualmente muy cerca de algún camino y tres de ellas (casillas nº 8, 23 y 24) junto a un montón de piedras producido por la acción de despedregar los terrenos cercanos con el objetivo de mejorar su labor. Una sola (casilla nº 25), por último, se coloca delante de una pequeña vaguada que sirve para drenar o desviar el agua de lluvia que podría llegar a penetrar en su interior y a socavar la base trasera de sus muros. Casi todas presentan una planta perfectamente circular,
con dos excepciones de forma ligeramente ovalada (casillas nº 4 y 24). Es ésta la variante constructiva más sencilla (Ibáñez y Casabona, en prensa) dentro del grupo de la casetas cubiertas de falsa cúpula, como veremos más adelante. Unas pocas poseen un muro lateral de protección para la entrada (casillas nº 3, 8, 14 y 18), que en un caso (casilla nº 8) protege claramente de las influencias del NW pero en los demás parece servir más bien de sujección a la vertiente del terreno que a una hipotética protección de las orientaciones E o SE . Otras llegan a desarrollar una prolongación delantera de la entrada en forma de pasillo cubierto de acceso obligatorio al interior (casillas nº 4, 6 y 7)
La única variación del trazado de la planta presente en todos los ejemplos es la colocación del vano de la entrada, que puede relacionarse con varios factores. Observando el mapa
con las direcciones de la orientación de las citadas entradas, podemos comprobar en primer lugar la práctica coincidencia entre la abertura de las casetas y la dirección de la pendiente de la ladera sobre la que se sitúan, con una marcada diferencia entre las de la cara norte que ofrecen mayoritariamente orientaciones NW, NE y E, y las de la cara contraria que, obedeciendo los mandatos del relieve son las únicas con orientaciones claramente SE e incluso SW (casillas nº 3, 4 y 8). De este hecho podemos derivar en primer lugar la subordinación de la colocación del vano de entrada en cada planta a la dirección de la pendiente del terreno, procurando siempre que la abertura quede en el punto más bajo de la superficie ocupada por la casilla y, por tanto, favoreciendo el desagüe del agua de lluvia o escorrentía y dificultando su entrada en el interior de la construcción. Esta constatación podría hacer pensar que el único criterio para decidir la ubicación en planta de la entrada es el de impedir la entrada de agua en el interior. Sin embargo, a pesar de la extraodinaria diversidad de orientaciones de las pequeñas laderas o pendientes de ambas caras de La Ciesma, el conjunto (Debido al avanzado estado de deterioro de algunas casillas, ha sido imposible determinar con certeza la orientación de su entrada y otro tipo de datos como el diámetro de la planta, la altura de la entrada, etc.) de las orientaciones de las entradas presentan ciertas líneas en común que llevan a pensar en que, una vez bien clara la preferencia por aberturas a favor de la pendiente, pudiesen haberse escogido ciertas ubicaciones en función de la posibilidad de abrir la entrada a un punto cardinal u otro. De hecho, podemos ver cómo, exceptuando las tres casillas citadas de la cara sur, todas las demás abren a un intervalo muy delimitado entre los 350º NW y los 105º SE, es decir, que corresponde a grandes rasgos con el cuadrante NE. Puede extrañar este hecho, puesto que no puede ignorarse que la orientación norte es la que más favorece la influencia del frío aunque, tal como ocurre en otros casos (Biarge, 1983: 34), tal vez habría que relacionar esta aversión por la orientación sur con las tormentas de verano que pueden llegar desde esa dirección gracias al viento de bochorno. Y además de estos dos factores de la pendiente y la orientación, no hay que olvidar el ya señalado de aprovechar los orillos o espacios comprendidos entre fajas de cultivo como medida para rentabilizar al máximo el espacio disponible, reservando para las tierras de cultivo las zonas más planas o más fácilmente aterrazables y dejando los intersticios entre ellas para la función -secundaria- de refugio temporal de las casillas de pico. El diámetro del interior de las casillas puede considerarse como el dato más fiable para tener en cuenta y establecer comparaciones según el tamaño de la superficie ocupada por la planta de estas construcciones. Dejando aparte las tres casillas de la cima de La Ciesma (casillas nº 11, 13 y 17) cuyas medidas concretas es imposible determinar aunque podrían encuadrarse entre las más pequeñas del total del conjunto, prácticamente todas las demás presentan un diámetro de planta dentro de un intervalo entre 2 y 3,6 m, lo que lleva a calcular unas superficies útiles al interior que oscilan entre los 3 y los 10 m2. Dos nuevas excepciones aparecen de nuevo, la primera es la casilla situada en la zona de huerta (casilla nº 15) que cuenta con el menor diámetro de solo 1,5 m, y la otra es la casilla nº 5 con unas nada usuales dimensiones de 4,5 m de diámetro, muy visibles en el arranque bien conservado de sus muros a pesar de la pérdida casi total de su cubierta. La altura del interior, a la que puede sumarse una media de unos 60 cm para calcular la altura total exterior de cada una de las casillas, presenta asimismo unos valores relativamente uniformes. Así, la de menor estatura vuelve a ser la casilla nº 15 con tan solo 1,5 m de altura en su interior. No todas presentan tales estrecheces pues la mayoría de ellas oscila entre los 1,65 y los 3,5 m de altura, situándose la mayoría entre los 2,8 y los 3,25 m. Por lo alto destacan dos ejemplares: la casilla nº 2 con 4,2 m y la nº 3 con sus extraodinarios 6,3 m de altura interior. Tal vez pueda sugerir alguna explicación el hecho de que ambas casillas se encuentren muy cercanas entre si, o acaso deba relacionarse con el relativo mayor tamaño del diámetro de sus plantas a pesar de no ser muy diferentes de los de otros ejemplos que presentan una altura de entre 3 y 3,5 m. En definitiva, por las medidas que más se repiten entre los ejemplares estudiados, podríamos hablar del tamaño en planta y alzado de una casilla de pico representativa con unos valores entre los 2,7 y 3,4 m de diámetro interior en la base y los 2,8 y 3,2 m de altura máxima en el interior. Desafortunadamente, ninguna de las personas mayores de Grisel con la que hablamos recordaba haber visto construir una de nuestras casillas de pico. Alguno incluso afirmaba que ni siquiera las había visto reparar. Solamente en algún caso se recordaba el levantamiento de alguna de las casillas de bardiza que, por tanto, debieron de continuar siendo construidas hasta un periodo más cercano a nosotros que las de pico. Ante esta falta de fuentes de información, el esclarecimiento del propio proceso de construcción y de sus posibles autores habrá de realizarse en base a las analogías con las de bardiza, a los datos aportados por las propias casillas de pico conservadas y, asimismo, mediante la comparación con la bibliografía publicada sobre casetas de otras latitudes pero similares en características a las de La Ciesma. Así, las fuentes orales de otros enclaves (La comarca catalana de Bages (Plans, 1994: 21) y la aragonesa de Gúdar-Javalambre (Ibáñez y Casabona, en prensa)) refuerzan la hipótesis según la cual eran los propios labradores que trabajaban los campos adyacentes quienes se encargaban de la construcción de las casillas. De los testimonios recogidos en Grisel, se deduce que de manera no profesional había ciertas personas que "se daban buena maña en colocar la piedra, mejor que otros", de lo que podría deducirse una cierta especialización de ciertas personas que se encargarían preferentemente de las labores constructivas no propias de los albañiles o que, tal vez, hiciesen de tutores o colaboradores de cualquier vecino en la construcción de su propia casilla. La existencia de estas figuras más hábiles en la elaboración de paredes y pequeñas construcciones ha sido comprobada en otras zonas no muy lejanas como el Alto Aragón (Información recogida por uno de los autores en Chaca/Jaca y Raiquero/Radiquero) donde reciben el nombre de pareteros, el Alto Maestrazgo (Rábanos, 1996: 252, lo mismo en la cercana provincia de Castellón (http://www.geocities.com/Athens/Olympus/9673/barraques.htm)) donde se les llamaba "paredadores"o en Cataluña (Soler, 1994: 29 y Violant, 1954: 196) donde se les conocía como barracaires. Precisamente contamos con el testimonio de un barracaire de la localidad de Anoia que, con experiencia en la construcción de barraques a partir de 1910, cifraba en una jornada completa y dos hombres lo necesario para construir una caseta pequeña, de dimensiones similares a las de Grisel. A partir de aquí, y teniendo en cuenta las diferencias de resolución técnica y de dimensiones entre unas y otras casillas, podríamos considerar la posibilidad de la participación en algún ejemplar de albañiles profesionales, tal como ocurre en otros lugares (En un estudio catalán (Soler, 1994: 27) se da por segura la coexistencia de especialistas con la labor de los propios labradores, aunque en bibliografía referente a Aragón (Ibáñez y Casabona, en prensa) esta convivencia se relaciona siempre con casetas de una entidad y tamaño algo mayor de las aquí tratadas. Como dato curioso añadido, cabe señalar que en algunas zonas catalanas como Les Garrigues existían especialistas barracaires que ejercían su oficio fuera de su comarca (Plans, 1994: 22), formando incluso en el caso de La Cerdanya (Soler, 1994: 29) auténticas cuadrillas que se desplazaban combinando su trabajo de jornaleros con el de constructores de casetas), aunque no parece que este caso sea extrapolable a Grisel. La primera característica técnica que llama la atención al analizar las casillas de pico es la absoluta preeminencia de un solo material: la piedra. En efecto: piedras, piedras, más piedras, y en casi todos los casos nada más que piedras... es lo que hallaremos por más que busquemos en sus muros, en sus cerramientos, en sus entradas y en su interior. ¿Y de dónde han podido salir tantas piedras...? Esa sería la primera pregunta que deberíamos hacer a nuestras mudas protagonistas. Tal vez podamos encontrar una pista para su respuesta en aquellos montones de piedras que nombramos anteriormente, producto de la paciente labor de ir liberando los cultivos adjuntos de sus abundantes y molestos fragmentos de rocas. Ya en otros muchos estudios de construcciones similares (Como las de Robres (Benito y Monesma, 1999: 9), Tomelloso (Sánchez, 1998: 314), Pyrénées-Orientales (http://www.jtosti.com/musee/cabanes.html) o, en general, en otras regiones de la Europa mediterránea (Ibáñez y Casabona, en prensa). Otro uso muy extendido para estas piedras sobrantes del trabajo agrícola era como base para la realización de muros de sostención de terrazas o terrenos abancalados. Sin embargo, como puede comprobarse a simple vista y como nos contaron en Grisel, "en La Ciesma, orillos de piedra hay pocos") se apunta hacia el aprovechamiento de las piedras retiradas al labrar las parcelas, hecho confirmado por las entrevistas realizadas en Grisel. En otros emplazamientos (Plans, 1994: 30), si este aporte de material no resultaba suficiente podía improvisarse una pequeña cantera en un lugar cercano, aunque en el caso de Grisel resulta imposible saber con certeza si esto pudo ocurrir, y eso que la abundancia de piedras en los propios campos parece no hacer necesaria esa operación. Y si las piedras eran extraidas directamente del entorno, su naturaleza habrá de ser la propia de aquellos materiales de relativa mayor dureza que se hallen en él, normalmente calizas y areniscas. La textura y el color de la gran mayoría de las piezas que forman las casillas confirman este hecho. Su aspecto más generalizado es duro y blanquecino, muy común entre las calizas, aunque otras presentan matices anaranjados o pardos y un tacto arenoso más propio de las areniscas. Muchas veces este color original, en el exterior de las casillas, queda disimulado por el tono gris de los líquenes que después de décadas a la intemperie fueron disponiéndose sobre ellas. Solo en dos casos hemos podido encontrar entre los mampuestos de una casilla algunas piezas de un llamativo color oscuro y son precisamente las dos situadas en los extremos más alejados de La Ciesma: la nº 15 ya dentro de la huerta, con muchas piezas de color oscuro y redondeadas lo que demustra su erosión fluvial y por tanto la cercanía de un curso de agua que ha podido transportarlas, y la nº 8, ya casi en la Valluenga, con gruesas y llamativas láminas de color negro o morado entre el resto de piezas blanquecinas o anaranjadas. En la práctica totalidad de los casos, estas piedras carecen de cualquier rastro de tallado o trabajo previo para hacer más regular su contorno a no ser, tal como recogimos en alguna entrevista, que fuese la operación de "romper la piedra con un mallo" para disminuir su tamaño o adecuar su forma para su óptima colocación como parte del muro. En el tamaño de las piezas tampoco se aprecian grandes diferencias entre las casillas, siendo casi todas ellas de un tamaño medio muy uniforme, que varía un poco en dos ejemplos con piezas de mayor tamaño (casillas nº 5 y 12), tres de tamaño pequeño (casillas nº 15, 17 –una de las anexas a barreras en la cumbre de La Ciesma- y 27), y dos con cierto contraste entre las piezas medianas situadas al exterior y el mayor tamaño de las del interior de la casilla (casillas nº 16 y 22). Fijándonos ya propiamente en los muros de las casillas veremos que todas ellas están construidas según la técnica de la piedra seca. Su definición más difundida la describe como aquella técnica de levantar muros a base de piezas de piedra o mampuestos sin colocar ningún tipo de argamasa o mortero entre ellos. Esta definición, sin embargo, como bien expone un interesante artículo (Alomar, 1997: 23-30), se queda demasiado limitada para englobar lo que podría calificarse no sólo de técnica sino incluso de tecnología singular. Según el citado artículo (y desde aquí aplaudimos su visión de una técnica constructiva como el conjunto de procedimientos técnicos y condiciones sociales y antropológicas que le acompañan al plasmarse en una realidad tangible), la tecnología de la piedra seca puede resumirse en seis características principales que nos ayudarán a entender un poco mejor el origen de las casillas de pico en La Ciesma. En primer lugar es una técnica microlítica, es decir, que opera salvo excepciones siempre explicables con unidades pétreas de un peso y una dimensión que un solo hombre puede ser capaz de manejarlas. Es esencialmente individual por lo que, en la teoría y en la práctica, una única persona puede encargarse de la realización íntegra de la construcción de tal manera que más de dos personas en la obra pueden suponer más un estorbo que un adelanto. Es local pues siempre hace uso de los materiales presentes en el entorno más cercano. Es autónoma ya que no precisa de la realización de trabajos previos de preparación de los materiales al abastecerse del material más abundante y, sobre todo, del material sobrante de otras actividades como la limpieza de piedras de las parcelas de cultivo. Su realización es breve aunque depende fundamentalmente de la abundancia, cercanía e idoneidad del material disponible. Y, por último, no necesita en principio ninguna herramienta aparte de las manos y la habilidad humana. Resumiendo, podría calificarse esta técnica o tecnología como 'radicalmente autosuficiente'. ¿Cómo se plasman estas características en los ejemplos concretos de las casillas de La Ciesma? Pues en unos muros de entre 50 y 140 cm -la gran mayoría entre 65 cm y 1 m- de espesor (Algún autor (Soler, 1994: 19) ha señalado una cierta relación directa entre el grosor de los muros y la altura de la cubierta en este tipo de casetas, condición que no parece cumplirse con precisión entre las casillas de pico en La Ciesma) y que, para su mayor consistencia y sencilla fabricación, se componen de dos capas paralelas y separadas entre las que queda un hueco que se va rellenando de tierra y cascotes de pequeño tamaño. Al contrario de lo que afirma algún autor (Paracuellos, 1995: 269), ambas hiladas se van levantando a la vez, tal como queda recogido en otros estudios (Benito y Monesma, 1999: 9, González, Rubio y Valiente, 1995: 67, Ibáñez y Casabona, en prensa, Sánchez, 1998: 308, etc.) sobre piedra seca y no siendo factible en la práctica levantar primero la capa interior, echar el relleno y luego acoplar la capa exterior. De manera diferente a lo que puede ocurrir en otros casos, entre las casillas de La Ciesma se aprecia un escaso uso de ripios o piedras de tamaño sensiblemente menor al de la mayoría utilizadas como calzas que ayudan a una mayor trabazón de los muros. De hecho, es manifiesta su ausencia en la cara exterior de muchas casillas, siendo sin embargo no tan extrañas en su cara interior. Pueden ser importantes estas pequeñas piezas puesto que toda la dificultad de la técnica de la piedra seca radica en elegir acertadamente el lugar y la posición de cada pieza respecto a las otras, procediendo posiblemente a partir de la selección de la pieza más adecuada en cada momento entre un montón de piedras acumuladas previamente. En esta elección es evidente que juegan su papel variados factores como las dimensiones, el peso, la forma, la naturaleza de la piedra así como los conocimientos, la experiencia o la habilidad del constructor. El resultado final será en cualquier caso una construcción completamente trabada y comprimida, en la que todas las piezas de los muros y la cubierta apoyan perfectamente y distribuyen el peso de manera que el conjunto de la construcción actúe como un solo elemento ante el empuje de fuerzas externas, especialmente la de la gravedad. En las casillas de pico, a pesar de que la irregular forma de sus mampuestos dificulta la formación de hiladas horizontales fácilmente delimitables, una de las maneras más visibles de asegurar esta compactación del conjunto es ir colocando las piezas conforme el muro va ganando altura de tal manera que no coincidan las juntas entre las piezas, con lo que se consigue además evitar la formación de peligrosas grietas verticales. Merece destacarse también la relativa regularidad en los grosores de los muros y en la forma circular de las plantas, que tan apenas varía por más que el muro vaya progresando en altura. Seguramente, tal como se ha recogido en los cercanos Monegros (Benito y Monesma, 1999: 9), debió de utilizarse como guía un palo o barra de hierro clavado en el centro del suelo de tal manera que, con la ayuda de una cuerda o una caña de medidas fijas, se fuese marcando el avance interior de los muros conforme progresaban en altura sin perder la forma circular de la planta. A la hora de comenzar a levantar estos muros, como parece lógico, la primera operación sería la de limpiar el terreno y, caso de ser necesario, aplanarlo. Este aplanado del terreno, que debió de realizarse en todas las casillas de pico salvo en las tres anexas a barreras y en la nº 7, conllevaba en la práctica la operación de picar en el talud que los entrevistados de Grisel nos comentaron igulamente como necesaria para asegurar mínimamente los cimiento de las casillas de bardiza en las que lo primero era "excavar cogiendo hueco". Este aprovechamiento del aplanado de la pendiente para insertar de hecho la parte trasera de la casilla dentro del talud tenía, además de constituir una especie de cimiento básico, otras ventajas como el máximo aprovechamiento del terreno en pendiente evitando robarle superficie a los cultivos, el ahorro de la construcción de buena parte de la parte exterior del muro trasero de la casilla, la fácil evacuación del agua de lluvia con la colocación de la entrada en la parte contraria a favor de la pendiente y la mejor transmisión (Ibáñez y Casabona, en prensa) al terreno de las presiones generadas por la cubierta. Si repasamos la parte de cada casilla que queda claramente dentro de la ladera, apreciaremos que existe una gran progresión desde los ejemplos apenas excavados hasta lo que podrían calificarse sin duda de auténticas cuevas con sus propias peculiaridades como una mayor estabilidad térmica y aislamiento de las temperaturas extremas del exterior. Esta inserción en la ladera resulta claramente visible en sus diferentes grados desde el exterior, aunque desde el interior la visión suele ser la de una auténtica construcción con sus muros que rodean toda la estancia y que arrancan desde el mismo nivel del suelo. Este hecho no llega a variar hasta que llegamos a alguno de los ejemplos casi completamente insertos en la ladera como la casilla nº 21 en la que el espacio excavado interior solo comienza a recubrirse de un muro de piedras a partir de cierta altura, dejando a la vista debajo el material de la ladera. Esta desaparición material de los muros en el interior acaba por generalizarse en los cuatro ejemplos de cuevas o casillas-cueva que no presentan estado de ruina (casillas nº 1, 4, 14 y 18), a pesar de contar con estructuras de pared en su parte delantera que, en un caso (casilla nº 1), no está levantada en piedra seca sino de manera excepcional a base de mampostería asentada con argamasa o mortero de arena. En la gran mayoría de los ejemplos, no se advierte desde el interior un cambio nítido entre los muros propiamente dichos y la cubierta de la construcción, avanzando aquellos sin solución de continuidad hasta su culminación superior y dando la impresión de que es la propia cubierta la que arranca desde el suelo. Son cinco los casos que constituyen una excepción a esta regla (casillas nº 2, 5, 12, 21 y 26) y que, a pesar de no presentar otros rasgos comunes entre si, evidencian en su interior la presencia de un primer tramo de los muros perfectamente vertical que suele llegar hasta la misma altura del dintel de la entrada y a partir del cual las piezas van adquiriendo un apreciable vuelo sobre las situadas bajo ellas hasta llegar a quedar reducidas a un minúsculo círculo central. En los demás casos, la cubierta parece arrancar directamente desde el suelo, llegando incluso en la casilla nº 27 a producirse un ligero cerramiento de la planta en la parte inferior de los muros. Esta cubierta responde, con la excepción de las cuevas completamente excavadas, al mismo tipo de solución técnica que recibe el nombre de falsa cúpula por aproximación de hiladas. Este nombre se refiere por un lado a su forma ya que aunque recuerda muchísimo a una cúpula hemiesférica propiamente dicha (con planta circular) se diferencia de ella por no presentar el mismo juego de distribución de pesos en el que todas las piezas descansan unas sobre otras ejerciendo el mismo empuje en todas las direcciones. A esto precisamente se refiere la segunda parte de la denominación puesto que la falsa cúpula va progresando en altura precisamente a través de la aproximación progresiva de sus hiladas de piedras que, sin ningún tipo de argamasa entre si (y por tanto, según la técnica de la piedra seca), va jugando según un sistema de contrapesos en la parte no saliente de las piezas, quedando cada vez más cerrada la cubierta hasta la colocación de una pieza central responsable de la consistencia final de la cubierta. Esta solución de la falsa cúpula por aproximación de hiladas está muy presente en casetas de parecidas características técnicas y funciones a las de Grisel en gran parte de Aragón y, en general, en toda el área mediterránea. Y a pesar de su sencillez, esta solución puede presentar un considerable número de variantes como la que tras arrancar de un planta cuadrada utiliza unas falsas pechinas para conseguir su forma circular, la que cierra por aproximación de hiladas al interior pero al exterior se remata por una acumulación informe de tierra o cascotes o la que, al exterior, presenta todo el aspecto de una cubierta a dos aguas. Otra de estas variantes es la utilizada por todas las casillas de pico inventariadas en La Ciesma. Se trata de aquella en la que el muro formado por dos capas paralelas y rellenas entre si por tierra y cascotes avanza sin interrupción hasta la culminación en altura de la casilla, quedando de esta manera su aspecto exterior con una característica imágen de tupida superficie convexa o puntiaguda y forrada de piedras. Tras esta aparente sencillez, la ejecución de esta técnica debía encerrar unos mínimos conocimientos sobre geometría que, tal como describen algunos estudios sobre casetas de igual factura en los Monegros y la provincia de Madrid (Oliván, 1997: 21 y González, Rubio y Valiente, 1995: 67), se aplicaban con rudimentarios útiles que ponían en práctica esos principios geométricos fundamentales. A partir de estos estudios y de la observación directa de las casillas de pico podríamos hacer una propuesta sobre su forma de construcción. Parece claro que el primer paso sería el de clavar en el suelo un clavo o un palo que ejerciese de punto central de la planta circular de la construcción. Para los ejemplos que cuentan con un primer tramo interior de paredes verticales, al palo vertical se le ataría una cuerda con un nudo que marcase el radio de la circunferencia interior y que, al ir subiendo, fuese señalando con exactitud el avance regular de los muros. Una vez superada la altura de la entrada, o en el resto de los casos desde el mismo nivel del suelo, la cuerda quedaría fija a un punto del clavo o la rama marcando de esta manera el límite inferior de toda la superficie interior de la cubierta o, acaso, de manera muy parecida a como hacían en Monegros, sería sustituida por una caña con la longitud del diámetro de la base de la casilla que, conforme fueran subiendo los muros y la cubierta, iría señalando su límte interior mediante el procedimiento de colocar un extremo de la caña en cualquier punto de la circunferencia de la base interior de la casilla de manera que, para cada altura, tocase el eje central del palo vertical y con el extremo fuese trasladando la longitud del diámetro de la base hasta la distancia de la máxima altura interior a cualquier punto de la circunferencia del arranque de la cubierta. Este procedimiento podría explicar además la práctica coincidencia en muchas casillas entre la medida del diámetro de la estancia y su máxima altura interior. Según la forma y la colocación de los mampuestos puede distinguirse al interior de las casillas la presencia de un número concreto de hiladas o fajas más o menos uniformes de piezas situadas a la misma altura. En el caso de los ejemplos con parte de sus muros interiores claramente verticales, estos oscilan entre las 6 y las 8 hiladas. Si contamos sin embargo la totalidad de las hiladas interiores, tanto de éstas como de las del resto de casillas de pico, podemos comprobar que ofrecen una directa relación con las dimensiones concretas de cada caso, siendo mayor el número de hiladas en las casillas de mayor altura por lo que de este hecho también puede inferirse la utilización generalizada de piedras de unas dimensiones similares (Estas dimensiones pueden depender de la naturaleza del material hallado y, tal vez, de las preferencias de los propios constructores que pudieron regularizar con un mallo el tamaño de las piedras más grandes) en todos los casos. Así, casi todas las casetas presentan en su interior un número de hiladas que oscila entre las 15 y las 23, siendo el ejemplo que cuenta con un menor número la casilla nº 15, muchas veces citada por su pequeño tamaño y por su ubicación inusual en la zona de huerta del municipio. Entre las de mayor número de hiladas destacan por su parte, igual que lo hicieron en sus dimensiones de planta y alzado las casillas nº 3 con 27 hiladas y la extraodinaria casilla nº 2 con un total de unas 29 hiladas. En cuanto al tamaño de las piezas, también hemos advertido en algunos casos aislados cierta preferencia por situar en la parte medio-alta de la cubierta piedras de un tamaño relativamente mayor a las del resto de la construcción, tal vez con el fin de contribuir al asentamiento y mayor consistencia de la cubrición. Y no solo por su tamaño sino normalmente sobre todo por su forma, puede distinguirse en la gran mayoría de las casillas de pico un piedra bien particular. Se trata de la que podría considerarse piedra clave de la falsa cúpula ya que cierra al interior la estructura aportando tal como recogimos en las entrevistas una definitiva consistencia a la estructura: "pa terminar la obra ponían una piedra, la última, pa que preten todas". Esta piedra, presente en bien pocas de las construcciones similares conocidas en nuestro entorno (como las de Madrid (González, Rubio y Valiente, 1995: 67) donde recibe el nombre de talón o clavo), suele tener un tamaño considerable y una característica forma en punta aguzada que se dirige hacia el suelo.
En algunos ejemplos, menos numerosos, esta piedra aguzada presenta un tamaño más bien pequeño, está un poco ladeada o aparece de manera doble. En otros dos casos puntuales, se integra en un conjunto de pequeñas losas planas o se ve sustituido totalmente por ellas, tal como suele ser común en cubiertas similares de otros enclaves. Esto en cuanto al interior de la cubierta. En lo relativo a su cara exterior podemos reseñar que, como excepción a la generalizada forma de capuchete romo, se aprecia la llamativa excepción de la casilla nº 16 con su perfil claramente apuntado o "de pico" que podría justificar por si solo el calificativo usado para distinguir a estas casillas. O tal vez fuera antaño más generalizada esta forma y ha podido ir desapareciendo por el desgaste y las inclemencias del tiempo tal como nos contó un habitante de Grisel que le había ocurrido a una que "le falta la punta porque le cayó un rayo". O tal vez este calificativo responda más bien a la presencia en varias de ellas de una gruesa losa plana que culmina al exterior la construcción y que les da un aspecto muy peculiar. Junto a la falsa cúpula, la casilla nº 7 presenta un pasillo de aceso al interior cubierto por una nueva solución muy parecida pero algo diferente. Resuelta asimismo por sucesivas hiladas de piedras que se van juntando hasta llegar a cerrarse en la parte superior, donde se cubre por una fila de varias losas planas de gran tamaño, su planta en cambio no tiene forma circular sino rectangular por lo que más que simular una cúpula viene a recordar la forma de una tosca bóveda apuntada. Por todo ello ha de recibir la denominación de 'falsa bóveda por aproximación de hiladas'. Otra de las casillas -la nº 4 (más bien una cueva)- posee asimismo un pasillo de acceso que, aunque se sitúa entre dos paredes completamente excavadas en el material de la ladera, aparece cubierto por la difundida solución -en este caso completamente horizontal- del entramado vegetal sostenido por gruesas ramas transversales y sobre el que se sitúa una capa final de tierra impermeabilizante. Este entramado en particular posee una peculiaridad especialmente significativa, como veremos más adelante, para nuestro estudio de las casillas de pico y es que está formado por sarmientos secos de cepas. En lo esencial, este último tipo de cubierta es el mismo que presentaban, hasta su relativamente reciente ruina casi total, las otras casillas -"las de bardiza"- que solían contar con dos hileras de ramas gruesas que apoyaban sobre un puente o viga central, un entramado de aliagas, "bardales" o ramillas de "coscojos", y que remataban siempre en una capa de tierra careciendo tal como nos confirmaron en Grisel de tejas en su acabado. Con su evidente rusticidad, estas cubiertas tenían el inconveniente de su limitada resistencia a las lluvias ya que "la misma agua se lleva la tierra", aunque en una época en la que el tiempo y el esfuerzo físico tenían un valor diferente al de nuestros días este problema se solucionaba con un mantenimiento constante y con unas reconstrucciones periódicas: "se levantaba el techo y se volvía a hacer de nuevo, varias veces". Es fácil, por tanto, que este continuo hacer y rehacer afectara a la curiosa cubierta del pasillo de la casilla nº 4 y a las de las partes delanteras de las otras casillas-cueva (las nº 1 y 14) en las que el pequeño umbral de la entrada estaba cubierto por el mismo sistema de la superposición en sentido horizontal de maderos, ramillas de zarza o almendro y una última capa de cascotes y tierra o barro sólido. Las entradas de las casillas presentan una gran homogeneidad en su aspecto y sus soluciones técnicas. Otra cuestión que las unifica es la absoluta falta en todas ellas de cualquier tipo de puerta, de rastro o de sistema alguno para colocarla. En cuanto a sus medidas veremos también que suelen oscilar dentro de un intervalo muy pequeño. Su altura más frecuente es de 1,35 ó 1,4 m aunque puede variar en total desde 1,2 hasta 1,55 m con la previsible excepción de la casilla nº 15 que presenta un poco común vano de entrada de 0,8 m de altura. También en su anchura esta casilla es la que posee una entrada más estrecha con solo 50 cm de anchura junto a los valores entre los 55 y los 70 cm de las demás y las excepciones difícilmente explicables de tres casillas-cueva con entradas de hasta 95 cm de anchura. De todo ello puede establecerse una entrada tipo de casi todas las casillas de pico -prácticamente independiente de sus diferencias en las medidas totales de plantas y alzados- de 1,4 m de altura y 60 cm de anchura. Reducidas medidas frente a nuestras puertas actuales de casi 2 m de altura y unos 80 cm de ancho aunque explicables, en parte por la menor estatura de nuestros recientes antepasados, y más que otra cosa por las necesidades constructivas que, persiguiendo el aislamiento de las temperaturas extremas del exterior y la mayor solidez posible de la obra, intentaban reducir al máximo la superficie ocupada por el vano de la entrada, sin por ello tener que hacer extremadamente incómoda la entrada y salida de la casilla. Si consideramos además que, tal como hemos expuesto, la consistencia y solidez del muro era una de las claves para la resistencia de las construcciones en piedra seca como las casillas de pico, deduciremos inmediatamente que la entrada a las casillas -que por definición ha de romper con esta solidez del muro- deberá contar con alguna medida especial que garantice la correcta resolución del problema de dejar un trozo de muro vacío. Para ello, una de las medidas más frecuentes -no solo en las casillas de Grisel sino en muchas otras construcciones de la arquitectura popular- era reservar para esta parte de la obra las piedras de mayor tamaño que, muchas veces bien colocadas unas sobre otras e incluso encastradas alternativamente con las hiladas de los muros, aportaban una mayor solidez al conjunto de la obra. Estos laterales de la entrada (denominados jambas y, en la comarca (Gargallo, 1987: 475), perneras) suelen presentar un perfil perfectamente vertical aunque en alguna ocasión (casillas nº 7 y 8) pueden adoptar una cierta aproximación de sus piezas en altura. En dos ocasiones, posiblemente para asegurar aún más esta parte, uno de los laterales de la entrada se recubre al exterior por una segunda capa de piedra seca. En conjunto, podría explicarse la solución técnica que aparece en todas las entradas de las casillas -también en las de cubierta con vigas de madera- como la colocación de un elemento horizontal muy resistente (denominado dintel y, en la zona, cabezal) que trasmite a sus dos extremos laterales el empuje vertical de los muros y la cubierta situados sobre él, de manera que debajo de esos dos extremos se han situado dos fragmentos finales de muro (las perneras o jambas) que se componen normalmente de grandes piezas bien asentadas y encargadas de transferir ese empuje vertical hasta el suelo. Y tan duradera resulta esta solución que, cual auténtico esqueleto descarnado, muchas veces resiste como el único resto visible de muchas casillas que han quedado en ruinas. Tanto para el cabezal como para las perneras, tal como hemos dicho, se reservaban las piedras de mayor tamaño y de forma más regular que, tal como nos contaron en Grisel recibían el nombre de "losas" y "había que buscarlas más bien excavando en canteras". Tal vez esta búsqueda se realizase, de modo más bien fortuito, únicamente para las piezas del cabezal que, tal como nos contaron "se encontraban, mira, decías, esa piedra valdría para eso". Y es que causa verdadera impresión contemplar las grandes losas más o menos planas que sirven de dintel para la totalidad de las casillas de pico en La Ciesma, de tamaño desproporcionadamente grande con respecto a las otras piezas de la obra. En algunos casos, este cabezal se resuelve mediante dos losas situadas una detrás de otra (en ciertos casos la trasera de menor tamaño que la delantera) pero en la mayoría de las casillas de pico el cabezal es completamente monolítico, llegando en alguna ocasión a presentar evidentes muestras de haber sido tallado toscamente para regularizar todavía más sus caras y mejorar así tanto su aspecto como el asentamiento sobre él de las piedras de la hilada superior. Frente a la omnipresencia y calidad de realización de las entradas, brillan por su total ausencia en las casillas de pico los otros dos tipos de vanos que, en comparación con otros ejemplos de casetas similares, podrían aparecer en ellas: las ventanas y las salidas de humos o chimeneas. Una vez dentro de las casillas, la principal huella de su empleo humano son las muy comunes manchas de humo que ennegrecen las piedras de su interior. A pesar de su presencia generalizada como testimonio mudo de los cientos de fuegos que se encendieron en su interior, en muchas de las casillas y especialmente en las que presentan algún problema de peligro de desmoronamiento, de ellas tan apenas queda algún rastro aislado entre las franjas de color terroso que cubren ahora las piedras, fruto del lavado del agua de las filtraciones que arrastra la tierra del interior de los muros y la va depositando como una fina película sobre las paredes del interior. El siguiente elemento más abundante son las losas planas que se encuentran en muchas de las casillas sobre el suelo llano y de tierra firme de todas ellas. Son rústicos pero prácticos asientos que permiten un uso algo más cómodo del interior. Otra señal de la mala conservación de los muros puede hallarse precisamente en ese suelo de tierra cuando se halla surcado de pequeños huecos producidos por el goteo periódico de filtraciones del agua de lluvia. Un elemento mucho menos frecuente es un palo o rama que se ha incrustado en la parte media-alta del muro interior y que debía de utilizarse a modo de rudimentaria percha. Los demás elementos habilitados para facilitar el aguante o soporte de objetos como prendas de vestir, pequeños objetos o, tal vez, sistemas de iluminación como candiles o velas, resultan excepcionales y se han encontrado en casillas muy puntuales. Son la piedra alargada e incrustada a modo de percha, la que se dejó sobresaliente para que sirviese de pequeña repisa y el pequeño hueco en el muro como minúsculo aparador que recibe en la comarca (Gargallo, 1987: 476) el nombre de cancel.. Nuevas huellas del uso humano, muchas de ellas de su más reciente uso, son ciertos elementos que han aparecido esporádicamente en algunas casillas como fajos de leña preparados para su posible uso en el fuego, una paca de paja, latas usadas, plásticos, un bolígrafo o una antigua herradura herrumbrosa. Otra muestra involuntaria de este uso son las marcas encontradas en la parte inferior del cabezal de una casilla (la nº 27) que señalan el arrastre entre el interior y el exterior de algún objeto duro y voluminoso. Por último, y por desgracia en un número muy reducido, se han encontrado asimismo algunas inscripciones. Su descripción y transcripción es la siguiente: -Casilla nº 7. Rascado en la cara lisa de una piedra del muro interior a media altura: "MA (...)". -Casilla nº 8. Escrito con lapicero en la parte interior de una jamba de la entrada: "El que (...)". -Casilla nº 20. Rascado en la cara plana y ennegrecida de una piedra del muro a media altura: (ilegible). -Casilla nº 22. Rascado en la parte central de una de las jambas de la entrada: "Dia 11-7--44 Pilar P(...)". -Casilla nº 26. Rascado sobre la cara interior del dintel de la entrada: "M S". De ellas tan apenas puede aventurarse la elección preferente de la entrada, muy común en todo tipo de construcciones de la arquitectura popular, y de la zona de media altura de los muros interiores, muy accesible desde la posición de sentado en el interior de la casilla. Su contenido parece tener que ver con el nombre de la persona que la realizaba, los probables usuarios puntuales o regulares de la casilla y, por su factura, parecen corresponder todas (menos la fechada) a las últimas décadas del siglo XX y, por tanto, son muy posteriores a su construcción y uso original. Cabe lamentar especialmente la ausencia casi total de fechas inscritas.
Una vez determinadas las principales características técnicas y arquitectónicas de las casillas de pico, podría establecerse una división entre ellas en base a tres tipos diferentes. El más numeroso y extendido es el de las que podrían denominarse genéricamente casillas de pico, de las que se conserva un buen número de ejemplares. Su características principales se resumen en un emplazamiento en ladera entre antiguas parcelas de cultivo, una planta circular de diámetro entre los 2,7 y los 3,4 m y en la que la entrada se abre a favor de la pendiente y mirando hacia el cuadrante NE, un alzado de altura interior entre los 2,8 y los 3,2 m construido a partir únicamente de piedras calizas o areniscas sin tallar y según la técnica de la piedra seca y que suele insertarse en su parte trasera en la ladera, una cubierta que parece arrancar desde el suelo y que se resuelve mediante una falsa cúpula por aproximación de hiladas, y una entrada formada por jambas de piezas de gran tamaño y un llamativo dintel o cabezal lítico formado por una o, menos frecuentemente, dos grandes losas planas. Algunas excepciones significativas podrían establecerse dentro de esta tipología en razón especialmente a sus dimensiones: por su tamaño pequeño destaca la tantas veces nombrada casilla nº 15, explicable por su ubicación al margen del resto del grupo fuera del monte de La Ciesma, y por sus grandes dimensiones destacan tres casos de diferente índole: por un lado las casillas nº 2 y 3, muy cercanas entre si y que se distinguen (tal vez por la voluntad de su constructor por razones de prestigio o competencia (Ibáñez y Casabona, en prensa)) como los dos ejemplares de mayor prestancia de todo el grupo y, por otro lado, la casilla nº 5 que ha perdido casi completamente su cubierta pero que por su ubicación junto al camino que se dirigía desde Grisel al Moncayo, por la orientación de su entrada hacia el norte, por las inusuales dimensiones de su planta y, según lo que puede apreciarse, por las posibles diferencias técnicas de su primitiva cubierta, podría constituir un tipo de construcción radicalmente diferente al resto, siendo tal vez el vestigio de uno de los pozos de hielo de los denominados de aprovisionamiento que, tal como hemos comprobado en el capítulo anterior, llegaron a construirse y utilizarse en Grisel. La segunda tipología en número es la que podríamos denominar casilla-cueva y que se diferencia de la generalidad no por sus dimensiones o forma sino por la técnica empleada, basada en este caso en el ahorro de la construcción de muros mediante la excavación. Otra pequeña particularidad de estas casillas-cueva es la presencia habitual de pequeñas cubiertas horizontales, en pasillos o entradas, elaboradas a partir de la superposición en altura de vigas de madera, un entramado vegetal y una capa final de tierra. La última tipología reseñable es la de la casilla inserta o anexa a una barrera. Debido al avanzado grado de ruina de los tres ejemplares de este tipo que hemos podido catalogar, quedaremos en dudas sobre la realización final de su cubierta y sobre sus medidas, tipo de entrada, etc. A pesar de ello, puede concretarse su particular ubicación en la llanura de la cumbre de La Ciesma y sus menores dimensiones en comparación con las demás.
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