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Las casillas de picode La Ciesma en Grisel                                                               Joaquín Marco &  Felix A. Rivas 

 

Las casillas de pico

Y un reflejo material

El siguiente apartado cuenta entre sus principales fuentes de información con el testimonio de buena parte de las personas mayores que todavía residen en Grisel, casi todos hombres y alguna mujer que contaban entre los 71 y los 87 años de edad. Este testimonio fue recopilado en una serie de entrevistas realizadas durante los meses de julio y agosto del año 2000 y en un último momento del mes de febrero del año 2001.

 

... ADAPTADO A/DE LAS CONDICIONES AMBIENTALES

"estaba segando, tiré la hoz porque es todo acero,

y me metí en la casilla"

          Entre las razones que deben analizarse para poder explicar la presencia de tal número de casillas resueltas mediante un mismo tipo de solución arquitectónica, se encuentran en primer lugar las potencialidades y limitaciones del medio en que se encuentran. Hasta qué punto estas limitaciones y posibilidades que ofrece el entorno pueden determinar en si mismas la elección concreta de un tipo de caseta determinado es algo que cabe matizar. Algún autor (Olmos, 1995: 81) ha apuntado como reflexión general que en construcciones de un tipo muy similar a las de La Ciesma "priman más los criterios de adaptación al medio que los estrictamente productivos". En nuestra opinión, podría interpretarse más bien (y a ello vamos a dedicar las próximas páginas) que, en unas circunstancias históricas marcadas por una significativa autarquía local (a la que la técnica de la piedra seca, como hemos visto, se adaptaba perfectamente) y una íntima relación de las actividades socioeconómicas con el entorno y los ciclos de la naturaleza, estos criterios de la influencia del entorno y de las actividades productivas presentarían un alto grado de unión e interrelación.

Pero centrándonos en primer lugar en las limitaciones que el entorno natural imponía de manera ineludible para la construcción de las casillas de pico estudiadas, hay que señalar cómo una de las principales es la del material geológico presente en la zona. Entre la amplia variedad de materiales y rocas como arcillas, margas, areniscas, calizas y yesos, hemos visto que los constructores de las casillas eligieron aquellos cuya consistencia suficiente los hacía utilizables como mampuestos: las calizas y, en menor medida, las areniscas.

La presencia de abundantes materiales pétreos consistentes entre otros de menor dureza y solidez pudo además, en términos más generales, influir por la facilidad que suponía a la hora de conseguir piezas para levantar las casillas en La Ciesma, tal como suele pasar en otros muchos casos (Ibáñez y Casabona, en prensa) de zonas muy pedregosas y escasa cubierta vegetal. Esta ausencia de vegetación se da también en La Ciesma, más bien fruto de la influencia humana sobre el territorio aunque asimismo favorecida por las condiciones bioclimáticas semiáridas del Valle del Ebro.

A pesar de este carácter semiárido (o tal vez a causa de las irregulares pero en ocasiones significativas precipitaciones de lluvia que suele registrar), la primera de las adaptaciones de las casillas de pico a su medio climático es, tal como hemos visto, la situación de su entrada a favor de la pendiente de la ladera con la intención de impedir la entrada del agua de lluvia en el interior.

Otras características del medio climático de la zona van a resultar mucho más decisivas en la construcción y uso de las casillas. Son el registro habitual de temperaturas extremadas tanto en las dos estaciones de invierno y verano, como dentro de un mismo día entre las temperaturas del día y de la noche. Una última circunstancia es la presencia habitual de fuertes aunque breves tormentas con aparato eléctrico e intensa descarga de agua de lluvia en las tardes de verano.

En invierno, el principal agente atmosférico a combatir era el frío para lo que, tal y como queda resuelto en los vanos de las construcciones de arquitectura popular en zonas de carácter montañoso (Vidaller, 1996: 27), se trataba de evitar al máximo la pérdida de calor del interior reduciendo los vanos de la casilla al mínimo y, por tanto, limitándolos a la entrada única que recibe un tamaño relativamente pequeño. Para aprovechar mejor la radiación solar de las mañanas y no permitir la entrada del gélido cierzo, también se solían colocar las entradas abriendo al cuadrante noreste. Otra manera, más bien puntual, de protegerse del frío consistía en añadir un muro lateral o abrigallo a la casilla que la defendiese de la llegada del temido cierzo desde el noroeste. Y otra, mucho más extendida, era la de encender fuego en su interior para contrarrestar las bajas temperaturas del exterior. Huellas de estos fuegos son las abundantes manchas de humo en el interior de las cubiertas de muchas casillas que, aunque parezca extraño a nuestros ojos actuales, carecían de cualquier conducto de salida de humos (considerado seguramente innecesario y por lo tanto prescindible para sus constructores y usuarios) aunque, en compensación, ofrecieran la garantía de su completo carácter ignífugo. En un cercano pueblo de Monegros, con unas casetas llamadas "tambores" muy parecidas a las de Grisel, se han recogido testimonios (Benito y Monesma, 1999: 9) según los cuales era práctica habitual, mientras se efectuaba la poda de las viñas en invierno, que se echaran en el punto central de la caseta unos fajuelos y se les prendiese fuego para que, cuando llegaba la hora de comer o descansar, los muros de la caseta conservaran el calor de la hoguera, las brasas permitiesen asar la comida o ayudar a calentarse y los labradores pudiesen apoyar los riñones en las paredes interiores que proporcionaban un calor tibio y agradable.

Mucho más comentada por nuestros entrevistados fue la utilización de las casillas como protección contra el calor de la primavera y el verano. El importante aislamiento térmico que suponían los muros de piedra permitía que los labradores buscasen la sombra y la "fresca" de su interior en diferentes ocasiones: ya para guardar la merienda y el botijo para que el agua se conservara más agradable (Otro método para mantener fresca el agua del botijo en el tiempo de la siega consistía en cortar unos fajos de trigo y hacer con ellos una pequeña protección para el botijo (Alcaine, 2000 b: 11)), ya mientras labraban o segaban para descansar a mediodía, tomar la comida o después de comer, durante las horas de mayor radiación solar. También nos contaron que "los pastores que andaban por el monte, si les venía bien" hacían uso de la protección de las casillas de pico en cualquier época del año.

Pero con diferencia, la circunstancia climatológica que más espacio ocupa en el recuerdo del uso de las casillas de pico es la de las repentinas lluvias de las tormentas o tronadas, especialmente comunes las tardes de verano pero tampoco raras en la primavera y el otoño. Para librarse de esas sorpresivas lluvias, era conveniente tener cerca una casilla y, sobre todo, estar bien atento pues "si había tormenta, como esperases, cuando llegases te habías calau". Este hecho nos puede explicar además la aparentemente contradictoria relación entre la abundancia de casillas de pico en La Ciesma y la relativamente cercana presencia del núcleo de Grisel (entre 10 y 30 minutos caminando).

Y no solo se buscaba un refugio del agua sino también del evidente peligro físico que suponía la descarga eléctrica de un rayo. Por ello, se tenía bien cuidado de alejarse de los aperos que fuesen de metal. Otro hecho excepcional que se producía en las últimas décadas de utilización de las casillas de pico, en el caso de la amenaza cercana de una tormenta, era el de la entrada en las casillas de las propias caballerías que ayudaban en el trabajo del campo. Muchos de los entrevistados nos contaron este hecho como uno de los más significativos del uso de las casillas de pico aunque no fuera lo habitual ni las propias casillas, por la poca altura de sus entradas, estuvieran concebidas para ello. De hecho, nos contaron que "cuando había tormenta aunque las caballerías no cogían, se encogían ellas y se metían" o que "si no estaba muy malo venía muy justo para meter las mulas pero cuando se ponía la cosa un poco fea ya se metían, tampoco eran muy grandes las mulas pero, vamos, contadas ocasiones".

A pesar de todo ello, algún labrador nos advirtió de la peligrosidad de las propias casillas de pico en caso de tronada debido a que "al acabar en pico acudía el rayo", circunstancia que, unida a la esporádica entrada de caballerías en contadas ocasiones dio origen al episodio más conocido entre los usuarios de las casillas y, en general, entre los habitantes de Grisel. Cuentan que corría la década de 1920 cuando dos jóvenes, "el padre de la Pilarín y su hermano", estaban segando "con el garrotillo en la boca para atar los haces" en el Alto Vera (una partida de La Ciesma), y "empezó una tormenta grande". Mientras el hermano se cobijaba en unos fajos de mies, el otro joven se metió en una casilla de pico con varias caballerías y los bastes. Entonces cayó un rayo en la casilla y el hermano encontró al otro inconsciente, "lo subió sobre una caballería y lo bajó al pueblo donde estuvo ocho días hasta que 'echó el humo'. A partir de aquello, en la Banda de Grisel le decían 'El Rayo' y se le conocía por ese nombre en todo el Somontano".

 

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