Volver al Índice

Serie "Núcleos deshabitados"  nº1 FOCES                                                                                         Manuel Benito Moliner 

FOCES

INTRODUCCIÓN

Una de las primeras travesías por el Somontano Oscense me llevó desde Bierge a Ibieca, siguiendo el viejo camino romano que se cita más abajo. De Bierge se cruzaba por el Puente de las Aguas, señalizado en lo alto por la ermita-faro de San José de Casbas. De aquí se cruzaba por el despoblado de Bascués hacia Ibieca. Ya en la Vida de Pedro Saputo había leído interesantes cosas de Bascués y Foces, relacionadas con el cultivo del vino, la sapiencia que hoy llamaríamos enológica, y su desaparición. Desde aquél año de 1980, muchas cosas han cambiado en el paisaje: Bierge ha conseguido mantener su mermada población, e incrementarla extraordinariamente en verano. El Puente de las Aguas -de dos ojos- ya no existe, el Alcanadre lo arrastró en una de sus avenidas. La ermita de San José sigue en pie restaurada, aunque la actuación llevó consigo el derribo de la casa de los ermitaños. Casbas sigue luchando por mantener en pie su magnífica parroquial, llena de curiosidades deterioradas por el abandono. Bascués ha perdido su cillero, el yacimiento arqueológico que daba materiales romanos y restos de la población que allí hubo hasta el XVII y las vides, pero los casbantinos restauraron la ermita cuando estaba a punto de venirse abajo.

Foces sigue renqueante desde entonces. He vuelto innumerables veces a esta ermita, y a sus alrededores, para mostrar el rico patrimonio que alberga este paisaje somontanés. Incluso estuve ejerciendo la medicina por estos parajes durante unos meses, lo que me permitió dar paseos y obtener valiosas informaciones de sus habitantes, como la de la Piedra Mora, que más tarde me llevaría a identificar toda una red de rocas fertilizadoras sobre las que trabajo en la actualidad.

En cada visita se ha ido perdiendo información, ya no recuerdan donde estaban las manchas de sangre que dejaron los monjes en su cruenta decapitación, ni la antigua ubicación del pueblo que tuvo iglesia del obispado oscense, ni las dependencias monacales cuyos arranques aún se ven en una foto de comienzos del XX. Pero Foces suministra información constantemente, de forma casual muchas veces, como cuando vimos e interpretamos el reloj gótico de sol en su fachada solanera. O simplemente leyendo viejos libros como el que nos habla de los testamentos de Artal de Foces señor de Huerto, quien con gran entusiasmo entre los años 1249 y 1259, hace varias donaciones para ser enterrado allí con su padre y su mujer, para unos años después -1276- desdecirse y trasladar lo que sería su sepultura al convento de Santa Clara, en Huesca.

Foces no podrá llegarse a conocer nunca, cuantas más noticias aparecen, más informaciones y opiniones se recaban, mayor es el enigma que envuelve su desaparición y el prematuro abandono de la familia que lo creó como panteón, siguiendo las costumbres medievales que ya venían de lejos. Allí, en esa esquiva historia, radica la fascinación del sitio y de los acontecimientos que por allí ocurrieron.

 

Volver al Índice