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Las  "cabañas" (cuevas excavadas de habitación temporal)                                                             Felix A. Rivas

 

 Otra mirada a las construcciones

(dentro de un ámbito geográfico mayor)

Resulta difícil establecer con precisión el lugar que ocupan las cabañas y demás construcciones secundarias del entorno de la carretera Épila-Muel dentro del conjunto de las construcciones secundarias de la arquitectura popular aragonesa o aún en el patrimonio etnológico común europeo. Son pocos los estudios que hasta ahora se han ocupado de esta parte de nuestro patrimonio cultural, y muchos de ellos sumamente fraccionarios o muy difíciles de localizar, aunque en los últimos años se haya experimentado un impulso notable desde el estudio y el interés hacia estas construcciones.

El caso de las cabañas o cuevas excavadas de habitación temporal, la tipología central en este estudio, es posiblemente el más desconocido hasta ahora pues no ha sido posible localizar una sola mención o estudio sobre este tipo de arquitectura sustractiva en ningún tipo de publicación editada o electrónica.

Los labradores de Épila aportaron su conocimiento de la existencia de más cabañas excavadas "en Rueda y en Lumpiaque", y "en Pedrola o Alagón, una cabaña muy buena que van todavía los domingos a merendar, se va desde Monzalbarba". Además, el testimonio aportado por algunos colaboradores han señalado la presencia de otras cuevas excavadas de apoyo a las faenas agrícolas situadas en las localidades ya citadas de Rueda y Pedrola así como en los montes de Tauste (Información aportada por Miguel Ángel Pallarés.). Otro testimonio muy interesante es el referido a unas cuevas de habitación halladas en el término de Santistebe de Llitera/San Esteban de Litera (Información aportada por María José Calvo), ocupadas hasta los años 1950-1960, y cuya organización interior consiste en un vestíbulo a partir del cual el resto de las estancias avanzan en una dirección perpendicular al sentido de la entrada y, por tanto, paralelas a la fachada. Se conoce también el caso de alguna cueva aislada en los cortados cercanos al río Martín en Albalate del Arzobispo, con recinto exterior anexo y pesebres interiores adosados a la pared. Magra información como puede comprobarse para intentar establecer relaciones con otros casos similares, pero alentadoras en todo caso por las posibilidades que abren y por el valor que aportan al caso epilense que ha de destacar seguramente por su número, densidad, calidad y grado de conservación.

Muy contada y anecdótica es asimismo la información de la que se dispone acerca de las cuevas de refugio ocasional que, en todo caso, se reparten de manera dispersa por el conjunto de las comarcas aragonesas en las que el suelo y el relieve permiten la fácil excavación de un socorrido y pequeño refugio.

Algo más extensa es la bibliografía referida a las cuevas-vivienda, situadas como parte del casco urbano de las poblaciones y denominadas por los informantes de Épila y Muel simplemente 'cuevas'.

Las de Épila, muy numerosas (En un censo de 1971 (AME, 229-2) se cita un total de 124 cuevas indicando la calle o ubicación en que se localizan y si están cerradas o habitadas por gitanos. Y otra información (Loubes, 1985: 43) apunta un número total de 750.), remontan su origen a una cierta antigüedad que podría situarse con seguridad (Según prueban algunos documentos epilenses de solicitudes de construcción de "cueva-habitación" o "cueba para habitación" entre los años 1845-1847 (AME, 243-15, 16, 17 y 19).) más allá de la mitad del siglo XIX, al contrario que las cercanas de La Muela que parecen haber sido construidas (Gimeno, 1958: 133.) en las primeras décadas del siglo XX. Su distribución interna (Feduchi, 1976: 104-105.) se organiza a partir de un primer patio cubierto del que salen en sentido transversal algunas estancias como la cocina y de manera longitudinal otras de dormitorio o almacén. Pueden tener además una construcción anexa o incluso una segunda entrada independiente que abre a la zona reservada a los animales. Por la información oral local son vistas de la siguiente manera: "las cuevas tienen puerta, pasillo y habitaciones a los lados, hay cuevas de 100 m2. En vez de tabique se dejaba una holgura pa darle resistencia".

De las de Muel (Diap. 500), también muy antiguas (En un documento del año 1861 se cita ya la existencia de varias "casa-cueva intramuros" (AHPZ, Hacienda 89).), se han visitado dos casos en el Barrio Bajo, y presentan de igual manera nada más entrar un 'patio' o vestíbulo excavado a partir del cual se organiza el resto de la planta siendo lo más común encontrar la cocina a un lado del patio y que los dormitorios se extiendan tanto de manera paralela a la fachada como profundizando en la ladera, situándose siempre en el punto más profundo en ella la masadería. De esta manera podría considerarse una planta mixta con desarrollo tanto transversal como longitudinal aunque tal vez algo más pronunciado en éste último sentido en profundidad ya que puede llegar a presentarse algún caso hasta con un tercer nivel de habitaciones hacia el interior.

El conjunto de las cuevas-vivienda conocidas en Aragón (Allanegui, 1979: 110-111.) se distribuyen por la depresión del Ebro sobre todo en su flanco derecho, dentro de las comarcas de Tarazona y el Moncayo, Campo de Borja (Feduchi, 1976: 100 y García, 1960: 263-264.), Valdejalón, Zaragoza, Campo de Cariñena y Campo de Belchite, en terrenos arcillosos muy apropiados por su fácil excavación y su gran impermeabilidad. Las localizaciones concretas sobre las que se dispone alguna información publicada son, de oeste a este:

-Campo de Borja. Pueden contar con una construcción adosada cubierta a dos aguas y presentan patio de distribución y dos niveles de estancias en profundidad a la manera de las de Muel.

-Salillas de Jalón (Loubes, 1985: 52-53.). Su planta es muy original y consiste en un patio central, descubierto, excavado verticalmente y rodeado por un murete de protección, que distribuye las estancias en su entorno.

-La Muela (Gimeno, 1958: 130-132 y Loubes, 1985: 46.). Tienen patio a modo de vestíbulo y pueden presentar dos tipos de organización interna, una con las estancias dispuestas en una línea inmediatamente posterior a la fachada y otra con un segundo nivel de estancias en profundidad.

-Cariñena (Loubes, 1985: 54.). Poseen patio y las estancias se colocan en una línea paralela a la fachada.

-Juslibol (Allanegui, 1979: 115-119.) (barrio rural de Zaragoza). Se estructuran mediante un pasillo paralelo a la fachada al que abren las estancias en hilera, y en algunos casos llega a excavarse una segunda fila de estancias. Sobre la entrada tienen un característico alero de ramas, piedras y barro.

-Moyuela (Gargallo, 1992: 25-27.) (en la comarca de Campo de Belchite). Localizadas en una zona de estratos superpuestos de arcilla y conglomerados, lucen grandes chimeneas troncocónicas de mampostería y, en muchos casos, poseen una construcción anexa delante de la entrada.

Este conjunto, parte del más amplio de la zona central del Valle del Ebro, es uno de los cinco (www.premaat.es y Loubes, 1985: 42.) presentes en la Península Ibérica junto a los de Monsanto en Portugal, la Comunidad Valenciana y Albacete, Toledo, y Andalucía oriental.

Entre ellas, el grado de conocimiento y estudio es muy variable y por el momento pueden aportarse las siguientes características. En la Comunidad Valenciana (www.premaat.es y www.xarxamuseus.com.) se baraja la posibilidad del origen de estas construcciones en los inicios del siglo XVIII a raíz de un fenómeno de liberación de determinadas tierras, y se ha llevado a cabo alguna experiencia de recuperación con fines patrimoniales como la del Ecomuseo de Paterna. En Castilla-La Mancha (empresas.arrakis.es y www.hita.com.) se tienen noticias de cuevas-vivienda al menos en Sahagún y en Hita, donde reciben el nombre de 'bodegos' y parecen presentar un origen medieval. Y en Andalucía (Loubes, 1985: 53-56, Urdiales, 1984-1985: 96 y www.casas-cueva.es.), donde se ha llevado adelante varias experiencias de recuperación de cuevas con fines turísticos, se alternan el modelo de planta con patio y desarrollo de la planta tanto transversal como longitudinal con el de colocación de las estancias detrás de la línea de fachada a la que se puede añadir en algunos casos un segundo nivel trasero de estancias. Acerca de estas últimas cuevas conocemos también que eran elaboradas por 'especialistas', y que puede no darse ningún tipo de marginación o identificación de las viviendas trogloditas con las capas más pobres de la población.

Esta identificación, en cambio, entre la cueva y los grupos sociales económicamente desposeídos (Urdiales, 1984-1985: 98.) parece que ha funcionado de manera tradicional y continúa prolongándose en los casos que siguen siendo utilizadas las cuevas hasta nuestros días en determinadas poblaciones. Por esto mismo puede explicarse que la gran mayoría de estas cuevas-vivienda, aunque con raíces ancladas en periodos históricos más o menos lejanos, pertenezcan al desarrollo del fenómeno troglodítico del siglo XIX y los comienzos del siglo XX como parte del proceso de desarrollo urbano de las sociedades capitalistas (Urdiales, 1984-1985: 99.).

En resumen, y dejando de lado la extraña tipología de las cuevas con patio descubierto central de Salillas de Jalón (Curiosamente, muy parecidas a las de las regiones tunecina de Matmata y china de Henan (Loubes, 1985: 51-53).), pueden considerarse dos tipos principales de plantas en las cuevas-vivienda: la primera extendida en sentido transversal a la entrada en una línea paralela a la fachada (en La Muela, Cariñena, Juslibol y Andalucía), y la segunda de tipo mixto con un patio cubierto de distribución a partir del cual surgen dos ejes de estancias, uno longitudinal hacia la profundidad y otro transversal paralelo a la fachada (en Campo de Borja, Épila, La Muela, Muel y Andalucía).

Varios autores (Gimeno, 1958: 130, Loubes, 1985: 54-55 y Urdiales, 1984-1985: 96.) parecen hacen depender estas diferencias exclusivamente de la adaptación a las condiciones climáticas de cada entorno por las que en latitudes más septentrionales se daría preferencia a la disposición paralela a la fachada para favorecer la insolación del interior, a pesar de no cumplirse esta regla tal como hemos podido comprobar en muchos de los casos. Podría quizás considerarse el primer tipo de planta como más propio de una habitación excavada mientras que el segundo tal vez pudiese ser una trasposición bajo tierra del modelo extendido de vivienda construida que se organiza en planta a partir de un vestíbulo cubierto en la entrada o 'patio' en Aragón.

Y al lado de todos estos casos destaca el de las cabañas de Épila en las que, a las circunstancias geográficas, se añadieron las derivadas de cuestiones funcionales que fueron las que acabaron concretando un tipo de planta absolutamente original y perfectamente adaptada a su función de habitación temporal como apoyo a las faenas agrícolas y, por tanto, para el albergue y refugio de labradores y animales de labor.

Las casetas, a pesar de ser una de la construcciones más numerosas en nuestro paisaje rural (tal vez la más numerosa de todas), es sin embargo una de las que menor atención han recibido en los estudios de la arquitectura popular dispersa. En concreto, estos estudios se han centrado casi exclusivamente en las tipologías de piedra seca y cubierta por falsa cúpula por aproximación de hiladas. Resulta muy complicado, por tanto, intentar situar el conjunto de las casetas del entorno de la carretera Épila-Muel dentro de un ámbito mayor aunque no puede dejar de resaltarse la presencia de la particular tipología de la caseta de habitación temporal, de aspecto espectacular y original desarrollo interno de la planta, junto a las abundantes casetas de apoyo o de labor, de tamaño menor pero con soluciones interesantes como la permanencia de las cubiertas acabadas en tierra y arcilla, y las escasas pero muy originales casetas de refugio entre las que destacan aquellas que aprovechan un abrigo previamente construido.

Aunque, en originalidad, posiblemente la palma se la lleven los propios abrigos que, al menos en lo que depende de cuanto publicado ha podido localizarse, no se tiene ninguna otra noticia de su presencia en Aragón y tan solo se ha realizado algún breve apunte o resumen sobre esta tipología de refugio cortavientos en Castilla y Leon (Sánchez y Carricajo, 1995: 108-109.) y en el departamento francés de Ardèche (Raimbault y Rouchouse, 1997.). Los abrigos, o coupe-vents, de ambos emplazamientos presentan características análogas a los epilenses aunque los franceses parecen estar más vinculados a la actividad pastoril.

Tampoco son nada comunes las publicaciones sobre pozos o aljibes, salvando los ya famosos excavados en la roca de la zona de la Llitera (Biarge y Biarge, 2000 b, 132-135 y Sabaté, 2001.). Del tipo de los presentes en Épila y Muel, existe alguna mención a los recientemente restaurados pozos de La Muela (Allanegui, 1982: 46 y Gimeno, 1958: 129.) y, en publicaciones aisladas, a los pozos del tipo de aljibes descubiertos y sin muro de protección, en la Comunidad Valenciana (García y Zaragozá, 2000: 17 y 24.) y en Monegros (Pedrocchi, 1998: 76.) donde reciben el nombre de 'balsa buena' y pueden tener una escalera de obra que desciende hasta su interior. Por todo ello podría pensarse que son más abundantes de lo que dan a entender las referencias bibliográficas, aunque siempre en zonas de carácter árido o estepario y en pocas ocasiones con la calidad y dimensiones de alguno de los de Épila o Muel.

No son nada abundantes tampoco las referencias a las balsas de ganado en la bibliografía consultada y tan apenas puede contarse con algunas referencias (Gargallo, 1992: 65, Marco, 1998: 181 y Pedrocchi, 1998: 75.) sobre su modo de construcción o ciertas condiciones de su uso como la necesidad de romper en invierno el hielo de su superficie para que el rebaño pudiera abrevar. Sí son relativamente frecuentes las referencias a su importancia en épocas pasadas (Fernández, 1993 a: 165-166, Fernández, 1995 y Fernández, 1996: 1377-1379.) con información acerca de su mantenimiento o los frecuentes pleitos que provocaba su uso.

Tampoco podrán extraerse demasiadas consecuencias de la comparación de las parideras inventariadas frente a las numerosas presentes en Aragón (Rivas, 2000 b.) y su entorno, aunque todo parece indicar que no ofrecen grandes variaciones y responden a un modelo común a todo el valle central del Ebro.

Mención aparte merecen los mojones y el pilón. Los mojones, como hemos visto, podían señalizar tanto los límites de un término municipal o partida como la extensión de una cabañera. Para este último cometido, se conocen algunas otras tipologías (Biarge y Biarge, 2000 a: 115 y 142.) como una muy parecida al pilón en Bonansa o un pilar de losas rematado por una cruz de piedra en Letosa (Somontano de Barbastro). Como señal de límite de término municipal era común que se situase en sitios elevados y se sabe de la existencia de tipologías diferentes a las señaladas en Épila como una o dos cruces talladas en la roca en Lupiñén (Biarge y Biarge, 2000 a: 152.) y Fonz (Observación directa del autor.). También, en un documento del siglo XVIII referente a la comarca de Sobrarbe (López, 1999.), se encuentran reseñados varios tipos como un montón de piedras, dos cruces de madera, o "una buega con sus filluelas" que consistía en una piedra grande hincada y flanqueada por otras dos más pequeñas.

Esta misma función de señal de término la pueden cumplir ejemplos de pilones muy similares al aparecido en la Plana de Muel. Se conocen varios ejemplos (Biarge y Biarge, 2000 b: 156-157.) tanto en los Pirineos como en Monegros.

En otros casos referidos a los Pirineos se ha apuntado que los pilones eran levantados por los pastores en los puertos o pastos de verano (Garcés, Gavín y Satué, 1991: 116.), tal vez para que les sirviera como puntos de referencia y orientación (Krüger, 1995: 22 y fig. 3.) en sus desplazamientos o en circunstancias atmosféricas adversas.

Todas estas posibilidades parecen coincidir en parte con la información recogida sobre el pilón de Muel que, incluso, con la posibilidad ya apuntada de su condición de depósito de material de construcción, podría hacer completar las funciones de los pilones pirenaicos, tal vez usados con este mismo cometido por los pastores para sus construcciones de albergue.

En cualquier caso, queda abierta esta discusión aguardando una posible investigación más profunda y detallada.

 

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