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Las  "cabañas" (cuevas excavadas de habitación temporal)                                                             Felix A. Rivas

 

 Una mirada global  (al inventario de construcciones secundarias)

A través del medio geográfico

Mediante una compleja infraestructura construida compuesta por cabañas, casetas, abrigos, pozos, balsas, parideras y mojones, los labradores y pastores de Épila y Muel han intentado en cierta manera adecuar y modificar el medio geográfico en que se encuentran a la medida de sus propias necesidades, sin pretender en todo caso (Urdiales, 1984-1985: 89.) una transformación radical del entorno.

Otra manera de considerar esta situación es viéndola asimismo como una interacción entre ser humano y medio geográfico, cuyo resultado es el paisaje y todos sus elementos, y que no produce únicamente la modificación del entorno a favor de las necesidades humanas, sino también un cambio o adaptación del ser humano y de sus manifestaciones socioculturales a las potencialidades y limitaciones que presenta el entorno concreto que estamos considerando. De esta manera se entremezclan potencialidades y limitaciones del medio con aprovechamientos y adaptaciones tanto del medio por el ser humano como de las propias potencialidades y limitaciones del ser humano como ente social ante sus intercambios con el entorno.

Una primera limitación del medio son sus distancias en relación a la capacidad de movilidad del ser humano y al reparto geográfico de su sistema de poblamiento. Considerando que durante la época de utilización regular de las construcciones inventariadas la única fuerza de transporte de ayuda a las personas eran las caballerías y que el poblamiento de esta zona se basa en una gran dispersión ejemplarizada en la existencia de dos únicos núcleos de población en ambos extremos de una banda de más de veinte quilómetros de anchura, resulta comprensible que se acabase desarrollando una tupida red de infraestructuras que permitiesen la explotación de la mayor cantidad posible de terreno dentro de la zona prospectada.

En esta red de construcciones, compuesta de cientos de puntos de referencia, pueden apreciarse además dos bandas concéntricas con respecto a los puntos centrales localizados en los núcleos de población de Épila y Muel. La primera de ellas abarca una extensión que comprende todos aquellos puntos a los que se podía llegar tras un máximo de dos horas de camino, y que en Épila llega aproximadamente hasta la línea de la autovía de Madrid (Hay que tener en cuenta que esta división arbitraria del término de Épila a uno y otro lado de la N-II es relativamente reciente pues se tiene noticia de que, al menos durante el siglo XIX, este camino carretero entre Zaragoza y Madrid discurría por la misma vega del río Jalón (Madoz, 1985: 154).), y en Muel ocupa la casi totalidad de la franja occidental de su término municipal. En esta primera banda es en la que abundan los abrigos y las cabañas y casetas de refugio ocasional.

La segunda de estas bandas, a partir de las dos horas de camino desde los pueblos, es especialmente importante en el término de Épila. En ella, la infraestructura predominante pasa a ser la de habitación temporal protagonizada por cabañas excavadas en Épila y por cabañas de obra en Muel, ambas perfectamente equipadas en su interior con diversas estancias y elementos para esta función. Y aún en estos casos, el acceso a los campos de cultivo no tenía por qué ser cercano ya que la situación de cabañas y casetas podía no ser contigua a las parcelas de sus respectivos ocupantes merced a otras razones de tipo sociocultural.

Todo esto en cuanto a la infraestructura de apoyo a las faenas agrícolas. Pero en lo referente al tema pastoril, sus construcciones de apoyo (parideras, balsas y mojones de señalización de pasos ganaderos) se encuentran más dispersas por todo el término, exceptuando el entorno más cercano a las poblaciones, y no parece presentar características especiales según la distancia a los núcleos de población.

Otra manera, complementaria con la anterior, de controlar y adaptar el entorno geográfico es el uso de ciertas tipologías como mojones, parideras o pozos a modo de hitos materiales y simbólicos que 'humanizan' el paisaje y lo hacen mensurable y transmisible para y entre los componentes de la comunidad que se desarrolla en él.

La geología, todavía más en este caso de presencia de arquitecturas excavadas, puede sospecharse de antemano que será un factor de primer orden para comprender las razones y particularidades de la respuesta humana a su necesidad de adaptación al medio. Con sus potencialidades permitirá el desarrollo de unas expresiones materiales y con sus limitaciones impondrá la ausencia de otras. Y el ser humano supo aprovechar bien lo potencial y adaptarse de igual manera a sus limitaciones.

Podemos establecer dos zonas bien diferenciadas según sus características geológicas. En el pequeño fragmento del promontorio calcáreo de la plana de La Muela, los relieves completamente llanos dificultan la excavación de arquitecturas subterráneas y el alto contenido de su suelo en losas y piedras facilitó la erección de construcciones a partir de piedra seca como el abrigo o el sorprendente pilón. También este substrato calizo fue aprovechado en cabezos y puntos aislados como canteras de las que extraer las piedras necesarias para la construcción de casetas, pozos y parideras.

El resto de la zona prospectada es un amplio valle sin relieves destacados, lo que debió de posibilitar en general su humanización desde muy antiguo. Su composición litológica a base de areniscas, conglomerados, arcillas y margas (más abundantes en el término de Muel) (Lapeña, 2000: 19.), favoreció la excavación de estas cabañas debido a su baja dureza, su tendencia a la impermeabilización y el frecuente contacto entre materiales de diferente dureza. Además, sus suaves desniveles permitían alcanzar sin grandes dificultades un frente de entrada para las cabañas excavadas.

De la posición de la zona en un lateral del Valle Medio del Ebro, ya próximo (Épila se encuentra a 336 m sobre el nivel del mar y Muel a 424 m.) a las primeras estribaciones del extremo noreste del Sistema Ibérico, se derivan las características definitorias de su clima. Con un carácter mediterráneo-continental, sus notas principales son las escasas (En Muel las precipitaciones anuales solo alcanzan los 390 mm y en Épila los 333 mm.) e irregulares precipitaciones que pueden llegar a ser torrenciales, la práctica ausencia de estaciones intermedias (Lapeña, 2000: 18.) con veranos muy cálidos e inviernos largos y fríos, y el carácter extremado de las temperaturas que pueden llegar a alcanzar notables variaciones tanto entre el día y la noche como entre el verano y el invierno. Una última nota a destacar es la presencia habitual del cierzo, un viento seco y frío que resulta de la descarga de lluvia de las masas frías llegadas del Océano Atlántico en las cadenas montañosas de las costas y de su consiguiente encajonamiento en el Valle del Ebro por el que corre siempre con una nítida dirección NW-SE.

En conjunto, la actividad humana tendrá como objetivo primordial en este campo atemperar este duro ambiente exterior (Loubes, 1985: 119.) creando las condiciones artificiales de un microclima más suave y que amortigüe las significativas variaciones de temperatura que se producen en este tipo de climas. Frente a todas ellas, como veremos, serán las arquitecturas excavadas (Tal como suele ocurrir en muchos otros lugares del planeta con similares regímenes climáticos de carácter árido (Urdiales, 1984-1985: 96).) quienes ofrezcan las soluciones más satisfactorias en todos los aspectos.

El primero de ellos, en el que las cabañas excavadas se van a mostrar con unas posibilidades mayores que las demás tipologías, va a ser en el intento de suavizar las altas temperaturas diurnas que pueden llegar a alcanzarse durante los meses estivales. Frente a la relativamente buena capacidad aislante que pueden presentar algunos materiales tradicionales de construcción como los adobes, la máxima inercia térmica de los materiales de aislamiento del interior de la construcción se consigue con el enterramiento total (Loubes, 1985: 7. Se calcula que cualquier espesor suplementario de un metro vertical de tierra llega a reducir las variaciones anuales de temperatura en una relación de dos tercios (Loubes, 1985: 121).) de la unidad constructiva. De hecho, este mantenimiento de una temperatura más acorde a las necesidades humanas durante las jornadas estivales ha podido ser comprobado durante el trabajo de campo en el que se registraron temperaturas en el interior de las cabañas que no superaron en las muestras recogidas los 25º centígrados.

Muchas y más diversas estrategias son las que intentan amortiguar los rigores de los fríos invernales. Destaca la presencia de uno de los equipamientos principales en muchas cabañas y casetas, el fogón, un lugar reservado en el interior de estas construcciones para tener controlado un fuego con el que calentar el interior en momentos de bajas temperaturas. Además, la concepción general de unidades compactas y con pocos o diminutos vanos que las comuniquen con el exterior debe responder a esta idea de aislar en la medida de lo posible el interior a calentar (no solo con el fuego sino también con el calor corporal de personas y caballerías así como con mantas u otros abrigos) del frío exterior. Por ello, las entradas de cabañas y casetas se orientan preferentemente a los puntos cardinales de mayor insolación y condiciones más benignas, este y sur, y los vanos se reducen todo lo posible hasta llegar a su máxima expresión en la falta de ventanas de las cabañas excavadas y a su desarrollo en profundidad en lugar de paralelo a la ladera.

Además, en algunas casetas, los pequeños ventanos con los que cuentan pueden emplearse como sencillos reguladores de la temperatura interior mediante la fácil operación de taparlos o destaparlos con trapos o periódicos.

Una mención aparte en esta lucha denodada contra el frío merece la acción particular del cierzo, contra la que llega a desarrollarse incluso una tipología individualizada: el abrigo. Junto a él pueden nombrarse otras estrategias como el recrecimiento de los laterales de los pasillos de cabañas o la aversión por la orientación noroeste en las entradas a cabañas y casetas. También hay que nombrar una táctica que busca evitar los posibles daños que las rachas de fuerte viento pueden provocar en las construcciones: se trata de la costumbre de colocar en el contorno del tejado de muchas casetas una hilera de grandes piedras que aseguren las tejas más expuestas a los embates del viento.

Y no solo contra el cierzo sino también contra la lluvia e incluso contra el sol inclemente de verano, se levantaron sencillas pero abundantes cabañas y casetas de refugio ocasional a lo largo y ancho de toda la zona prospectada.

Otra manera de dificultar la entrada del agua de lluvia en el interior de las construcciones y de evitar los riesgos de desgaste de las partes de ciertas tipologías que quedan a merced de su desgaste (uno de los principales agentes erosivos naturales en la zona) es la colocación de viseras sobre la entrada de algunas cabañas, la forma troncocónica de sus chimeneas, el trazado de un ligero desnivel del suelo hacia el exterior en la puerta de las construcciones excavadas y, en general, la protección de los muros exteriores con enfoscados o revocados. También como repuesta a la mínima cantidad de lluvia que suele caer en esta área, los tejados de las casetas presentan una pequeña pendiente entre los 15 y 22º.

Otro número considerable de estrategias y elementos constructivos, y más aún ante el balance hídrico negativo de los meses de verano (Lapeña, 2000: 19.), se desarrollan con el objetivo de almacenar el agua de lluvia y escorrentía para que posteriormente personas y animales puedan disponer de ella: pozos y balsas con sus regaderas de alimentación, así como la presencia habitual de las parejas paridera-balsa, paridera-pozo, cabaña-pozo y caseta-pozo.

 

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