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Las  "cabañas" (cuevas excavadas de habitación temporal)                                                             Felix A. Rivas

 

 La vida en y desde las cabañas

- Las labores agrícolas

El acceso de los hombres al mundo laboral era hace unas décadas mucho más temprano que en la actualidad y, en Épila, los niños ya comenzaban a aprender bien pronto las faenas que pocos años después les ocuparían todo su tiempo durante sus periodos de estancia en las cabañas: "entonces a los ocho años ya te llevaba tu padre al campo, a coger sarmientos".

Ya de mayores, lo más extendido era compaginar el cultivo de algunas tierras propias con el trabajo asalariado en campos de grandes propietarios: "íbamos a jornal y ganábamos unas 30 pesetas al día", o "a bendemar, el sueldo por día eran 6 reales y después de ir andando con la cesta hasta cerca Muel, si llovía, te quitaban 3 reales porque solo trabajabas hasta mediodía".

Como ya vimos en el apartado de los tipos de parcelas en que se ubican las cabañas, el proceso de apropiación particular del uso de las tierras comunales tuvo gran importancia y, por los testimonios orales recogidos, llegó hasta bien entrado el siglo XX: "hay monte comunal, está por todo el monte, tenías aquí una jubada, y al lado otras del Estado, las labrabas y te las quedabas pa trabajar pagando canon". En cuanto a la calidad de las tierras y su disposición para aceptar un cultivo u otro, tanto los entrevistados en Épila como en Muel coincidían en la existencia de cuatro tipos de tierra: la blanca o yesífera "solo servía para sembrar trigo", la arenosa era la más frecuente y se diferencia porque "se pone antes tempero pero se va antes", la de buro o arcillosa "mantiene más el agua", y la de guija o cascaja "es una tierra más fresca, más propia para viña" y bastante escasa en la zona prospectada.

Los ocupantes de algunas cabañas trabajaban las mismas tablas situadas junto a ellas pero no siempre era así: "algunos tenían las tierras a un cuarto de hora de camino, otros allí mismo". En el caso contrario, había que trasladar cada día los aperos necesarios para el trabajo de la tierra como "el aladro, que la gente lo llevaba ya puesto con el jubo, también se podía poner al revés, si no tenías cuerdas, con la esteva sobre la espalda de las caballerías".

Una vez en el campo, las faenas iban a depender de la época del año y también del cultivo en concreto a trabajar. Los cultivos más frecuentes eran el cereal y la viña, mientras que los olivos y los almendros se reducían a testimoniales corros. "En (en el tiempo de) la guerra lo que más había era cereal y viña, almendros había pocos", y "ahora hay más olivos, pero antes el olivar que había o era amprau o heredau".

Posiblemente el cultivo que más faenas conllevaba era la viña. "En invierno a podar la viña, en enero y febrero labrar con el aladro y excavar con el ajadón debajo la cepa pa quitar las hierbas y un poco la tierra", y "pa'l Pilar a bendemar". La bendema, que ahora se relaciona inevitablemente con los duros trabajos del campo, en aquel momento era una faena más bien descansada si se comparaba con otras como "escachar remolacha". Se utilizaba una pequeña hoz con el nombre de farzino o haciñete (Ambos términos provienen de las palabras equivalentes en aragonés 'falz' y en castellano 'hoz'.), 

 

"como una navaja de gancho", que ya hemos visto en una cabaña. Se llevaba también "una cesta de mimbre que pesaba (llena) doce catorce quilos y a vaciar al carro". Estos cestos, que podían ser de tamaños diferentes, me contaron en Muel que los hacían en Tosos, aunque en Épila seguramente los realizasen los mismos cesteros locales que cultivaban la bimbre y fabricaban las espuertas. Una vez acabada la jornada se transportaban en "el carro con una lona y encima las uvas, que se pretaban pa bajalas al pueblo".

El cereal, una vez realizadas todas las tareas de labrado y sembrado en otoño o en invierno, concentraba sus trabajos en la siega de verano que, en la comarca, se hacía "con la hoz y la dalla, y llevábamos zoqueta para protegernos. Lo dejábamos en manojos y otros los ataban a fajos grandes pa carrialo". También podía ocurrir que, en el mismo monte hubiese alguna era (Diap. 314) donde trillarlo y aventarlo, faena en la que las mujeres solían tener un papel asignado: "las mujeres ayudaban a trillar, a recoger la parva, a hacer la comida".

Otras labores comunes a estos mismos cultivos consistían en femar el terreno esparciendo "el fiemo en los campos con la espuerta", o sacar las piedras de las parcelas o espedregar. Esta operación se podía realizar también con la espuerta si el tamaño de los cantos no era muy grande, llevándolas hasta el límite exterior del campo donde se arrojaban en una zona yerma o a las laderas de un barranco. Pero si las piedras eran demasiado grandes, en Muel me contaron que se empleaba "una ñarra de madera un poco curva con dos raíles de hierro por debajo, como si fuera un trineo, y con maderas cruzadas que hacen un cuerpo. Delante dos anillas y con los tirantes se enganchaban a las caballerías, como esbariza, y con la caballería se llevaba a los ribazos".

 

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