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Las  "cabañas" (cuevas excavadas de habitación temporal)                                                             Felix A. Rivas

 

Análisis tipológico y arquitectónico

- Las estancias

Como ya se ha avanzado, la organización de la planta de las cabañas obedece a una ubicación muy especifica e imbricada de una serie de estancias que, como veremos, cumplen una función muy determinada dentro del conjunto. A continuación se trazará un repaso y una descripción un poco más detallada de cada una de estas estancias. Se considerará preferentemente su presencia en las cabañas de planta denominada de habitación temporal aunque sin desechar completamente los posibles aportes que pudieran aparecer en las de refugio ocasional o en las de estancia anexa a una caseta, mucho menores en numero y, en todo caso, mucho mas sencillas en cuanto a su organización interna.

El pasillo es, iniciando el avance de fuera hacia dentro, la primera división clara de la cabaña que encontraremos. De diversa anchura y longitud, puede llegar a adquirir una largura de hasta 18 m en un caso extremo (Diap. 32) o incluso no llegar a aparecer en ubicaciones muy concretas como la de la apertura de la cabaña a un camino (Diap. 232).

En cuanto a su anchura, lo más común es que a partir de las reducidas dimensiones del frente o fachada exterior de la cabaña, el pasillo vaya ensanchándose conforme se aleja de ella hasta llegar a medidas entre los 3 y 5 m. Otra solución que tampoco resulta inusual es la del pasillo de límites laterales perfectamente paralelos.

En algunas ocasiones, la planta alargada del pasillo adopta un trazado claramente curvo (Cb 3.19/Ep o Cb 4.24/Ep) que podría relacionarse con la adaptación al terreno de la función de evacuación del agua de lluvia que ejerce este pasillo. Con el objetivo de aumentar su capacidad de evacuación va girando hacia la máxima pendiente, o quizás también para evitar la llegada del agua a un campo cercano, la va dirigiendo directamente al regato situado en su lateral. Otras veces, la presencia de una de las dos paredes del pasillo con trazado curvo (Diap. 121) no permite sacar mayores consecuencias. En otro ejemplo, el trazado del pasillo presenta un aspecto ovalado con sendas entradas en sus lados largos, al espacio interior del propio pasillo y al interior de la cabaña (Diap. 157), formando de este modo un espacio a modo de vestíbulo descubierto a la entrada de la construcción o, como suele llamarse en la zona el espacio análogo en las viviendas, una replazeta.

Sus límites laterales son fruto primeramente de una labor de excavación poco profunda cuyo objetivo principal era llegar a un frente vertical suficiente alto para que pudiera servir como fachada que contuviese la entrada al interior de la cabaña. Como resultado de esta excavación puede observarse perfectamente en algunos ejemplos (Diap. 119) las verticales paredes en las que, en el caso de la presencia de un material inusualmente duro, pueden apreciarse todavía las marcas de excavación. Es muy común que un claro límite lateral del pasillo, de perfil a menudo en ladera, aparezca a sus dos lados aunque no deja de ser habitual asimismo que se reduzca a solo uno de ellos, tal como puede apreciarse en el apartado de las plantas y alzados.

Además de estar excavado, no es extraño que los límites laterales del pasillo se recrezcan en altura por el amontonamiento de la tierra extraída durante la excavación del interior. Podía arrojarse la tierra en uno o en ambos laterales del pasillo, creando de esta forma un pequeño amontonamiento que resulta muy visible al compararlo con el perfil natural de la ladera que queda interrumpido por un leve abombamiento. Como resultado, por tanto, de la excavación inicial y del recrecimiento en altura con el aporte de los materiales de excavación del pasillo y del interior, pueden llegar a darse una gran variedad de soluciones finales ya se hayan producido ambos procesos en uno, otro o los dos lados del pasillo.

Como variante significativa a la excavación o recrecimiento de las paredes laterales del pasillo, cabe citar la presencia no excesivamente rara de ejemplos en los que se llega a construir un muro como acabado exterior de una o las dos paredes del pasillo. Este muro puede ocupar todo el frente de la pared, llegar a tomar forma de ele con un poderoso esquinal (Diap.123) o reducirse a su parte más cercana a la entrada de la cabaña o a un nivel superior (Diap. 138), llegando a disminuir hasta una sola hilada de piedras en el borde superior del pasillo en los casos extremos (Diap.65) con el fin de proteger y asegurar del desgaste del agua el amontonamiento de tierra y/o el perfil vertical resultante de la excavación.

Cabe interrogarse incluso, y más en aquellos ejemplos en los que el pasillo solo presenta un claro resalte del terreno en uno de sus lados y además ha sido recrecido con el aporte de nuevos laterales, si su situación a uno u otro lado de la entrada responde a algún criterio determinado. Así, al cruzar los datos de esta selección de cabañas con los de la orientación de las entradas (que se desarrollará a continuación) puede observarse cómo los ejemplos analizados se reparten entre los que el amontonamiento lateral del pasillo da la espalda a una orientación entre los 350º NW y los 15º NE (es decir, en torno al eje del norte) y los situados en contra del cuadrante NW entre los 280 y los 325º (Diap. 300). En ambos casos puede afirmarse, por tanto, que el objetivo buscado era proteger la entrada de la cueva de las influencias climatológicas más frías y adversas que pueden identificarse de manera general con la dirección norte y, en una situación como ésta en el centro del Valle del Ebro, con la dirección noroeste de la que procede de manera inexorable el frío y seco viento del cierzo, el azote climatológico invernal más frecuente y padecido en esta zona. Vale la pena destacar el caso concreto de la cabaña Cb 5.24/Ep en la que, el flanco lateral del pasillo constituye un verdadero 'abrigo'

 

que, al igual que el resto de estos refugios cortavientos especialmente abundantes en sus cercanías, presenta una planta en forma de media luna y da la espalda a una bien calculada orientación de 315º NW.

Si del pasillo pasamos a la parte del conjunto protegida por fin en su parte superior, daremos en la mayor parte de los casos con una estancia de paso que podía recibir el nombre genérico de soportal. Aunque algún ejemplo carece de él, su existencia parece obedecer a los objetivos de salvar el desnivel entre la mayor altura del suelo de la entrada y la menor del interior de la cueva y, al mismo tiempo, dar una solución satisfactoria a la conjunción entre el extremo superior de la excavación (el que queda encima del vano de la entrada) y el exterior. En muchas de las cabañas, esta comprometida unión se intentó solucionar con la reducción de la excavación en un primer tramo a un hueco de limitadas dimensiones al que se añadió sin solución de continuidad un saliente construido que hacía las funciones de lugar de acceso al primer tramo cubierto de la construcción.

Tal como pude recoger, "en algunas cabañas dejaban una visera de cañizo", aunque no solo a base de cañizo podía realizarse ese pequeño avance. Para comprobarlo, vamos a recorrer con cierto pormenor esta estancia de paso. Su longitud total más habitual es de 1,5 m, aunque puede hacerse tan diminuta que llega a convertirse en el simple umbral de la entrada, y puede llegar a desarrollarse hasta los 2,5 o 3,8 m. A pesar de todo, pequeñas se quedan estas longitudes al compararlas con el despliegue de habilidad en la labor de picado que ofrece la ya comentada Cb 24.20-21 que, en su afán por profundizar hasta dejar de techo una capa de material más duro, desarrolla un pasillo cubierto de 5 m de longitud. Menos variabilidad se produce en la anchura de esta estancia que, limitada en principio por su único uso como lugar de paso, se encuentra entre unos límites de 70 cm y 1,25 m.

Sus paredes pueden aparecer tal como quedaron tras el proceso de excavación o, posiblemente con la finalidad de proteger y asegurar su solidez especialmente en casos de materiales blandos, pueden recubrirse por un muro de mampostería que en varios casos aparece completamente revocada. Este mortero de revestimiento utilizado está compuesto de una sencilla mezcla de tierra y agua y, tal como puede apreciarse en algún caso, podía extenderse directamente sobre la pared con las manos abiertas (Cb 2.19/Ep). En otras ocasiones puede conservar fragmentos de mortero de yeso (Cb 14.19/Ep), tal vez en posibles reparaciones o consolidaciones, o aparecer únicamente con las juntas tapadas y los mampuestos asentados por un poco usual mortero de tierra o arcilla que incluye en su composición asimismo paja (Cb 25.19/Ep). En algunos casos, el mortero que recubre la pared –ya sea simplemente excavada o reforzada por un muro de obra- es de una mayor dureza, puede cubrir solamente las paredes hasta media altura, y en algunos ejemplos puede llegar incluso a estar encofrado (Diap. 215) lo que podría entenderse como un síntoma que indica una fecha relativamente reciente de construcción. Otra opción que puede aparecer es que la pared picada quede desnuda salvo en su parte superior en donde se asegura o sobreeleva con algunas pocas hiladas en ocasiones de piedra seca. En este caso, al igual que ocurre en algunos de los de muro completo hasta lo alto, la última o últimas hiladas pueden presentar una ligera aproximación (Diap. 63) que fuera reduciendo la luz a salvar por la cubierta.

En estos casos, así como en muchos otros, el soportal se cubre por una solución arquitrabada a base de grandes losas planas en un número que oscila desde una sola (Diap. 294) hasta cuatro, dejando aparte el caso excepcional de la Cb 24.20-21/Ep con 9 losas.

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 Este enlosado conforma una base plana e ininterrumpida sobre la que descansará la tierra –seguramente apisonada- que quedará a la vista al exterior, a veces con una ligera progresión en altura y que por su composición muchas veces arcillosa y por su probable apisonado actuará como capa impermeable ante el agua de lluvia o de escorrentía.

La segunda manera de resolver esta cubierta del avance del soportal se encuentra algo menos difundida pero no mucho menos. Se basa en la conocida fórmula de la sucesión de entramados vegetales y se concreta en una primera y gruesa trama de maderos o ramas colocadas horizontalmente entre los extremos superiores de ambas paredes –o en algún caso entre el frente excavado y el muro de la fachada (Diap.152)- y una segunda capa de cañizo (Diap. 90) sobre la que se vuelve a situar la misma capa final impermeabilizante de tierra arcillosa y apisonada. Solo en una ocasión, este tipo de cubierta incluye una capa de estiércol y paja entre los cañizos y la tierra final (Diap. 33). En otro caso (Cb 15.19/Ep), se da una curiosa combinación entre los dos principales tipos de cubrición en un soportal, con una sucesión en altura de maderos, losas de tamaño mediano y capa de tierra final.

Ambas fórmulas eran bien conocidas para los ocupantes de las cabañas: "en algunas había unas losas de arena que pa qué, otras un poco de cañizo, pa que el agua salga fuera".

En varias ocasiones, un mismo pasillo no se cubre de una sola manera sino que presenta una sucesión longitudinal de dos diferentes soluciones como la de maderos y cañizo con arquitrabe enlosado detrás (Cb 7.19/Ep), maderos y cañizo y corredor completamente excavado detrás (Diap. 61) o, más corrientemente, arquitrabe de losas y corredor excavado detrás (Diap. 82). Tan solo en un ejemplo se ha testimoniado un soportal completamente cubierto por el techo dejado al excavar.

Además se ha testimoniado un caso (Cb 14.19/Ep) en el que el suelo del pasillo cubierto se recubrió de un enlosado que, en la actualidad, aparece casi completamente oculto.

En tres ejemplos muy cercanos entre si (Cb 12.19/Ep, Cb 11.20-21/Ep y Cb 12.20-21/Ep) el soportal se desarrolla en planta hasta llegar a alcanzar la consideración de una verdadera caseta anexa a la entrada de la cabaña de habitación temporal. Aunque en uno de los casos incluya la presencia de un pesebre, esta caseta anexa parece que tenía una finalidad similar a la del 'patio' de la casa tradicional en cuanto vestíbulo situado tras la entrada principal que, al mismo tiempo, servía como lugar de almacenaje de ciertos elementos y productos, tal como pudimos recoger oralmente "ahora le dicen el hall, allí teníamos la leña, los aparejos y el pienso".

Su planta se acerca a la forma cuadrada aunque en un caso (Cb 12.20-21/Ep) tiene un evidente contorno rectangular con sus lados mayores en sentido perpendicular a la entrada de la cueva. Su tamaño, bastante modesto, oscila entre los 3,5 y los 10 m2. Sus paredes laterales se insertan total o parcialmente en la ladera que parece haber sido recrecida por el material extraído del interior con lo que, de alguna manera, la caseta pasa a ocupar físicamente la parte final del pasillo. En el interior, y en algún caso también en cierto recrecimiento de los muros visible al exterior, se componen de mampostería asentada con argamasa de arcilla y, en una ocasión, revocada al interior (Diap. 171). Su cubierta es en todos los casos a dos aguas y está formada por un puente de madera (Diap. 172) que vuela desde el punto superior de la fachada de obra (Diap. 54) hasta el borde de la ladera excavada situada sobre el orificio de la cueva. Sobre el madero que actúa como puente y el extremo superior de los muros laterales se apoyan los cabios –pequeños maderos en ocasiones escuadrados- sobre los que a su vez se colocaron placas de cañizo remendadas en ocasiones por otros elementos poco habituales como trozos de goma, tablas reutilizadas o incluso un baste de caballería. El material que culmina la cubierta y la protege del exterior es en dos ejemplos un mortero muy duro (Diap. 170) que descansa directamente sobre los cañizos y, en un solo caso, posiblemente una capa de tierra arcillosa.

Muy semejantes son las casetas que anteceden a las cabañas que hemos denominado de planta de estancia anexa a una caseta ya que, como vamos a ver, la mayor o menor complejidad del interior de la cabaña excavada no tiene por qué relacionarse directamente con uno u otro tipo de cabaña de piedra. De los cinco casos analizados, el tipo de planta de cada caseta tiende a la forma rectangular aunque puede ser casi cuadrada o presentar su eje mayor tanto transversal como longitudinal respecto al conjunto formado por la caseta y la cueva. Su tamaño sí que destaca considerablemente sobre el de las casetas anexas a cabañas de habitación temporal que acabamos de repasar y se sitúa entre los 7 y los 28 m2. De esta manera, al sumar la superficie de la parte excavada y de la parte construida, se consigue alcanzar una superficie similar a la de las cabañas de habitación temporal. Estos datos invitan a una reflexión acerca de la prioridad que recibían los aspectos de diseño y tamaño total de la construcción, a la hora de su construcción, sobre los aspectos técnicos de su realización que debían quedar en un segundo plano o dependientes de criterios secundarios. Posteriormente volveremos sobre este tema.

Al igual que en los casos anteriores, las paredes de estas casetas se insertan parcial o casi totalmente en la ladera posiblemente recrecida (Diap. 26), y se refuerzan por muros de mampostería (Diap. 224) que puede aparecer arrejuntada o incluso en un caso posteriormente encalada. La cubierta, que mayoritariamente es de una sola vertiente y lo mismo puede desaguar a un lateral como a la fachada de la caseta, se compone de maderos paralelos a modo de cabios sobre los que se colocan cañizos y como material de cubrición final, en un caso tierra arcillosa (Diap. 135) y en los dos casos de Muel, teja árabe apoyada sobre barro (Diap. 311). En uno de estos últimos casos, la unión entre los muros y la cubierta se refuerza con la integración de pequeños fragmentos de teja o por pequeñas piedras y, en el otro, se coloca en un lugar central del interior un delgado puntal de madera sobre el que se sustenta una viga de refuerzo transversal al sentido de la pendiente.

En cuanto a los elementos interiores de estas casetas, cabe destacar la presencia de pesebres (Diap. 225) y hogares con bancos (Diap. 312) que suelen complementarse con el pesebre excavado situado en algunas de las estancias anexas excavadas (Diap. 309). Solo en un caso aparece el suelo de la caseta cubierto por una capa de cemento moderno.

Un dato que podemos considerar respecto al conjunto de las cabañas y que puede relacionarse tanto con la abertura de sus entradas como con la ubicación concreta de cada construcción, es el de la orientación de su vano de acceso al interior. Puestos en común todos los datos tomados durante el trabajo de campo, puede observarse que la inmensa mayoría de las cabañas dirigen su abertura a un ancho margen que, en cualquier caso, se cuida mucho de evitar el cuadrante noroeste desde el que proviene la gélida influencia del cierzo. En concreto, casi todo el conjunto de las cabañas pueden agruparse en dos segmentos algo diferenciados según la orientación de sus entradas: uno desde los 5º NE hasta los 110º SE y otro, algo menos numeroso, desde los 140º SE hasta los 225º SW. Entre toda esta amplia panorámica puede destacarse la especial densidad de cabañas entre los 80º SE y los 110º SE, es decir, en torno a los 90º E que permiten recibir al máximo la luz de la mañana. En general, esta preferencia por los cuadrantes NE, SE y parte del SW podría explicarse por la bonanza climática general que se recibe de dar completamente la espalda al cuadrante NW y de aprovechar el máximo de radiación solar en torno a la orientación 180 º S. Hay, sin embargo, tres excepciones significativas a las que cuesta encontrar una explicación convincente. Son precisamente tres cabañas bastante alejadas entre si pero que, en la rosa de los vientos, se encuentran muy concentradas entre los 280 y los 290º NW a los que abren sus entradas. Tal vez se trate de una orientación forzada por la pendiente concreta del terreno que, por razones imprecisas, se eligió como emplazamiento, pero de cualquier modo sigue quedando la duda debida a la extraña casualidad que agrupa su orientación en tan solo 10º concretos del sector W-NW.

Y deteniéndonos ya a analizar los tipos de entradas que se dan entre las cabañas podemos distinguir dos tipos. El primero es el situado en la fachada de la construcción y el segundo el que da acceso a la zona de cubierta excavada, normalmente situada en la parte final del soportal o justo antes de la apertura interior de la planta a las estancias excavadas de uso.

Comenzaremos por la primera de las entradas situada en lo que podría denominarse la fachada de la cabaña. Cabe distinguir en primer lugar aquellas entradas de las cabañas de planta de refugio ocasional, ya que presentarán en general unas dimensiones considerablemente más reducidas que las del resto. Su altura no sobrepasa los 1,5 m y puede llegar a reducirse hasta los 1,15 m. Su anchura presenta en cambio valores más comunes entre los 85 y los 110 cm. Parece claro que el objetivo de esta reducción del único vano de la construcción era impedir al máximo la entrada de las negativas influencias climatológicas sin tener que mantener una altura mínima para la entrada de caballerías, algo a lo que se verán obligadas las cabañas de habitación temporal.

La entrada en la fachada de las demás cabañas, incluyendo aquellas que cuentan con una caseta anexa o un soportal muy desarrollado, está plenamente adaptada a la necesaria entrada en su interior de los animales de labor por lo que su altura puede oscilar entre los 1,5 y los 1,9 m. Su anchura también se encuentra entre unos valores de 70 cm y 1,5 m.

En muy pocos casos, los laterales de estas entradas se van a dejar con el acabado resultante de la excavación de la ladera.

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 La mayoría de las veces estos laterales o jambas se protegerán y afirmarán con un revoco de yeso (Diap. 74) o con un muro de mampostería 

 

que en varios casos se acaba igualmente revocando de mortero de yeso (Diap. 124) con su característico aspecto duro y grisáceo cuajado de las motas blancas de la granza. En ciertos ejemplos, este revoco se ve reforzado por la introducción de fragmentos de tejas o incluso de ladrillos macizos, 

 

y en alguna ocasión el revoco total de la superficie se ve sustituido por un ligero enfoscado o arrejuntado del paramento. En un solo caso (Diap. 21), estas jambas son de la llamada adoba de cemento, un material de construcción empleado en las últimas etapas de ejecución de la arquitectura popular, poco antes de la generalización de los materiales de construcción de fabricación industrial. Puede darse el caso también de que se produzca una ligera aproximación de las hiladas superiores 

 para, tal como vimos que ocurría en algunos pasillos cubiertos, facilitar el asentamiento de los elementos encargados de salvar la luz del vano.

En cuanto a la composición de las piezas de la mampostería (Diap. 64), sucede lo mismo que en cualquier otra construcción de la arquitectura popular, y suele responder estrechamente a los materiales potencialmente utilizables presentes en el entorno más cercano. Así podremos encontrar las habituales areniscas y, únicamente en el polígono 19 de Épila comenzarán a utilizarse gruesos e informes fragmentos de yeso o alabastro de baja calidad. (Diap. 4270). En cierta manera puede considerarse excepcional el empleo en las jambas de la entrada de dos de las cabañas del Cabezo las Cuevas de un sillarejo de material calizo en mayor o menor medida alóctono pero que podría relacionarse con la construcción de una voluminosa caseta exenta cercana. Muy posiblemente a este misma piedra caliza de color claro y aspecto laminado se refería uno de los informantes de Muel al hablar de la piedra campanil, "blanca, ligera y que se domina bien (...), es con la que se obraba las casas y, con esa misma, las cabañas del monte. Se sacaba de los cabezos y también había canteras en los montes del municipio".

La manera más habitual de salvar el vano en su parte superior y, por tanto, desviar el empuje vertical de los elementos superiores hacia los laterales macizos de la construcción, es la de colocar uno o varios gruesos maderos horizontales, que pueden estar escuadrados, entre cada uno de los extremos superiores de las jambas. En un curioso ejemplo,

 

 esta solución queda disimulada al exterior por la superposición de una gran losa plana pero apoyada sobre su lado más delgado por lo que no cumple una función tectónica sino solo ornamental. Solo en dos ocasiones se ha dejado al aire el resultado de excavar esta parte de la entrada y es debido a la existencia de un estrato particularmente duro que, de esta manera, pasó a desempeñar el papel de dintel. Si no aparecía este estrato, también podían cumplir su función como ocurre en bastantes ejemplos una o varias gruesas losas (Diap. 185) que, en algunos ejemplos destacados, son de un conglomerado de una dureza y un grado de compactación altísimo, y muy inusual en la zona

 aunque presente al menos en el Cabezo las Cuevas. Esta elección preferente por este material para la pieza de los cabezeros de las entradas podría conllevar además un cierto trabajo o tallado rústico de estas piezas para dotarlas de unas dimensiones y forma adecuadas a su función.

Esta misma losa que servía de dintel podía, si se colocaba ligeramente saliente del plano de la fachada (Diap. 14), servir como visera que dificultase la entrada de agua de lluvia en el interior de la cabaña. Ésta era una de las principales preocupaciones de los responsables de la obra de las cabañas a la hora de dar forma final a sus fachadas que, tal como quedó recogido durante las entrevistas: "tienen una visera delante de la puerta para que no entre el agua de lluvia". Otros métodos similares, algo más frecuentes, son dejar un poco saliente la cubierta de madera y cañizos que puede presentar el soportal (Diap. 254), insertar sobre la entrada una hilera de losas ligeramente voladas

  

o, en una ocasión, una pequeña visera de chapa.

En varios ejemplos, esta entrada puede además presentar en su parte baja una hilada de losas -o en un caso de adobas de cemento- a modo de umbral.

Pero estas entradas, en un número considerable de cabañas, no se encuentran aisladas en un frente de ladera descubierto sino que forman parte de lo que podría tomarse por una auténtica fachada de la cabaña. Hasta en once cabañas todo su frente aparece ocupado por un muro de mampostería que puede quedar desnudo o recubierto total o parcialmente por una capa de revoco, de enfoscado e incluso de encalado. Puede ocurrir también que este muro se vea reducido a unas pocas hiladas sobre la entrada (Diap. 164) o en el borde superior de la fachada con la ladera. En planta, además, estas fachadas suelen ser completamente rectas si descontamos los llamativos casos de tres cabañas (Cb 21.20-21/Ep, CB 28.20-21/Ep y Cb 33.20-21/Ep) cuyas fachadas presentan un nítido retranqueo en su parte central 

En el caso de ocupación de todo el frente por la mampostería, el acabado superior puede presentar varias soluciones diferentes ya termine en horizontal –el caso más abundante-, en pico (Diap. 52), o en forma de arco rebajado (Diap. 26). En cualquiera de ellas puede además presentar en su extremo superior una visera formada por una hilera ligeramente saliente de losas planas (Diap. 151). Solo en un caso de moderna remodelación 

 

este acabado final, que recuerda el breve alero de piedras y cañas de cuevas de vivienda no muy lejanas (Allanegui, 1979: 116.), se completa con una recogida de aguas de toda la zona posterior para su vaciado a través de un tubo a modo de colector que, de esta manera, evita la llegada del agua de escorrentía a la fachada desviándola a los laterales tal como procuraban los regueros de otras cuevas aragonesas.(Las de Moyuela (Gargallo, 1992: 27) o las de Juslibol (Allanegui, 1979: 119 y Loubes, 1985: 49).)

Las otras entradas, las que dan paso a la zona completamente excavada de la cabaña, presentan unas dimensiones muy similares a las de las entradas situadas en la fachada con un intervalo de altura entre los 1,45 y los 1,95 m y una anchura entre los 70 y los 145 cm. De la misma manera, comparando las medidas de la entrada en la fachada y las de la cueva propiamente dicha, en cada cabaña se advierte asimismo que las variaciones son mínimas y especialmente inapreciables en la altura de ambas. Cabe deducir de esta coincidencia, por tanto, que ambos lugares de paso estaban construidos para dar función a unos mismos elementos (de igual altura) y que el picado no suponía ningún problema a la hora de conseguir unas dimensiones de vano equivalentes a las de la entrada de la fachada fabricada en obra.

Sus jambas, aunque aparecen reforzadas en varias ocasiones por un murete de mampostería que puede estar revocado de un mortero de yeso de gran dureza y consistencia y que puede englobar fragmentos de ladrillos, en muchos otros casos aparecen con el aspecto final de la excavación o tan solo protegidas por una capa de revoco. Tan solo en un ejemplo estas jambas son de hiladas de ladrillo macizo y, en otra, de adobas de cemento.

Como cierre superior es habitual que se deje a la vista la superficie desnuda de la roca excavada (Diap. 17) aunque en algunos casos, que suelen coincidir con aquellos en los que coincide el emplazamiento de la entrada a la cueva y de la puerta de entrada a la cabaña, este dintel aparece reforzado por maderos (Diap. 198) o por una sencilla tabla de madera encajada en el techo cuya finalidad será, según veremos, la de acoger un agujero que sirva de quicio al eje lateral de la puerta. Solo en dos ejemplos el dintel de la entrada a la cueva se refuerza con la inclusión de losas de gran tamaño.

Sobre estas entradas pueden aparecer esporádicamente otros elementos como una visera de ladrillos macizos que hace sospechar de una primera utilización de la estancia excavada de manera independiente a su actual caseta anexa (Diap. 310) o, algo más fácil de encontrar, la sobreelevación del estrato que sirve de techo sobre la entrada por un murete que puede llegar a estar reforzado por un encofrado de un revoco muy duro (Diap. 55) y que aporta una mayor seguridad a esa parte de la excavación. Este muro alcanza, por lo menos, la altura de la cubierta del soportal situado ente la entrada de la cueva 

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En dos ocasiones es apreciable un umbral elaborado con mampuestos en el suelo correspondiente a la entrada a la cueva.

Hasta este momento se han tratado de la entradas a las cuevas, pero no se ha mencionado más que de pasada la presencia o ausencia en ellas de puertas u otros elementos que ejerciesen el papel de cierre en ellas. La primera pregunta que hay que hacerse al respecto es si es o no frecuente la presencia de puertas en las cabañas. Repasando los datos del trabajo de campo podemos afirmar con seguridad que las tres cuartas partes de las cabañas analizadas tenían puerta o conservaban evidentes rastros de haberla tenido. Las que se conservan en la actualidad se concentran en la zona central de los polígonos 19 y 20-21 de Épila, de lo que puede deducirse que las cabañas de refugio ocasional (situadas mayoritariamente en el polígono 24) podrían haber carecido siempre de puerta de cierre y que las situadas en la citada zona central han debido de ser las más cuidadas y utilizadas hasta tiempos más cercanos. Aunque cabe plantearse la duda de si esta abundancia de puertas se daba ya desde la propia construcción de las cabañas o si fueron, al menos en un número apreciable, colocadas posteriormente. Los testimonios orales nos confirman que algunas cabañas nunca tuvieron puerta sino "una lona como toldo" o "un toldo de arpillera pa que no entraran moscas". Hay que tener en cuenta también la función secundaria de los vanos de acceso para conseguir una mayor ventilación de los interiores (Gargallo, 1992: 27.), necesaria para la conservación de la excavación a medio plazo y para la mejor habitabilidad del interior, y que se reducía considerablemente si el vano quedaba obstruido habitualmente por la puerta.

En cuanto a la ubicación concreta de la puerta respecto a la planta de la cabaña podemos comprobar que, dejando a un lado los seis casos de cabañas con caseta anexa en las que como es lógico la puerta se sitúa en la entrada a la caseta, las demás se reparten entre las más abundantes situadas en el punto de acceso a la zona totalmente excavada y las, algo menos frecuentes, localizadas en lo que podría calificarse de fachada de la cabaña, normalmente precediendo al pasillo cubierto. Esta última solución se extiende, de manera curiosa, prácticamente solo por el polígono 20-21 de Épila.

El tipo de puerta que nos encontraremos será siempre, con las únicas excepciones de un ejemplo más moderno cortado horizontalmente en dos hojas a media altura (Cb 1.27/Mu) y de un extraño ejemplar recrecido (Diap. 255), una puerta de madera formada al exterior por un número variable de tablas verticales (Diap. 228) clavadas a una estructura trasera (Diap. 126) compuesta por dos grandes listones verticales laterales y en torno a cuatro horizontales repartidos por toda la altura de la puerta. En la mayoría de las ocasiones, esta puerta aparece protegida al exterior por una cubierta clavada de chapa, 

más o menos rústica y cuyo material podía, como me contaron, provenir de la reutilización de otros materiales: "preparé las chapas de latas y forré la puerta". Otros elementos mucho menos comunes son el pequeño ventano de la parte superior (Diap. 40) e incluso una gatera en uno de los casos (Diap. 46).

Esta labor de carpintería resulta normalmente difícil de apreciar debido a la cubrición exterior de chapa, pero en las escasas puertas en que la madera queda al aire pueden apreciarse las pequeñas molduras de las tablas (Diap. 264), el sencillo sistema de unión entre ellas, o los clavos empleados para sujetarlas a la estructura trasera. También en un caso la estructura trasera presenta la particularidad de contar con diminutas cuñas de madera que afianzan las uniones entre los listones traseros. En esta parte trasera se sitúa en todos los casos la cerradura de tipo antiguo con voluminosa llave de metal, uno de cuyos ejemplos todavía puede verse abandonado en su ubicación original, y un cerrojo sujeto sobre uno de los listones traseros a media altura 

 

para conseguir una mayor seguridad al cerrar la puerta desde dentro.

Y es que de manera sistemática las puertas de las cabañas se abren hacia dentro, posiblemente con el objetivo de impedir la obstrucción de la puerta desde el exterior y, al mismo tiempo, para facilitar el atrancado de la entrada desde el interior como otro método más de asegurar el cierre. Además, como tope para ajustar el cierre de la puerta pueden emplearse diversos recursos como excavarlo directamente en la parte superior, modelarlo con revoco o colocar una tablilla sobre el quicio que ejerza de tope.

Otro tema interesante es el sistema utilizado en cada puerta para permitir su giro sobre un eje lateral. Aproximadamente en dos de cada tres puertas este eje es del tipo tradicional que consiste en la utilización de uno de los listones traseros verticales de los laterales de la puerta, como eje que dará juego al giro. Este listón, que se prolonga tanto en altura como hacia abajo, presenta en su parte inferior (Cb 15.20-21/Ep) una pieza inferior añadida de metal, con forma de asiento en el que encaja el extremo inferior del listón y una punta que avanza hacia debajo. Esta punta se acopla a una piedra enterrada, de forma más o menos redonda y agujereada en su centro que, aunque no queda a la vista en ningún caso, puede contemplarse en el Museo Etnológico de Muel.

  

En lo alto, la prolongación del listón de madera encajará y girará en un agujero circular practicado en el dintel de maderos caso de que exista, de manera menos frecuente en una tabla colocada con esa única función o, en casos de materiales excepcionalmente duros, en un hueco directamente excavado en el techo situado sobre la entrada.

El otro sistema tuvo una difusión mucho más moderna y requiere una operación de montaje bastante más compleja. Es así porque la puerta gira mediante unas bisagras de metal que la unen a un marco de madera que ha de incrustarse previamente en el vano excavado o construido. De forma remarcable, la presencia de este último tipo de puertas es especialmente frecuente en el polígono 20-21 de Épila.

Solo en dos cabañas se ha podido testimoniar la presencia de ventanas que abren al exterior de la construcción. Se localizan en dos de las pocas cabañas cerradas y, presuntamente, utilizadas con posterioridad al abandono generalizado de todas las demás, por lo que podría deducirse que las ventanas han sido abiertas para un uso de ocio posterior a su uso generalizado de apoyo a las faenas agrícolas. En una de las cabañas la ventana comunica la estancia de la cocina con el exterior y, en el otro, parece que se abre a la antigua cuadra. Ambas tienen jambas, dintel y repisa y una reja de protección y están revocadas, en una de ellas incluyendo fragmentos de piezas de alfarería y protegida en la parte superior por una visera de metal. Esa misma parece tener al interior dos pequeñas hojas de madera.

Continuando con al análisis de las estancias, y antes de comenzar con la primera de las estancias del interior de las cabañas, la cocina, no debemos dejar de tratar el breve espacio que precede a la cocina y que suele contar con una pared excavada a un lado y, al otro, con el frente del pilar central que se ha dejado sin excavar (Diap. 190). En este espacio de paso pueden situarse algunos pequeños elementos que le aportan un uso de almacenaje de objetos de reducidas dimensiones muy relacionados en general con el ámbito principal de la presencia humana en la cabaña: las próximas cocina y pajera. El elemento más presente en este corto espacio es el aparador pequeño o mediano que se excava a media altura en la pared lateral que conduce a la cocina o, en un número menor de casos, en el mismo frente del pilar central. En un caso especialmente llamativo, este aparador del pilar central se desarrolla de tal modo que llega a convertirse en un auténtico armario empotrado 

 

de considerable altura y acondicionado con estantes interiores y hojas de marco de madera y paneles de tela de mosquitera. Otro elemento nada extraño en el frente del pilar son los palos,

 

barras o clavos empotrados que se utilizan a modo de percha. Un último y sugerente elemento que aparece en un limitado número de cabañas es el fragmento de espejo empotrado en revoco de yeso, que puede aparecer en el frente del pilar central (Diap. 153) o también, como nos indica el hueco que ha dejado su pérdida, en la pared situada enfrente, o en un lateral del pasillo cubierto.

Para nuestros informantes la colocación de la cocina en la planta de las cabañas no ofrecía ninguna duda: "a la derecha la cocina y la pajera". Y es bien cierto que la cocina es la primera estancia que se encuentra al entrar en la parte excavada de la cabaña y girar a la derecha,

 

aproximadamente en las dos terceras partes de las cabañas analizadas. Parece bien lógica la opción de situar la cocina lo más cerca posible de la línea de fachada de la cabaña, con el fin de minimizar en lo posible el orificio vertical de la chimenea situado sobre el fogón y que, en principio, debería ser de mayor longitud cuanto más se adentrase la cocina en el interior. Por el contrario, la elección concreta de un lado u otro de la entrada para situar la cocina parece más bien aleatoria. Aunque no deja de ser paradójico que la gran mayoría de las cabañas con cocina a la izquierda se localicen en el polígono 19 de Épila y que solamente tres hayan sido localizadas en el 20-21.

La planta de la cocina puede variar ligeramente en función de la situación del fogón, o espacio limitado y destinado para alojar el fuego (Diap. 168) y sobre el que se abre el orificio de la chimenea, con respecto a los dos bancos que por lo general se sitúan a cada lado dejando libre el acceso frontal al fogón. La posibilidad más frecuente es que el fogón se sitúe entre los dos bancos, formando entre los tres un mismo contorno generalmente rectangular que se distingue perfectamente en la planta aunque en muchas ocasiones uno de los dos bancos, el más alejado de la entrada, puede tener una longitud mayor y avanzar por la pared del fondo hasta llegar al límite del comienzo de la pajera, que es la estancia que queda justo frente a la cocina. El siguiente modelo, a muy poca distancia en cuanto a su presencia en número de cabañas, es la solución del fogón situado en un plano más atrasado que los bancos, normalmente alojado en un nicho absidial excavado en la pared.

Una tercera solución, algo más escasa, es la que podría denominarse mixta (Diap. 279) ya que en ella el fogón se encuentra situado entre los dos bancos que, sin embargo, comienzan bastante antes que el fogón por lo que en planta el aspecto es de una parte unificada entre fogón y bancos de la que salen las dos alas laterales de los extremos de los bancos. Y una última opción, tan solo presente en una cabaña aislada (Diap. 24), es la del fogón central en torno al que se sitúa el banco corrido a lo largo del contorno de la planta circular de la cocina.

Algunos elementos poco usuales que forman parte de la cocina son el hueco que comunica con la caseta anexa desde un lateral del hogar (Cb 12.19/Ep y Cb 12.20-21/Ep) o el refuerzo del techo excavado sobre el acceso a esta estancia por un tabla de madera bajo una hilada de mampostería. 

Otro elemento que aparece solo en tres cabañas es un acondicionamiento de la zona en la que se estrecha el acceso a la cocina por sendos orificios excavados en la pared a media altura (Diap. 167), tal vez con la intención de poder incrustar una tranca o rama gruesa que, de alguna manera, impidiera el acceso a la cocina posiblemente a las caballerías situadas a pocos metros en la cuadra. Pero lo que sí ha podido comprobarse en todas y cada una de las cabañas de habitación temporal, e incluso en algunas de las de refugio ocasional, es el ahumado generalizado de los techos especialmente en la zona más próxima al fogón (Diap. 91).

Este fogón, por lo común, suele situarse en un plano algo más bajo que los bancos que lo flanquean.

 

Esta diferencia de altura se encuentra en el intervalo de unos 15 y 40 cm, debido a la diferencia de altura entre los bancos (entre 30 y 80 cm) y la del fogón que puede situarse desde el nivel del suelo hasta alcanzar los 50 cm de altura. Pero no todos los hogares presentan esta diferenciación en altura entre el espacio reservado al fuego y el de asiento para las personas, pues en dos casos son de la misma altura

 

y en otros cinco (significativamente dos de ellos son los hogares de las casetas anexas a las cabañas de Muel) el fogón se encuentra más alto que los bancos (Diap. 308), con una diferencia de unos 15-35 cm y una variación en la de los bancos entre 30 y 45 cm de altura y en el fogón entre los 50 y 65 cm sobre el nivel del suelo. En algún ejemplo, todavía se conserva el saco de arpillera que debió de ser corriente emplear como asiento sobre los propios bancos (Diap. 148).

Lo mismo el fogón, caso de levantar sobre el suelo, como los bancos pueden tanto estar literalmente dejados sin excavar durante la elaboración de la cabaña como ser resultado de una pequeña obra de mampostería (Diap. 127). Esta obra puede estar revocada con un mortero de gran dureza que puede ser posteriormente encalado, o contener en un caso fragmentos de ladrillos macizos y, en otro, una tabla como límite frontal del fogón (Cb 12.19/Ep). Pero si un tipo de revoco es especialmente característico de la estancia de la cocina es el de yeso. En muchas ocasiones (y hubieran sido muchas más si gran parte de las cabañas no presentaran un avanzado estado de deterioro) lo cubren todo en la cocina: fogón, bancos, paredes y aparadores. Estos últimos elementos, excavados en las paredes y de muy diferentes tamaños, son los más abundantes en las cocinas y pueden también presentarse sin ningún revoco,

 

e incluso en un caso con una tabla de madera como repisa.

A su lado, y por este orden de importancia en número, pueden encontrarse clavos incrustados en las paredes, igual que estacas talladas y palos asegurados a la pared con mortero de yeso, que se utilizaban a modo de perchas. Otros objetos menos habituales son una pequeña repisa de metal incrustada en la pared, un armario de obra y puertecilla de madera situado sobre uno de los bancos (Diap. 282) o los curiosos cuchareros de caña de los que se han localizado hasta seis ejemplares. Suelen sujetarse con un poco de mortero o con unos clavos en un lateral de la pared

o en el mismo frente de la campana de la chimenea y consisten en una simple caña a la que se han efectuado unos orificios alargados en los que se guardaban las cucharas a emplear durante las comidas, tal como confirmó la información oral: "era una caña con unas rajicas donde se dejaban las cucharas".

Otro elemento de la cocina, la chimenea, no solo resulta imprescindible para el uso cotidiano de esta estancia sino que además de servir para evacuar en la medida de lo posible los humos del fogón, favorece (Gargallo, 1992: 27.) la renovación continua del aire en el interior de la cabaña.

La cara posterior del fogón o trashoguero, aparece normalmente tan ennegrecida como desnuda de cualquier aditamento posterior a su excavación. En algunos casos, en cambio, esta pared se protege por un muro de mampostería (Diap. 276) que puede avanzar hacia arriba para acabar tapizando todo el interior del conducto interior de la chimenea. En una sola cabaña se ha testimoniado la presencia en ese muro de una argolla empotrada de la que pendía una cadena con ganchos que, a la manera de los cremallos altoaragoneses, servía para dejar colgado el caldero sobre el fuego.

En la mayoría de las cocinas, la campana de la chimenea consiste únicamente en la forma ligeramente abovedada del techo del fogón 

 

como resultado de la excavación de esta zona. En cuanto al orificio de comienzo del conducto de evacuación de humos, lo más frecuente es que presente en el techo de la cocina una sección aproximadamente ovalada, con un diámetro que ronda entre los 30 y los 70 cm, y que tiende en altura a adoptar la forma circular.

En ciertos casos especialmente llamativos quedan restos o estructuras bien conservadas de campanas construidas. El material más habitual es la mampostería, de mínimo grosor, revocada con mortero de yeso (Diap. 155) y que suele tomar forma de muro vertical que en su parte inferior se remata por un tosco arco de medio punto (Diap.57) tras el que se esconde el orificio de salida de humos, o por un travesaño consistente en una barra de metal o en un madero.

 

Una última opción, que en algún caso puede datarse como uno de los elementos más modernos de la construcción por el empleo de ladrillos huecos planos en su estructura, es la campana que avanza hacia el frente formando una especie de visera que se sujeta en su borde inferior por un marco compuesto de dos pequeños avances laterales y un listón frontal de madera o de metal. En algunas campanas de este último tipo, se añaden dos pequeñas impostas verticales 

 

que continúan marcando hacia el fogón los límites laterales de la campana. Otro modelo aislado es el situado en la caseta de una cabaña de estancia anexa y consiste en una estructura de cañizo revocado por ambas caras 

que, sostenido por un madero curvado, adopta forma de sección parcial de un cono situándose en la parte superior del rincón del fogón. Y un último tipo, fruto de la adopción de objetos y materiales modernos en la reparación de las construcciones populares, es el de la campana sustituida por un bidón de metal

La elaboración del conducto de la chimenea era uno de los puntos más delicados en la construcción y excavación de la cabaña y "se hacía con un barrón grande, aujerabas y después a recortarla. La parte arriba se forraba de piedra y también se ponían unos hierros cruzaus". La sección de este conducto puede ser cilíndrica

  

o, como ocurre en una cantidad algo mayor de casos, ligeramente troncocónica (Diap. 9) con el objetivo de conseguir una mayor base y un menor orificio de salida que evite en la medida de lo posible la entrada del agua de lluvia (Gargallo, 1992: 60.). En su remate exterior muestra un orificio que oscila entre los 22 y los 50 cm de diámetro y que suele ser igual o algo menor que el registrado en cada caso en su límite inferior. La altura total de este conducto puede variar considerablemente, entre los 80 cm y los 2,15 m, aunque siempre tiende a ser la menor posible dados los problemas de seguridad que conllevaría para la construcción su posible excesivo alargamiento.

En la mayor parte de los ejemplos el conducto no aparece completamente forrado en su interior por una capa de mampostería sino solo con varias hiladas en el último tramo del conducto (Diap. 39) que podía contar hasta con un metro de profundidad. En este mismo nivel también, como había quedado recogido, solía incrustarse dos o varias barras de metal paralelas (Diap. 221) o cruzadas (Diap. 203). En casos particulares unas ramas o el eje de una rueda podían ocupar su lugar. Y en otros llegaban a situarse en dos niveles de altura superpuestos con el posible objetivo de impedir la entrada de grandes piedras u otros objetos al interior de la cocina.

Esta situación del muro de recubrimiento interior y de las barras cruzadas a una cierta profundidad del nivel del suelo actual debe hacernos pensar que, al darle forma final a la salida de la chimenea sobre el suelo, el orificio original debía de quedar ensanchado de manera apreciable para darle un grado de consistencia que garantizase la solidez de esta parte frágil de la cabaña. Para ello se solía realizar un primer relleno a base del material arcilloso extraído en la propia excavación, del que puede resultar un evidente abultamiento del terreno (Diap. 75). Este primer relleno, de gran diámetro (Diap. 45) dependiendo de la naturaleza del terreno y de su pendiente, podía sustituirse o complementarse con una estructura de mampostería 

 

que le aportaba una mayor consistencia. Sobre esta primera capa, que muchas veces no resulta apreciable, ya se levantaba el pequeño cuerpo de obra del saliente exterior de la chimenea. 

 

Elaborado con mampostería de diferente material y calidad, muchas veces asentada con mortero de yeso (Diap. 159), podía tener forma circular o menos frecuentemente cuadrada (Diap. 98) o más o menos troncocónica (Diap. 170). Podía también ser perfectamente cilíndrico (Diap. 8) y cubrirse por un mortero muy duro que, en una ocasión, llega a contar con una especie de pequeño alero o remate ligeramente saliente compuesto por una hilada de ladrillos macizos

Como excepciones significativas puede citarse una en la que quedan restos de la colocación de un último nivel compuesto por un cilindro de cañizo revocado, al modo de la chimenea de las cuevas-vivienda de Épila y la comarca de Valdejalón, y otras dos en las que la chimenea se recrece en forma de prisma cuadrangular (Diap. 241) o cilindro elaborados con materiales de fabricación industrial.

Tampoco hay que desdeñar el hecho de que un número apreciable de conductos de chimenea rematen en altura sin el más mínimo elemento situado sobre el nivel del suelo. Aunque debido a su generalizado mal estado de conservación resulta demasiado arriesgado determinar si siempre han estado así (Diap. 85) o si son fruto de la pérdida de un hipotético remate superior de mampostería (Diap. 184).

En todo caso, todas las chimeneas carecen de cualquier tipo de protección horizontal salvo el caso de una caseta anexa (Cb 1.27/Mu) que cuenta con una chimenea moderna de obra rematada en una caperuza sobre la que aparecen inscritos los nombres de las diferentes personas que colaboraron en la construcción del conjunto.

La cabaña Cb 24.19/Ep es un caso extraño de planta, en la que tal vez se produjo una remodelación consistente en dejar fuera de uso la cocina original y excavar una nueva al otro lado de la entrada. Posiblemente esta razón justifique que sea el único caso en el que la pajera no se encuentra enfrentada o anexa a la cocina, o tal como me contaron, "enfrente la cocina, la pajera". Precisamente tuve la oportunidad de contar entre las personas entrevistadas con el propietario y antiguo ocupante habitual de esta cabaña un tanto inusual y, muy amablemente, dibujó sobre mi libreta de trabajo de campo su visión de la planta de su cabaña (Ilustr. 3). De su comparación con el mismo trazado que había realizado yo unos días antes puede inferirse que la visión del espacio por los ocupantes de las cabañas es, como casi todo en su manera de conocer, una visión funcional. En ella las estancias, con una finalidad bien distinta cada una, aparecen bien remarcadas y aisladas entre si. También puede destacarse que ambas representaciones coinciden en el planteamiento del interior desde el exterior, con la entrada de frente y todo el desarrollo de la planta transversal a la fachada de la cabaña tal como ha sabido muy bien expresar en su dibujo el labrador.

En todas las demás cabañas de planta de habitación temporal y desarrollo longitudinal, la pajera se encuentra en el mismo lateral de la cocina ("la pajera enfrente del fogón") y queda separada de la cuadra por el espacio del pesebre excavado. En planta suele adoptar una forma más o menos rectangular con sus lados mayores siguiendo el eje longitudinal de todo el interior. Sus medidas suelen oscilar entre los 1,25 y 2 m de anchura y los 3 y 4,5 m de profundidad, aunque tres excepciones significativas son las tres cabañas ya nombradas que posiblemente quedaron en una fase intermedia de elaboración. Es por tanto una pequeña estancia perfectamente adaptada a su uso, como veremos posteriormente, de almacén de la paja y lugar de dormitorio para las personas. Y contrasta visiblemente por su menor tamaño tanto en anchura como en largura, aunque en un número menor de ocasiones, en comparación con la estancia de la cuadra.

En el lugar reservado para acceder a ella, que siempre es desde la cocina con la excepción de la nombrada Cb 24.19/Ep en la que se adecuó un doble acceso desde ambos extremos de la cuadra, tan apenas hay elementos a destacar salvo en una ocasión los ya citados huecos situados en las paredes laterales y presuntamente hechos para poder encajar una tranca e impedir el acceso al interior. Solo el escalón marca claramente el acceso a la pajera en la práctica totalidad de las cabañas 

 

al levantar en el suelo un límite evidente entre las dos estancias: cocina y pajera. Este pequeño resalte levanta una altura entre los 20 y los 30 cm y tiene una anchura en torno a los 15-35 cm. Suele estar construido de obra y puede quedar sin revocar. Es más corriente que se revoque

 

con un mortero que a veces es de un yeso de gran dureza y calidad (Diap. 100) que volverá a aparecer en el recubrimiento de los pesebres. Otros materiales excepcionales a partir de los que se realiza este escalón son las adobas de cemento (Diap. 181) o una simple losa de gran tamaño (Diap. 257) que desempeña su misma función. También en algunas ocasiones la forma del escalón podía dejarse en resalte al excavar esa zona de la cabaña.

Ya en su interior pocos elementos de la construcción podemos nombrar salvo la presencia no demasiado frecuente de huecos y aparadores excavados en las paredes (Diap. 231) y la excepcional de algún clavo, barra de metal o argolla encajados en la pared.

Un elemento presente en la totalidad de las cabañas de habitación temporal y que resulta fundamental para la organización espacial de su interior es el pesebre. Se sitúa siempre detrás del pilar central (Diap. 99), aunque muchas veces un poco ladeado, y separa la cuadra de la pajera. En todas las ocasiones es fruto del excavado solo hasta media altura de esa zona del interior reservada como espacio en el que las caballerías recibían su alimentación. Su anchura, bastante constante, puede oscilar entre los 80 y los 110 cm aunque en la mayoría de los casos se encuentra entre los 90 y los 100 cm. Su altura, adecuada para las dimensiones anatómicas de los abríos, suele situarse entre los 80 y los 105 cm. a pesar de haberse encontrado otros de 60 o 70 cm de altura que cabría achacar más bien al parcial relleno del suelo de la cabaña por aportes del exterior a partir de su abandono.

El pesebre puede estar formado por un solo hueco o dividirse en dos (lo más común),

  tres

o hasta cuatro pesebres consecutivos únicamente en la cabaña Cb 6.20-21/Ep. Esta división se efectúa por medio de los propios pilares sin excavar que se dejan detrás del pilar principal o, en un grupo de unas ocho cabañas, por unos muretes construidos de mampostería y revocados o incluso dejados sin excavar (Diap. 132). Estos separadores no sobresalen de la altura del borde el pesebre (Diap. 220) pero dividen su interior ya sea de manera total o subiendo hasta el borde en un lateral y descendiendo hasta el fondo del pesebre en el otro. Un dato a destacar es que en tres cabañas diferentes, los vanos situados sobre el pesebre no son del mismo tamaño según dan a la cuadra o a la pajera sino bastante más pequeños hacia ésta última (Diap. 87) hasta llegar a desaparecer en la división final de algún caso aislado de pesebre (Cb 12.20-21/Ep).

En cuanto al método de construcción de los pesebres ya se ha nombrado que todos han sido tallados en el material del interior de la ladera. A pesar de ello, casi todos están revocados en su interior y en sus bordes por un mortero de yeso (Diap. 211) que, en algún caso, puede ser de gran calidad y dureza. Puede testimoniar este revoco la utilización de fragmentos de teja para su mayor consistencia. Además, quizás debido a la poca compactación del material excavado, en algunos casos (Diap. 10) los pesebres se refuerzan en sus paredes inferiores por hiladas revocadas de mampostería.

Los pesebres no solo eran el lugar ante el que las caballerías se situaban para comer sino que se aprovechaba esta circunstancia para asignarles el carácter de espacio reservado a estos animales durante su estancia en la cabaña. Para asegurar este hecho, aparecen en la práctica totalidad de los pesebres ciertos elementos preparados para anudar en ellos la cuerda del ramal de las caballerías. El más común es la estaca, un fragmento de madera o rama de árbol tallada en la que un extremo quedaba con una forma abultada y el otro, muy largo, se incrustaba en la pared tal como me relataron durante las entrevistas en Épila: "p'atar a las caballerías estaban las estacas, se hacían de cualquier madera y se ponían con un pegote yeso". Contra lo que pudiera sospecharse, el lugar de colocación de las estacas más frecuente no era el frente de los pesebres que daba a la cuadra sino el propio borde del pesebre en el flanco que daba a la pajera (Diap. 161). Esta colocación se puede explicar por la facilidad que suponía para el amarrado y suelta de las caballerías desde la pajera, la estancia en la que mayor parte del tiempo pasaban los labradores. Otros lugares de colocación de las estacas son los muros laterales del interior del pesebre, hacia la mitad de esos muros (Diap. 258) o también en una posición más cercana a su alcance desde la pajera.

Otros elementos podían cumplir su función esporádicamente como palos, barras de metal o clavos, aunque dos en concreto parecen especialmente ideados para ese objetivo. El primero es una argolla de metal, y el segundo un inteligente aprovechamiento de las posibilidades del interior de la cabaña pues consistía en horadar ligeramente un lateral de uno de los pilares del pesebre, en su lado más cercano a la pajera, y pasar por allí la cuerda del ramal tal como atestiguan las señales desgastadas en la propia roca 

Y volcada, de manera figurada, sobre el pesebre está la cuadra que, bien preparada para su función de albergue a los animales de labor, presenta unas dimensiones entre los 2,2 y los 3 m de anchura.

 

Sobre su profundidad (Diap. 201) resulta un poco más difícil dar cifras concluyentes ya que, en los casos en que el pilar principal no avanza para cerrar en parte el acceso a la cuadra (Diap. 274), no puede determinarse con seguridad si el espacio que queda entre el nivel del pilar y el muro de la entrada puede considerarse parte de la propia cuadra. Si fuera así podría establecerse en ese caso la existencia de una mínima estancia con función de vestíbulo o zona de paso. De cualquier modo, con o sin esa posible estancia, la profundidad de la cuadra puede llegar hasta los 7 m, superando de esta manera en muchos de los casos la de su compañera la pajera.

Y pocos elementos destacables podremos encontrar en esta estancia ocupada habitualmente por la presencia animal. Tan solo en un caso, tal como ocurría en algunas cocinas, se ha localizado un vano o ventana de comunicación entre la parte excavada con función de cuadra y su caseta anexa (Cb 1.22/Mu). En éste y en otros ejemplos, contados, puede aparecer también en la cuadra un aparador excavado de diferente tamaño. Pero el elemento más destacable, hallado en seis cabañas, es de nuevo la talla de pequeños orificios en las paredes laterales de los accesos a la cuadra, en caso de que este acceso sea apreciable en planta. Su presunta misión sería cerrar mediante un palo su entrada y salida para los animales y, en algún caso, parece ratificarse por la forma de los orificios: en un lado completamente circulares para encajar un extremo de la tranca y en el otro oblicuo y descendente (Diap. 219) para facilitar la introducción y ajuste del otro extremo.

Por último, también hay que registrar la presencia no muy habitual de pesebres añadidos que se excavaban en una de las paredes de la cuadra que quedaba más alejada del pesebre central,

 

para permitir la estancia de un nuevo animal. Estos pesebres añadidos se complementaban con las habituales estacas (Diap. 86) o argollas (Diap. 95) que, en este caso, podían situarse en lo alto de la pared frontal.

La última de las estancias a tratar es el llamado 'bujero', una estancia de tamaño muy irregular que tenía función de almacén. Era "el hueco para dejar los aparejos de las caballerías, así grande pa que coja todo". Aunque su presencia en las cabañas es mayoritaria, no en todas llega a aparecer y nunca lo hace si la cabaña en cuestión cuenta con un pasillo cubierto muy desarrollado en planta o con una caseta anexa que suple esta misma función de espacio para almacenaje de productos diversos. Su planta, que puede adoptar lo mismo una forma circular o rectangular como de ábside semicircular, está situada en la inmensa mayoría de los casos en el rincón de la cuadra más cercano a la entrada y más alejado de la cocina. Esta situación convierte esta estancia en virtual contraposición en planta de la cocina por lo que no debe extrañar el hipotético traslado que, en dos cabañas muy cercanas (Cb 24.19/Ep y Cb 25.19/Ep), se produce de la cocina original situada a la derecha de la planta hasta el extremo contrario, adquiriendo una mayor importancia y quedando el antiguo espacio de la cocina como 'bujero'. En una de estas ocasiones duplica la existencia de uno previo y queda acondicionado por los atributos de la antigua cocina (dintel de entrada reforzado por tabla de madera y revoco de yeso que cubre las paredes) junto a los nuevos elementos, como veremos enseguida, exclusivos de los 'bujeros': una hilera de palos encastrados en el muro con mortero de yeso a modo de perchas.

En cuanto a su alzado, poco podemos destacar salvo la presencia inusual de un escalón en el umbral de entrada del 'bujero', los dos bancos excavados laterales en dos cabañas, y los diferentes perfiles más acusadamente ortogonales (Diap. 217) o con más forma de arco que pueden adoptar sus paredes (Diap. 304). Los elementos que más se repiten en su interior son los ya citados palos en hilera con función de percha, presentes en seis cabañas, los aparadores excavados de mayor o menor tamaño y alguna barra de metal incrustada en la pared.

 

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