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Santa Cruz de Moncayo. La cultura del Barro                                            ASOMO. Acebo. J.M. Larraz. Chema Roc

Costumbres, Creencias y Supersticiones

El mundo de las supersticiones, las creencias religiosas, la buena y mala suerte, también tienen un hueco a la hora de abordar aspectos urbanísticos y arquitectónicos de Santa Cruz de Moncayo.

La necesidad de proteger la casa y el pueblo es una constante en todas nuestras localidades. Existen múltiples ritos y mitos que apoyan todo esto.

El rayo, enemigo del agricultor, peligro para los habitantes de la casa y para la propia vivienda, es una amenaza que hay que conjurar. Las ramos recogidas el día de Domingo de Ramos, o según cuentan Bajén y Gros, las ramas recogidas en la procesión a la Virgen de Moncayo, ayudaban a proteger la casa. Se depositaban en la puerta, en las ventanas o en los balcones.

Recordemos también la tradición de encender candelas en las ventanas para guiar a los difuntos en su noche.

No es de extrañar, el mal, según todos los tratadistas entra por los huecos de la casa, por ello hay que proteger esos huecos: puertas, ventanas y chimeneas.

La ruda colocada en la puerta evita que entren las brujas, la escoba vuelta detrás del acceso a la casa evita las visitas no queridas y por supuesto las tenazas abiertas y en forma de cruz, en el fuego bajo del hogar, evita esas visitadoras nocturnas y voladoras... y recordemos que en Santa Cruz de Moncayo vivió la bruja llamada Catalina de Santa Cruz de Moncayo. Quizás por ello el alfarero de Santa Cruz, Escolástico de Va, realizó un espantabrujas conservado en el museo de la localidad.

Las piñas de barro en la cúspide de la casa suelen ayudar a alejar el mal o propician el bien y, en ocasiones, en otras viviendas se reciben visitas inesperadas como en el "Cuarto del Milagro".

Cuentan que en una casa de Santa Cruz había un moribundo. No tenía salvación según los médicos. Un caminante que pasó pidió permiso para entrar a verlo. Le dejaron pasar. El enfermo mejoró totalmente. Todavía se recuerda en que cuarto y casa de la Calle Alta en que ocurrió esto.

Un fenómeno de curación interesante sería la utilización del barro buro de la Diezma para todos aquellos que tenían escoceduras en el culo, desde Beratón, en Soria, llegaban a ir a por este barro que tenía fama en toda la comarca.

Con la misma arcilla que se hacía el barro, se hacían ladrillos, los mismo ladrillos que servían para calentar las camas envueltos en un trapo, ladrillos que a menudo llevaban inscripciones de los artesanos, de los dueños de la casa, de los trabajadores del obrador.

Así ocurre, por ejemplo, en el ladrillo utilizado como tabique en el molino Harinero de la Arquilla. Esta tradición de escribir en el barro parece ser habitual desde época romana, pasando por la musulmana –teja de Novallas- y llegando prácticamente hasta nuestro siglo.

 

Lo mismo podemos decir de la utilización en toda la comarca de la teja del Lobo. Era esta una teja convexa dispuesta en una esquina del rafe del tejado. Esa teja al soplar el cierzo provocaba un silbido similar al de los lobos. Si estos andaban cerca contestaban por equivocación y el pastor salía a buscarlos.

Puertas, ventanas, tejas, ladrillos, todos tienen asociados costumbres. Nos indican siempre la necesidad de proteger la casa o el pueblo. Así las procesiones que salían de la Iglesia, recorrían el espacio entre la puerta del edificio y la Calle Alta, bajaban por la Calle del Centro y regresaban por la Calle de la Herrería al edificio sagrado.

 Era un primer nivel de protección espiritual que coincide con el espacio urbano más antiguo del pueblo.

Un segundo trazado vendría marcado por el mismo lugar de salida, Calle Alta, descenso por los Arañales y la Calle Mayor, vuelta por la Calle de la Herrería hasta la Iglesia.

La ronda se encargaría de poner el punto lúdico a ese recorrido simbólico del pueblo.

Al igual que las murallas protegen físicamente un terreno, las procesiones protegen un espacio espiritual. Las rondas cumplirían una función similar.

Las mismas muestras que mezclan espiritualidad, creencias y costumbres y que permitían enramar las casas de los mozos a las mozas, para pretenderlas y poder formar familia. Es decir, no sólo la conservación de una casa, sino la reproducción y creación de nuevas familias.

La familia, que subdivide la casa, que cede, como citan los libros de amillaramiento, sitios de una casa, de un pajar, de un corral suele ser a familiares, hermanos, primos. No son extraños los casos en que las falsas se comparten y hoy en día dan a dos casas de distinto propietario como por ejemplo en la Travesía de San Ramón o la Casa del Curato. Recientemente, por razones de privacidad y unidad se suelen cambiar estos cuartos, falsas y accesos a cambio de otros cuartos, accesos, etc.

El objeto no es otro que permitir a la nueva unidad familiar vivir. Las herencias, las particiones, los contratos públicos y privados se encargarían de oficializar estos hábitos.

En el centro de todo, el hogar, el fuego bajo. Quizás como depositario de la esencia de la casa. Tras la emigración, las compras y ventas de los años 60 y 70, muchas casas cambiaron de dueños, de estructuras, de aparejos.

Varios casos hemos localizados en Santa Cruz o en Beratón en los cuales el trasfuego de fundición, el mismo que se pone sustituyendo a las antiguas piedras, se lo llevaron ellos mismos a sus nuevas casas, al lugar de su emigración. El tiempo, a veces se voltea, y las planchas se guardan o vuelven a la casa de la que salieron.

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