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Santa Cruz de Moncayo. La cultura del Barro                                            ASOMO. Acebo. J.M. Larraz. Chema Roc

Anexo I. Los Artesanos

Los obradores artesanos de ladrillo y teja de Santa Cruz de Moncayo

Desde las tierras altas de Moncayo aires moriscos suenan. En Santa Cruz de Moncayo se siente el sonido del barro mientras se amasa. El obrador artesano de Alfredo Val despierta los ecos del pasado. Acuden a la llamada Pedro Notivoli, Val, Cuevas y Miranda. La arcilla se convierte en protagonista de una historia, de mil historias, de nuestra historia.

Todo empezó en el cabezo del árbol hace… ni se sabe. Alfareros y artesanos del ladrillo subieron a por la arcilla que en él había. Estos geólogos, cuya única universidad había sido la práctica y el saber acumulado durante generaciones, descubrieron uno de los terreros más fecundos de esta tierra.

Uno se imagina a través de las palabras que le van contando una procesión de caballerías con tierra "estormeada" o a tormos en dirección a los obradores. Estos obradores, a pesar de hacer ladrillo y teja, en Santa Cruz, siempre recibieron el nombre de los tejares. No resulta difícil hoy en día incluso repetir el camino a caballo desde el picadero que hay en la localidad hasta nuestro Cabezo del árbol. No hay más que poner las historias que nos cuentan en el paisaje y dejarse llevar por la aventura.

El agua pasaba entonces a tener importancia. Mítica, no podía ser de otra manera, son las aguas y las nieves de Moncayo. Los ríos Queiles o la Huecha son protagonistas de esta merecida fama. Agua, necesitaban para sus tejares los artesanos para mezclarla con la tierra. En el caso de Santa Cruz el agua se cogía de la acequia de Irués y se mezclaba con la tierra en pilas preparadas para ejecutar esta unión. Solían ser las paredes de estas pilas de ladrillo y yeso, su capacidad variaba.

Cuando la tierra y el agua se habían mezclado, el barro se presentaba, dúctil, maleable, pero todavía libre. El artesano debía "domesticarlo", hacerlo más humano. Comenzaba así la lucha del amasado o del "sobado". El barro tenía ideas propias, pero las manos del artesano habituadas durante siglos a luchar con él se esforzaban una y otra vez en impedir que la tierra, esa misma tierra a la cual él pertenecía, se le escapara.

Siempre trabajaban entre Abril y Octubre, eran los mejores meses ya que a lo largo de ese tiempo la tierra no se helaba y esto permitía trabajar mejor alejando el temible peligro que suponía el barro congelado. Este podía llegar a echar a perder todo el trabajo acumulado al ser introducido en los hornos.

Tierra, agua, saber práctico acumulado durante generaciones… La memoria de un artesano, la de todos los que pasaron concentrada en un método de trabajo, en una teja, en un ladrillo, en un ladrillete, en un alfardón.

El molde de la memoria, que repite una y otra vez los mismos pasos, nos devuelve a nuestro proceso. El barro una vez amasado se introduce en marcos de madera o hierro con diversas formas, la tradición y la imaginación son libres, así que el artesano puede inventarse un ladrillo rectangular o trapezoidal o con mil combinaciones.

El artesano ausa el marco. Alisa el barro, lo acaricia con sus manos y sus huellas quedan dibujadas. Algunos hacen este proceso sobre una sobadera elevada, otros directamente sobre el suelo. La tierra, moldeada por el marco, vuelve a su origen, a la tierra, al suelo. Allí comenzará a secarse poco a poco. Primero un lado, después el otro. En zigzag se dispondrán todas las piezas realizadas para evitar que un mal paso provoque el efecto "dominó" que tire por tierra todo el trabajo.

Existe la tradición, sobre todo en las tejas, de escribir en ellas los nombres de los propios artesanos. Los viejos maestros musulmanes ya lo hacían como demuestra la teja de Novallas que presenta caracteres cúficos, lo mismo ocurrió en época cristiana y así el nombre y la fecha de fabricación aparecen en algunas de ellas.

Por otro lado asentar las tejas tiene distinta técnica que asentar ladrillo. Las primeras deben escudillarse planas y en 5 o 6 golpes. Su molde, lógicamente es distinto y se le puede llamar colbeta. El momento de sacar el barro del molde o de la colbeta era uno de los más delicados.

Llegado al delicado momento del secado del barro, que ya ha adquirido una forma similar al del molde que hayamos usado, venía la dura tarea de mirar al cielo. No debía llover ya que eso echaría por el suelo todo el trabajo. Pero claro, nunca llueve a gusto de todos. Los labradores en cambio si querían que lloviera, se escuchaba entonces en las procesiones:

 

Sol y agua para mi trigal, sí
(Pedían los labradores)

Sol y agua, no
(Respondían los alfareros y tejeros)

 

El trabajo todavía no había terminado. Quedaba una de las fases más delicadas: la cocción en el horno. Amontonados sobre el borde de la carretera, como si fueran los restos fósiles de animales prehistóricos o como si nos hubieran quedado los restos de un naufragio diseminados por el campo, los hornos de teja van desapareciendo con el agua de lluvia. Ya casi nada queda de aquellas boqueras por las que las aliagas ardiendo cocían los ladrillos.

No era labor fácil. Había que saber disponer las piezas en el interior teniendo en cuenta siempre que el fuego cincha o dilata pero también había que tener cuidado si no cerrabas bien el horno ya que podían esventarse el trabajo de tanto tiempo.

Cuadrados por fuera y por dentro, solían tener el piso superior descubierto y sólo se cubría con cascotes cuando había hornada, era lo que se denominaba: echar la chavala.

Ladrillo y teja salía de aquellos hornos con los que se levantaron las casas del Somontano. Del trabajo humilde y costoso fueron surgiendo nuestros pueblos, y claro, donde hay pueblos hay fiesta y Santa Cruz de Moncayo no iba a ser una excepción.

Sabemos, por otros pueblos y oficios similares, que tras la expulsión de los moriscos vinieron gentes de otras tierras a trabajar el barro. A menudo el ayuntamiento se encargaba del mantenimiento de los hornos y vigilaba que las medidas de los ladrillos fueran las correctas y oficiales

Vinculado a este gremio artesano, en el propio Santa Cruz de Moncayo se celebraba, y afortunadamente se ha recuperado, la fiesta de Santa Bárbara. Esta santa, conocida por su protección frente al rayo, la muerte de noche en la cama, los mineros y los que trabajan con pólvora, también tiene vinculación con los oficios de la construcción, ya que su padre mandó construir una torre en la cual encerrarla. Quizás esa vinculación del oficio de ladrillero y tejero con esta Santa nos permita comprender el por qué de las diversas tradiciones que ese día se celebran en Santa Cruz.

El tiempo intentó borrar la huella de todos estos trabajos y tradiciones. Pero poco a poco, banderas de humo volvieron a surgir de los hornos. La vida comenzó a colarse por todos los rincones. Alfredo Val e Isabel Lahiguera nos permitieron volver a escuchar el ruído del barro en la sobadera, todo el mundo volvió a mirar hacia el Cabezo del árbol y la Ciezma.

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