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ADAHUESCA Y SU DESPOBLADO DE SEVIL                                                                         Manuel Benito Moliner

 

LAS SANTAS: Vida, martirio y vicisitudes de sus reliquias.

 

Aunque su historia es bien conocida por todos los aboscenses, faltarla algo en este trabajo si no aludiéramos a ellas.

Cuentan que, allá por el siglo IX, un descendiente de los visigodos se convirtió al Islam pasando a llamarse Ben Molit. Este nuevo musulmán se casó con una doncella cristiana natural de Betorz. Ambos residían en Adahuesca cuando tuvieron dos hijas: Nunilona o Nunilo y Alodia, que nacieron en una casa ubicada en la actual Plaza de la Iglesia, más concretamente en el solar hoy englobado por la parroquia, que ocupa la capilla de Las Santas, antes iglesia, donde hubo un pozo con aguas consideradas milagrosas.

El caso fue que la religión materna prevaleció en su educación, frente a la del padre, contraviniendo, así, la legalidad del momento que dictaba pena de muerte en estos casos. Tras quedar huérfanas pasaron a depender de un pariente de fuertes convicciones musulmanas que trató de inculcar a sus pupilas sin éxito alguno. El pariente, indignado, denunció el caso ante el emir local Jalaf que intentó también, convencerlas para que abrazaran el Islam sin conseguirlo. Compadecido de su escasa edad y sin ánimo de infligirles ningún castigo, las devolvió a su casa.

El heredero, desairado, decidió recurrir a instancias superiores, llevando el caso ante Zumail, emir de Huesca, quien procuró persuadirías por la fuerza inútilmente. Como el pariente, esperando quedarse con las propiedades de las niñas, insistió para que se cumpliera la ley que obligaba a ejecutarlas, Zumail quiso ganar tiempo enviándolas por separado a sendas casas de súbditos fieles, donde permanecieron cuarenta días, manteniendo su actitud inicial que, irremisiblemente, las lleva al cadalso. Alodia pidió como último favor, poder ver a su hermana. El emir se lo concedió y las volvió a llamar ante él ofreciéndoles, primero, varias prebendas y, luego, una conversión aparente con el fin de eludir la pena, prometiéndoles incluso que, cuando todo hubiera pasado, podrían volver al catolicismo facilitándoles, si fuera preciso, la huida a las montañas que habitaban sus correligionarios.

Las futuras Santas siguieron en sus trece y Zumail, acosado por las leyes y por sus gentes más ortodoxas, se ve obligado a cumplir la sentencia de muerte, única salida legal. Las reos fueron presentadas públicamente y trasladadas al Tozal de las Forcas, actual tozal de Las Mártires en los términos de Huesca. Durante su ejecución el verdugo titubeó y por tres veces preguntó que debía hacer. Las Santas, con el fin de ayudarle en su triste cometido, se recogieron el cabello. Murió primero Nunilo, y Zumail propuso, nuevamente, la salvación a Alodia que no aceptó.(También pudo ser que, siguiendo la tradición, la ejecución se produjera en una plaza publica y los cuerpos se trasladaran posteriormente al Tozal de las Forcas.

 

Los cuerpos que, a pesar de ser expuestos a las alimañas, estaban intactos, fueron trasladados al barrio mozárabe o cristiano procediendo a su depósito en un pozo (Este pozo todavía se recuerda en la calle de San Salvador de Huesca, mediante una placa de cerámica situada junto a una panadería.) junto a una mezquita que, más tarde, se convertiría en iglesia de San Salvador. Al poco tiempo comenzaron a vislumbrarse unas luces que emanaban del pozo mencionado, por lo que se procedió a montar guardia con el fin de que los cristianos no robaran los cadáveres cosa que, al parecer, intentaron por lo que Zumail ordenó su traslado a un sitio desconocido.

 

Las noticias del martirio llegaron a Navarra, donde sus reyes se interesaron vivamente por conseguir los restos de Las Santas que seguían en paradero desconocido. Un tal Auriato, que vivía en un lugar cercano al monasterio de Leyre, tuvo una visión en la que se le ordena marchar a Huesca para llevar las reliquias al monasterio navarro. Entra en esa ciudad disfrazado de comerciante y, ayudado por cristianos oscenses, traslada los cuerpos a San Salvador de Leyre en el reinado de Íñigo Arista.

 

Carlos María López (En Problemas históricos altoaragoneses en el siglo IX. (En torno a una polémica hagiográfica). Cuadernos de Zaragoza. Nº 44. Zaragoza.) ha sido quien ha hecho un estudio más serio sobre los datos históricos que cotejan la vida, martirio y posterior traslado de Las Santas, inclinándose por la siguiente tesis: Adahuesca, situado en la Barbitania y cercano a Castro Vigeti (Alquézar), fue cuna de Las Santas ejecutadas en Osca hacia el 21 de octubre de 846 (Frente a la fecha de 22 de octubre de 851 que, tradicionalmente, se mantenía.) o antes, cuyos restos se llevaron a Leyre hacía el 879.

 

Tenemos otras noticias posteriores, aunque no muy lejanas del momento en que ocurren los hechos, que avalan lo dicho:

-En Huesca existió elTozal de las Forcas documentado en el siglo XII, junto a la alhandeka, actual barranco de La Alfóndiga, por lo que estamos en el cerro de Las Mártires, así llamado por el evento en cuestión.

- En 1097 Pedro I dona a Leyre una mezquita en Huesca junto a San Pedro el Viejo. Esta mezquita tendría que, tras ser consagrada como iglesia, ponerse bajo la advocación de San Salvador, patrón de Leyre, Las Santas y San Esteban protomártir. Posteriormente dio nombre a la calle oscense de San Salvador que aún lo conserva, a pesar de haber desaparecido la iglesia hacia el XVIII.

Empero, existen otros puntos de España que pretenden ser cuna de Las Santas: Huéscar (Granada), Bezares (La Rioja) e Iscar (Córdoba), existiendo, además, otras tesis más endebles: Torres de Barbués (Huesca), Oca (La Rioja) y La Valdonsella (Zaragoza).

 

LAS RELIQUIAS.

Adahuesca, de antiguo, mantuvo la pretensión de disponer en su parroquia de algunas reliquias de Las Santas, lo que no pudo obtener hasta bien entrado el siglo XVII. En 1667 los aboscenses, hartos de las respuestas negativas del monasterio legerense, recurren a los máximos estamentos, tanto nacionales -aragoneses-, como estatales, encontrando en la reina María Cristina de Austria, una amiga para su causa frente a Leyre que a punto estuvo de acceder. Solamente el abad, Roberto Diez de Ulzurrum, se negó alegando la existencia de una bula papal que impedía la extracción de reliquias sin el consentimiento del Vaticano. Nueva puesta en marcha de la máquina burocrática para solicitar el necesario y aludido permiso, solicitud que quedaría traspapelada.

Un día, tres vecinos de Adahuesca -Pedro Bailo, prior de Treviño, Miguel Molina y Francisco Catalán- fueron a Leyre con el fin de visitar los santos cuerpos. Casualmente el mencionado abad se encontraba enfermo, enfermedad que se le declaró, precisamente, tras la negativa. El clérigo mandó llamar a los paisanos de las Santas para preguntarles la causa de su llegada, creyendo que era para reanudar la petición. Estos contestaron que su único motivo era la devoción meramente personal. Coincidiendo con la llegada y estancia de los devotos aboscenses, se produjo un notable restablecimiento de la salud del abad que por agradecimiento, arrepentimiento, o lo que fuera, animó a nuestras gentes a seguir insistiendo, ofreciéndoles apoyo e intercesión ante el Papa, desde el mismo monasterio.

 

Así lo hicieron y consiguieron la merecida respuesta el 26 de agosto de 1672, nombrando el concejo de Adahuesca a Mosén Antonio Naya para ponerse al frente del comité que habría de recoger los ansiados despojos: Dos canillas de las piernas, llamadas tibias, una de Santa Nunila y otra de Santa Alodia y una punta de costilla. Recabados estos, pusieron en marcha el sacro cortejo que fue recibido en procesión en cada pueblo donde hacían alto. Artieda (1 de septiembre), San Juan de la Peña (día 2), Sarsamarcuello (día 3), Castilsabás (día 4), voltearon las campanas, encendieron fuegos y ejecutaron danzas y músicas en su honor. El día 5, al llegar a Casbas, esta antigua Villa organizó una magna procesión con el clero y ayuntamiento de la población, la Capilla de cantores de la catedral de Huesca, una compañía de cincuenta arcabuceros que hacían continuas salvas, y doce doncellas uniformadas de tela plateada y con hachas de cera, que cantaron loas a Las Santas en la Plaza Mayor.

 

De Casbas ese mismo día salieron hacia Adahuesca que, con mucha gente forastera, recibió la comitiva en La Cruz de Laliena.(Parece ser que en las inmediaciones de esta cruz hubo un pueblo, amortado, llamado Laliena.)  Allí formaron la siguiente procesión: Por delante dos clarines rompiendo el aire con marciales ecos, una compañía de cincuenta arcabuceros que iban saludando, dos cuadrillas de danzantes que realizaban primores. Detrás la muchedumbre y, por último, la música de la Colegial de Alquézar. Junto al cofrecillo, que contenía los santos vestigios y que era portado en andas, iban también doce doncellas con hachas encendidas y vestidas con uniformes ricos y honestos, más diez sacerdotes, con capas coloradas, dispuestos en dos filas.

 

Al entrar en la Villa presidía el cortejo el abad de Leyre, que había acompañado las reliquias todo el trayecto, recorriendo las calles entoldadas e iluminadas para la ocasión, y escoltado por varios de sus frailes, además de Pedro Jordán, monje de San Juan de la Peña, y de varios comisionados. Al entrar en la iglesia nueva, actual parroquial, la música de Alquézar cantó un Te Deum y se procedió a guardar los anhelados huesos en una urna preparada al efecto. Al día siguiente, el abad navarro, hizo escritura donde ordenaba que las dos canillas se depositaran en la iglesia de Las Santas y la punta de costilla en la de San Pedro (iglesia vieja).

Tres días duraron los regocijos públicos, con sus respectivas noches en las que se encendían luminarias y fuegos.

 

En algunos sitios del recorrido se habló de milagros, así, en Casbas, una monja tullida hacía tiempo quedó sanada tras la pertinente adoración. En Alberuela de Laliena se produjo otro fenómeno similar pues, una tal Margarita Catalán que estaba enferma, se curó al pasar por su pueblo la comitiva religiosa.

 

Finalizada la Guerra de la Independencia comenzaron a correr malos vientos para el sector clerical, produciéndose en 1821 la exclaustración de Leyre. Ocasión que Adahuesca aprovecha para volver a las altas esferas, con el fin de apropiarse de los cuerpos. A tal fin se solicita la mediación del obispo leridano, frente al de Pamplona, y se forma una comisión para que, en nombre de la Villa, se persone en esa ciudad al objeto de negociar la concesión. Se nombra a Manuel Aleu de Laluenga, párroco de Adahuesca, y a los vecinos y naturales José Arnal, capitán jubilado, Manuel Cortés y Ramón Zamora que iniciaron el 14 de febrero, un penoso viaje por ásperos caminos cubiertos de nieve y frecuentados por salteadores que acometen y roban a cuantos tienen la desgracia de transitarlos.

 

El 19 llegan a Lumbier, pernoctando en casa de Joaquín Ladrón casado con la paisana Mónica Azara que los acogió con gran satisfacción. Al día siguiente van a Pamplona donde permanecen hasta el 23, visitando varias personalidades a las que entregan cartas, para conseguir apoyos que faciliten la decisión en favor de Adahuesca. El 23 vuelven a Lumbier desde donde inician un regreso no menos penoso. Así, al día siguiente, sábado, se pierden al anochecer, antes de llegar a Martés donde debían pernoctar y donde pernoctan, finalmente, tras escuchar una misteriosa y juvenil voz. El 25 pasan hambre, por no hallar alimento en el camino que les lleva a Riglos. El 26 están en Huesca y el 27 en Adahuesca donde, con todo el pueblo, esperarán el resultado de las gestiones.

 

Un bandeo de campanas y una hoguera de siete carretadas de leña, anuncian a la redolada la concesión de los cuerpos por el obispo de Pamplona, en agosto de ese año. La Villa torna a formar comisión para realizar un nuevo traslado, compuesta por tres eclesiásticos, tres civiles y dieciocho milicianos que honrarán y guardarán la comitiva. (Estaba formada por los eclesiásticos: Manuel Aleu, párroco, Joaquín Larrosa, natural de Adahuesca y cura de Sarsa del Abadiado, Lorenzo Arnal, beneficiado de Adahuesca. Los seculares eran: Rafael Loscertales, síndico, Ramón Giménez y Mariano Nasarre. Milicianos armados de la Villa: Joaquín Cortés, Nunilo Cortés, Francisco Cortés, Joaquín Foncillas, Francisco Nasarre, Mariano Jordán, Mariano Arregui, Ramón Zamora, Francisco Zamora, José Nasarre, José Gistau, Lorenzo Labata, Joaquín Gistau, Joaquín Gillué, Joaquín Cuello, Antonio Altemir, Silvestre Escartín, Andrés Vidal y José Sierra. De las acémilas se ocuparon los siguientes vecinos: Fabián Subías, Antonio Mostolac y Domingo Santaolaria.) Se efectúan diversas gestiones encaminadas, por un lado, a facilitar el paso de Las Santas y hombres armados por pueblos y caminos, obteniéndose los respectivos permisos de obispos -oscense y jacetano- y Jefe político de Zaragoza; y por otro para adquirir la infraestructura necesaria para el traslado. (Para el viaje se compró gran porción de cera, municiones para salvas y fuegos artificiales; preparándose una peana con pabellón rematado por un ángel con una paloma en la mano derecha y una corona en la otra.Se buscó un maestro de danzas y decir sus loas en obsequio de Las Santas. Y, por último, se avisó a la Capilla de Alquézar para que prepararan sus cánticos y sonetos para el recibimiento.

 

El 25 de agosto salen para Pamplona bajo el calor sofocante, confundidos en el polvo del camino. Se adelantan dos comisiones que, en Pamplona, reparten cargas de aceite entre los colaboradores y allanan la llegada del resto de la comitiva que está en Bolea el 26, partiendo de allí para Sangüesa donde recalan el 28 tras parar el 27 en Luesia.

 

El 31 se organiza en Sangüesa la procesión de despedida. Cuatro curas sangüesinos llevan las andas de la peana, acompañados por cuatro comisionados aboscenses que portan velas al igual que el resto del numeroso cortejo que precede y sucede a los despojos. La gente se agolpa en puertas y ventanas para dar el adiós a lo que quedaba de Las Santas. (Varias reliquias se habían repartido ya por algunas parroquias navarras. No en vano se les atribuían grandes poderes en las calamidades públicas. Así, en la sequía que azotó estas tierras entre 1557 y 1560, se sacaron, en el monasterio legerense, los cuerpos de las Vírgenes hasta la fuente de su nombre. Allí se sumergió tres veces una canilla, a la tercera inmersión brotó del hueso un arroyuelo de sangre. En 1737, se bajaron a Yesa, donde padecían una epidemia, dándose a adorar y cesando en el acto la mortalidad. Otras reliquias llegaron mucho más lejos, como cuenta José Pleyán de Porta en el Aragón Pintoresco y Monumental: El Conde de Lerín, según refiere Ambrosio de Morales en su Crónica General de España, llevó a la ciudad de Huescar del reino de Granada reliquias de estas dos santas referidas y construyó en esta misma población una iglesia bajo la advocación de las mismas mártires, donde puso sus santas reliquias.) Salen de la Villa navarra con cuatro milicianos portando la peana que lleva dos faroles encendidos, los demás van delante armados y los comisionados detrás, a caballo. A las diez de la mañana llegan a Sos, cuyas gentes al tener noticia del arribo, se asoman sobre las murallas, mientras el clero se apresta a recibir en el portal desde donde, tras incensar el arca contenedora, acompañan a esta hasta la iglesia que bulle de gente bajo el son del Te Deum. Tras comer salen para hacer noche en Castiliscar.

 

El día 1 de septiembre, a las cinco de la mañana, parten dejando Layana y Biota hacia Erla. A esta localidad se adelantan algunos comisionados con el fin de solicitar permiso para entrar, ya que pertenece al arzobispado zaragozano, a quien olvidaron requerirlo, sin ningún problema duermen en la localidad. El 2, domingo, pasan por Montmesa, Ortilla y Lupiñén, pernoctando en Chimillas. El 3 emprenden nueva etapa: Yéqueda, Fornillos, Barluenga, (En Barluenga se celebraba el tercer día de su fiesta en honor de San Gil, por ello quiso recibir las reliquias con mosqueteros, todas las músicas de su fiesta y procesión. Estuvieron allí una hora refiriéndose un suceso como milagroso: Sebastián Ferrer, tullido y sin movimiento alguno en las piernas, quiso acompañar a la comitiva, a caballo hasta Adahuesca, como no le dejaban insistió hasta conseguir el permiso, recobrando la salud.) Sarsa del Abadiado, donde comen, Ayera, (En Ayera, Antonio Ciria que era sobrino del cura Aleu, les hizo detenerse. Siendo recibidos con salvas y luces, invitando al cortejo a comer un cordero asado pan y vino.) Sipán, finalizando la jornada en Ibieca que les acoge con las doce niñas de rigor con sus velas y vestidas de blanco. El 4 pasan por Sieso, Casbas, que otra vez organiza procesión con sus doce doncellas, Bierge y, culminando etapa, Alberuela con las acostumbradas doncellas de blanco portadoras de velas, salvas y procesión.

 

Mientras tanto Adahuesca había organizado un digno recibimiento con los siguientes preparativos destacables:

 

*En la puerta del templo colocaron un atrio con arcos de lienzo pintado, ornados de cuartetas, quintillas, octavas, décimas y sonetos alusivos al acontecimiento

*En el centro de la plaza un frondoso y extraordinario árbol propiedad de Ramón Foncillas, que dominaba los tejados de la iglesia y que ostentaba en su copa un pendón blanco matizado con bordados de seda en diversos colores, semejante a otro que habían instalado, también, en la punta de la torre.

*La plaza en sus cuatro bocacalles, disponía de arco triunfal con farol que la iluminaban, circundándola unos arbolitos que imitan un jardín.

*El Portal Alto, por donde habría de entrar el cortejo, estaba enramado de sabinas entretejidas de diferentes flores.

*Las casas, que se encontraban en la ruta a seguir por la comitiva, tapizaron su tramo con lo mejor que disponían.

*A los muchachos que debían danzar se les instruyó convenientemente.

*Se dio aviso a los pueblos comarcanos para que sus gentes se personaran en la Cruz de Laliena a las siete de la mañana del día 5.

 

El día 5, el mismo día y mes que en 1672, a las siete y media, se ponen en marcha con los milicianos de Alberuela, que realizaban abundantes salvas tratando de abrir camino hasta la Cruz de Laliena, punto de reunión que se encontraba abarrotado de gentío y que ya había acogido las procesiones respectivas de Adahuesca, Alquézar, Abiego, Azlor, Huerta, Asque y Radiquero. Las reliquias fueron depositadas en una mesa para ser incensadas por el párroco aboscense mientras, la capilla alquezrana con su música, cantó la antífona Prudentes Vírgenes, recitando el cura el versículo y la oración correspondiente. Inmediatamente los danzantes comenzaron a bailar y los dos primeros, Antonio Foncillas y Mariano Vidal, dijeron su décima cada uno.(Sigue siendo costumbre, ya no en Adahuesca que la perdió para siempre, que los danzantes digan versos alusivos a los acontecimientos;en este caso, el primero daba la bienvenida a Las Santas y el segundo mostraba el regocijo del pueblo por el feliz reencuentro.)  Se reanuda el camino en compañía, ahora, de veinticuatro doncellas de blanco y vela en mano. Los milicianos lanzaron salvas al punto de entrar en los términos de Adahuesca y hasta la iglesia. Durante la procesión la Capilla seguía cantando y los danzantes desarrollando sus mudanzas. Una hora y media duró el trayecto hasta la iglesia que hubo de desalojarse, en parte, para que la comitiva pudiera entrar. Una vez en el templo, notario, cirujanos y testigos, comprobaron el contenido de la urna, se celebró el Te Deum, misa cantada y sermón. A las 15 horas se facilitó la adoración de la osamenta a todos los forasteros que tuvieran que marcharse, desfilando gente hasta las 18 horas.

 

Al día siguiente más misas y procesiones, ahora por todo el pueblo, con las reliquias portadas por cuatro doncellas. Otra vez música de la capilla y actuaciones de los danzantes.

Poco duró la alegría entre los devotos de Adahuesca. En 1823 el gobierno del Estado adquirió un talante reaccionario que favorecía el status anterior. Por tanto los monjes de Leyre pudieron volver a su monasterio, reclamando las dichosas reliquias que recuperaron tres anos después, tras dejar algunos despojos más en la Villa.

 

En 1835 la desamortización de Mendizábal produce otra exclaustración monacal que obliga a Leyre a volver a depositar las reliquias en la iglesia de Santiago de Sangüesa, a ella llegarán los aboscenses, tras nueva concesión episcopal, el 3 de julio de 1862.(Se otorgan, en esta ocasión, los poderes para el traslado al párroco Francisco Larruy, a Francisco Loscertales, auditor de guerra, y a Luis Cortés y Pascual, labrador y propietario. Era notario de la Villa por entonces, José Foncillas; racioneros: Jorge Zamora y Arnal y Joaquín Simón y Morcat que representaron al clero. El ayuntamiento estaba compuesto por: Francisco Jiménez y Fretas, alcalde; Ramón Zamora y Blasco, Antonio Labata y Cuartero, Antonio Altemir y Plana y José Bertrán y Calvo, todos regidores o concejales.)  Esta vez las cosas fueron más difíciles pues, los sangüesinos, alegaban que, si bien los restos sagrados debían ser para Adahuesca, la arqueta que los contenía, de factura arábigo-persa, nunca había sido de esta Villa. Se cambiaron los cuerpos de recipiente y se trajeron, definitivamente, a su lugar de origen. En 1863 se depositaron en una urna de plata, fabricada en París y donada por Luis Nunilo Cortés y María Allonca que pagaron 2.500 pt. por ella. En 1949 un incendio estropea considerablemente la urna, procediéndose a restaurar los relicarios y construir un retablo. Por último, en 1950, se colocan los restos mortales de Las Santas en el altar de su capilla.(De este último recibimiento de las reliquias, nos da cuenta José Pleyán en op. cit.: asistieron miles de personas de todo el territorio y el clero de los pueblos vecinos con sus respectivas cruces parroquiales. Tan preciosas reliquias fueron recibidas por los religiosos habitantes de Adahuesca con indecibles demostraciones de júbilo y alegría, con arcos de triunfo, músicas, vítores, aclamaciones, danzantes, poesías, fuegos artificiales, loas y otros festejos religiosos y cívicos propios de tan grandioso acontecimiento.

 

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