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ADAHUESCA Y SU DESPOBLADO DE SEVIL                                                                         Manuel Benito Moliner

 

LA ETNOGRAFÍA

 

El ciclo festivo

 

FIESTAS DE INVIERNO.

 

-Navidad.

Nada conocemos que haga su celebración diferente con respecto a otros pueblos de la zona. Destacaremos, como propio de estas fechas, la elaboración de pastillos, postres semejantes a los que en Otros lugares se conocen como empanadicos. Se preparan en casa con harina, almendra, aceite, azúcar y canela. Una vez elaborados se llevan al horno o panadería donde se cuecen.

El día de Los Santos Inocentes, antaño, se engañaban unos a otros si podían, con los moldes de hacer turrón o sacos de piedras y hierros listos para ser trasladados de un sitio a otro por el espabilao de turno.

Los pastores, en estas fechas, pasaban a recoger el cabo d'año por las casas. Esta actividad consistía en recaudar, por todas las familias del pueblo, una serie de regalos de poca monta que eran aportados voluntariamente, casi siempre comestibles que acababan devorados en fraternal y rústico banquete.

El día de Reyes a los niños menos agudos se les hacía bajar al Pozallón donde, para ver llegar a los dadivosos magos, tenían que cumplimentar el ritual de mojarse la faldeta, o parte baja de la vestimenta, y armarse de una caña verde. Esta broma se la gastaban unos críos a otros, normalmente los mayores a los más chicos que, a parte de soportar el frío, la mofa y no ver a los Reyes, recibirían en casa su correspondiente dosis de hule por llegar fartos de agua.

 

Muy mermada ya, está la fiesta de San Antón, 17 de enero, que como celebración precarnavalesca suponía una inversión de roles o funciones sociales. Las bestias en esa fecha eran las protagonistas del pueblo. Se las llevaba a recibir la bendición protectora del párroco a la Cruz del Hospital, donde pasaban dando la vuelta. Las caballerías ese día estaban eximidas del trabajo.

El 20 de enero, San Fabián y San Sebastián, se celebraba con hogueras en las que se asaban patatas. El origen de esta fiesta debe situarse en algún voto realizado durante los diversos brotes epidémicos que azotaron los somontanos en los siglos XVI y XVII pues, en el XVIII, estos santos tenían capilla y retablo propio en la ermita de Treviño. La costumbre de hacer fuego es para unos la perpetuación simbólica y anual de aquellas hogueras que se hicieron durante las pestes con el fin de quemar los enseres contaminados y purificar el aire transmisor de los bayos o vahos infectos. Para nosotros tiene más relación con la serie de rituales precarnavalescos que tratan de lustrar y predisponer la Naturaleza a la resurrección en Carnaval.

Morir ahorcado se consideró, durante muchos siglos, como la forma más horrible de fenecer ya que, según se creía, el alma quedaría, forzosamente atrapada en el cuerpo sin poder hacer el convencional viaje al más allá. Otra mala manera de morir, por las razones expuestas, era como consecuencia de un mal de garganta que, también, podía dificultar el tránsito del ánima en su intento de abandonar el finado cuerpo. Para soslayar estas enfermedades, las gentes acudían a la iglesia el día de San Blas, santo protector de faringes, laringes y aledaños, para bendecir algunos alimentos, generalmente dulces, que se ingerían después para que contactaran con las zonas susceptibles que quedarían inmunizadas. También se podía utilizar el aceite de las lámparas que ardían ante el santo obispo. Las caballerías participaban del ritual con el mismo objeto, a tal fin se les daba una ración de cebada bendecida.

Santa Águeda, que ponía el punto final a estas fiestas del precarnaval, suponía otra inversión de roles. Las mujeres ese día se adueñaban del pueblo, volteaban las campanas y asistían a misa para después organizar la consabida merienda y el baile. Todos los gastos corrían por cuenta de las féminas.

Los Carnavales, aunque no ofrecían ninguna característica peculiar, son recordados como una fiesta sin parangón en el calendario por la liberación social inherente. El muñeco, al igual que en otras localidades, se confeccionaba en casa del herrero, y las gentes disfrazadas lo paseaban por la Villa bailando y cantando hasta el Miércoles de Carnaval, día en que, indefectiblemente, tenía que ser quemado. El muñeco era montado en un carro que acompañaba todo el pueblo entre sollozos, gritos terribles de angustia y tristeza, y frases como: ¡Ay, hijo mío que te van a matar! Los días mejores de esta fiesta eran el domingo y el martes y la persona que más activamente participó en las ultimas ediciones, sobre todo en el entierro, fue, curiosamente, el cura Pedro Mediano al que todavía recuerdan los más mayores con cariño. El Carnaval murió definitivamente en Adahuesca con la Guerra del 36 y será muy difícil que se recupere su celebración ya que, en el pueblo, no queda juventud en invierno, ingrediente inexcusable de esta fiesta.

 

FIESTAS DE PRIMAVERA.

-Cuaresma. Tiempo de ayuno, penitencia y rezos que se plasmaban en Novenas como la de Las Almas, desarrollada en honor a san José, san Francisco y santa Bárbara. Hacían también un septenario o conmemoración de los Siete Dolores de la Virgen. Por las casas se pasaban los relicarios donde se daban a besar. Antaño se contrataba cuaresmero, fraile especializado en sermonear durante esta época del calendario católico.

-Semana Santa. Tenía curiosos rituales que reseñamos: En Jueves Santo la chiquillería organizaba el matar judíos armándose, a tal efecto, de palos y piedras para golpear puertas y cuanto se les ponía por delante, llegando a romper un confesionario en la iglesia. Este hecho fue la gota que colmó el vaso prohibiéndose, a partir de entonces, esta costumbre salvaje originada en creencias ancestrales que suponían a los espíritus vagando, en estas fechas en que Dios estaba muerto, y para evitarlos y alejarlos armaban todo este estrapalucio.

El Viernes Santo, por la mañana, se hace el Via Crucis que transcurre por la antigua Vía Sacra que une el pueblo con Treviño. Después de la celebración religiosa en la ermita se comen unas pastas, se echa trago y regresan al pueblo romanos y manolas con el Santo Cristo, para volver a salir por la tarde en la procesión del Santo Entierro. En esta participan más romanos encapuchados, sibilas, Verónica, etc., con los pasos del Ecce Homo, La Dolorosa, portada únicamente por mujeres, Las Tres Marías, la Santa Cama y el Santo Cristo. Antes salían, también, las cofradías de las Doce Tribus con velas, banderas, barbas postizas y túnicas negras, y la del Rosario compuesta por mujeres. Mis informantes en este punto evocaron una Samaritana que portaba un cántaro y poca ropa, esto último sobre todo, hizo que fuera muy acompañada por personal masculino durante todo el recorrido.

El 25 de marzo, Virgen de la Encarnación o crespillera, se hacían y comían los crespillos con el objeto de preñar las oliveras. Se creía que, trasegando estas hojas de borraja rebozadas de harina y huevo, se podía influir sobre la luna encrespándola, de tal forma que ésta produciría efectos positivos sobre la fecundación. Así, ya en tiempos de Hipócrates, se pensaba que el semen era producto del encrespamiento de la sangre, o sea la espuma de esta. Por ello, todavía hoy, se tiene en cuenta la fase de la luna a la hora de manipular un producto que tenga semejanza con la sangre: embotellar tomate, encubar vino, etc. En la cultura tradicional aragonesa se solían, aún subsiste en algunos casos, comer los crespillos en Carnaval, Domingo de Piñata y para la Virgen de Marzo.

El día de Resurrección el cura, acompañado por los monaguillos, pasaba por todo el pueblo bendiciendo las casas, a cambio, se le obsequiaba con huevos. Con ello se expulsaba La Cuaresma, malos espíritus, y se simbolizaba la resurrección de la vida y la naturaleza en los huevos que también representan la fuerza de la fecundidad que esperaban de la nueva primavera.

En estas fechas se hacían también las enramadas, celebración primaveral de exaltación de las fuerzas fecundantes de la Naturaleza, consistente en engalanar con ramas y sencillos regalos, los balcones o puertas de las casas donde había mozas casaderas. También podía suceder que se obrara a la inversa porque un mozo o grupo de mozos, se sintieran contrariados con una chica, por bailar sólo con forasteros, por sentirse burlados, etc. En estos casos llegaban a colocar huesos, pellejos o carnuz de animales, incluso en una ocasión un burro muerto. Era lo que se llamaba la engüesada y no se practicaba con mucha frecuencia pues significaba una afrenta muy grande, no sólo para la moza contra la que iba dirigido, sino para toda la casa.

El 2º día de Pascua de Pentecostés se iba de romería a la Virgen de Viña. Encabezaba la bandera roja adamascada de nueve metros de mástil, aparejada con dos vientos y una correa para hacerla manejable, y la cruz procesional. Oían misa en la ermita y a la vuelta paraban bajo una olivera donde echaban un trago que, o era muy largo o más bien, serían tragos en plural puesto que allí se solían coger fuertes cogorzas de tal manera que, a la olivera, se le acabó conociendo por el sobrenombre de borracha.

El Primero de Mayo se va a Treviño en procesión con la cruz parroquial y cantando salves. Antes, tras la misa, se repartía la caridad, consistente en panéticos de anís, por las mairalesas y el ayuntamiento.

En las dos romerías citadas anteriormente, se procedía a pagar al cura un tanto por sermón y a los monaguillos se les daba una propina.

En la fiesta de Santa Cruz de Mayo tenía lugar la bendición de los campos y términos de la Villa, desde la Cruz del Hospital.

Por estas fechas tenía lugar la plantada del mayo, costumbre perdida hace varios lustros y que consistía en ir a buscar, los mozos que quintaban ese año, un chopo por los alrededores, el más alto que hubieran visto durante el año, lo trasladaban a la plaza y lo clavaban en el suelo después de haberlo limpiado de ramas, a excepción del penacho de la punta. Este rito tiene un claro simbolismo de virilidad y fecundidad masculina, representada en el enorme árbol que quedaba metido en la tierra. Es también un rito de paso mediante el cual los niños pasaban a ser mozos que, tras cumplir el servicio militar, eran considerados aptos para el matrimonio.

Se dan dos versiones para explicar la perdida prematura de este ritual, la primera culpa a un accidente mortal ocurrido en el monte, donde se hallaban los mozos terminando de talar el chopo que cayó, antes de lo previsto, atravesando a uno de ellos de lado a lado. La segunda, mucho menos comentada y por tanto más creíble, relata que, una vez plantado el mayo, especialmente grande ese año, se desafió a un pueblo vecino a ver si tenía agallas, o algo así, para llevárselo por la noche. Cumplieron los forasteros y, desde entonces, los aboscenses son conocidos con el sobrenombre de gabachos.

El 20 de mayo se celebra la fiesta de Las Abuelas o de Crucelós que a continuación describimos y analizamos:

 

Las Abuelas constituyen un mito hecho leyenda, sobre el que se quiere influir mediante un rito.

 

MITO. Fue allá por el neolítico cuando nuestros ancestros decidieron hacerse sedentarios y comenzaron a cultivar la tierra. Habían aprendido a hacerlo observando la Naturaleza, viendo como las semillas se depositaban en la tierra que sería fertilizada por el agua desprendida del cielo. La tierra madre pariría nuevos frutos que servirían de alimento y de semillas para repetir el ciclo.

Sin embargo, la mente humana no podía comprender el proceso agrícola sin la existencia de un poder que de una u otra forma influyera sobre él, así surgió el poder de la cosecha y lo primero que el hombre debía hacer para que le resultara más tangible era personificarlo en un mito: La figura, el nombre y la intensidad de esas personificaciones varía: madre del trigo, ABUELA, madre de la espiga o vieja ramera en los países anglogermánicos; mujer vieja o anciano entre los eslavos; madre de la cosecha o el viejo entre los árabes; el anciano o la barba (la barba del Salvador, de san Elías o de san Nicolás) entre búlgaros, serbios y rusos...

La misma terminología y concepciones similares se observan en pueblos no europeos.(Eliade, Mircea. Tratado de Historia de las religiones. Morfología y dinámica de lo sagrado. Madrid. 1981. pág. 341.)  Y la misma terminología y concepto tenemos en el Alto Aragón.

 

El mito de Las Abuelas no quedó detenido en el tiempo sino que va evolucionando y asumiendo nuevos roles a lo largo de la historia: El viejo y la vieja, en los que los campesinos ven una especie de personificación de "los poderes" y de la fertilidad del campo, van acentuando con el tiempo su perfil mítico, bajo la influencia de las creencias funerarias; se apropian la estructura y los atributos de los antepasados, de los espíritus de los muertos.(Ídem, pág. 355.

 

Los campesinos aboscenses asumieron en Las Abuelas otro viejo mito, el de la inamovilidad de los limites o confines de las propiedades agrícolas que los romanos identificaron con el dios Término. En su honor se celebraban sacrificios y banquetes. Ovidio en sus Fastos (Ovidio, Publio Nasón. Fastos. Libro II. Biblioteca Clásica Gredos. Madrid. 1988.) nos cuenta como el vecindario sencillo se reúne y celebra un banquete, y canta tus loas, Término consagrado; tú delimitas a los pueblos, las ciudades y los reinos extensos. Los campos sin ti serían siempre un puro litigio. No existe forma de sobornarte ningún oro es capaz de corromperte; conservas los campos a ti confiados con lealtad cabal. Antes de la Guerra del 36, el ayuntamiento siguió celebrando este banquete ritual, como veremos. Ovidio nos relata también como su hija pequeña (del campesino) extiende los panales de miel castrados. Otros sostienen vasos de diferentes vinos: de cada uno se arroja a las llamas. La masa (gente) vestida de blanco mira y guarda silencio. Veremos como en Crucelós corre el vino, el pan y la torta de miel.

No es de extrañar que la fiesta de Las Abuelas, ampliadoras de los términos aboscenses, se celebre en un mojón, pergeño del dios término, bien para aplacar las posibles iras del dios, o bien para agradecerle su permisión.

 

LEYENDA. Las Abuelas altoaragonesas heredan las propiedades de los muertos y ellas mismas habrán de morir para que el pueblo superviviente reciba, a través de ellas, las tierras de los pueblos amortados. Esto es lo que cuenta la leyenda estándar que a continuación relatamos más extensamente: Un pueblo es asolado por la peste, sólo una o dos abuelas sobreviven y éstas al verse desamparadas buscan refugio en las poblaciones vecinas, donde paulatinamente se les niega al llevar el bayo o vaho.(Este vaho es el peligro de contagio inherente a toda persona u objeto, que ha estado en contacto con una enfermedad contagiosa.)  Por fin llegan a una población menos escrupulosa que las alimenta y recoge en un lugar apartado -cueva, torre de la iglesia, hospital, etc.- Como únicas supervivientes son también únicas herederas y, al morir, ceden sus derechos al pueblo que, tan hospitalariamente, las acogió. Existen variaciones que anotamos según el caso:

 

-Almerge (El). (Laluenga). La casa más rica (Castro) se queda con todo.

 

-Arnillas, La Castena y La Torraza (Angüés). La abuela superviviente vivió y murió en la torre de la iglesia y aún se recuerda su nombre: María Lacoma.

 

-Bascués. (Casbas). La abuela acude directamente a Casbas donde la acogen.

 

-Gárgoles, San Pedro y Las Ventas (Loporzano). Son tres abuelas, una de cada pueblo, entre las tres fundan una nueva población: Loporzano. Este caso es similar al de Pont de Suert(Leyenda recogida por Joaquín Gironella en el Folletón Altoaragón de Nueva España. Huesca. 1979.

 

-Lasaosa. En este pueblo, y según A. Castán, (Grupo Scout San Viator de Huesca. Estudio monográfico: Lasaosa.) existían dos leyendas diferentes. La primera se refiere al despoblado de Castillón que al extinguirse dejó dos abuelas con vida. Ambas fueron mantenidas en una cueva por los vecinos de Lasaosa; sólo hubo una casa que no colaboró por lo que fue privada de su parte en la herencia. En el segundo caso, Villar de Javierre, la manutención corrió a cargo de dos pueblos que se reparten el legado (Lasaosa y Solanilla); se da también el hecho de la familia que no colabora y que, por tanto, se queda sin nada. No se cita la causa de la despoblación pero es de suponer que si vivían en cuevas era por temor a posibles contagios.

 

Mención aparte merecen Bureta (Fañanás) y Sevil (Adahuesca). El primero perdió el ritual, pero a cambio nos ofrece una simbología alegórica a la fertilidad. (Benito, Manuel. Las Abuelas mito, leyenda y rito. Temas de Antropología nº 3. Zaragoza. 1987.) El segundo conserva en su leyenda unos rasgos diferenciales que han hecho posible la pervivencia del rito, o viceversa. Mientras que, por otro lado, también nos da los datos documentales suficientes para desenmascarar la leyenda en el contexto histórico. Pero dejemos esto para más adelante y vayamos ahora con la narración legendaria de Sevil:

 

Hace muchos años una peste azotó Sevil y sus anejos, sólo dos abuelas sobrevivieron y viéndose desvalidas buscaron amparo en pueblos vecinos. Este les fue negado paulatinamente en Radiquero, Alquézar, Alberuela y Abiego, por ser portadoras del bayo. Llegaron, ya bastante desanimadas, a las puertas Adahuesca que por aquél tiempo estaba amurallada; los aboscenses, más compasivos que sus vecinos, les dieron techo y comida en el hospital que existió extramuros de la villa, en el lugar donde hoy se alza la llamada Cruz del Hospital. Allí pasaron los últimos momentos de sus vidas y como agradecimiento a estas gentes, que les habían acogido en tan difícil trance, donaron a la villa de Adahuesca la Sierra de Sevil de la que eran propietarias, al ser las únicas herederas. A cambio sólamente impusieron estas condiciones:

 

1- Serían enterradas en un lugar llamado Crucelós a donde debería acudir el pueblo todos los 20 de mayo, ineludiblemente, para rezar un responso por sus almas.

 

2- Tras el responso fúnebre se repartirían los panéticos y vino que consumían junto a su tumba. Para tal fin habían sido donados por una de las abuelas.

 

3- La otra dejó para el 26 de julio, Santa Ana, un reparto de peras entre la chiquillería, a la que quisieron de una forma muy especial.

 

RITO. Se inicia la fiesta con un volteo de campanas y a continuación todos los vecinos, que no están de luto, acuden bien aseados y vestidos con sus mejores ropas a la plaza de la iglesia, para marchar a Crucelós tras el pendón adamascado y de gran envergadura, y la cruz procesional. Al llegar las mujeres se adelantan para adecentar, con flores y arbustos que recogen en las inmediaciones, el montón de piedras que señala el lugar donde supuestamente reposan los restos de Las Abuelas. Mientras se rezan y cantan las oraciones fúnebres, la gente sigilosamente se va proveyendo de piedras que ocultan atrás. Al concluir este ritual cristiano, el cura o un monaguillo por orden de aquél, arroja la primera piedra a la que siguen, al menos, una por cada devoto presente que imprime a su lanzamiento toda la fuerza posible. Acto seguido la gente, sobre todo aquéllos que residen fuera el resto del año, se precipita sobre los ornamentos que, durante unos minutos, decoraron el sepulcro y que guardarán celosamente en sus casas de la ciudad, hasta el próximo veinte de mayo. Se reparten los panéticos, previamente bendecidos, que se comen acompasados de vino; se hace la cortesía con la bandera y se regresa al pueblo en procesión. El acto finaliza donde comenzó, en la plaza de la iglesia, tras una nueva serie de cortesías con la bandera.(Una costumbre con leyenda similar se desarrollaba en Zaragoza hasta 1868. Ver El 25 de marzo, ir a matar la vieja. José L. Lana. Heraldo de Aragón. 26 de febrero de 1978.

 

En otro tiempo se hacía de esta forma:

 

1- A las cinco de la tarde, cuando se bandeaban las campanas, salían en carros, mulas y burros con albardas, recogían a los críos en la esquina de Cubero -junto a la Cruz del Hospital- y se organizaba una procesión por las calles del pueblo.(En las cuentas municipales de 1833 se asignan 225 reales para rogativas y para la procesión de niños de Cruz de Los. Para las augetas -premios o propinas- de la corrida de Santa Ana, 6 reales y 20 maravedís

 

2- Cuando iban a llegar a Crucelós, paraban en una carrasca donde se reorganizaba la comitiva.

 

3- El ayuntamiento merendaba en un lugar próximo a la tumba, llamado Tozal de las Crucetas.

 

ANALíTICA.

Hemos visto como el proceso legendario y el histórico son claramente divergentes. El histórico lo tenemos perfectamente documentado y nos muestra una realidad objetiva; empero, el legendario no pretende engañarnos sino mostrar, tan sólo, una serie de hechos esotéricos que vamos a intentar analizar.

Ya explicamos como nuestros ancestros creían en un poder de la cosecha. Esta creencia en poderes no es exclusiva de épocas pasadas, hoy mismo vemos facetas tan actuales como la publicidad y la política, aprovechándose de estas creencias. (Harris, Marvin. Introducción a la Antropología General. Madrid. 1983.) Así, al hablar de detergentes se ensalza su poder de limpieza e incluso se pergeña este poder en un hombre forzudo, con atributos propios, o en un rayo que abrillanta todo lo que toca. En política tenemos, siguiendo a Marvin Harris, los hombres con carisma o con poder de ganar votos. En cuanto a que sean Abuelas el resultado de la personificación mítica, nada podemos añadir a lo apuntado por M. Eliade que no sea el recalcar la similitud de las terminologías y conceptos utilizados en todo el mundo.

Vimos, también, como las Abuelas se van identificando con los muertos que comparten su espacio -la tierra- con las semillas, pudiendo influir sobre estas. Esta asunción de los espíritus de los antepasados, no hace sino acentuar la relación de Las Abuelas con la marcha de las cosechas.

Pasemos ahora a analizar dos conceptos que aparecen en la leyenda:

 

LA PESTE se utiliza en el relato como momento de gran mortandad, incluso puede variar la terminología, como en el caso de Angüés donde hablan de cólera, sin perder el concepto de gran mortandad. Desde 1348 hasta 1654, momentos culminantes, existieron epidemias y brotes de peste negra que, en algunos casos, provocaron un excedente de enfermos y cadáveres. Tanto unos como otros, son portadores del bayo por lo que se les envía fuera del recinto urbano, a un sitio distante como la propia huega o límite del término, donde se crearon cementerios o fosas sépticas para los muertos infectados. Así nos lo da a entender una noticia recogida por García Ciprés en la Revista Linajes de Aragón. Esta noticia la transcribe el mencionado autor de un cuaderno existente por aquél tiempo (1913) en casa Borau de Liesa, y en él se encontraban escritos de diversas épocas, desde 1310 hasta 1775.(Revista Linajes de Aragón. Tomo IV. 15 de febrero de 1913. Artículo referido a Los Borau.)  Dada la forma de expresión utilizada lo ofrecemos algo modificado para su mejor comprensión:

 

En 1609, y a consecuencia de una pertinaz sequía que azotaba al Somontano Oscense, algunos pueblos deciden venerar las reliquias de la ermita de Nuestra Señora del Monte, con el fin de obtener la ansiada lluvia. Acudieron todas las localidades de los alrededores a excepción de Siétamo, a esta no se le permitió asistir al estar infectada por un brote de peste bubónica. Los muros de este pueblo se cerraron a cal y canto y se le suministraba lo necesario, por parte de los pueblos vecinos, cuando los Ayres les eran propicios, y a través de las saeteras de los portales; o sea que se acercaban cuando el aire que atravesaba Siétamo no les alcanzaba. Se dice también que en cuanto aparecía alguien con el grano (El grano o bubón es la manifestación externa más evidente de la enfermedad. Consiste en un abultamiento doloroso y prominente de un ganglio; aparece en la ingle, axila o cuello.) lo mandaban fuera del recinto urbano, concretamente a La Paúl o Barranco del Muerto, llamado así a partir de entonces y situado en la moja (huega o límite) de Liesa. Allí se favorecían unos a otros y a los que morían los llevaban a Valdecan, a un cementerio que se improvisó en lo alto del valle (ambos microtopónimos todavía subsisten). En este cementerio y a modo de recuerdo se colocó una cruz y se prohibió labrar el lugar por estar bendecido.(La bendición del terreno tenía como objeto garantizar el reposo de las almas y evitar que se labrara, para que los cadáveres no volvieran a aflorar y contaminar el aire.

 

Estos cementerios improvisados o fosas sépticas se excavan en lugares apartados, como hemos visto, y si es posible con una carga esotérica. Estos muertos enterrados en circunstancias anormales pueden convertirse en espíritus errantes, en manes que habrá que enterrar en sitios minuciosamente elegidos. En el caso concreto de Adahuesca este lugar fue:

 

CRUCELÓS, cruce de caminos y frontera entre tres pueblos (Adahuesca, Alberuela y Abiego). Esto último tiene su importancia pues, si conocemos disputas entre pueblos para ubicar santuarios que emanan fuerzas positivas (Hay varias ermitas: San Martín, entre Puy de Cinca y Panillo. Virgen de la Sierra, entre Yaso y Bastarás, etc.)  y que se saldaron construyéndolos en la frontera o huega entre ambos, igualmente puede servir para aminorar efectos negativos el compartir estos espíritus inquietos con otras poblaciones. Estamos ante el pergeño del dios Término, como se ha dicho. En cuanto a los cruces de caminos, según la vox populi, son los lugares preferidos por los manes para vagar e incluso para materializarse.(Cabal, Constantino. Folklore y costumbres de España. Mitología Ibérica. Madrid.

Esta teoría que presento aquí podría desvanecerse, para algunos, si en Crucelós no aparecieran restos humanos; sin embargo no creo que esto último sea necesario para poder mantener la hipótesis, ya que el lugar es lo bastante mágico y significativo como para que un pueblo lo identifique tato con las almas mal sepultadas de sus antepasados descasen allí o no sus restos mortales, como con el lugar idóneo para conmemorar las terminalias.

Una parte importante del ritual la constituye el acto de lanzar las piedras sobre el sepulcro. (Costumbres similares hay por toda Europa. Ver: Eliade, Mircea. Op. cit. También Violant y Simorra, Ramón. El Pirineo Español. Plus Ultra S.A. Barcelona. 1985.La piedra funeraria se convierte así en un instrumento protector de la vida contra la muerte. El alma "habita" la piedra, como en otras culturas habita la tumba, que por las mismas razones es considerada la "casa del muerto". (Eliade, M. op. cit. Pág. 230) El propio M. Eliade ofrece una cita del antropólogo inglés Hutton que cree: estos monumentos megalíticos funerarios tienen por misión "fijar" el alma del muerto y servirle de morada provisional cerca de los vivos; esto le permite influir en la fertilidad de los campos por las fuerzas que su naturaleza espiritual le confiere y, al mismo tiempo, le impide errar y hacerse peligrosa. Por último, la ceremonia se culminará con el reparto del vino y los panéticos -pan fúnebre- entre toda la gente que los comerá in situ. El banquete colectivo representa precisamente esta concentración de energía vital; por consiguiente, tanto en las fiestas agrícolas como en las conmemoraciones de los muertos se impone un banquete, con todos los excesos que implica. Antiguamente los banquetes se celebraban junto a la tumba misma, para que el muerto pudiera disfrutar del exceso de vitalidad desencadenado junto a él. (Ídem. pág. 353) No en vano y hasta no hace mucho, aparte de los panéticos, el ayuntamiento merendaba en un lugar cercano, ya referido. Estos pequeños banquetes de hoy son, sin duda, lo que el cristianismo ha dejado de aquellas antiguas orgías contra las que aún tenía que luchar en el siglo XVIII. Recogemos al respecto, un párrafo del Padre Faci (Faci, Roque Alberto. Aragón Reyno de Christo y Dote de María Santissima. D.G.A. Zaragoza. 1979.) que al hablar de Bureta, despoblado de Fañanás, dice: ...concurren todos los lugares vecinos a venerar a Nuestra Señora y no a diversiones indignas, que se procuran impedir con devotos exercicios". Precisamente en esta ermita hemos recabado una serie de símbolos en total relación con estas cuestiones.(Las Abuelas... op. cit.

 

El aboscense de hoy es consciente, aún, del resultado que se persigue con este ceremonial; el mismo nos indica como en algunas ocasiones en que la cosecha se daba por perdida, al llegar el veinte de mayo y celebrar Crucelós, la cosecha se salvaba. Por otro lado, todos recuerdan aquel otro veinte de mayo lluvioso en el que, por comodidad, decidieron quedarse en el pueblo y cumplir con un simple responso por las almas de las Abuelas en la iglesia; aquel año los frutos se apedrearon. Si los muertos buscan las condiciones espermáticas y germinativas, no es menos verdad que los vivos necesitan de los muertos para defender sus siembras y proteger sus cosechas. Además, mientras los granos permanecen enterrados están bajo la jurisdicción de los muertos. La tierra madre o la gran diosa de la fertilidad controla por igual el destino de las semillas y el de los muertos. Pero a veces estos están más próximos al hombre y el labrador se dirige a ellos para que bendigan y apoyen su trabajo.(Eliade, Mircea. op. cit. pág 353.

 

VERSIÓN CRISTIANA DE LA FIESTA.

Pudiera ser que, originariamente, sólo se hablara de una Abuela y que, la Iglesia al tomar contacto con la fiesta, inventara otra para poder dar su réplica festiva. Lo cierto es que la introducción del testamento en la leyenda ha permitido por un lado, como ya vimos, la perpetuación del rito y por otro la celebración de una versión cristiana.

La fiesta del veintiséis de julio, día del Correperas, tiene un carácter infantil y consiste en un reparto de peras entre la chiquillería que ha de correr, de dos en dos, de un extremo a otro de la plaza cuantas veces quieran. Cada niño recibirá una pera de premio; las peras se bendicen previamente en la puerta de la iglesia. El significado de la fiesta nos viene dado por el simbolismo que encierran tanto la fecha como el objeto que se reparte. El veintiséis de julio es Santa Ana, la madre de la Madre, es decir, la Abuela cristiana por excelencia; y el objeto que motiva la celebración es la pera, símbolo de Cristo encarnado, hecho hombre,(Pérez Rioja, J. A. Diccionario de símbolos y mitos. Madrid. 1980.) o sea, fruto de la fecundidad de la Madre y de la Abuela. Es curioso encontrar algunos retablos donde vemos a santa Ana, con una cesta de peras, entregar este fruto al Niño Jesús sobre las piernas de su Madre -Montmesa, Bailo, Catedral de Huesca-. En Castejón de Monegros, donde santa Ana es la patrona, también se repartían antaño peras entre la chiquillería. Esta localidad altoaragonesa dispone de una leyenda sobre la herencia de un pueblo amortado: Jubierre o Chubierre. Aquí no se habla de abuela sino de señora. En Huesca hay indicios de que se hiciera un ritual similar. (Benito, Manuel. Almanaque oscense: julio. Revista 4 esquinas. Huesca. 1993.Información de primera mano sobre el asunto en el Ceremonial de Novella. guardado en el archivo cartedralicio de Huesca.

 

*Durante el mes de mayo se rezaba una novena.

*Para el Corpus se ornamentaban las calles con floridos altares y se hacía una procesión.

*En la actualidad se ha fijado el primer domingo de junio para celebrar la romería a Viña

*El once de junio, San Bernabé, encabañaban el ganado para subirlo a Sevil. Los pastores guardaban dos días de fiesta y pasaban a recoger regalos por las casas, al igual que en Navidad.

 

FIESTAS DE VERANO.

 

En la noche de San Juan se encendía una hoguera en la plaza y, cuando el reloj daba las doce, marchaban a sanjuanarse a diversos puntos aunque lo más típico era hacerlo en el Pozallón. Antes de que el sol saliera, se recogían diferentes plantas medicinales que conservarían el poder mágico que les confería esa noche, tan especial, del solsticio de verano.

Del correperas, nada más que decir, salvo que es una fiesta afortunadamente viva en esta localidad, gracias a las gentes que la mantienen nos podemos hacer una idea de como era esta celebración que debió estar bastante extendida, a juzgar por la iconografía y las numerosas advocaciones a santa Ana que existieron -muchas persisten- en nuestra provincia.

A finales de agosto se celebran las Fiestas Mayores con el fin de aprovechar la presencia de los aboscenses emigrados y, así, poder llevar a cabo unas fiestas animadas, familiares y divertidas.

El ocho de septiembre se efectúa una Novena para festejar la Natividad de la Virgen.

En San Miguel tenía lugar la sanmiguelada que era la jornada propicia para cambiar de amo todos aquellos pastores, boyeros y criados descontentos en las casas donde trabajaban.

 

FIESTAS DE OTOÑO.

El día de Las Santas, 22 de octubre, se celebraba hasta no hace muchos años la fiesta mayor en honor de las mártires hijas de Adahuesca. Esta conmemoración la preparaban, la desarrollaban y la vivían de forma muy especial las mairalesas y los mayorales. Las mairalesas eran elegidas por la priora de la Cofradía del Rosario compuesta, como ya se ha dicho, sólo por mujeres, y tenían encomendado el adecentado de la iglesia y la recaudación de la servilla, cantidad de dinero aportada por las diferentes casas del pueblo para colaborar en la financiación de la fiesta, esta última actividad la realizaban con los mayorales. Estos, llamados también mozos de gasto se dividían en dos categorías: Los de primer año, entrantes o ayudantes y los mayorales a secas. Estaban obligados a encender la araña de la iglesia, a portar un cirio y a realizar la cogida. Esta consistía en lo siguiente: Salía la ronda, compuesta por los músicos, el cantador y los mayorales por todas las casas que albergaban mozas, donde les ofrecían unas tortas redondas que los entrantes tomaban con unas espadas para dejarlas sobre un cañizo que, a su vez, era llevado en un carro con cuatro mulas, todo engalanado hasta con letras, según me refieren.

El 2º día de la fiesta, después de comer, tenía lugar la corrida de pollos en las Eras Altas. Comenzaba la prueba una vez que se habían instalado allí las sillas para el ayuntamiento. Los atletas concurrentes en calzoncillos largos, debían competir en una carrera pedestre que ofrecía los siguientes premios para los ganadores: 1º tres pollos, 2º dos y 3º uno.

Los últimos cantadores que vinieron a Adahuesca para rondar fueron: Santa Lecina, Ballobar, Punsallo y, últimamente, Morilla.

La noche de ánimas, la que va de Todos Santos al día de la Conmemoración de los Difuntos, los niños salen al atardecer hacia las inmediaciones de la escuela provistos de calabazas. Una vez todos juntos proceden a vaciarlas hasta dejarlas huecas luego, mediante incisiones, les hacen unos agujeros que simulan la nariz, la boca y los ojos tétricos y vacíos. Colocan en el interior una vela y van situando estas calabazas, convertidas en calaveras, por los lugares más recónditos del pueblo; sobre todo en aquellos donde puedan provocar más miedo a todos los que se atrevan a salir, esa noche, por el pueblo.

Esta costumbre infantil tenía como finalidad el evitar que las almas, que durante ese día regresaban a la tierra -cementerios-, no se quedasen acantonadas por el pueblo. Por la mañana, en otros puntos de la provincia, como Alquézar, los mozos tocaban las campanas sin cesar, con el fin de ahuyentar los espíritus, comiendo en el propio campanario judías y carne de cerdo, previamente colectado por las casas del pueblo para sentirse repleto y, por tanto, inmunes a cualquier alma que quisiera ocupar su espacio vital.

De San Martín a la Candelera se produce la matacía del cerdo en las diferentes casas. Ese día se convierte en una fiesta familiar que culmina con la entrega, a los familiares y vecinos más allegados, del presente.

 

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